Por Eduardo García Aguilar
Unos jóvenes cazadores de tesoros en los mercados de chucherías y bibelots de los pueblos de Francia, encontraron por casualidad una foto donde se aprecia el verdadero rostro del gran poeta Arthur Rimbaud, adulto, en su exilio aventurero por Africa oriental.
Hasta ahora conocíamos de él sólo la bella foto de Carjac, tomada en septiembre de 1871, cuando el poeta era un adolescente rebelde, así como la imagen realizada por el joven Courbet en un cuadro, donde aparece al lado de su novio Verlaine y otras figuras del arte parisino, en la apoteosis romántica y novelesca de una de sus fugas juveniles a París.
Pero del poeta adulto, que se dedicaba a turbios negocios de café, armas y pieles en los ambientes coloniales de Africa, frente al Océano Indico, sólo conocíamos fotos donde se le veía de lejos, vestido de blanco, como un fantasma, un espectro, bajo la canícula africana, en Adén y Harar, y su rostro nos parecía difuso, estancado en los limbos del pasado.
Los cazadores de sorpresas en los mercados de pueblo donde se venden chucherías, observaron entonces la foto de un grupo de franceses coloniales posando en la entrada de un hotel y se sorprendieron al encontrar escrito en el anverso del cliché sepia el nombre mágico del Hotel del Universo, en Adén (Yemen), lugar donde solía hospedarse el genial poeta autor de El barco ebrio, probablemente uno de los más grandes poemas de la humanidad.
Después de investigar con expertos y biógrafos que le han seguido la pista al aventurero, se llegó a la conclusión de que uno de quienes posaban sentado bajo el sol en la puerta del hotel era sin duda Rimbaud, lo que ha conmocionado el mundo literario francés y mundial, pues por primera vez tendremos ya una imagen nítida del poeta de leyenda en su edad adulta.
El el Salón del Libro Antiguo que se realiza en el Grand Palais se ha expuesto una reproducción enorme de la foto, así como un zoom de ese rostro que se volverá familiar con el tiempo para los amantes de la poesía y las leyendas literarias. El joven descubridor de la foto ha posado para la prensa ante la imagen que visitan este fin de semana de primavera bibliófilos, bibliópatas y bibliomaniacos europeos que acuden a su vez en busca de obras preciosas o manuscritos perdidos.
Rimbaud (1854-1891) representa un caso verdaderamente esencial de lo que es el ejercicio literario. En estos tiempos de marketing y vanidades vacuas, en que los escritores son más vedettes de la farándula y comerciantes que otra cosa, vale la pena recordar que Rimbaud fue un genial adolescente nacido en 1854 en la bella ciudad de Charleville, en el noreste de Francia, capital regional muy hermosa que tuvo su auge en los siglos XVII y XVIII y goza de una bella plaza que es casi la reproducción de la famosa Place de Vosges, construida en un estilo apto para las historias de los espadachines Tres Mosqueteros.
Charleville es además una ciudad pequeña cuyos edificios fueron construidos en su mayoría con una piedra de cantera color rosa que le da un tono peculiar a los barrios antiguos y a las callejuelas que nos retrotraen siglos atrás, cuando esta zona minera y rica era el centro de todos los comercios y ferias, en la ruta que llevaba de París a Bruselas y Amsterdam.
Ahí, en un casa frente al río y a un viejo molino, vivió el inquieto muchacho hijo de un militar y una burguesa provinciana, que desde muy temprano se destacó por su talento poético, sus buenos resultados en letras clásicas y el ritmo de su obras primeras, que causaban la admiración de sus maestros como Izambard. Pero como era de esperarse, el precoz muchacho muy pronto se fugó varias veces y comenzó a vivir las aventuras ya conocidas, como su probable participación en las jornadas revolucionarias de la Comuna de París en 1871 y en especial la de su tormentosa relación homosexual con el gran poeta Paul Verlaine, unos años mayor que él, con quien llega a Paris haciéndose conocer rápidamente en los medios culturales de la capital.
Después Rimbaud seguirá su aventura caótica, huirá con su amante a Londres y tras mucho alcohol, pasión y riñas con su esposa, Verlaine, locamente enamorado del efebo, le disparará hiriéndolo de gravedad en 1873, por lo que fue condenado a dos años de cárcel. En esos tiempos Rimbaud escribe lo más importante de su obra, que en gran parte permanece inédita y luego abandonará todo para siempre en 1878 y se irá de aventura por Chipre y Africa del Este, lejos de la feria de vanidades de la vida literaria parisina. Sólo siete años después de su trágica muerte en 1891, en un hospital de Marsella, a donde fue traído desde Africa gravemente enfermo y tras ser amputado, se publicará su corta obra compuesta por las colecciones Poesías, Una temporada en el infierno y Las iluminaciones, que le otorgarán la gloria literaria, de la que nada supo en vida.
Lo importante de esta foto de Rimbaud adulto es la estremecedora metáfora que nos transmite lo que puede ser una verdadera vida literaria, esencial. Vivir la literatura para nada y para nadie como un delirio adolescente y luego dejar todo y partir hacia el olvido en la aventura de la vida. Por eso Rimbaud se ha vuelto una de las principales figuras auténticas de la literatura contemporánea de estos dos últimos siglos, si por ella entendemos la de la era industrial y moderna, en ámbitos de racionalidad y reino del dinero y el pragmatismo económico que terminó por fagocitarla a inicios del siglo XXI.
Al partir, al dejar todo, al negarse a vivir la vida literaria de las capitales cargada de vanidades y ambición, competencia y espurios objetivos comerciales, medallas, academias, grados honoris causa, estatuas, Rimbaud nos enseña que lo más importante es vivir en la nave cautiva del relámpago del viaje ineluctable hacia la muerte y el olvido. Renunciar e irse, viajar anónimo como el barco ebrio de su poema, sin piloto, entre los torbellinos de la tempestad, sería el verdadero objetivo de la auténtica pasión literaria de todos los tiempos.
Unos jóvenes cazadores de tesoros en los mercados de chucherías y bibelots de los pueblos de Francia, encontraron por casualidad una foto donde se aprecia el verdadero rostro del gran poeta Arthur Rimbaud, adulto, en su exilio aventurero por Africa oriental.
Hasta ahora conocíamos de él sólo la bella foto de Carjac, tomada en septiembre de 1871, cuando el poeta era un adolescente rebelde, así como la imagen realizada por el joven Courbet en un cuadro, donde aparece al lado de su novio Verlaine y otras figuras del arte parisino, en la apoteosis romántica y novelesca de una de sus fugas juveniles a París.
Pero del poeta adulto, que se dedicaba a turbios negocios de café, armas y pieles en los ambientes coloniales de Africa, frente al Océano Indico, sólo conocíamos fotos donde se le veía de lejos, vestido de blanco, como un fantasma, un espectro, bajo la canícula africana, en Adén y Harar, y su rostro nos parecía difuso, estancado en los limbos del pasado.
Los cazadores de sorpresas en los mercados de pueblo donde se venden chucherías, observaron entonces la foto de un grupo de franceses coloniales posando en la entrada de un hotel y se sorprendieron al encontrar escrito en el anverso del cliché sepia el nombre mágico del Hotel del Universo, en Adén (Yemen), lugar donde solía hospedarse el genial poeta autor de El barco ebrio, probablemente uno de los más grandes poemas de la humanidad.
Después de investigar con expertos y biógrafos que le han seguido la pista al aventurero, se llegó a la conclusión de que uno de quienes posaban sentado bajo el sol en la puerta del hotel era sin duda Rimbaud, lo que ha conmocionado el mundo literario francés y mundial, pues por primera vez tendremos ya una imagen nítida del poeta de leyenda en su edad adulta.
El el Salón del Libro Antiguo que se realiza en el Grand Palais se ha expuesto una reproducción enorme de la foto, así como un zoom de ese rostro que se volverá familiar con el tiempo para los amantes de la poesía y las leyendas literarias. El joven descubridor de la foto ha posado para la prensa ante la imagen que visitan este fin de semana de primavera bibliófilos, bibliópatas y bibliomaniacos europeos que acuden a su vez en busca de obras preciosas o manuscritos perdidos.
Rimbaud (1854-1891) representa un caso verdaderamente esencial de lo que es el ejercicio literario. En estos tiempos de marketing y vanidades vacuas, en que los escritores son más vedettes de la farándula y comerciantes que otra cosa, vale la pena recordar que Rimbaud fue un genial adolescente nacido en 1854 en la bella ciudad de Charleville, en el noreste de Francia, capital regional muy hermosa que tuvo su auge en los siglos XVII y XVIII y goza de una bella plaza que es casi la reproducción de la famosa Place de Vosges, construida en un estilo apto para las historias de los espadachines Tres Mosqueteros.
Charleville es además una ciudad pequeña cuyos edificios fueron construidos en su mayoría con una piedra de cantera color rosa que le da un tono peculiar a los barrios antiguos y a las callejuelas que nos retrotraen siglos atrás, cuando esta zona minera y rica era el centro de todos los comercios y ferias, en la ruta que llevaba de París a Bruselas y Amsterdam.
Ahí, en un casa frente al río y a un viejo molino, vivió el inquieto muchacho hijo de un militar y una burguesa provinciana, que desde muy temprano se destacó por su talento poético, sus buenos resultados en letras clásicas y el ritmo de su obras primeras, que causaban la admiración de sus maestros como Izambard. Pero como era de esperarse, el precoz muchacho muy pronto se fugó varias veces y comenzó a vivir las aventuras ya conocidas, como su probable participación en las jornadas revolucionarias de la Comuna de París en 1871 y en especial la de su tormentosa relación homosexual con el gran poeta Paul Verlaine, unos años mayor que él, con quien llega a Paris haciéndose conocer rápidamente en los medios culturales de la capital.
Después Rimbaud seguirá su aventura caótica, huirá con su amante a Londres y tras mucho alcohol, pasión y riñas con su esposa, Verlaine, locamente enamorado del efebo, le disparará hiriéndolo de gravedad en 1873, por lo que fue condenado a dos años de cárcel. En esos tiempos Rimbaud escribe lo más importante de su obra, que en gran parte permanece inédita y luego abandonará todo para siempre en 1878 y se irá de aventura por Chipre y Africa del Este, lejos de la feria de vanidades de la vida literaria parisina. Sólo siete años después de su trágica muerte en 1891, en un hospital de Marsella, a donde fue traído desde Africa gravemente enfermo y tras ser amputado, se publicará su corta obra compuesta por las colecciones Poesías, Una temporada en el infierno y Las iluminaciones, que le otorgarán la gloria literaria, de la que nada supo en vida.
Lo importante de esta foto de Rimbaud adulto es la estremecedora metáfora que nos transmite lo que puede ser una verdadera vida literaria, esencial. Vivir la literatura para nada y para nadie como un delirio adolescente y luego dejar todo y partir hacia el olvido en la aventura de la vida. Por eso Rimbaud se ha vuelto una de las principales figuras auténticas de la literatura contemporánea de estos dos últimos siglos, si por ella entendemos la de la era industrial y moderna, en ámbitos de racionalidad y reino del dinero y el pragmatismo económico que terminó por fagocitarla a inicios del siglo XXI.
Al partir, al dejar todo, al negarse a vivir la vida literaria de las capitales cargada de vanidades y ambición, competencia y espurios objetivos comerciales, medallas, academias, grados honoris causa, estatuas, Rimbaud nos enseña que lo más importante es vivir en la nave cautiva del relámpago del viaje ineluctable hacia la muerte y el olvido. Renunciar e irse, viajar anónimo como el barco ebrio de su poema, sin piloto, entre los torbellinos de la tempestad, sería el verdadero objetivo de la auténtica pasión literaria de todos los tiempos.