Por Eduardo García Aguilar
Tanto la quiebra con efecto dominó de bancos,
empresas y particulares de hace más de una década como la pandemia
actual incrementaron de repente el desempleo y llevaron a la pobreza a
millones de personas, especialmente en los países donde no se aplican
sólidas políticas sociales y la mayoría de la población lucha día a día
en la informalidad para ganarse unas cuantas monedas, ante la
indiferencia de los malos gobiernos.
Gurría, que en principio era un adalid del
neoliberalismo más radical aplicado en México por los políticos de su
generación encabezados por Carlos Salinas de Gortari a lo largo de un
cuarto de siglo, ha cambiado como todo ser inteligente debería hacer y
en la actualidad defiende las políticas heterodoxas que han salvado a
muchos países del desastre, lejos de la defensa a ultranza de la
austeridad terca y más cerca de resucitar las políticas keynesianas que
recuperaron al mundo después de la Segunda guerra mundial con
gigantescas políticas de inversión pública y ayuda a quienes quedaron en
la miseria.
Cuando el mundo después de múltiples negociaciones y
pulsiones volvía más o menos a encontrar cierto equilibro, cayó la
inédita pandemia ante la cual los gobiernos y las
instituciones financieras tuvieron que generar como bomberos o
rescatistas de emergencia rápidas medidas que impidieran el derrumbe y
el caos generalizado, sin cometer los errores de otros años.
Me acuerdo del joven viceministro Gurría, quien nos recibía a algunos corresponsales extranjeros en su oficina del Palacio Nacional de la capital mexicana para explicar las nuevas políticas aplicadas por esa ambiciosa generación de economistas mexicanos dispuestos a dejar para siempre las viejas ideas del Partido Revolucionario Institucional y cambiarlas por las que estaban de moda en los tiempos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan: privatizar a ultranza, bajar los impuestos a los ricos, liberar la economía para que funcionara sola sin restricciones y reducir la intervención del Estado a lo mínimo. El pobre es pobre porque es bruto y no emprende, pensaban. Mientras más ricos sean los ricos mejor estarán los pobres, agregaban.
En una reciente entrevista para El País de España, Gurría se despide con el mismo buen humor que tenía
en aquellos tiempos de joven funcionario, cuando tal vez creía que el
ideario de Reagan y Thatcher traería la felicidad al mundo y
eliminaría la pobreza, pues al fin y al cabo después de la caída de la
Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría llegábamos al final de la historia, como abogaba entonces Francis Fukuyama.
Al escucharlo ahora nos damos cuenta de que la realidad
provocó tal vez en su pensamiento un viraje que lo lleva a defender medidas
económicas impensables antes, aplicadas hoy al interior de las grandes
potencias norteamericanas y europeas, empezando por el impresionante
plan de recuperación del presidente Joe Biden y las generosas políticas
de soporte a la economía siniestrada en la Unión Europea, bajo la
consigna de "cueste lo que cueste" del presidente francés Emmanuel
Macron y con el apoyo de la poderosa Alemania de Angela Merkel, antes rigurosa adalid de la austeridad.
El viejo John Manyard Keynes, amante de las letras y
miembro con Virginia Woolf del grupo de Bloomsbury, está ahora más vivo
que nunca, pese a que los neoliberales de hace unas décadas lo dieron
por muerto para siempre.
Gurría alerta ahora como un viejo sabio que se debería seguir aplicando las medidas generosas y sociales requeridas por la
excepcional pandemia mundial, cosa que no se hizo en la crisis de 2008,
pues de lo contrario, al despertar de este traumatismo, todo se puede
volver a venir abajo.
El Estado tiene que intervenir para salvar a la
gente inyectando recursos a la economía porque su función antes que
defender a ultranza a los ricos es propiciar más justicia social, hacer
que más amplias capas de la población se eduquen y coman, tengan mejores
servicios de salud, y ese esfuerzo se debe hacer por varias
generaciones de manera sostenida como lo hicieron las políticas
keynesianas de la posguerra. Ojalá algún día los gobiernos
latinoamericanos entiendan que dejar para siempre en la pobreza a la
mitad de la población de un país no le conviene a nadie, ni siquiera a
los ricos.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 6 de junio de 2021.