Por Eduardo García Aguilar
Aunque los
clásicos de la poesía universal y francesa desde Safo hasta Rimbaud
tienen una presencia permanente en las librerías del país, gracias a los
apasionados consumidores del género y a los estudiantes de escuelas y
universidades que son obligados a adquirirlos por razones de pénsum, la
verdad es que la presencia del arte del verso es casi secreta, cuando no
clandestina.
Basta visitar grandes y pequeñas librerías para
verse obligado a sacar la lupa y emprender una fuerte pesquisa en
búsqueda de la modesta estantería donde aparecen novedades publicadas
por casas editoriales que publican con amor obras de poetas clandestinos
o desconocidos y cuyas sedes por lo regular se encuentran en provincias
alejadas de la capital, donde alguien se aplica con pasión a editar un
libro a mano, con viejos caracteres, en papeles finos y tirajes
reducidos que encuentran, sin embargo, al reducido público de iluminados
amantes de la poesía que los adquieren y los agotan con el corazón
palpitante.
Nosotros los lectores apasionados de poesía, que
consideramos ese género lo más alto e inasible de la literatura,
adquirimos con el tiempo la capacidad casi mágica y chamánica para
encontrar el lugar secreto, la mesa oculta o el rincón preciso donde
destella algún libro de un poeta secreto editado por editoriales como
Folle Avoine o Fata Morgana, e incluso los títulos de la más prestigiosa
colección de bolsillo existente desde hace medio siglo en Francia, la
de Gallimard.
Desde 1966 Gallimard ha publicado más de
quinientos volúmenes de poesía en libros pequeños de color blanco que
se han vuelto ya clásicos y algunos de los cuales se buscan como joyas
en las librerías de viejo. La colección fue inaugurada bajo el mando del
poeta Alain Jouffroy con libros de Paul Eluard, Federico García Lorca,
Stéphane Mallarmé, Guillaume Apollinaire, Paul Claudel, Paul Valéry,
Louis Aragon, Jules Supervielle, Valery Larbaud, Saint John Perse y René
Char, entre otros y a lo largo de medio siglo ha constituido una
ventana abierta a todas las poesías del mundo en ediciones baratas,
cuidadas y preparadas con amor y rigor.
Desde 1998 la colección
es dirigida por el poeta y viajero André Velter, quien nació en
Charleville, la ciudad de Arthur Rimbaud y le ha otorgado a la misma una
velocidad de crucero, llevándola al puerto de su medio siglo en las
mejores condiciones. Entre las últimas novedades preparadas con esmero
figuran entre otras muchas la poesía de Ingeborg Bachman, Luis de
Camoens, Luis de Góngora e incluso una voluminosa nueva edición de La
divina comedia de Dante, que se pueden llevar en el bolsillo o para el
viaje en el tren o el avión o disfrutar en el retiro del campo, la
montaña alpina o la playa mediterránea.
En esta era de André
Velter se destaca también la publicación de Alvaro Mutis, Marina
Tsvetáieva, Ana Ajmátova, Francisco de Quevedo, Rafael Alberti, William
Blake, Juan Gelman, Ted Hugues y muchos poetas contemporáneos como
Philippe Jacottet, Michel Deguy, Yves Bonnefoy, Nuno Júdice, Zeno Bianu,
Adbelatif Laabi, Jacques Roubaud y Venus Khoury-Gatha, entre otros.
Tengo
un ejemplar de Capital del dolor, con prefacio de André Pieyre de
Mandiargues, primer número de la serie y cuando lo veo y lo tengo entre
mis manos siento una especial emoción. Porque todos los habitantes de
esta casa única pertenecen a un reino secreto de grandes vitalistas y
seres frágiles cruzados por las flechas del dolor como Hölderlin,
Nerval, Trakl, Antonin Artaud, Cesare Pavese, Paul Celan, Ingeborg
Bachman y otra larga lista de artistas que vivieron y murieron en carne
viva.
Muchos de los autores de la colección en su mayoría
vivieron vidas modestas, retirados en sus residencias dejando pasar el
día al día según los ciclos de las horas y la naturaleza y por lo
regular murieron pobres y en el anonimato, aunque siempre cerca de
algunos congéneres que compartían esa visión tan profunda que se
adquiere en el ejercicio poético como extensión del dominio de la vida y
sus arcanos.
Salvo el caso aquellos que vivieron en la luz
pública o política como
Victor Hugo, Pablo Neruda u Octavio Paz y estaban dotados de una gran
fuerza para enfrentar las batallas mundanas, además de lograr la
gloria, los honores desmesurados y el éxito en sus vidas, los poetas
viven siempre tierra a tierra en la contemplación estelar o sanguínea o
en la percepción de las cosas mínimas del existir y del ser como la
lluvia y el viento, el dolor o el deseo. Ellos saben desde que se
descubren poetas, muy temparno en sus vidas por lo regular, que ese
ejercicio les traerá muchos rigores, incomprensión y olvido en vida y
que no tienen más esperanza por fortuna que la de vivir y estar siempre
prestos como antenas o corolas a los mensajes de las dimensiones
interiores.
La colección de poesía de Gallimard ha reunido ya en
esa gran casa a medio millar de esos seres extraños, los poetas,
extraterrestres anclados en la tierra y muy acorde con ella, personas
tan raras como Hölderlin, Rilke, Trakl, Tzara, Clément Marot,
Lautréamont, Fernando Pessoa o Constantin Cavafis, gracias a los cuales
los lectores nos salvamos un poco en cada lectura. La poesía es la
vanguardia de la literatura porque con menos palabras dice muchas mas
cosas y en sus redes, espacios infinitos, vericuetos y laberintos
estamos conectados en definitiva con las raíces y las venas de la
existencia.
viernes, 11 de marzo de 2016
Suscribirse a:
Entradas (Atom)