Por Eduardo García Aguilar*
La muerte del excéntrico George Whitman (1913-2011) a los 98 años de edad el pasado diciembre, causó gran duelo entre los bibliófilos del mundo entero, pues su librería anglófona Shakespeare and Company, la más famosa del planeta, se había convertido en emblema y bandera ondeante de la literatura, de la utopía de escribir y compartir, y era a su vez una mansión loca de varios pisos llena de libros viejos y nuevos, donde se quedaban a dormir y a vivir los jóvenes poetas y narradores errantes de paso por París.
La librería existe desde hace seis décadas como centro literario en el número 37 de la calle de la Bûcherie, en uno de los muelles del Sena frente a la iglesia Notre Dame y al lado del Hotel Esmeralda, regentado por escritores latinoamericanos, en su mayoría peruanos herederos de César Vallejo y César Moro.
Pasar por allí, mirar el vistoso aviso amarillo empotrado en la pared frontal, hurgar en los puestos exteriores en busca sorpresas de ocasión como el Frankenstein de Mary Wolsonecraft Shelley, ver las ventanas abiertas donde se asoman bellas escritoras australianas o suecas que fuman y toman café, es un ritual necesario para los infectados por el vicio de escribir.
Desde hace más de tres décadas, desde mis tiempos de estudiante, suelo pasar por allí mínimo una vez cada mes y en muchas ocasiones tuve la fortuna de ver y cruzar unas palabras con George Withman, la leyenda que reinaba en el lugar con melena despeinada, barba de macho cabrío, vestido siempre con sacos amplísimos, camisas arugadas de colores chillones y suéteres y calcetines de color rojo o fucsia.
El viejo era feliz ahí en su guarida rodeado por jóvenes dependientes que ayudaban a cambio de ser hospedados y tener derecho a una taza de café y croissants. Uno iba al fondo y se sentía en una casa de juguetes donde de repente brincaba un gato o saltaba un pájaro y se aventuraba luego por viejas escalinatas chirriantes hasta las habitaciones superiores, donde reposaban con frecuencia poetas enamoradas de Henry Miller y Anaís Nin, que a su vez se veían despeinadas y tan excéntricas como su protector.
Shakespeare and Company es hermana de esa otra extraordiaria librería de San Francisco, City Lights Books, propiedad de su amigo el poeta beatnik Lawrence Ferlinghetti, quien se inspiró en esta casa para fundar a su vez una aventura similar al lado del Golden Gate, en el barrio italiano de la bella ciudad californiana.
Whitman tenía fama de cascarrabias y son históricas sus rabietas, que pasaban rápido como el viento de invierno filtrado por los viejos ventanales de tarjeta postal. Todos los grandes diarios anglosajones dieron gran despliegue a la muerte de este idealista salido de un texto de Oscar Wilde o de Thomas de Quincey. El New York Times calificó su librería de « paraíso literario » y The Guardian convocó a James Campbell y a Jeannette Winterson para que nos contaran como se vivía allí en esa comuna anarquista de escritores hippies.
George Whitman empezó vendiendo libros de ocasión en un puesto callejero en la famosa avenida Saint Michel y luego fundó la librería Mistral en el lugar actual, antes una tienda de árabes. Por allí pasaron escritores de su generación como la erotómana Anaís Nin, el pornópata Henry Miller, y otros desquiciados como el autor negro James Baldwin, Lawrence Durrel, Samuel Beckett, Jack Kerouac, William Bourroughs y Alen Ginsberg, que la convirtieron en cueva milagrosa de tertulia y proyectos literarios.
La librería es heredera de la otra Shakespeare and Company, creada en la calle de Odeón en 1919 por la idealista Sylvia Beach, editora del Ulises de James Joyce y protectora de autores perdidos en París como Ezra Pound, Ernest Hemingway y Francis Scott Fitgzerald. La librería de Beach fue cerrada después de la Segunda guerra mundial, pero un día de 1958 la anciana editora pasó por la librería del excéntrico a una lectura de Lawrence Durrel y decidió heredarle públicamente el histórico nombre.
Whitman, nacido en New Jersey y crecido en Salem, Massachusets, descubrió París en 1948, a los 34 años, cuando vino como ayudante médico en la posguerra. Había realizado estudios de periodismo y literatura y poco a poco se dedicó a vender ideas y volúmenes, pues creía que « el comercio de los libros es el comercio de la vida ».
La buena noticia es que Shakespeare and Company sobrevivirá a la muerte de su extraño fundador, pues su única hija, nacida en 1981, y a quien bautizó con el nombre de su mentora Sylvia Beach, la dirige con éxito desde hace ya cinco años y como creció rodeada de libros y poetas en esa casa de locos, mantendrá sin duda la antorcha viva en el futuro, retando con valentía los vientos funestos que asedian a la industria editorial y a la bibliofilia.
George Whitman, rey león de los libros, dejó una bella heredera con un corazón tan literario como el suyo, que no dejará desaparecer ese falansterio de escritores bañado por los aires del Sena, en pleno barrio Latino, junto a la calle Saint Jacques y el bar Polly Magoo.
Tal vez era ella una de esas jóvenes que salían a fumar en alguno de los ventanales de la casona de la rue de la Bûcherie que conozco desde antes de que naciera. Como su padre, tal vez Sylvia Beach Whitman lucirá la melena despeinada y reinará cumpliendo su histórica misión con un libro de oro entre las manos sobre el trono más codiciable del mundo.
* Publicado en el diario Excélsior. Sección Expresiones. México D.F. Domingo 5 de febrero 2012
lunes, 6 de febrero de 2012
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