Cuando llega un año nuevo se celebra la posibilidad
de vivir nuevos acontecimientos, viajes y lecturas que nos esperan en
este giro rápido alrededor del astro solar que marca el ritmo de las
horas, los días, los segundos.
Eso por supuesto si somos positivos, porque por lo regular en medio de tantas sorpresas, viajes, amores y satisfacciones, a los habitantes de este planeta nos esperan también las malas noticias, como el conteo de las desgracias personales, las separaciones, las crisis laborales, los decesos de amigos y familiares, las enfermedades, catástrofes naturales y guerras que nunca faltarán en el lapso y serán descritas de manera minuciosa en el balance posterior, cuando llegue el año nuevo y se proclame otro minúsculo juicio final.
Estamos ya en 2023, o sea que ya vamos raudos
agotando los segundos del siglo XXI, cien años después de los años de
entreguerras que fueron tan fértiles en todos los campos, científicos,
técnicos, literarios, pictóricos y de pensamiento.
Los años de entreguerras del siglo XX vieron el
avance raudo de las innovaciones científicas auguradas por Edison,
Marconi, Freud y tantos otros con la expansión de la luz, la
electricidad, la telefonía, la industria automotriz y aérea, el metro,
los cables, el descubrimiento de la penicilina y el auge del
psicoanálisis que desbancó a los confesionarios eclesiales por el diván.
Esas dos décadas de relativa paz que siguieron a la
primera gran guerra mundial del siglo XX experimentaron el auge del cine
sonoro, el jazz y las alegrías del Music Hall de Charles Chaplin, El
Gordo y el Flaco, Joséphine Baker y Fred Astaire, cuando generaciones
hartas de guerras y prohibiciones religiosas e ideológicas se desbocaron
hacia el goce hedonista del cuerpo y del alma al mismo tiempo que
Ernest Hemingway proclamaba que París es una fiesta y Albert Einstein
ajustaba su teoría de la relatividad.
Los bólidos automovilísticos corrían raudos por las
carreteras y los primeros vuelos comerciales generalizados coincidían
con los lujosos transatlánticos que, como el Normadie, cruzaban el
Atlántico cargados de miles de pasajeros que se divertían
orgiásticamente en varios pisos marcados por atracciones musicales,
etílicas y gastronómicas para llegar felices a la Estatua de la Libertad
de Nueva York de un lado o a los puertos europeos del otro.
En el París de Montparnasse los bares La Coupole, Le
Select y la Rotonde recibían a todas las generaciones cosmopolitas de
artistas y escritores del mundo que se solazaban hasta altas de la noche
arreglando el mundo y pensando en utopías geniales, sin saber que
pronto se atravesaría primero la crisis mundial del 1929 y diez años
después la terrible Segunda Guerra Mundial, que aun hoy nos marca y nos
determina y nos asusta.
La prensa escrita que se expandió de manera
exponencial en el siglo XIX había llegado a sus grandes momentos en
Nueva York, Londres y París y todas las capitales del orbe, al mismo
tiempo que la radio y el cine empezaban a dominar el mundo.
En todas las capitales se revolucionaban la artes,
la literatura, la filosofía y el pensamiento en general abriendo nuevas
rutas impensadas, y podría decirse que tantos cambios y descubrimientos
se registraban al mismo nivel de lo ocurrido cuatro siglo antes en el
Renacimiento de Leonardo, Miguel Angel, Rabelais, Galileo y Pico de la
Mirándola.
También nosotros estamos ahora viviendo a veces sin
saberlo las primeras décadas de la revolución digital que jubiló de
súbito a fines del siglo XX a la era de Gutenberg, y con Internet, las
redes sociales, los teléfonos celulares y los múltiples satélites que
desde el espacio exploran el universo o las máquinas que rastrean en
laboratorio lo infinitamente pequeño, vivimos una nueva aventura de
conocimiento que a veces desafía a la propia paradoja borgiana del
Aleph.
Cada día arqueólogos, paleontólogos, astrónomos,
físicos y médicos amplían el rumbo del conocimiento y a través de las
redes descubrimos los nuevos secretos del universo que ponen en cuestión
las teorías en boga sobre su inicio y su expansión. En directo vemos y
conocemos las más lejanas galaxias, agujeros negros o planetas similares
a la tierra que podrían albergar vida. Falta poco para que se anuncie
la existencia de vida extraterrestre y dejaremos de estar solos como el
único milagro biólógico.
Y en lo que respecta al rastro vital del homo
sapiens, nuevas técnicas revelan la existencia de ciudades milenarias
desconocidas y civilizaciones y pueblos que en otros tiempos construyeron
ciudades mágníficas y complejas y ejercieron el arte, la arquitectura,
el derecho, la ciencia y la tecnología a niveles sorprendentes.
Por eso hay que ser optimistas. Si se hace un
balance, los humanos hemos superado siempre a través de los milenios los
percances de guerras, miserias y pestes y a un ritmo sostenido avanzado
en los descubrimientos y el perfeccionamiento tecnológico desde la
rueda hasta las naves espaciales y los más impresionantes telescopios
cósmicos.
Hay múltiples razones para pensar que esos avances
seguirán ocurriendo y que generación tras generación los humanos
seguirán dando pasos agigantados hacia un mundo cada vez mejor. Nuevas
ideologías ecológicas y humanitarias florecerán en mentes nuevas que aun
no han nacido y sería maravilloso poder echar un vistazo desde el más
allá hacia esas conquistas futuras de la ciencia y la tecnología que aun
hoy desnocemos.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 8 de diciembre de 2023.