Me pidieron hace poco una dirección para tomar la foto de
la casa donde nací y pasé mi infancia en Manizales y de repente
retrocedí en el tiempo de manera vertiginosa e inquietante. La casa
donde vi la luz en la carrera 24 cerca del Parque Fundadores y las dos
principales donde viví hasta mi partida, fueron demolidas para construir
o ampliar avenidas y solo una sigue en pie, la situada en la esquina de
la carrera 23 y calle 29, en el Parque Caldas, desde donde vimos llegar
en familia el cortejo triunfal de la Miss Universo Luz Marina Zuluaga
en 1958, desde una de las ventanas del primer piso.
Por lo regular uno no suele remover a fondo
esas profundas capas concéntricas de la arqueología familiar, pero al
ver las fotos tomadas por el generoso amigo, esos momentos se desbocaron
y tocaron de repente el corazón. Por lo visto, a mis jóvenes padres les
gustaba la zona que se encontraba entre el parque Fundadores y el
Parque Caldas, porque nací a las 5 y media de la mañana del 7 de
septiembre de 1953 en la carrera 24 con calle 30 en una casa demolida
hoy y que es un estacionamiento, no lejos de la llegada del Cable y
donde debimos residir uno o dos años.
De ahí, acercándose al Parque Caldas, nos
pasamos a la parte alta de de esa casa sólida de varios pisos situada en
una esquina, diagonal de la antigua y bella Iglesia de la Inmaculada,
donde fui bautizado y que es un templo que visito cuando puedo, pues es
una de las remanencias más antiguas de la ciudad, salvada de las llamas
de los dos terribles incendios que la devastaron en los años 20 y que
obligó a la reomodelación de la parte central, hoy considerada centro
histórico. Maruja Viera, que también vivió
en el Parque Caldas, fue infante testigo del segundo incendio y
recuerda muy bien los ajetreos de su padre y familiares durante la
tragedia, en dos textos claves de la literatura nuestra.
En esa casa en la que viví
hasta los cinco años pasaron tantas cosas no tanto porque sucedieran,
sino porque el habitante niño experimenta una especie de big bang de
conocimiento y todos sus sentidos comienzan a captar el exterior y a
descubrir el mundo con un estupor que se mezcla a la fascinación, al
terror y el misterio. Los primeros accidentes vividos, las visitas de
familiares y amigos, los primeros decesos de abuelos o parientes, quedan
grabados en la memoria.
No solo sucedió allí la llegada de Miss
Universo, que aun suscita entre los nativos de la ciudad tantos
recuerdos y admiraciones, sino las de un pariente importante que moriría
pronto, o la de un primo loco, el hijo de mi tía
y madrina Blanca, que me comunicaría de inmediato con la excentricidad,
la locura y las descabelladas acciones de los surrealistas que viven en
el seno de todas las familias.
También vemos las primeras lágrimas del
padre que recibe la noticia de la muerte del suyo, mi abuelo Marco
Aurelio, y el ajetreo que inunda la casa antes de que deba partir a su
sepelio, el llanto de la prima Cecilia, que estuvo en casa unos días tal
vez por un parto en la familia de mi tía
Amanda y lloraba inconsolable por la ausencia de los suyos y revive al
ver a su padre, que viene por ella para llevarla a casa.
También son los años del complejo de Edipo,
cuando uno es la extensión del cuerpo de la madre, cuya presencia
permanente nos guía y excita los sentidos y las más esenciales
sensaciones. El nacimiento de la hermana menor, la caída del dictador
Rojas Pinilla y la elección del liberal Alberto Lleras Camargo, primero
del Frente Nacional, son acontecimientos que permanecen en el recuerdo.
Mi hermano mayor Humberto llega con un diario y muestra la foto del
nuevo mandatario, liberal como mi padre. Y en la casa, ya presente y en
coexistencia pacífica con él, mi abuela Mercedes Ramírez Cardona, gran goda que me hizo conocer curas e iglesias.
El Parque Caldas sería unos cuantos años
después lugar de peregrinación frecuente, de encuentro con otros niños
para intercambiar las estampas de los álbumes o para vivir instantes
junto a los guaduales y la estatua del sabio mártir que, según la
leyenda, perdió la vida en su lucha por la independiencia, pero imploró en vano la clemencia de los españoles. Y también para descubrir el cine y los filmes con Sofía Loren y Raquel Welch.
Sería
él quien escribiría antes del suplicio sobre su vida truncada: "O,
larga y negra partida", según cuentan los libros de la historia patria,
aunque para otros es un signo alquimista o masónico.
Caldas, que dio nombre a la región, el mismo que conoció a Humboldt,
observó el cosmos y subió hasta las cumbres par probar instrumentos y
ver las maravillas de la naturaleza. Un honor y un privilegio haber
vivido la primera infancia en ese Parque Caldas, donde mis jóvenes
padres debían sentirse felices, a salvo de la Violencia.