domingo, 15 de julio de 2007

ANSELM KIEFER, NOSOTROS Y EL APOCALIPSIS

Por Eduardo Garcia Aguilar

Bajo las gigantescas claraboyas del inmenso Grand Palais, la obra "Lluvia de estrellas" de Anselm Kiefer (1945) impresiona al mostrarnos de manera monumental que todo está condenado a la destrucción apocalíptica y que el artista es sólo un avatar en el paso del tiempo, o al menos el poeta que da luz a esa finitud inescrutable que provocan las guerras y los cataclismos provocados por el hombre. Varios edificios de cemento armado derruidos como si hubiesen sido devastados por una extraordinaria explosión, aparecen dispersados sobre la superficie de este palacio de hierro construido para albergar un segmento de la Feria Internacional de 1889 y celebrar el primer aniversario de la Revolución Francesa.
Kiefer y los artistas de hoy, después de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki y los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York en 2001 para inaugurar el siglo XXI, saben que el planeta está marcado por el signo de su destrucción inevitable, probablemente a manos del hombre mismo. Nuevos países como Corea del Norte e Irán, animados por fanatismos de diversa índole, han entrado a la carrera nuclear y armamentista y casi todos los gobiernos del planeta entonan cantos bélicos, destructores, o justifican, como acaba de hacer ese ministro japonés destituido, el lanzamiento de las bombas atómicas. Irán y los islamistas serían felices lanzando bombas nucleares a los infieles de Occidente y Occidente es feliz lanzando bombardeos a diestra y siniestra en países del llamado Eje del Mal. Los presidentes, aún los más enanos y cómicos, parecen fascinados cuando invitan a sus ejércitos a atacar, destruir, exteminar al enemigo, o a "rellenar" de combustible los aviones de la guerra para ir a bombardear. Ahora ya no se busca el diálogo sino el ataque y la victoria aplastante frente al supuesto enemigo: al fin y al cabo los soldados y los civiles que mueren no son los hijos de los presidentes o de las castas gobernantes y empresariales. Estados Unidos y Europa mandan a la guerra ahora a los inmigrantes mexicanos, peruanos y colombianos que son la carne de cañón, como lo fueron los mismos en la Guerra de Corea y en Vietnam. Las madres y las familias mismas de los sacrificados celebran aquí o allá la muerte de sus hijos como mártires y en verdaderos orgasmos patrióticos o religiosos celebran el sacrificio de los suyos sin saber que detrás de las guerras medran otros intereses.
El caos desparramado de Kiefer en el espacio del Gran Palais indica que la guerra emerge en todas las partes del planeta y que judios, musulmanes, cristianos y otros se han involucrado en ella. Por eso se refiere a esas tres grandes religiones usando elementos y referencias a los puntos esenciales de sus doctrinas y emblemas. Al ver la obra apocalíptica "Lluvia de estrellas" de Anselm Kiefer en el Grand Palais todas esas ideas brotan de manera inevitable en el cerebro del observador sensible. Bajo la armadura metálica antediluviana de este edificio las obras de este artista son un desafío monumental a la monumentalidad. Y eso es el arte: el reto supremo, el ataque y el bombardeo incesante de las ideas y las imágenes artísticas contra la estulticia humana de los Calígulas, Nerones y Atilas gobernantes de hoy.
Contra esos agitadores mundiales de la guerra, los organizadores de la exposición Monumenta convocaron a expresarse a uno de los artistas más notables de la actualidad, viajero y residente en Francia. En el marco del proyecto que invita cada año a un artista a realizar la obra de su vida, entre ellos a Richard Serra en 2008 y Christian Boltansky en 2009, Kiefer aceptó el reto, y sorprende a los espectadores, envueltos en el aura de un nuevo romanticismo surgido a comienzos del siglo XXI. El recorrido tiene siete casas llamadas Tierra de niebla, El secreto de los búnkers, La vía láctea, Aperiatur terra, Viaje al fondo de la noche, Lluvia de estrellas y Domingo de ramos, al interior de las cuales hay decenas de cuadros elaborados con materias naturales y vegetales, una larga palmera, inmensos objetos oxidados o enormes condensadores de vidrio calcinados.
Su obra visita grandes cicatrices de la historia como el reciente holocausto del pueblo judio por parte de los nazis, referencias a viejas cosmogonias como la Kabala, el judaismo y la Biblia, así como a obras literarias de Paul Celan, Rainer María Rilke, Jean Genet, Joris Karl Huysmans, Robert Musil, Federico Nietzsche, Martin Heidegger, Michelet, Hegel, Marx y Benjamin, entre otros. Y cual un centro de inquietud posible planea el exilio al que son convocados todos los habitantes del planeta tras la guerra y el caos. Todos esos autores sufrieron en carne propia el exilio o la persecución por las ideas expresadas y sus frases marcadas en las inmensas paredes de la muestra nos dan luz sobre el fondo del problema de existir frente a la inmensidad de la Vía láctea. Sobre esta infinita suma de luceros en la que nuestro planeta se sitúa, Kiefer hace una enorme tela impresionante donde cada estrella es marcada por el número oficial que le otorga la NASA. Nada somos frente a esa inmensidad, parece insinuar el artista.
Porque quien ve estos espacios sabe muy bien que de un momento a otro su destino puede cambiar como el de esos inocentes trabajadores que acababan de llegar a las oficinas de las Torres Gemelas el 11 de septiembre o las madres e hijos en Oriente Medio que de repente ven bombardeados sus hogares y desaparecer a los suyos para siempre. Kiefer nos dice que podemos ver bombardeadas nuestras ciudades y campos en cualquier instante y que como en Hiroshima y Nagasaki nadie puede estar libre de observar algún día las ruinas de su patria yaciendo entre la maleza. Este es el aterrador mensaje de esta obra realizada por un nuevo romántico. Mientras la televisión y la prensa hablan sin cesar de Paris Hilton, Lady Di, Harry Potter, y de las estrellas de fútbol, la guerra incesante se abre camino entre la codicia de los avorazados reyes midas de hoy. Por fortuna artistas tales como Kiefer están ahí para recordarnos que el mundo actual no es una Disneylandia y que todos debemos estar alertas como los venados en el bosque frente al enemigo que acecha siempre entre los matorrales.