Mostrando entradas con la etiqueta economía. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta economía. Mostrar todas las entradas

sábado, 10 de septiembre de 2022

BOSQUE Y JARDÍN BOTÁNICO EN PALESTINA

Por Eduardo García Aguilar

Conozco desde la infancia las zonas cercanas a donde se construiría el famoso aeropuerto de Aerocafé, pues siempre en vacaciones solía quedarme en Chinchiná en la casa de mi tía Amanda y mis primos y recorría esos territorios en paseos, caminatas, excursiones, percibiéndolos siempre como un rincón de un paraíso de la naturaleza donde a veces en la noche se veían los fuegos fatuos emerger de las guacas quimbayas. También desde Manizales solíamos de niños hacer excursiones escolares a Cambía y otros lugares de la región bañada por el río Cauca y se pasaba por donde ahora en vez de montaña y aves hay un desolado terraplén sin árboles ni animales como una herida abierta.

Más tarde he pasado tiempo en predios de amigos o familiares alrededor de la carretera que lleva a Palestina, Arauca y al río Cauca, poblados por pequeñas fincas cafeteras y una vegetación desbordante cuyos aromas causan una ebriedad sin nombre y le recuerdan a uno lo que significa de verdad la palabra terruño. Y desde las alturas de Chipre o del barrio La Francia en Manizales observaba desde otro ángulo esas zonas verdes, bañadas a veces por los aguaceros o los rayos del sol que cruzan nubes.   

En muchos de esos viajes por esa carretera que va hacia el río Cauca o por caminos vecinales solía detenerme a la vera del camino con amigos o familiares a escuchar el sonido de los grillos y otros insectos, el canto de los pájaros o aspirar el perfume de la vegetación mecida por el viento o la lluvia. Es la forma esencial de saber que esa es la tierra y la vegetación de todos los habitantes de la región cafetera, un clima templado sobre territorios con remansos, cuencas, repliegues que hasta ahora se han salvado en parte de la urbanización galopante.

Desde La Ceiba, al lado de la liofilizadora que expele aromáticas humaredas de café y del embalse cercano, he visto crecer a lo largo de las décadas la amenaza de ese aeropuerto y poco a poco, los remansos de paz se han venido transformando de manera inquietante. Así he visto a fincas convertirse en condominios o edificaciones de cemento irrumpir sin plan alguno, deteriorando el paisaje ecológico, lo que presagia la catástrofe del cáncer urbano.

Algunos decían con entusiasmo que ya pronto veríamos aterrizar los enormes aviones del progreso en esa colina allá arriba y yo pensaba para mis adentros con temor que eso generaría en esas tierras un proceso acelerado de urbanización descontrolada en contravía con las tendencias mundiales de protección del medio ambiente, la naturaleza, los recursos acuíferos, el aire respirable. Porque allí donde se pueda salvar una montaña, un valle, un árbol, un riachuelo, vale la pena hacer el esfuerzo para conjurar el desastre.

Por eso en mis sueños utópicos pensaba que mejor que una gigantesca y ruidosa plancha de cemento en ese mirador de Palestina, marcada por el incesante revuelo de los aviones y la humareda dejada por los combustibles en los estacionamientos, era preferible que se implantara allí de nuevo el bosque y un jardín botánico para que regresen aves, insectos, pequeños mamíferos y la lluvia y la niebla.

Movimientos ecologistas en Francia y Alemania y otros países europeos han ganado batallas contra aeropuertos o zonas industriales planificados desde los tiempos del siglo pasado cuando el progreso y el avance de la humanidad eran sinónimo de cemento, autopistas, avenidas, rascacielos, urbes caóticas que devastan las cuencas acuíferas y ahuyentan la naturaleza. Las ciudades y los territorios se planificaron en el siglo XX para abrir paso al dios automóvil y a su poderosa industria, en detrimento del transporte colectivo. Se creía maravilloso y viable que los miles de millones de humanos tuvieran cada uno un vehículo para uso personal sin calibrar las consecuencias que esa locura tendría para el planeta. 

Y cuando ocurrió hace poco la reciente pandemia y cesó el tráfico aéreo en el mundo, descubrimos lo maravilloso que era un cielo azul despejado sin aviones. Parecía un sueño imposible, pero lo vimos durante esos aciagos años en que la humanidad estaba amenazada por el virus. En este siglo XXI poco a poco se toma conciencia de la necesidad de proteger el planeta de su suicidio dejando atrás concepciones de progreso y desarrollo equivocadas y obsoletas que encienden bosques e inundan países enteros. 

Es evidente e imperativo reducir el imperio del automóvil, el cemento y el avión, el reino de la gasolina y el carbón, dejar atrás los rascacielos y las avenidas que destruyen parques y barrios históricos. Por supuesto que es necesario evitar la destrucción de bosques y selvas y abogar para que las ciudades sean más verdes y humanas. Ahora que se incendia a pasos agigantados la Amazonía, el pulmón sagrado del planeta, debemos comprender que salvar cualquier montaña, colina, riachuelo, lago o valle del imperio del cemento es un ganancia para todos.

Por eso ahí donde desde hace décadas se planeaba un aeropuerto, sería bueno que surgiera por el contrario un bosque y un jardín botánico donde las generaciones futuras investiguen como salvar al planeta. Las plantas, los pájaros y todo tipo de animales volverían de nuevo el lugar después de ser expulsados al exilio y vivirían agradecidos de recuperar su refugio natural, creando un nuevo nido de biodiversidad. Y los habitantes de la región podrían convertirse también en los guardianes y beneficiarios de su propia naturaleza.    
---
Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 11 de septiembre de 2022. 
* Fotografía tomada del sitio de Aerocafé: https://aeropuertodelcafe.com.co/

sábado, 5 de junio de 2021

LA RESURRECCIÓN DE KEYNES


Por Eduardo García Aguilar


El mexicano José Angel Gurría deja a los 71 años de edad la secretaría general de la OCDE después de 15 años terribles en que el mundo experimentó crisis económicas sin precedente como la gran bancarrota de 2008 y el impacto devastador de la pandemia del coronavirus en 2020 y 2021. Ambos acontecimientos causaron la ruina de muchos particulares y la quiebra de empresas y de países que como Grecia, Portugal, España, Italia, entre otros, realizaron arduas y largas negociaciones con las instituciones internacionales no caer al abismo.

Tanto la quiebra con efecto dominó de bancos, empresas y particulares de hace más de una década como la pandemia actual incrementaron de repente el desempleo y llevaron a la pobreza a millones de personas, especialmente en los países donde no se aplican sólidas políticas sociales y la mayoría de la población lucha día a día en la informalidad para ganarse unas cuantas monedas, ante la indiferencia de los malos gobiernos.

Gurría, que en principio era un adalid del neoliberalismo más radical aplicado en México por los políticos de su generación encabezados por Carlos Salinas de Gortari a lo largo de un cuarto de siglo,  ha cambiado como todo ser inteligente debería hacer y en la actualidad defiende las políticas heterodoxas que han salvado a muchos países del desastre, lejos de la defensa a ultranza de la austeridad terca y más cerca de resucitar las políticas keynesianas que recuperaron al mundo después de la Segunda guerra mundial con gigantescas políticas de inversión pública y ayuda a quienes quedaron en la miseria.

Cuando el mundo después de múltiples negociaciones y pulsiones volvía más o menos a encontrar cierto equilibro, cayó la inédita pandemia ante la cual los gobiernos y las instituciones financieras tuvieron que generar como bomberos o rescatistas de emergencia rápidas medidas que impidieran el derrumbe y el caos generalizado, sin cometer los errores de otros años.  

Me acuerdo del joven viceministro Gurría, quien nos recibía a algunos corresponsales extranjeros en su oficina del Palacio Nacional de la capital mexicana para explicar las nuevas políticas aplicadas por esa ambiciosa generación de economistas mexicanos dispuestos a dejar para siempre las viejas ideas del Partido Revolucionario Institucional y cambiarlas por las que estaban de moda en los tiempos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan: privatizar a ultranza, bajar los impuestos a los ricos, liberar la economía para que funcionara sola sin restricciones y reducir la intervención del Estado a lo mínimo. El pobre es pobre porque es bruto y no emprende, pensaban. Mientras más ricos sean los ricos mejor estarán los pobres, agregaban.

En una reciente entrevista para El País de España, Gurría se despide con el mismo buen humor que tenía en aquellos tiempos de joven funcionario, cuando tal vez creía que el ideario de Reagan y Thatcher traería la felicidad al mundo y eliminaría la pobreza, pues al fin y al cabo después de la caída de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría llegábamos al final de la historia, como abogaba entonces Francis Fukuyama.

Al escucharlo ahora nos damos cuenta de que la realidad provocó tal vez en su pensamiento un viraje que lo lleva a defender medidas económicas impensables antes, aplicadas hoy al interior de las grandes potencias norteamericanas y europeas, empezando por el impresionante plan de recuperación del presidente Joe Biden y las generosas políticas de soporte a la economía siniestrada en la Unión Europea, bajo la consigna de "cueste lo que cueste" del presidente francés Emmanuel Macron y con el apoyo de la poderosa Alemania de Angela Merkel, antes rigurosa adalid de la austeridad.

El viejo John Manyard Keynes, amante de las letras y miembro con Virginia Woolf del grupo de Bloomsbury, está ahora más vivo que nunca, pese a que los neoliberales de hace unas décadas lo dieron por muerto para siempre.

Gurría alerta ahora como un viejo sabio que se debería seguir aplicando las medidas generosas y sociales requeridas por la excepcional pandemia mundial, cosa que no se hizo en la crisis de 2008, pues de lo contrario, al despertar de este traumatismo, todo se puede volver a venir abajo.

El Estado tiene que intervenir para salvar a la gente inyectando recursos a la economía porque su función antes que defender a ultranza a los ricos es propiciar más justicia social, hacer que más amplias capas de la población se eduquen y coman, tengan mejores servicios de salud, y ese esfuerzo se debe hacer por varias generaciones de manera sostenida como lo hicieron las políticas keynesianas de la posguerra. Ojalá algún día los gobiernos latinoamericanos entiendan que dejar para siempre en la pobreza a la mitad de la población de un país no le conviene a nadie, ni siquiera a los ricos.    

-------
Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 6 de junio de 2021.