Por Eduardo García Aguilar
El libro más importante aparecido en Colombia en 2013 es "La Bachué de Rómulo Rozo", un ícono del arte moderno colombiano, que se inscribe en la gran tradición latinoamericana de recuperar los huecos de su historia olvidada. El libro no solo se destaca por la altura de los ensayos allí incluidos sino por la excelente calidad de la lujosa edición, cuidada en extremo y dotada de una iconografía magnífica que aclara y revela un segmento de nuestro pasado artístico en el contexto mundial y latinoamericano de entreguerras.
Rómulo Rozo fue uno de los grandes artistas desterrados por voluntad propia de Colombia, que nunca quiso volver a su país y pasó su vida en otras latitudes, primero de joven en la París de las revoluciones artísticas de vanguardia y después en el México revolucionario, donde dio rienda suelta a su arte, realizando monumentos admirados cuyos más grandes rastros monumentales quedan en Yucatán y su capital Mérida, sobre las tierras que alguna vez fueron de la gran civilización Maya.
Los años 20 y 30 en el mundo eran un crisol de muchos movimientos artísticos y políticos y de grandes cambios que conducirían a la reanudación de la guerra y a una conflagración mundial que todavía está en carne viva. Los hombres de ese entonces sabían que después de la atroz Primera Guerra Mundial tenían que dedicarse a escribir, crear, gozar, viajar, vivir, porque los años de paz podían ser cortos, como en efecto ocurrió.
En París se concentraron todos los artistas plásticos del mundo, mientras en los cabarets de Pigalle bailaba la maravillosa negra Josephine Baker y estallaba por todas partes el Art Deco. En Montmartre y Montparnasse trabajaban y rompían las normas Chagall, Picasso, Braque, Modigliani, Diego Rivera, al lado de poetas, músicos, galeristas y editores. Vivían allí el gran poeta peruano César Vallejo, el guatemalteco Miguel Angel Asturias, el mexicano Alfonso Reyes y el colombiano Max Grillo y como ellos los autores anglófonos Ernest Hemingway, James Joyce y Henry Miller, o el austrohúngaro Joseph Roth, sin contar héroes futuros como el vietnamita Ho Chi Mihn o los chinos Chou--En-Lai y Deng-Tsiao-Ping.
Rozo, nacido en 1899 y muerto en 1964, tenía entonces 26 años cuando esculpió "La Bachué, diosa generatriz de los indios chibchas" en piedra negra, obra clave de la modernidad colombiana, según prueban Alvaro Medina, Ricardo Arcos-Palma, Clara Isabel Botero, Christian Padilla Peñuela, y Melba Pineda García, quienes esclarecen desde todos los ángulos posibles los orígenes y el contexto de la imagen de la fértil diosa chibcha. El libro es editado por editorial La Bachué y hace parte del proyecto del mismo nombre (www.proyectobachue.org)
En México acababa de pasar la Revolución Mexicana y, bajo la guía cultural de José Vasconcelos, la gran nación azteca trataba de recuperar su pasado y reivindicar las ruinas que yacían debajo de los templos católicos y los palacios construidos por los españoles. Diego Rivera abandonó París, donde se dedicaba a realizar obra de caballete en Montmartre, y se fue a su país a crear los famosos murales que inauguraron el imaginario reivindicativo de esa revolución autóctona. En Perú José Carlos Mariátegui, desde su revista Amauta, trataba a su vez de abrir ventanas a ese mundo prehispánico despreciado por las élites blancas de los países hispanoamericanos.
Y en Colombia, gracias a la escultura de Rozo, figura central en el pabellón colombiano de la Feria Mundial de Sevilla en 1929, y cuya imagen fue muy difundida en Colombia, surgió la generación de "Los Bachué", que tenían por objetivo "Colombianizar a Colombia". Es una década de movimientos sociales liberales y de izquierda que reivindican los derechos laborales de los colombianos, pero también de actos represivos como la Masacre de las bananeras, mientras recorría las ciudades y los pueblos la gran líder de los trabajadores María Cano.
Comienza a surgir en el país una conciencia que busca dejar atrás el país de las momias ultramontanas que mantenían una larga hegemonía en el poder. Surgen museos arqueológicos, etnológicos, históricos, revistas, suplementos literarios, editoriales, y proliferan poetas que, como León de Greiff y Luis Vidales, revolucionan la práctica del verso.
Rómulo Rozo se inscribe dentro de esa tendencia que a través de la reivindicacion de lo autóctono y la sublevación de las formas, quiere superar la copia fiel de lo clásico greco-romano como única alternativa eterna, y romper con el servilismo de los artistas a los cánones académicos. O sea que es un gran vanguardista y un moderno olvidado por los colombianos, que vivió hasta su muerte en México.
En este libro seguimos la aventura de la búsqueda por Álvaro Medina de la obra "La Bachué", supuestamente perdida desde 1929, y que al final se encontró, por fortuna intacta, en la sala de la casa de la familia Moreno en Barranquilla, uno de cuyos ancestros la compró en
París al joven artista de Chiquinquirá. Es una fértil diosa chibcha en granito negro que Rozo hace sensual con sus piernas helicoidales hechas de serpientes y un cuerpo que se parece al de la negra Josephine Baker contorneándose en el teatro-cabaret Follies Bergére. Pero queda aún por recuperar toda la obra dispersa de un gran desterrado colombiano que vivió y murió para el arte, sin preocuparse por el olvido y la indiferencia de los suyos.