domingo, 21 de marzo de 2021

ESCRITORES SIN PASAPORTES

 Por Eduardo García Aguilar

Uno de los escritores del mundo moderno que mejor ejemplifica la literatura errante es Joseph Conrad, por dos razones: no sólo porque abandona su tierra original para adoptar los mares y después radicarse en la  capital del Imperio británico globalizador, sino porque también deja su lengua para adoptar otra, el inglés, tal como lo hiciera después el genial Vladimir Nabokov o, en nuestro ámbito latinoamericano, Héctor Biancciotti, quien cansado de ser ignorado por su pares de América, decidió adoptar el francés y lograr así llegar a la proeza de ingresar a la Academia Francesa.
    Conrad recorre el mundo como capitán de navío, en un mundo que ya nada tiene que ver con los mares de Ulises o de Eneas, de Colón o Magallanes ni con las rutas de seda o los caravansarys del desierto. Estamos ya en el mundo agitado de la industrialización y del libre cambio mundial de mercancías, en la era de las factorías, los trenes y los gigantescos barcos de carga. Su obra vasta es una mirada lúcida de los países y culturas lejanas, en las que se incluye los parajes costeros del caribe colombiano que, al parecer, inspira Nostromo.
     Victoria, Lord Jim, El corazón de las tinieblas, La locura de Almayer, Bajo la mirada de Occidente son novelas extraordinarias de un conocedor profundo del hombre, analizado y descrito por encima de las fronteras, sin pasaportes, banderas o cruzadas nacionalistas. Cada uno de esos capitanes o marineros perdidos que aparecen en su tensas y telúricas narraciones habla desde la angustia de no tener por más patria el barco sacudido por los tifones y acechado por bandidos o fuerzas enemigas. Mueren y son lanzados para siempre a las olas de los océanos o son enterrados en parajes que ninguno de los suyos conocerá. Conrad se aplicó a contar todas esas historias en una aventura creativa sin par que representa uno de los máximos logros de esa actitud de franca extranjería alrededor del globo.
    Nos dice Paul Morand que el «verdadero estatuto que nos hace vivir es el de extranjero». En efecto, llega un momento en que el individuo viajero, el trotamundos, adquiere la certeza de que sólo desde el ángulo escalofriante puede sentirse libre en el camino hacia el ineluctable fin. No tiene que representar obligatoriamente a una patria ni debe sentirse culpable porque no se entusiasma únicamente por las músicas, comidas, ropas de su terruño, sino por todas las que alguna vez encontró y con las que compartió a lo largo de su periplo. Toda persona atada patológicamente a su patria o bandera es un lisiado de la sensibilidad, un parapléjico de la percepción y esto es aún más grave cuando se trata de un escritor. El que escribe tiene, con mucha mayor razón, que estar abierto a esas extrañezas y por ende estar capacitado para contarlas y sentirlas desde el ángulo oblicuo de su extranjería.


   Chateaubriand en las Memorias de Ultratumba, elaboradas a lo largo de la vida, de manera minuciosa, a través de innumerables palimpsestos a los que aplicó la más refinada tortura de la corrección, relata su existencia con esa prosa moderna que dos siglos después es absolutamente eficaz y cristalina. Su éxodo es múltiple: él alcanza a presenciar el fin del antiguo régimen y a partir del retrato de sus
tías abuelas dieciochescas hace un recorrido vital, político y amoroso tan nutrido como los de Magallanes y Bougainville.
    Su prosa es una bruma áurea, flexible, que ingresa a todos los rincones posibles de su tiempo y retrata los avatares de una época donde como pocas veces se concentraron cambios trascendentales, básicos para el ingreso de la actual modernidad.
    Su éxodo es de clase, de régimen, de edad, de tiempo y al final ejerce de escalofriante y acertado profeta cuasi bíblico. Sólo un observador apasionado e inteligente como él puede construir poco a poco y terminar esa pirámide de palabras, ideas y emociones cuando, de ochenta años, alcanza a mirar desde la atalaya terminal dos de los siglos más agitados de la historia. Como Conrad en los océanos, cruza y sobrevive a los más tenebrosos tifones.


---Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 21 de marzo de 2021