lunes, 8 de marzo de 2021

VIVIR EN EL PARQUE CALDAS

Por Eduardo García Aguilar

Me pidieron hace poco una dirección para tomar la foto de la casa donde nací y pasé mi infancia en Manizales y de repente retrocedí en el tiempo de manera vertiginosa e inquietante. La casa donde vi la luz en la carrera 24 cerca del Parque Fundadores y las dos principales donde viví hasta mi partida, fueron demolidas para construir o ampliar avenidas y solo una sigue en pie, la situada en la esquina de la carrera 23 y calle 29, en el Parque Caldas, desde donde vimos llegar en familia el cortejo triunfal de la Miss Universo Luz Marina Zuluaga en 1958, desde una de las ventanas del primer piso.

Por lo regular uno no suele remover a fondo esas profundas capas concéntricas de la arqueología familiar, pero al ver las fotos tomadas por el generoso amigo, esos momentos se desbocaron y tocaron de repente el corazón. Por lo visto, a mis jóvenes padres les gustaba la zona que se encontraba entre el parque Fundadores y el Parque Caldas, porque nací a las 5 y media de la mañana del 7 de septiembre de 1953 en la carrera 24 con calle 30 en una casa demolida hoy y que es un estacionamiento, no lejos de la llegada del Cable y donde debimos residir uno o dos años.

De ahí, acercándose al Parque Caldas, nos pasamos a la parte alta de de esa casa sólida de varios pisos situada en una esquina, diagonal de la antigua y bella Iglesia de la Inmaculada, donde fui bautizado y que es un templo que visito cuando puedo, pues es una de las remanencias más antiguas de la ciudad, salvada de las llamas de los dos terribles incendios que la devastaron en los años 20 y que obligó a la reomodelación de la parte central, hoy considerada centro histórico. Maruja Viera, que también vivió en el Parque Caldas,  fue infante testigo del segundo incendio y recuerda muy bien los ajetreos de su padre y familiares durante la tragedia, en dos textos claves de la literatura nuestra.

En esa casa en la que viví hasta los cinco años pasaron tantas cosas no tanto porque sucedieran, sino porque el habitante niño experimenta una especie de big bang de conocimiento y todos sus sentidos comienzan a captar el exterior y a descubrir el mundo con un estupor que se mezcla a la fascinación, al terror y el misterio. Los primeros accidentes vividos, las visitas de familiares y amigos, los primeros decesos de abuelos o parientes, quedan grabados en la memoria.

No solo sucedió allí la llegada de Miss Universo, que aun suscita entre los nativos de la ciudad tantos recuerdos y admiraciones, sino las de un pariente importante que moriría pronto, o la de un primo loco, el hijo de mi tía y madrina Blanca, que me comunicaría de inmediato con la excentricidad, la locura y las descabelladas acciones de los surrealistas que viven en el seno de todas las familias.

También vemos las primeras lágrimas del padre que recibe la noticia de la muerte del suyo, mi abuelo Marco Aurelio, y el ajetreo que inunda la casa antes de que deba partir a su sepelio, el llanto de la prima Cecilia, que estuvo en casa unos días tal vez por un parto en la familia de mi tía Amanda y lloraba inconsolable por la ausencia de los suyos y revive al ver a su padre, que viene por ella para llevarla a casa.

También son los años del complejo de Edipo, cuando uno es la extensión del cuerpo de la madre, cuya presencia permanente nos guía y excita los sentidos y las más esenciales sensaciones. El nacimiento de la hermana menor, la caída del dictador Rojas Pinilla y la elección del liberal Alberto Lleras Camargo, primero del Frente Nacional, son acontecimientos que permanecen en el recuerdo. Mi hermano mayor Humberto llega con un diario y muestra la foto del nuevo mandatario, liberal como mi padre. Y en la casa, ya presente y en coexistencia pacífica con él, mi abuela Mercedes Ramírez Cardona, gran goda que me hizo conocer curas e iglesias.

El Parque Caldas sería unos cuantos años después lugar de peregrinación frecuente, de encuentro con otros niños para intercambiar las estampas de los álbumes o para vivir instantes junto a los guaduales y la estatua del sabio mártir que, según la leyenda, perdió la vida en su lucha por la independiencia, pero imploró en vano la clemencia de los españoles. Y también para descubrir el cine y los filmes con Sofía Loren y Raquel Welch.

Sería él quien escribiría antes del suplicio sobre su vida truncada: "O, larga y negra partida", según cuentan los libros de la historia patria, aunque para otros es un signo alquimista o masónico. 
 
Caldas, que dio nombre a la región, el mismo que conoció a Humboldt, observó el cosmos y subió hasta las cumbres par probar instrumentos y ver las maravillas de la naturaleza. Un honor y un privilegio haber vivido la primera infancia en ese Parque Caldas, donde mis jóvenes padres debían sentirse felices, a salvo de la Violencia.

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