sábado, 9 de julio de 2011

EL ATLANTIS Y UN POCO DE CIENCIA FICCIÓN

Por Eduardo García Aguilar
El 20 de julio, con el regreso a tierra del último Atlantis, habrá terminado, 30 años después de su inicio, la era espacial de los transbordadores, que sucedieron sin mucha gloria y con dos notorias tragedias, a las históricas naves Apolo, que llevaron a hombre a la Luna, propulsadas por el cohete Saturno desde Cabo Canaveral.
En una sola década el hombre logró cumplir el objetivo de llegar al espacio y además alejarse de la tierra y llegar al satélite por medio de una proeza tecnológica que enorgulleció por un momento al hombre, en medio de la competencia provocada por la guerra fría entre las dos superpotencias, la Unión Soviética y Estados Unidos.
Ahora la prioridad será llegar a Marte en unas décadas, pero ya no como un desafío nacional estadounidense, sino como un objetivo conjunto de varias potencias mundiales y capitales privados capaces de reunir de manera conjunta las ingentes sumas necesarias para cumplir ese nuevo sueño de la humanidad, que augura la explotación de inagotables recursos naturales en los planetas cercanos del sistema solar.
Dentro de poco el planeta llegará a la temible cifra de 7000 millones de habitantes, lo que augura años futuros difíciles para la humanidad, que se ha convertido en una especie depredadora del planeta que amenaza la sobrevivencia de la especie y su hábitat.
El crecimiento desbordado de la humanidad terminará por crear tarde o temprano no sólo un colpaso alimentario, sino la destrucción de la naturaleza misma, los bosques, las riquezas minerales, el agotamiento del agua dulce, los hidrocarburos, el fin de los polos glaciales y tal vez, si creemos las predicciones de oficinas especializadas, un dramatico calentamiento global de la temperatura que aumentará las catástrofes y desencadenará la furia apocaliptica de tormentas, inundaciones, ciclones y deslizamientos que se unirán al ineluctable movimiento catastrófico de la corteza terrestre, cuyo mapa de océanos y continentes se encuentra siempre en cambio permanente.
No sabemos como concluirá finalmente esa guerra ciega entre los hombres y el planeta, entre la humanidad y la naturaleza circundante. Cuando llegue la tierra a los 9000 millones de habitantes, en este mismo siglo, no sabemos el rumbo que tomará el planeta. No sabemos si la naturaleza decidirá deshacerse de este huésped incómodo y voraz como en otras ocasiones se deshizo de especies nocivas o si finalmente el hombre terminará autodestruyéndose y dejando el globo convertido en una zona semidesértica donde sólo sobrevivirán los que siempre la han habitado, como cucarachas, ratones, bacterias y microbios. Tal vez millones de años después los huesos del hombre serán para los arqueólogos imaginarios remanentes de una especie extinguida, como miles y tal vez millones de otras especies huéspedes anteriores del planeta antes de desaparecer.
Tampoco sabemos si por el contrario y felizmente el hombre futuro avanzará en sus espectaculares descubrimientos hasta solucionar los problemas más acuciantes, como son la alimentación y el agua, liberando así a la humanidad de la esclavitud de ganarse el pan con el sudor de la frente y conduciéndola a dedicarse en exclusiva a la investigación y el saber y a esforzarse en un impulso ecologista auténtico por salvar el planeta, agredido de manera infame en siglos de era industrial. En ese caso la humanidad entera podrá parecerse a una especie jubilada que se dedica a crear inimaginables potencialidades y a viajar a otros planetas para extraer de allí riquezas, mientras la tierra recobra su vitalidad. No sabemos bajo que tipo de regímenes globalizados se instaurará entonces esa era de progreso y abundancia.
Pienso en todo esto como un homenaje al niño que se fascinaba por los avances de la era espacial de los años 60, con los primeros hombres en el espacio, Yuri Gagarin y John Glenn, y el impulso dado a la era espacial bajo el gobierno de John Fitzgerald Kennedy, antes de ser asesinado por Lee Harvey Oswald en 1963, en Dallas (Texas). Y luego, las proezas de las naves Géminis y Soyúz y el lento preparativo de los astronautas estadounidenses liderados por Neil Armstrong para el viaje a la Luna, que fue coronado con éxito en julio de 1969.
Desde ese punto climático de la llegada del hombre a la Luna y la exploración de la superficie lunar en otros viajes más complejos, cuyas imágenes todos observamos en directo en el mundo como un augurio del futuro, la conquista espacial fue perdiendo espectacularidad y se volvió rutinaria. Ahora Estados Unidos tendrá que utilizar las naves rusas para ir a la Estación Espacial, mientras inventa una nueva nave o participa colectivamente en la creación de la misma con otros países. Nuevos invitados al selecto club espacial han realizado grandes avances como Francia, India, Japón y China.
Pero nada igualará a la conquista de la Luna, a los emocionantes pasos de Neil Armstrong y los otros astronautas que lo sucedieron en la superficie del satélite. Mientras tanto, después de la despedida del Atlantis, sólo nos queda de nuevo la imaginación del precursor Julio Verne, el autor sorprendente del libro de "La Tierra a la Luna" y otros autores de ciencia ficción o cineastas cruciales como Stanley Kubrik y su inolvidable 2001 Odisea del Espacio, con quienes podemos especular hasta el cansancio sobre el futuro de la humanidad y del planeta, en lejanos tiempos que no tendremos la fortuna de conocer.