Por Eduardo García Aguilar
Las casas de citas, llamadas en francés maisons closes (casas cerradas), existieron en Francia hasta 1946, cuando el parlamento adoptó una ley que las prohibió para siempre. Las había de todos los niveles y algunas llegaron a ser verdaderos palacios muy bien regentados que disponían de diversos pisos donde se reproducían ambientes orientales, árabes, japoneses, dieciochescos, amueblados con lujo de detalles para despertar la imaginación de sus adinerados clientes. Uno de ellos, situado en la calle Chabanais, no lejos de donde vivió Simón Bolívar en el barrio del Palacio Real, era visitado por jefes de estado y príncipes europeos que llegaban a París de visita y solían acudir allí al terminar sus tareas diplomáticas.
En una minuciosa exposición realizada hace unos años en una galería de la misma calle donde existió el lugar de placer, se mostraron fotografías originales de los diversos ambientes, algunos de los cuales reproducían grutas mágicas, espacios con temáticas sacadas de Las mil y una noches o habitaciones similares a las que disfrutaban los grandes monarcas Luis XIV y Luis XV en el Palacio de Versalles. También se exhibieron fotos de las pupilas y sus añejas patronas, postales, cuadernillos, revistas, las fichas usadas para los intercambios monetarios y todo tipo de lencería o adminículos del placer, lo que constituía una inmersión en un mundo desparecido solo en Francia, porque pervive en todos los rincones del mundo y en lugares como Alemania, España, Holanda y otros donde son autorizados e incluso son verdaderas industrias.
Durante años este burdel de la calle Chabanais fue regentado por famosas mujeres proxenetas y entre sus pupilas algunas lograron fama y pasaron a la historia con la invención de la fotografía, por las imágenes pictóricas que inspiraron en su tiempo o los caracteres literarios que suscitaron entre los escritores decadentes que solían acudir allí. Además de este sitio, en todos los barrios de París existían otros lugares no menos fantasiosos que figuran en los catálogos de la vida nocturna de su tiempo.
Marcel Proust describió en su magistral saga de En busca del tiempo perdido, especialmente en algunos de los últimos volúmenes como Sodoma y Gomorra o El tiempo recobrado, los burdeles para hombres que proliferaron ya desde fines del siglo XIX y bien entrado el XX, frecuentados por la numerosa clientela homosexual que acudía en busca de jóvenes prostitutos provenientes de los barrios populares. Es famoso el burdel homosexual proustiano de Jupien, inspirado en un verdadero amante de Proust que lo fundó y donde se ofrecían todo tipo de placeres perversos, fetichistas o sadomasoquistas, a los que eran adictos el gran escritor y su personaje el barón de Charlus, inspirado también en una de las celebridades literarias decadentes de la Belle Époque.
Proust relata con detalle esos sitios en una atmósfera catastrófica caracterizada por el avance de la terrible Primera guerra mundial y la caída esporádica en París de las bombas lanzadas por el enemigo alemán. Con esa guerra terminó la famosa Belle Époque y concluyó tardíamente el largo siglo XIX de esplendores y miserias balzacianas y con ellos los últimos remanentes de la nobleza del Antiguo Régimen o napoleónica, tan bien descritas por Proust en su maravillosa obra.
Además de las casas de citas, lugares cerrados donde las pupilas pasaban sus vidas al servicio de la clientela masculina, a lo largo del siglo XIX fue famoso el prototipo proustiano de la cocotte o cortesana, mujeres de extracción popular amantes de hombres casados poderosos que les alquilaban apartamentos o mansiones especiales y surgían por lo regular del ámbito del teatro y la farándula, donde eran descubiertas por sus admiradores. Hay varios libros que cuentan la vida de esas bellas mujeres que rompían el corazón de príncipes lúbricos como el propio Luis Napoleon Bonaparte, o condes, duques y barones, así como magnates como los Rotschild o el barón de Camondó y tantos otros.
Todo hombre casado y poderoso que se respetara en el siglo XIX tenía una de esas amadas protegidas que inspiraron tantas novelas y Balzac, Flaubert, Maupassant y Proust describieron las casas donde eran instaladas y recibían y hacían fiestas a la gente de la farándula y la política parisinas. A diferencia de las prostitutas comunes que eran desechadas con la edad y agobiadas por las enfermedades, las cortesanas o cocottes proustianas lograban a veces a ascender de clase y convertirse en grandes damas de la sociedad.
Desde el cierre de las casas de citas organizadas y controladas por los equipos especiales de la policía, la prostitución se volvió callejera e irregular, centrándose en lugares como el barrio Pigalle y la calle Saint Denis, donde los clientes eran y son llevados por las mujeres a cuartos u hoteles de paso del vecindario. Pigalle fue durante el siglo XX el emblema mundial de ese viejo oficio cantado especialmente en los tiempos de Baudelaire y Toulouse Lautrec, pero hoy ya es solo una leyenda vacía como un escenario de cartón para títeres.
Medidas muy recientes, aplicadas durante el gobierno de Nicolas Sarkozy consideran delito la búsqueda de prostitutas y los hombres que son pillados en ese intento son detenidos, multados y condenados. Pero pese a las medidas en su contra la prostitución prolifera y crece como siempre en los bosques de Boloña y Vincennes, especializados en travestis brasileños y latinoamericanos, en Belleville y muchas calles de la ciudad donde trabajan centenares de prostitutas callejeras chinas controladas por mafias y ha inundado de manera exponencial la red internet, por lo que toda medida oficial ha sido inútil para acabar con el oficio más antiguo del mundo, defendido por aguerridas hetairas militantes o famosas actrices porno o escritoras como la punk Virginie Despentes.
Referirse a las casas de citas en estos tiempos de internet, al menos en este país, es viajar a un mundo de ocres daguerrotipos. A lo largo de los siglos XVIII y XIX y hasta mediados del siglo XX estos lupanares proliferaron en la capital y en todas las ciudades del interior, convirtiéndose en sitios sulfurosos pero populares que dieron tema a los grandes novelistas y poetas franceses, desde los libertinos de antes de la revolución, encabezados por el marqués de Sade y el prolífico Restif de la Bretone, hasta Baudelaire y Maupassant, que escribió uno de sus mejores relatos sobre el tema, bajo el título de la Casa Tellier. En el resto del mundo, desde Asia hasta América Latina, desde Africa hasta España, Alemania y los países del Este, las casas de lenocinio siguen existiendo e inspirando canciones, pinturas, poemas, novelas, fotografías y estudios sociológicos, aunque la nueva casa de citas mundial está en la red Internet y en los exitosos sitios de encuentros y de cine porno.