sábado, 28 de noviembre de 2020

LOS PASOS DE MARGUERITE YOURCENAR



Por Eduardo García Aguilar

Volver a recorrer los pasos de Marguerite Yourcenar a través de la biografía escrita por Josyane Savigneau es una verdadera delicia, ya que en estos tiempos de permenente e insulsa algarabía planetaria, conectarse con ella ayuda al lector a confirmar que no está equivocado y que los libros, la literatura, la historia, el pensamiento son los mejores remedios contra el descreimiento o la fatiga que prodiga el caótico mundo contemporáneo. No está nada mal viajar a los tiempos de Alejandro Magno, Julio César o al Imperio Romano de Adriano o Nerón para constatar que el mundo cambia poco.

Yourcenar (1903-1987) es un ejemplo de lo que significa ejercer contra viento y marea la pasión de leer, pensar y escribir. Era un roble humano y una inteligencia deslumbrante. Tuvo la fortuna de ser confortada desde temprano en esos placeres por el padre viudo, viajero aristócrata que le puso maestros privados y la llevaba con él a lugares exquisitos de la costa Mediterránea, Italia y Suiza, donde solía ir a divertirse y a desahogar su pasión por el juego en lujosos casinos.

Huérfana de madre, la escritora creció al cuidado de ayas y se adecuó a la soledad y el rigor de los internados donde la única diversión posible era el estudio y la lectura. Su padre le financió la publicación de sus primeros libros cuando aun era adolescente y tras su muerte le quedó una fortuna que le posibilitó viajar durante una década a sus lugares más preciados, donde siguó los rastros de las culturas helenística y latina y vivió pasiones con hombres de cultura que nunca olvidó.

Hedonista, amante de la vida y el placer, atenta a los destinos humanos y los sucesos del mundo, Yourcenar se conectó desde temprano con los medios literarios de París y publicó en revistas ensayos y ficciones que le servirían luego como embriones para sus obras mayores, entre ellas las Memorias de Adriano, que le dieron la fama mundial y al final la gloria en vida, como una de las grandes autoras del siglo XX, al lado de Virginia Woolf y Hannah Arendt, entre otras.

Agotada la fortuna, se ganó la vida traduciendo para grandes editoriales francesas obras como Las Olas, de la Woolf, a quien visitó para ese efecto y después, cuando ya muchos huían del avance nazi y se avizoraba la conflagración, se trasladó a Estados Unidos. Allí fue contratada por un colegio para chicas ricas de la costa este donde impartió clases de literatura durante una década. Quienes la conocieron en aquellos sombríos años la describen como una mujer altiva, excéntrica, elegante, que impresionaba por su inteligencia y erudición y su fuerza de carácter.

Vivía entonces en un modesto apartamento de Hartford con su pareja, la también profesora Grace Frick, y luego se trasladó con ella a una casa campestre en la isla de Mount Desert, situada en el frío noreste norteamericano. Recuperó una maleta olvidada antes de la guerra que le envió desde Suiza un fiel amigo y allí, entre viejos objetos personales y documentos, encuentra el embrión de las Memorias de Adriano, cuya escritura emprende con pasión cuando viajaba en tren hacia el sur de Estados Unidos, saliendo de un letargo de más de una década.

Mount Desert se convierte en un refugio literario y con la ayuda y lealtad de Grace Frick reanuda los contactos con el mundo literario parisino, que recobra fuerza en tiempos de posguerra. De esa casa salen una tras otras sus nuevas obras y poco a poco se convierte en una leyenda de la lengua francesa, orgullo nacional, y en la primera mujer en acceder a la más que centenaria Academia Francesa, solo compuesta por varones a través de los siglos.

Su ingreso a la institución la proyecta a la cima de su fama y periodistas, lectores, académicos, admiradores, acuden a verla en su retiro, convirtiéndola en una pop star, cuya elocuencia asombrosa y gracia seduce en los máximos programas televisivos, entre ellos los dirigidos por Bernard Pivot, Jacques Chancel y otras estrellas del periodismo cultural, cuando un escritor podía aun atraer masivamente a los televidentes, cosa hoy impensable.

Fallecida su pareja, Yourcenar inicia una relación con el joven Jerry Wilson, con quien decide viajar durante un lustro a los países más exóticos de Asia y Oriente Medio, y visita las ciudades europeas, asiáticas, magrebíes o egipcias donde está anclada su obra. A donde llega, es recibida casi con honores de Estado y en Ginebra se entrevista con Jorge Luis Borges, su contemporáneo y congénere en la genialidad literaria. Wilson, con quien sostenía en la ancianidad una relación conflictiva y apasionada, muere en París y ella retorna ya solitaria a Mount Desert, donde fallece después de un derrame cerebral. Durante sus últimos días, esa gran máquina de pensar permaneció en el delirio.

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 29 de noviembre de 2020.

viernes, 27 de noviembre de 2020

EDGAR MORIN Y LOS RETOS DEL SIGLO


Por Eduardo García Aguilar
 

Este fin de semana el diario francés Le Monde publica una extensa entrevista de Nicolas Truong con el filósofo Edgar Morin, quien a unos meses de cumplir cien años de edad en julio próximo sigue tan lúcido y ágil como siempre, tratando de comprender los problemas de nuestro tiempo y en especial los de este año excepcional marcado por la pandemia y una crisis mundial generalizada que alberga incertidumbres y peligros. 

"Estamos efectivamente en una crisis planetaria gigante, a la vez biológica, económica, civilizacional y antropológica, que afecta a todas las naciones y a toda la humanidad", afirma Morin, quien advierte sobre la posibilidad de que se desencadenen "guerras de nuevo tipo" en el marco de una "regresión" caracterizada por "sistemas posdemocráticos con múltiples medios de control de los individuos". 

Morin habla con la solidez que le da la experiencia de haber experimentado muy joven las angustias de los años 30 y 40 del siglo pasado, cuando el mundo entró en una espiral caótica de nacionalismos, xenofobia, fanatismo, intolerancia, que nutrieron a los leviatanes de los totalitarismos de izquierda y derecha vislumbrados por el gran George Orwell en su obra 1984 y otros autores de ese tiempo.

Como todos los de su generación, Morin se vio involucrado en los movimientos políticos de la época y experimentó como muchos crisis existenciales y de pensamiento, ilusiones y desilusiones, momentos de militancia durante la ocupación alemana y también episodios de liberación e insurrección personal, pero siempre estuvo alerta a la crítica y a la autocrítica, elementos básicos de su vasta obra metodológica y pedagógica.  

"Desde hace décadas yo trato de resistir a dos barbaries aparentemente opuestas: la barbarie que viene del fondo de los tiempos históricos, la del odio, la dominación y el desprecio y la barbarie fría y helada de nuestra civilización, la de la hegemonía del beneficio desenfrenado y el cálculo", añade en esta charla donde se refiere a la coyuntura actual en Estados Unidos, el auge del fanatismo religioso yihadista y el surgimiento en los países democráticos de hombres providenciales que se benefician en estos tiempos de ríos revueltos, frustración económica, velocidad informativa en las redes sociales y auge de las postverdades.

La lucidez de Morin es admirable y da gusto saber que los 99 años, desde su nueva casa en la soleada de Montpellier, cerca del Mediterráneo, sigue brindándonos con su elocuencia elementos para tratar de entender es
tos tiempos confusos donde algunos filósofos, analistas y opinadores de todo pelambre generan con su histeria maniquea aun más tensiones en sociedades divididas y encarnizadas entre posiciones emocionales que no admiten matices ni exposición serena de las ideas.
 
Cuando lo visité en su casa de Normandía en agosto de 2007 tuve la alegría de constatar su admirable lucidez. Recorrimos el pueblo donde tenía entonces su casa de campo. Fue por mí y me llevó de regreso a la estación en su pequeño vehículo. Me contó su relación con André Breton y los surrealistas, sus tentaciones poéticas, y hablamos largo de sus tiempos de California, cuando fue testigo de aquellos magníficos cambios culturales de postguerra que auguraban el advenimiento de tiempos más prósperos, tolerantes y modernos.
 
También hubo tiempo para abordar con Morin en el amplio salón y biblioteca de esa casa, al calor de unos tequilas, los asuntos latinoamericananos, ya que conoce muy bien la región y la ha visitado muchas veces. Se refirió a ese choque brutal entre dos mundos que significó la conquista y la colonia española, temas que lo fascinan y lo llevan a reflexionar sobre el significado de aquellas grandes civilizaciones prehispánicas desaparecidas y los retos políticos y sociales de ese gran continente en permanente ebullición.
 
No hay duda alguna de que quienes dedican la vida al arte y el pensamiento, a las letras y a la reflexión permanente, parecen nutridos e impulsados por una energía increíble que los convierte en jóvenes permanentes y los lleva muchas veces a la longevidad, como ocurre con tantos artistas plásticos, filósofos, poetas. Aquella charla en su casa la menciona en su Diario (1992-2010), publicado en dos volúmenes, donde me califica de "escritor mexicano", lo que es cierto, pues soy también mexicano de corazón, pero también manizaleño, parisino y sobre todo terrícola, de la bella galaxia Vía Láctea.
 
Ahora me entusiasma leer esta larga charla con motivo de la aparición de su último libro, Cambiemos de vida. Las lecciones del coronavirus, donde trata de pensar lo que vendrá después de este extraño año 2020. Leer a Morin, al borde de convertirse en centenario, es un estímulo para seguir pensando con entusiasmo y optimismo sobre los arcanos de la vida individual y la aventura de la humanidad que seguirá poblando este planeta. 

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 22 de noviembre de 2020


sábado, 14 de noviembre de 2020

LOS MILAGROS DE ORFEO NEGRO



Por Eduardo García Aguilar

Tuve la fortuna de que a mi madre Cleo le encantara el cine y me llevara con frecuencia a acompañarla a ver películas inolvidables, entre ellas Orfeo Negro, de Marcel Camus, basada en una pieza teatral de Vinicius de Moraes, que ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1959, se ha convertido en un mito cinematográfico sobre el Carnaval de Río y contribuyó a la difusión mundial de la bossa nova, ya que la música estaba compuesta en parte por el gran Antonio Carlos Jobim.  

Aquella película, a la que asistimos con una amiga suya y su hijo, se proyectaba en el famoso Teatro Olympia, una de las más importantes joyas arquitectónicas de Manizales, que fue demolida después. Tal fue la impresión de comunicarme a tan temprana edad con ese exótico mundo onírico y trágico acompañado por la pegajosa samba popular brasilera, que durante mucho tiempo me acordé de algunas escenas de la película, sus melodías y la atmósfera que reinaba en aquel majestuoso teatro de amplia platea y varios pisos circulares donde se proyectaron los clásicos de aquellas décadas.

En esa enorme pantalla los jóvenes de varias generaciones locales vieron películas donde actuaban estrellas de los tiempos de Marlene Dietrich, Bette Davis y Rita Hayworth, pasando por los de Lauren Bacall y Humphrey Bogart, hasta los de Sofia Loren, Raquel Welch, Marcelo Mastroiani, Gina Lollobrigida y Monica Vitti. En esos tiempos la ciudad estaba dotada de grandes teatros como el Olympia, Caldas, Colombia, Cumanday, Manizales y el recién construido y fabuloso Teatro Fundadores, donde vi con ella Gran Prix, protagonizada por Yves Montand.
 
Cada sala de cine dejó una marca indeleble. En el Cumanday vi adolescente la magnífica Blow Up de Michelangelo Antonioni, basada en un cuento de Julio Cortázar, que significaría un parteaguas vital y literario. En el Cine Colombia asistí a películas de Elvis Presley, del cómico genial Jerry Lewis y una serie de filmes de viajes espaciales que estaban de moda en los tiempos de la llegada del hombre a la luna y  proyectaban en las matinés y las largas tardes de los sábados. En el Caldas me marcó Ayer hoy y mañana con Sofía Loren y en el Manizales, mucho antes, El ladrón de Bagdad.
 
Pero Orfeo negro se convirtió en una especie de "magdalena" proustiana personal y muchas veces me crucé con las melodías centrales de aquel filme, por lo que he sido siempre seguidor incondicioanl de Jobim, ya sea solo o acompañado por Joao Gilberto, Vinicius de Moraes, Toquinho o Elis Regina. El culmen de esa afición por la bossa nova llegó cuando a lso 23 años viví un semestre de otoño e invierno en un apartamento amoblado de la calle Pigalle, que me había dejado mi amigo Philippe Martellet con una colección discográfica de bossa nova que escuchaba sin cesar y me convirtió casi en experto.
  
Antes de la irrupción del Covid 19 en el mundo volví a reencontrarme con Orfeo Negro en el cine Champollion de la rue des Ecoles, donde se presentan películas clásicas restauradas y acuden estudiantes del barrio latino que hacen largas colas bajo la llovizna cuando la ciudad no está confinada o bajo toque de queda por el virus. Esta vez obsequiaban un pequeño afiche orginal de la película y la sala estaba llena a reventar. Los meandros de las favelas de Rio de Janeiro, el clímax carnavalesco de la tarde, la oscuridad de la noche, la pasión, el amor y la muerte volvían entre las luces agónicas de la fiesta.

Orfeo negro no solo es la película mítica, un clásico que cuenta la tragedia de Orfeo y Eurídice, sino que en ella, en un instante mágico, confluyen como por milagro todos los futuros protagonistas de esa ola musical que se adueñó del mundo y hoy sigue viva. Vinicius de Moraes, quien con Jobim hizo La chica de Ipanema, fue un diplomático de talento y poeta moderno que figura ya en el canon de la poesía latinoamericana del siglo XX. Retirado de su actividad diplomática, terminó convirténdose en un cantante de moda, acompañado por los más talentosos músicos de su tiempo.

Como todo instante iniciático, ir con la madre al no menos mítico Teatro Olympia a ver esta película fue como abrir una serie de ventanas al arte, al teatro griego, a la música popular, a la noche, al deseo, a la fiesta y al amor contrariado que alimenta todas las tragedias literarias y reales de la existencia. Producida con dificultades, la película de Camus nunca dejó de dar sorpresas e hizo milagros. Cuando descubrieron que Breno Mello, el actor que interpretó a Orfeo, vivía pobre y olvidado en Porto Alegre, lo invitaron a Cannes, medio siglo después, para celebrar la gloria del filme. 

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 15 de noviembre de 2020.    

lunes, 9 de noviembre de 2020

SANDRO COHEN Y LOS COLIBRÍES

 Por Eduardo García Aguilar

Foto @ Lourdes Almeida*

Varios amigos y conocidos de mi generación con quienes compartí lustros de actividad literaria y periodística en México durante un espléndido momento cultural de ese país, han sido impactados recientemente por la pandemia y desparecido, causando conmoción entre quienes los conocimos. El novelista Luis Zapata, el pintor Arturo Rivera, los poetas y ensayistas Arturo Trejo Villafuerte y José Fracisco Conde Ortega, son apenas algunos de los nombres que se han despedido en estas semanas.
El jueves de nuevo la enfermedad se llevó a mi amigo el estadounidense Sandro Cohen, poeta y editor, a quien conocí poco después de desembarcar en la enorme Ciudad de México. La vida es una novela llena de sorpresas y argumentos que tienen desenlaces imprevistos, como si todos fuésemos criaturas de una ficción inagotable poblada de caleidoscopios de dolor y afecto, sorpresa y abatimiento, locura, creación y silencio.
Cohen era un caso muy especial. Nacido en septiembre de 1953 en Nueva Jersey, había llegado a los 19 años a México para proseguir sus estudios de letras hispanas en la UNAM y se enamoró tanto de México que se quedó y se convirtió en uno de los mejores conocedores de una lengua que no era la materna, como lo prueba su exitoso libro Redacción sin dolor. Poeta talentoso, fue director en las editoriales Planeta y Nueva Imagen y creó la bella editorial Colibrí, donde me publicó Tequila coxis.
Lo vi crecer como poeta en sus primeras lecturas bajo la mirada cómplice de Octavio Paz en el Palacio de Bellas Artes y fui testigo de su encuentro con la bella y jovencísima Josefina Estrada, animadora de las actividades literarias del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). En ese contexto compartí con Cohen muchas aventuras, que incluían sus felices pasos y caminatas inagotables por París. Lo venció prematuramente la covid-19 como a tantos otros en México, en estos tiempos extraños, pero su huella quedará para siempre como una estela de alegría, amistad panamericana, generosidad y pasión por las palabras. 
Todas esos amigos y otros muchos como Guillermo Samperio y Daniel Sada, para mencionar solo a dos excelentes narradores cercanos que se anticiparon a la pandemia, hacen parte de una generación muy rica de amantes mexicanos de la literatura, la edición, el vino, y la publicación de libros y revistas como ejercicio de apertura de caminos.
Quiso el destino que recién llegado a la Ciudad de México ganara un concurso de cuento convocado por Los otros editores y la editorial El Tucán de Virginia, dirigida entonces por Samperio y que en la fiesta de la premiación, celebrada un día de diciembre en una galería de la Glorieta insurgentes, estuvieran presentes todos esos jóvenes que desde entonces frecuenté y se convirtieron en amigos y hermanos y cómplices de aventuras periodísticas, vitales y editoriales. 
En una de aquellas noches vi como el joven “gringo” Sandro Cohen quedaba flechado por Josefina, quien mucho después escribió después una vasta obra narrativa e incluso un libro sobre la vida de las cárceles de mujeres en Colombia. La literatura de México vivía entonces en la década de los 80 uno de sus momentos más fructíferos. Estaban vivas aun todas las glorias del país, encabezadas por Juan Rulfo, Octavio Paz, Elena Garro y Carlos Fuentes. García Márquez estaba a punto de ganar el Premio Nobel, Álvaro Mutis escribía la saga de Maqroll el Gaviero. Otros latinoamericanos como Augusto Monterroso, Manuel Puig, Ida Vitale, Hugo Gola, Noé Jitrik y decenas de sudamericanos exiliados, ensayistas, cineastas, filósofos, científicos, participaban en el intenso fragor cultural de la ciudad. 
Los periódicos tenían amplios suplementos literarios y páginas culturales. Proliferaban los festivales internacionales de poesía que reunían cada año a figuras del continente y el mundo. Las editoriales promovidas por el Estado publicaban millones de libros en colecciones de todo tipo y se otorgaban becas y premios generosos en todos los géneros. Se ampliaban los museos y se descubrían nuevas pirámides.
Y en ese ambiente incesante de prosperidad coincidíamos en presentaciones de libros, redacciones de periódicos, cócteles de exposiciones, congresos en provincia y en homenajes a Juan Rulfo, Octavio Paz o recepciones multitudinarias a Jorge Luis Borges, así como en los más agitados sitios de salsa, mambo, danzón o en los antros de rock que daban energía a la vida de las artes, las letras y el pensamiento de México. Sandro y los amigos se van poco a poco, se anticipan, pero gracias a la literatura se quedan aquí como los colibríes que pueblan los jardines del mundo. 

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 8 de noviembre de 2020. 

* Excelente toma de la gran fotógrafa mexicana Lourdes Almeida, contemporánea de Sandro Cohen y conocida en el mundo entero a través de más de un centenar de exposiciones. Esta foto la publicó este lunes 11 de nociembre de 2020 en una entrada en Facebook para referirse a la partida de Sandro. No sé la fecha de la foto, pero debe ser tomada a comienzos o a mediados de los años 80 del siglo pasado. Es una de las mejores instantáneas que he visto de Sandro y es normal, conociendo el lente, el ojo, el talento de Lourdes Almeida.   

domingo, 1 de noviembre de 2020

EL HALLOWEEN PLANETARIO

 


Por Eduardo García Aguilar

A la población mundial ya no le queda más remedio que celebrar de manera lúdica y feliz esta semana las fiestas de Halloween o de los muertos en sus diversos estilos y versiones culturales, como representaciones metafóricas que conjuran los miedos que acechan a la humanidad entera. Guerras terribles por allá, pandemia por aquí, crímenes y asesinatos acullá, terremotos lejanos, hambre y miseria en la mitad del planeta, contaminación, deudas, déficits, enfermedades, odio político e ideológico, convierten a estos tiempos en un verdadero Halloween planetario.
   
Al concluir la segunda década del siglo XXI ya queda muy claro para todos que el mundo va de mal en peor. En Europa muchos huyen en sus carros hacia la provincia por carreteras atestadas antes de que se impongan nuevos confinamientos en las metrópolis que pueden extenderse por meses y otros aceptan con resignación encerrarse en sus apartamentos frente avenidas y calles vacías, a escuchar los noticieros de televisión con su rosario de payasadas y desgracias.  

Pero para consuelo de todos los contemporáneos, hay que reconocer que desde que apareció en este planeta la humanidad ha estado siempre en crisis y tal vez en otros tiempos las atrocidades cometidas por el Homo Sapiens fueron aun peores que las de la actualidad, solo que en aquellos tiempos no existía prensa, televisión, redes sociales y teléfonos celulares que difunden al instante los sucesos, desencadenando reacciones rápidas de histeria planetaria.

Nadie se enteró en su tiempo y al instante de los crímenes de Vlad el empalador o la Condesa Bathor, ni supo de las masacres ocurridas en las guerras practicadas por todas las civilizaciones que, a nombre ídolos, reyes, emperadores, sultanes, príncipes, banderas, han sembrado la muerte en Medio Oriente, Asia, África, América y llenado la tierra de fosas comunes que mucho tiempo después descubren arqueólogos y comentan historiadores. Esos hechos tardaron siglos en difundirse como mitos o libros clásicos como la Ilíada de Homero o la Guerra y la paz de Tolstoi.

En su afán por controlar territorios y riquezas y despojar a los otros, los ejércitos de los sátrapas han desplazado en todas partes a sangre y fuego a la población inerme para imponer la ley de sus amos y ampliar su dominio. Así los líderes terrenales usaron al Islam y a otras religiones para extenderse rápidamente por el mundo a nombre de guerras santas, reemplazadas luego por ideologías, brujos y caudillos que prometen siempre la felicidad futura de la humanidad.   

En el siglo XX hubo la esperanza de que el fanatismo ideológico y religioso disminuiría, pero el siglo XXI ha probado lo contrario. Desde las guerras de Irak y Afganistán y la caída de las Torres gemelas de Nueva York, el globo visto desde lejos se ve salpicado de incendios y conflagraciones. Por donde se mire hay países devastados por las guerras o agitados por los culebreros de la política y las sectas.

Ni siquiera las capitales occidentales se salvan de ese escozor permanente. Aquí en la patria de los derechos humanos y de la estable democracia, un joven yihadista checheno manipulado por las redes y utilizado por iluminados de su confesión degolló a un amable maestro por hablar en clase de educación cívica sobre la libertad de expresión y mostrar las caricaturas de Mahoma publicadas por la revista satírica Charlie Hebdo. 

Durante el homenaje al joven maestro asesinado, celebrado en la sede de la milenaria Universidad de la Sorbona, el presidente de Francia defendió la libertad de expresión, la laicidad y el trabajo de los caricaturistas y de inmediato irresponsables líderes incendiaron el mundo musulmán acusándolo de todos los males e incitando a la venganza contra Francia. Desde entonces la pulsión de matar a cuchillo en las iglesias y calles de Occidente extendió como pólvora.

Esta semana en Niza un muchacho magrebí degolló a una anciana, mató a una adorable brasileña ex danzarina de samba y a un sacristán benévolo que rezaban en una iglesia. No es la primera vez que ocurre este tipo de crímenes yihadistas, pero la conmoción fue mayor. En el metro, en cualquier esquina, en un parque, puede uno ser degollado ahora de repente por un desconocido.

La historia viene ya de largo con las condenas de muerte declaradas hace décadas por los ayatolás contra el escritor Salman Rushdie y caricaturistas de varios países europeos y los sucesivos atentados sangrientos en París ocurridos desde 2015 y que ya son incontables, con saldo de centenares de muertos.

¿Además de la pandemia nos acercamos a una nueva guerra santa como las de la Edad Media? Por favor, que los líderes religiosos, económicos, militares y políticos del mundo se reúnan con urgencia en una cumbre y traten de conjurar esta deriva terrible del Halloween planetario provocada por ellos, bajando el tono a sus diatribas delirantes antes de que sea tarde.
 
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La Patria. Manizales. Colombia. 1 de noviembre de 2020.