Carmen Barvo, directora de Fundalectura, planteó hace poco la necesidad de reflexionar sobre los nuevos rumbos de la literatura colombiana y pide dar vuelta a la página "de la violencia y el narcotráfico". A mi entender se trata de dejar atrás a las literaturas basadas en el escándalo, el narcotráfico y a la prosa pre-vargasviliana y pre-carrasquillana practicada por los best-sellers antioqueños de moda, que prácticamente han sido hegemónicos en la literatura del país en la primera década de este siglo. Escriben tan mal como Vargas Vilas godos y nos hacen creer que son nuevos.
Pese a que desde la muerte de Rafael Humberto Moreno Durán y su condena al ostracismo al lado de otros grandes narradores de su generación como Fernando Cruz Kronfly, Alberto Duque López, Oscar Collazos, Helena Araújo, Darío Ruiz Gómez, Fanny Buitrago, Albalucía Angel, Ricardo Cano Gaviria, Roberto Burgos Cantor y Marco Tulio Aguilera, entre otros, la crítica parece recuperarse poco a poco. Tras haber desaparecido misteriosamente en universidades y revistas, comienzan a rebelarse algunas voces intelectuales que se niegan a ser complacientes y a aceptar como borregos lo que imponen en Colombia las editoriales Norma, Alfaguara y Planeta con su aburrida letanía de obras costumbristas de lectura fácil promocionadas desde España, país que vive una de las peores épocas literarias de su historia milenaria.
Esas voces hasta ahora silenciadas comienzan a tratar de establecer puentes con otras generaciones literarias colombianas que habían logrado sacar a la literatura colombiana de un autismo costumbrista para conectarla con el mundo y el pensamiento contemporáneo. Me refiero a los escritores que desde mediados de siglo pasado escribían en las revistas Mito y Eco y cuyos discípulos irrumpieron en los años 60 y 70 eperanzados en abrir ventanas a la modernidad, a las literaturas experimentales y al pensamiento contemporáneo.
Obnubilados por los best-sellers, las universidades y las escuelas decidieron enterrar para siempre en las fosas comunes a grandes escritores polígrafos colombianos de espíritu abierto y liberal, que como Germán Arciniegas, Enrique Uribe White, Jaime Jaramillo Uribe, Eduardo Mendoza Varela, Ernesto Volkening, Jaime Gaitán Durán, Fernando Charry Lara, Alvaro Mutis, Hernando Valencia Goelkel, Danilo Cruz Vélez y otros escribían y ejercían la crítica en Lecturas Dominicales de El Tiempo o en revistas universitarias.
Estos hombres traducían literatura francesa, alemana, rusa, centroeuropea y abordaban con espíritu abierto las nuevas corrientes del pensamiento mundial surgidas después de la post-guerra. Todos ellos eran la contraparte colombiana de las generaciones cosmopolitas que marcaron su impronta en Argentina con la revista Sur y Jorge Luis Borges, en Cuba con Orígenes y José Lezama Lima y en México alrededor de Octavio Paz, así como en Chile, Brasil, Perú, Venezuela y otros países del continente.
¿Por que se cortó ese aliento contemporáneo de la literatura colombiana y latinoamericana? Sin duda se debió a la irrupción del boom comercial y a la gran deriva de la literatura comprometida que reinó durante décadas enceguecida por la revolución cubana y el sueño revolucionario armado en el continente, simbolizado por el mito del Che Guevara. De un cosmopolitismo liberal y librepensador pasamos a una literatura comprometida, basada en el realismo mágico y los temas nacionalistas y continentalistas acordes con el discurso del tribuno dictatorial Fidel Castro. De un espíritu crítico pasamos al dogma nacionalista y tercermundista y los puentes con Europa y el mundo se cerraron para abrir otros de tipo animista y folclórico. Los latinoamericanos quedamos como figuras de pacotilla tercermundista y por eso estuvimos de moda durante tres décadas en esos centros del poder. Por eso sólo publican best-sellers de sicarios y narcos y niegan la traducción a generaciones enteras de autores de alto nivel como Fernando Cruz Kronfly, un intelectual colombiano que merece los Premios Cervantes y Príncipe de Asturias.
Ahora todo ha cambiado. Desde la caída del muro de Berlín y el fin de esos sueños, el pensamiento abierto y cosmopolita de escritores colombianos como Moreno Durán y Cruz Kronfly quedó enterrado en el pasado y bajo la decepción y el pragmatismo del neoliberalismo salvaje, la literatura latinoamericana se vendió a los criterios de la comercialización. Sólo vale lo que vende. Vendo, luego existo. Si una novela vende es porque es buena y punto. Y así los grandes autores colombianos desaparecieron para dar paso a varias generaciones de autores ramplones de bajísima calidad o que ejercitan una ingenua retórica formalista de cartón piedra.
Por eso las declaraciones recientes de una mujer como Carmen Barvo son bienvenidas como un signo de que ya hay que rebelarse contra esta dictadura de la mediocridad literaria que se impuso en esta década ante la inercia de generaciones de intelectuales desmoralizados por el miedo ambiente. Ahora hay que apoyar a las pequeñas editoriales y revistas del país y dejar de financiar con millones a Alfaguara, Norma y Planeta.
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* La irónica imagen utilizada es de la ilustradora Nancy Arroyave. La literatura de hoy, como en tiempos de Vargas Vila es para asustar monjas.