Casi
siempre quienes creen con demasiada ingenuidad en líderes o
caudillos o incluso en figuras benévolas que llegan al poder, terminan
por detestarlos y la vida es para ellos una interminable sucesión de
frustraciones y amarguras. Por eso idealizan a veces los que mueren, son
asesinados o
son derrotados antes de tomar el poder porque no lo ejercieron y nunca
sabremos lo que hubiera pasado si hubiesen gobernado.
Gobernar
cualquier país o región debe ser una verdadera pesadilla y más en estos
tiempos donde todo se sabe mucho más rápido que antes y cuando
cualquier acción emprendida, discurso pronunciado, silencio o lavada de
manos genera de inmediato todo tipo de reacciones emocionales y airadas
de los opositores e incluso de los partidarios. Quien gobierna siempre
será es un instrumento de fuerzas maléficas que lo superan. Por eso
Darío Echandía preguntó: ¿El poder para qué?
Todo
eso se remonta a los tiempos antiguos desde mucho antes de que Roma
dominara el mundo conocido y enviara a las regiones o países lejanos a
gobernadores o prefectos que, como Poncio Pilatos y tantos otros, debían
tomar decisiones en las que era obligado tener en cuenta el juego de
los poderes económicos y religiosos locales para evitar asonadas,
revoluciones ciegas o disturbios generalizados.
Muchos
autores, entre ellos el Anatole France en el Procurador de Judea o el
Mijáil Bulgákov de El Maestro y Margarita, han abordado con diferentes
versiones imaginarias la decisión que tomó Poncio Pilatos, al lavarse
las manos y dejar que se ejecutara a Jesucristo, pese a que tras hablar
con él, según el autor ruso nacido en Kiev, pudo haberse sentido
seducido por su palabra e hizo todo lo posible ante el Sanedrín para
evitar su sacrificio.
Bulgákov
y otros aseguran que Poncio Pilatos se arrepintió y cargó eternamente
con la pena, por lo que su condena ficticia habría sido la de seguir
eternamente en un más allá nebuloso la conversación con aquel mártir
loco que expresaba sus ideas utópicas con claridad y sin miedo, como si
estuviera iluminado.
Igualmente
quienes dieron la orden de matar al Che Guevara en Bolivia y lo
ejecutaron cuando era un pobre diablo preso e inerme, nunca imaginaron
que ese hombre greñudo y sucio, perdido en los Andes, terminaría por
convertirse en un ícono mundial de su tiempo. Al ejecutarlo pensaron que
el fracasado argentino pasaría directamente al olvido y nadie se
acordaría de él o lo reivindicaría, cuando por el contrario tuvieron que
cargar con el estigma hasta el fin de sus días.
Algo
similar pasó con el padre colombiano Camilo Torres muerto un año antes
en las montañas. Toda la vida Alvaro Valencia Tovar, entonces coronel y
después general amante de las letras, buscó lavar su responsabilidad
directa o indirecta en el suceso tendiendo puentes con el bando opuesto,
como demuestra su calurosa correspondencia posterior con Tulio Bayer.
Por
eso me
gustan tanto las memorias de gente como Saint Simon,
Fouché y Chateaubriand, entre otros muchos hombres de letras y poder en
el mundo, que cuentan desde dentro lo que es ejercerlo y que en sus
escritos recuerdan a veces con amargura las decisiones injustas tomadas
al dar órdenes de gobierno que les amargaron el resto de sus días como
traiciones, ejecuciones de amigos o enemigos y represiones sangrientas.
De
ahí que circularan tantas ficciones sobre lo que hubiese pasado si el
emperador Maximilano de Habsburgo no hubiera sido fusilado en el cerro
de las Campanas por orden del líder mexicano Benito Juárez, y leyendas
sobre famosos condenados a muerte que tras perder el poder se salvaron
in extremis y vivieron vidas secretas en lejanas antípodas.
Y
así ha sido siempre desde mucho antes de Babilonia, Egipto, Grecia y
Roma y después hasta
nuestros tiempos. Por eso hay que leer a los
clásicos y si es posible estar lejos del poder y de la política
leyendo los libros de todos los tiempos que nos enseñan tanto, o
escuchando a un sabio que como Diógenes se dio el lujo de poner en su
lugar a Alejandro Magno y le pidió moverse de ahí para que no le
ocultara los rayos del sol que son gratuitos y eternos.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 17 de abril de 2022.
* Ecce homo, imagen del pintor Antonio Ciseri (1821-19891), cuadro realizado en 1871.