Por Eduardo García Aguilar
Luis
Ospina y Sandro Romero Rey vinieron a París para presentar una
retrospectiva cinematográfica de la llamada generación de Caliwood, a la
que pertenecen ellos al lado de Andrés Caicedo, Carlos Mayolo y varios
artistas de diversos géneros que actuaron en las últimas décadas del
siglo XX, desde los años 70 y 80 hasta la aurora del siglo XXI en la
ciudad de Cali, donde también reinaban otros grupos de pensamiento y
sueño que revolucionaron las maneras de vivir y ver el arte o ejercer el
pensamiento y el saber en Colombia con gran espíritu de libertad y
desorden de todos los sentidos, como proclamaba Arthur Rimbaud.
Además
de grandes maestros como Enrique Buenaventura y su genial grupo de
teatro de proyección mundial, también se dieron círculos como el
encabezado por el filósofo Estanislao Zuleta en torno al psicoanálisis o
la literatura y varias generaciones de narradores, poetas, ensayistas,
entre quienes figuran Fernando Cruz Kronfly, Umberto Valverde, Oscar
Collazos, Jotamario Arbeláez, Harold Alvarado Tenorio, Gustavo Alvarez
Gardeazábal y muchos más, cuya lista sería aquí interminable, así como
fotógrafos cada vez más reconocidos como Fernell Franco, cuya
retrospectiva se expone en la Fundación Cartier, organizadora a su vez
de esta visita de los eternos muchachos de Caliwood.
En el cine
Action Christine, en una húmeda callejuela del barrio de Saint Germain
des Prés, muy cerca de las riberas del Sena, Luis Ospina y Sandro Romero
Rey, apadrinados por su amigo el gran cineasta Barbet Srhoeder y la
actriz Bulle Ogier, estuvieron en primera fila viendo las proyecciones,
participando en los debates y atendiendo a un público de jóvenes
franceses y latinoamericanos entusiastas que estuvieron presentes en las
extensas sesiones de proyecciones, lecturas y debates.
En un
mundo donde todo es rapidez y efectividad y ya no hay tiempo para
degustar el cine a lo largo de las horas en maratones interminables,
cuando las salas de cine proyectan solo películas domesticadas y
uniformadas que se ven por igual en todos las salas comerciales del
mundo y cuentan historias efectivas que solo buscan la amenidad y se
niegan a la búsqueda, ver a estos dos mosqueteros de la cultura
colombiana en plena acción, comunicaba un gran entusiasmo al público
entendido. Me acordé entonces de las grandes jornadas de cine celebradas
en Century City en Los Angeles a las que asistía hace muchisimos años,
donde uno podía amanecer viendo filmes sentado al lado de glorias de la
cinematografía o jóvenes ambiciosos de las escuelas cinematográficas de
la gran metrópoli californiana donde estudió Ospina en su primera
juventud.
Un traductor francés de Andrés Caicedo leía largos
párrafos de la obra del mito, mientras se proyectaban enormes
fotografias suyas captadas en blanco y negro por Fernel Franco, imágenes
de una vivacidad e intensidad tales que nos traían desde el más allá a la
leyenda, con la mirada juguetona de niño travieso, su melena y los
gestos de suicida, una figura de geniecillo que de haber sobrevivido y
llegado a la horrible vejez, estaría hoy en los 65 años, ya cerca de la
senectud. También se proyectaron diversos fragmentos de películas de
Ospina y Mayolo, a quien vimos actuar y dirigir con esa agilidad y
vitalidad que lo caracterizaban, la de un hombre que se quería comer y
beber el mundo y que a su vez también fue otro genio desbocado que
sobrevivió más tiempo, pero se fue temprano. Sandro Romero Rey, al
convocarlo desde el atril donde hablaba de él, con un gesto nos recordó
que vivía como Caicedo en el misterioso universo del más allá.
Muy
distintos Ospina y Mayolo. En Ospina hay como la aparente y engañosa
serenidad o lentitud patricia de un rock star que vive en la saudade
permanente. Como si este flaco esencial estuviese siempre en una nube y
en un más allá indecible, flotando en un limbo de ideas permanentes,
pensando en proyectos logrados y soñados. Hizo una seríe de películas
cuando el cine en Colombia se hacía con las uñas y al ver los fragmentos
que vienen desde hace décadas de olvido se percibe con claridad su
mirada propia, los gags al gran cine de todos los tiempos, el deseo de
Ospina de transguedir hasta límites insospechados y terribles, por lo que
esas obras suyas encuentran en los jóvenes un público fiel que les
otorga ya un galardón de películas de culto. Con Ospina he caminado
fugazmente por las calles de París, en 1995, después del festival de
Biarritz dedicado a Colombia y luego en México por las calles del barrio
art-deco de la Condesa, luego de que estuviéramos una tarde en casa del
terrible Fernando Vallejo, a quien dedica su película barbajacobiana La
Desazón suprema.
Mayolo el hiperactivo tenía aires de un rock
star malevo y plebeyo con su cuerpo petizo de delantero de fútbol. Tuve
la fortuna de ver a Mayolo algunas veces y caminé con él por las calles
de Barcelona hace mucho tiempo y al escuchar su voz, sentir su deseo de
fiesta permanente y captar su generosidad bajo el sol de la capital
catalana, comprendía que era una fuerza de la naturaleza, y que con
justicia es ahora otro mito de la generación y que sus excesos eran
necesarios. Al ver en el pequeño cine Action Christine fragmentos de La
mansión de Araucaíma o instantes de su actuación natural, Mayolo volvió a
estar entre nosotros por un momento de la mano de sus amigos
sobrevivientes, los últimos mohicanos de ese movimiento.
Además
de la película generacional de Ospina que lleva por título Todo comenzó
por el fin, se proyectó un extraño film sobre la demolición de Cali,
rescatado de aquellos tiempos y donde se percibe la filigrana de joyero
en la mirada del cineasta. Dos largos pedazos de cine salvados del
olvido en homenaje a la ciudad de la infancia que desaparece para
siempre, mientras Cali se hundía y desaparecían de un momento para otro
aquellos años de esplendor cultural, reemplazado por la cultura
narcotraqueta que ha reinado allí desde entonces y fue una devastación,
una deflagración vital y cultural equiparable a la explosión de dinamita
militar de 1956 vivida por la urbe, cuando aquello quedó convertido en
una Hiroshina o un Nagasaki de tierra caliente. Por supuesto se proyectó
un fragmento de película referente a aquel traumático apocalipsis local
que los marcó.
La peregrinación mundial de Ospina y Romero Rey
reviviendo a Caliwood es necesaria y es ejemplo para la cultura
colombiana. En otros países latinoamericanos como Brasil, México o
Argentina se ha realizado siempre un trabajo de rescate serio y
sostenido del patrimonio cultural y de los creadores clásicos y
contemporáneos de todos los niveles, triunfadores y derrotados por
igual, mientras en Colombia todo desaparece en el desánimo y el olvido y
en el culto al éxito inmediato como único criterio de consagración. El
que no triunfa o no es rico es lanzado a la basura. Al rescatar y
difundir el trabajo de esta notable generación moderna de Cali, se abre
una ventana para que otras generaciones fracasadas o no de otras
ciudades o regiones puedan ser resucitadas y puestas en circulación para
enriquecimiento de la historia cultural del martirizado país
colombiano, una tierra maldita donde mandan plutócratas y terratenientes
matones, asesinos, cuchilleros, sicarios, bandidos de cuello blanco y
reinan el arribismo y las ideologías más extremas de la violencia, la
incultura y la intolerancia.
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* Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 10 de abril de 2016.
sábado, 9 de abril de 2016
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