Por Eduardo Garcia Aguilar
Los periodistas e invitados atacan con voracidad el buffet situado a la entrada del tradicional restaurante Druot, donde desde hace más de un siglo se entrega el premio literario más prestigioso de Francia, instituido por Edmond de Goncourt en 1896 y que consagra cada año una novela de autores francófonos, entre quienes sobresalen Henri Barbusse, Marcel Proust, Andre Malraux, Simone de Beauvoir, Marguerite Duras y Michel Tournier.
El vino corre a raudales mientras los famélicos escritores y enviados de prensa, radio y televisón devoran las deliciosas carnes y los panes que untan con una inmejorable mayonesa de la casa que hace perder la razón a los degustadores. En el pequeño espacio rectangular de la entrada, rodeado por materos de árboles pequeños, todos discuten sobre las distintas probabilidades y comentan en torno a las intrigas y rumores que siempre preceden a la decisión, considerada como un golpe financiero milagroso y salvador para la editorial ganadora.
Los muros del restaurante situado en la plaza Gaillon están adornados con las firmas de los ganadores del galardón. Al frente está situado otro famoso restaurante propiedad del adorado actor Gerard Depardieu. En esta pequeña plaza cercana a La Opera, el Louvre y la Bolsa acuden a divertirse algunos potentados y estrellas de la farándula o la mundanidad literarias. El famoso comentarista gastronómico Jean Luc Petitrenaud llega y de inmediato las cámaras se activan; después aparecen directores de programas televisivos literarios como los famosos Bernard Pivot y Franz Olivier Giesbert, entre otros. Y entre ellos mujeres muy perfumadas, con sus caras estiradas de manera despiadada por los cirujanos estéticos.
Por lo regular los premios Goncourt son criticados por su insignificancia, pues muchas veces los jurados no logran un acuerdo y se deciden por un libro de compromiso que será totalmente olvidado unos meses después. Por tal razón son más las grandes obras ignoradas por los jurados, muchas veces coludidos con las poderosas casas editoriales, que las premiadas, y mucho más la vanidad y el capricho los triunfantes. Cada año alrededor del 10 de noviembre se anuncian en el mismo lugar y el mismo sitio los premios Goncourt y su hermano menor de consolación el Renaudot, con lo que se termina antes de navidad la temporada literaria, iniciada en septiembre con la publicacion anual de unas 700 novelas.
Adentro, en el bar Yann Queffellec, que lleva el nombre de un ex Goncourt bretón vivo que está ahí tomando vino junto a todos nosotros, la prensa agolpada espera que bajen por las escaleras rodeadas de espejos del restaurante los miembros del jurado, para anunciar al fin el nuevo elegido tras deliberaciones llevadas a cabo en un estrecho salón de la parte alta. En esta ocasión actúan dos nuevos jurados recién nombrados para airear los criterios del premio, el magrebino Tahar ben Jeloum y el francés Patrick Rambaud, también ganadores del premio. Entre los jurados figura su presidenta Edmonde Charles-Roux, Jorge Semprum, Michel Tournier y el portavoz Didier Decoin, que aparece de repente y anuncia a quemarropa que el laureado este 2008 es un extranjero: el guionista afgano Atiq Rahimi, de 46 años, por su novela Syngué Sabour, piedra de paciencia.
Descontrol total. El afgano ha ganado por 7 votos contra tres al francés Michel Le Bris, un bretón barbudo y corpulento que organiza en Saint Malo cada año el Festival Impresionantes Viajeros. ¿Cuántos escritores franceses que han trabajado toda la vida para crear una vasta obra se ven así descabezados en la recta final por un apuesto cineasta afgano, hijo de gobernador, que llegó a Francia en los años 80 y luego de publicar dos novelas traducidas del farsi, decide publicar este casi guión de 150 páginas para llevarse la gloria?, pregunta un hombre agitado que ya va por su tercera copa de vino. Antes, el premio fue ganado por extranjeros como el ruso Andrei Makine y el marroquí Tahar Ben Jelloum. Alguna vez un modesto y joven vendedor de periódicos en un kiosko, Jean Rouaud, lo obtuvo, pero después se convirtió en uno de los valores mas firmes y respetados de las letras actuales francesas, recuerda otro.
La presidenta Edmonde Charles-Roux dice que la novela del afgano no es un "bazar oriental" y está escrita con una "prosa quirúrgica". Syngué Sabour es una piedra mágica a la que se le cuentan las penas. La novela publicada por la editorial POL relata la historia de una mujer que cuida a su marido agonizante y en coma por heridas de guerra en un lugar que "puede también ser Afganistán" y en ese "huis clos" ella se libera mentalmente de la horrible opresión religiosa y social islamista a la que las mujeres están condenadas allí. Muchos críticos coinciden en que es un guión cinematográfico adaptado con rapidez a novela corta. Pero ahora las editoriales deben jugar a que la novela traiga en el paquete la posibilidad de una película y por ende ganancias suplementarias. El afgano ya fue premiado en Cannes por una de sus películas y sin duda llevará al cine esta historia que brincó de inmediato a la lista de los best-sellers.
Afuera todos vuelven a caer sobre las viandas, vinos y quesos ofrecidos por la casa. Hay que esperar la llegada de la nueva estrella y mientras eso ocurre las copas van y vienen y las discusiones de los impertinentes y los colados a la recepción. Otros ya hacen la digestión recostados contra las paredes. Nadie pide nada en el bar: para qué, pues hay vino gratis afuera. Y de repente llega en taxi a la plaza Atiq Rahimi con sombrero de explorador, bufanda de cachemir, chaleco afgano, gafas rectangulares de marca, ojos verdes y una serenidad de cineasta a toda prueba frente a mil cámaras y micrófonos. Dice que "habla de todas las mujeres afganas como de todas las mujeres del mundo" y que ellas, bajo la burka, tienen deseos y pasiones como las demás. Un alto valet uniformado trata de protegerlo de los golpes de las cámaras, lámparas y micrófonos, pero él sigue impasible, orgulloso de pertenecer a un país donde estuvieron los griegos milenarios, un país que siempre fue encrucijada de culturas.
Y al fin el se abre paso y entra al restaurante como un afgano en la corte del rey Goncourt que da fama efímera en Francia y traducciones en todo el mundo. En otra sala el africano Tierno Monenembo acaba de ganar el premio Renaudot con su novela "El rey de Kahel", publicada por Seuil. Pero el guineano de 61 años está en Cuba y se ha ahorrado el bochornoso espectáculo. Al fin de cuentas, este otro premio es sólo de consolación, pero entre sus ganadores figura Louis Ferdinand Celine con su Viaje al fondo de la noche. Las críticas arrecian y oigo gritar a una señora algo ebria: "Claro, los premiaron porque ganó Obama, así son" Y agrega con altanera ironía: "¿Tendrán los papeles en regla?".
Afuera todos vuelven a caer sobre las viandas, vinos y quesos ofrecidos por la casa. Hay que esperar la llegada de la nueva estrella y mientras eso ocurre las copas van y vienen y las discusiones de los impertinentes y los colados a la recepción. Otros ya hacen la digestión recostados contra las paredes. Nadie pide nada en el bar: para qué, pues hay vino gratis afuera. Y de repente llega en taxi a la plaza Atiq Rahimi con sombrero de explorador, bufanda de cachemir, chaleco afgano, gafas rectangulares de marca, ojos verdes y una serenidad de cineasta a toda prueba frente a mil cámaras y micrófonos. Dice que "habla de todas las mujeres afganas como de todas las mujeres del mundo" y que ellas, bajo la burka, tienen deseos y pasiones como las demás. Un alto valet uniformado trata de protegerlo de los golpes de las cámaras, lámparas y micrófonos, pero él sigue impasible, orgulloso de pertenecer a un país donde estuvieron los griegos milenarios, un país que siempre fue encrucijada de culturas.
Y al fin el se abre paso y entra al restaurante como un afgano en la corte del rey Goncourt que da fama efímera en Francia y traducciones en todo el mundo. En otra sala el africano Tierno Monenembo acaba de ganar el premio Renaudot con su novela "El rey de Kahel", publicada por Seuil. Pero el guineano de 61 años está en Cuba y se ha ahorrado el bochornoso espectáculo. Al fin de cuentas, este otro premio es sólo de consolación, pero entre sus ganadores figura Louis Ferdinand Celine con su Viaje al fondo de la noche. Las críticas arrecian y oigo gritar a una señora algo ebria: "Claro, los premiaron porque ganó Obama, así son" Y agrega con altanera ironía: "¿Tendrán los papeles en regla?".