jueves, 27 de febrero de 2020

LA VIDA DE FRANCISCO DE MIRANDA


Por Eduardo García Aguilar *
Una de las vidas más novelescas de quienes lucharon por la emancipación de las colonias hispanoamericanas es la de Francisco de Miranda (1750-1816), criollo caraqueño ambicioso que desde temprano quiso destacarse como militar de la corona española, pero cuya inteligencia, lecturas y amistades lo fueron llevando poco a poco a estar en la mira de la Inquisición y las autoridades reales, hasta romper con ellas y convertirse en una figura pública central en los juegos geopolíticos mundiales de su tiempo.
Tal aparece su figura en el libro Francisco de Miranda. Precursor de las independencias de América Latina, de Carmen Bohórquez, publicado en 2006 en Caracas en su versión ampliada y revisada por El Perro y la Rana ediciones y que es la rigurosa tesis de doctorado presentada por la autora en la Universidad Sorbona Nueva París III. Bohórquez desteje poco a poco su vida y su pensamiento, trazando para el lector su fascinante destino y las ideas y problemas de su tiempo.
Miranda se vio pronto asfixiado en la provinciana y clerical Caracas, donde su padre Sebastián de Miranda, comerciante próspero canario, sufrió humillaciones por no ser noble, no ser criollo y no tener claro su pasado de cristiano viejo. Cuando fue nombrado en la capitanía del puerto en 1769, fue atacado por los nobles españoles de nacimiento y los criollos blancos, pues no lo consideraban digno de un cargo que debía corresponderles a ellos y además las autoridades lo obligaron a cerrar su negocio.
El joven Francisco de Miranda, quien hasta entonces no había dado manifestaciones de estar a favor de la independencia de las colonias, movió sus hilos y quiso reivindicar la dignidad de la familia al albergar la pretensión de ser reclutado y trabajar en el ejército real y lograr éxitos defendiendo a la monarquía. Reunió todos los documentos y recomendaciones requeridas, consiguió los apoyos y viajó a España, donde se dedicó a estudiar lenguas, a formarse en varias disciplinas y leer en las bibliotecas de Madrid y otros lugares a donde fue destacado en su servicio militar, como Cádiz y Melilla.
Pero sus inquietudes intelectuales, la frecuentación de personas y mentores que ya estaban fichados por la Inquisición debido a su libertad de espíritu, así como su carácter indómito, impaciente y ambicioso, le causaron problemas y no logró los ascensos que buscó a lo largo de los años, por lo que se sintió estancado e injustamente marginado por algunos de sus superiores. España y las colonias estaban llenas de soplones y todo aquel que expresara en público ideas muy libres en materia de religión, ciencia y sociedad era de inmediato denunciado, fichado y bloqueado en su carrera, lo que ocurrió con el joven Miranda.
Por fin logró ser incorporado en una misión militar hacia la América meridional dirigida por su amigo Juan Manuel de Cagigal y como en una película de acción logró viajar hacia esos territorios bajo su protección, justo cuando ya estaban casi listas las órdenes de captura y desde entonces la corona y la Inquisición lo perseguirán a donde vaya con la esperanza de atraparlo.
Como en el juego del gato y el ratón, él finalmente se les escapará. A donde va es admirado por sus interlocutores, quienes destacan su inteligencia y don de gentes. Embajadores, ministros, funcionarios, cortesanas, consideran muy interesante su conversación y sus ideas nutridas en el liberalismo anglosajón y la ilustración francesa. Locke, Hume, Rousseau, Voltaire, son algunos de sus autores de cabecera.
Luego de varias aventuras rocambolescas en Cuba, Jamaica y Filadelfia, Miranda llega al recién emancipado Estados Unidos donde vive casi un año y teje relaciones con las principales figuras de la independencia. Las autoridades españolas pensaban que venía preso en un barco cuando justo él pisaba la tierra de Washington, Jefferson, Adams y Franklin. Su vida y viajes en la emancipada ex colonia británica lo convirtieron en uno de los mejores conocedores del sistema republicano instaurado allí, lo que contrastaba con el oscurantismo de España y sus colonias, que empieza a detestar.
Luego de Estados Unidos viaja a Europa con la finalidad de visitar los principales países del Viejo Mundo, conocer sus sistemas de gobierno, ejércitos, museos, bibliotecas. Londres, Hamburgo, Bruselas, Viena, Roma, París, Dubrovnik, Costantinopla, Kiev y Rusia, son algunos de los sitios donde seduce a los anfitriones, entre ellos a la zarina rusa Catalina II, quien le propone trabajar en su ejército después de permanecer en su corte diez meses. Pero su objetivo era ya otro: lograr la independencia de las colonias españolas jugando con los intereses de las grandes potencias que buscan arrebatarle el continente a España.
De regreso a Londres visita la casa de Voltaire en Ferney, sitio de peregrinación de los intelectuales libertarios de su generación. Luego es testigo en Francia de los primeros momentos de la Revolución, a la que más tarde se incorpora, por lo que su nombre está grabado en el Arco de Triunfo.
Según él, el continente liberado debía llevar por nombre Colombia, bajo el cual estaría el conglomerado de países hispanoamericanos. Fundó el periódico El Colombiano para difundir sus ideas entre las élites continentales, escribió nutrida correspondencia de ideas con miles de corresponsales en Europa y América y deseaba que su archivo completo, compuesto por 63 volúmenes preparados por él, llevara por título Colombeia.
Sus intentos de lograr la independencia americana fueron en vano cuando, ya crepuscular, trató de realizar su sueño desembarcando a partir de 1806 en varios intentos de alzar a la población contra la corona. Ya había surgido la figura del joven Simón Bolívar, quien termina por traicionarlo y eclipsarlo convirtiéndose en el glorioso Libertador idolatrado por los románticos europeos.
El Precursor Miranda es detenido al fin en 1812 por los españoles y enviado a las mazmorras en España, donde muere a los 66 años. Años después, El Libertador Bolívar moriría tuberculoso y fracasado en Santa Marta, traicionado por los suyos. Así es la triste vida de los héroes. Para Bohórquez "sin minimizar el genio y las hazañas de Simón Bolívar, debemos señalar que varias de las ideas cuyo origen se le atribuye habían sido ya formuladas por Miranda, y esto Bolívar no ha podido ignorarlo".
Miranda, como Lord Byron, siempre cargaba con parte de su biblioteca y como buen bibliófilo hacía adquisiciones que enviaba a sus amigos y protectores de Londres. Escribía el diario de sus viajes y guardaba preciosos documentos suyos y de otros, que reúne en su archivo. Los baúles donde se encontraba esta obra, desaparecidos tras su embarque preso desde La Guaira en 1812, lograron salvarse gracias al secretario francés Antoine Leleux y después de ser conservados en Londres, rescatados y publicados en Venezuela en varias ediciones conmemorativas durante el siglo XX.
Dos siglos después de su muerte, Miranda sigue el viaje entre nosotros más vivo que nunca y sus papeles nos ayudan a comprender el destino de un continente latinoamericano que nunca logró su unidad y sigue repitiendo su historia como dócil botín de potencias, en una sucesión de sangrientos episodios trágicos y cómicos que cumplen ciclos ineluctables como las impredecibles montañas rusas.
* Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 23 de febrero de 2020

sábado, 8 de febrero de 2020

AMERICA LATINA EN CALCUTTA

Por Eduardo García Aguilar 

Cada año, por febrero, cuando la temporada es benévola, se celebra la Feria del libro de Calcuta, que se convierte en esa semana en un centro de la cultura y saber bajo el patrocinio de Rabindranath Tagore, originario de esa región india, y de otros sabios que han escrito y vivido en esa urbe desde donde gobernó durante mucho tiempo el imperio colonial británico. Muchos de esos viejos edificios y palacios gubernamentales de tipo colonial siguen de pie, aunque algunos en estado ruinoso y en sus muros crecen hierbas y plantas que hunden sus raíces en el cemento.
   Solo he ido una vez a la Feria del Libro, pero cada uno de los días vividos allí  siguen presentes, ya que lo que más me impresionó es el calor humano de los anfitriones y las similitudes de ese pueblo con América Latina. Calcuta, a la que ahora llaman Kolkata, es tierra caliente, por lo que uno podría sentirse como si estuviera en una ciudad latinoamericana del Caribe o el Amazonas. Está bañada por algún brazo del Ganges, que ya en esos confines se convierte en húmedo Delta lleno de naturaleza, vegetación, fauna y siempre cruzado por el vuelo de las aves.
   Tanto en Nueva Delhi como en Calcuta y otras ciudades uno podría sentirse también como si estuviera en México y Perú, países donde la sangre indígena está más presente y es mayoritaria entre la población. Bien es sabido que en estos dos países donde durante milenios reinaron poderosas y ricas civilizaciones, las poblaciones indígenas se quedaron ahí y con ellas el imperio español instaló dos virreinatos donde reinó el arte y la arquitectura barroca y el sincretismo cultural y religioso, por lo que son tan ricas y originales.
   En otras partes de América Latina las poblaciones indígenas fueron exterminadas o cayeron diezmadas por las enfermedades y su presencia es menor en la actualidad. Por esa razón el imperio colonial importó población africana esclava para trabajar en esos territorios, creando otro tipo de mestizajes y sincretismos culturales. En los países del Cono Sur latinoamericano, aunque los rastros de la presencia indígena sigue presente en algunas zonas pese al exterminio colonial, se dio la inmigración masiva de millones de europeos de todos los orígenes, italianos, judíos, polacos, esteeuropeos, ingleses, italianos, alemanes o franceses, por lo que se dice que argentinos, chilenos y uruguayos descienden de los barcos.
   La población indígena en el continente americano habría llegado tardíamente después de varias olas migratorias asiáticas milenarias a través del Estrecho de Behring. El Homo Sapiens ya había llegado de la misma forma decenas de miles de años antes a otras regiones como Europa occidental y del Este, Oriente Medio y a todas las regiones asiáticas, hasta las más extremas. Y desde allí, siempre en busca de tierras y espacios, fue ascenciendo el hombre hasta cruzar en época climática benévola el estrecho casi polar de Behring para poblar poco a poco el continente americano.
   Al estar en la India o en otros países asiáticos uno siente con toda claridad las similitudes étnicas del pueblo indígena latinoamericano con aquellos pueblos y por esa razón los latinoamericanos somos recibidos allí como hermanos. Basta decir que uno viene de América Latina para que se le abran todas las puertas de la conversación y el afecto. Esa misma sensación la sintieron Jorge Zalamea y Miguel Angel Asturias cuando visitaron juntos aquellos lugares en los años 30 del siglo XX, cuando reinaba ya en el mundo la figura literaria de Rabindranth Tagore, Premio Nobel que visitó después Argentina invitado por Victoria Ocampo y cuyos libros fueron traducidos y publicados en español en la colección de Austral de Espasa Calpe. 
   Durante mi estadía en Calcutta o Kolkata tuve la oportunidad de ser recibido por varias academias literarias y departamentos de literatura locales y visitar a los principales y más longevos autores de la ciudad, quienes contaban con emoción todas las peripecias que les tocó vivir en le siglo XX, en especial el traumático proceso de independencia del imperio británico. Y durante esas visitas y encuentros me sorprendió como conocían de bien la literatura latinoamericana. Vallejo, Gabriela Mistral, Victoria Ocampo, Neruda, Rulfo, Paz, Asturias, Carpentier, Zalamea, García Márquez, entre muchos otros, eran nombres familiares para ellos.
   Algunos de los ancianos escritores de las academias recordaban a Asturias, Neruda y Zalamea y en las universidades y en la Feria del libro era comun cruzarse con jóvenes estudiantes que sabían el español porque lo habían estudiado con rigor en las academias indohispánicas de Kolkata o en las universidades. En menos de una semana estaba uno rodeado por la cálida amistad de los habitantes de Calcutta y hacia el crepúsculo, cuando llegaban los pájaros a posarse en los árboles para dormir, recuerdo las largas veladas con ellos hablando de literatura.
   Tuve muchos encuentros en la Feria del Libro, pero hay uno que me sorprendió y aun guardo con especial afecto. Un sabio ataviado con prendas frescas y coloridas usuales en aquellos lugares cálidos vino a regalarme especialmente los tres volúmenes ilustrados de su libro sobre las similitudes entre la cultura prehispánica de México y Perú y las más antiguas culturas que reinaron en India, mucho antes de que llegaran los musulmanes. 
   El hombre recorrió Perú, Guatemala y México y visitó muchas pirámides y sitios arqueológicos milenarios de las culturas más famosas de aquellas regiones como mayas, olmecas, toltecas, mixtecos, aztecas, así  como las múltiples culturas peruanas anteriores a los incas. Los tres volúmenes cotejan con ilustraciones y fotografías minuciosas todas esas similitudes y coincidencias. Fue uno de los momentos más calurosos y fascinantes de mi estadía en Calcutta. 
   Con frecuencia repaso ese libro y leo sus disquisiciones en torno a los vasos comunicantes probables entre aquellas culturas milenarias. Muchas imágenes, estructuras, figuras geométricas, zoomorfas, vegetales son comparadas y explicadas por este sabio, convencido de que los pueblos prehispánicos y los arcaicos de la india pertenecen al mismo tronco étnico y cultural. No sabría ni podría hacer un diagnóstico científico de aquellas especulaciones, pero lo cierto es que muchas veces, sentado en alguna pirámide de ciertas ciudades cercanas al Ganges, como en Benarés, Agra, Nueva Delhi o Calcutta, sentí que había ido a Oriente para reencontrarme con América Latina.

                                                                                                                                              París,  8-II-2020