lunes, 8 de octubre de 2007

VISITA AL FILÓSOFO COSMOPOLITA EDGAR MORIN


Por Eduardo García Aguilar
Gracias a una amiga interesada en que lo entrevistara para una revista, pude conocer hace poco a una de las figuras importantes del pensamiento actual en Francia. A sus 86 años de edad, Edgar Morin me recibe en una sencilla estación de tren francesa, en el campo, al norte de París, con la sonrisa que lo ha caracterizado a lo largo de una vida dedicada a pensar y vivir, amar y saber. Es un hombre generoso que teoriza y practica un nuevo humanismo adaptado a los requerimientos de una tierra mundializada y en crisis.

De joven Morin participó en la resistencia a la invasión de los nazis alemanes y militó como millones de jóvenes ilusionados de entonces en el Partido Comunista, antes de descubrir muy pronto los peligros del totalitarismo, al lado de sus amigos Claude Lefort y Cornelius Castoriadis. Desde muy temprano se abrió a otros caminos frente a la crítica de los creyentes que todavía, hacia el fin de la década de los 80, seguían fieles a países que como La Unión Soviética, Cuba, China, Camboya, Corea del Norte, se habían desviado del ideal libertario inicial y terminaron en el temible y helado Gulag.

Pero además de preocuparse por la ciencia política, la sociología, la antropología y la epistemología y los rumbos políticos del mundo, Morin es un lector apasionado de Arthur Rimbaud a quien admira por su telúrica fuerza creativa adolescente y devora con pasión los clásicos las letras francesas, desde Montaigne a Proust, pasando por el surrealismo. Cuenta que fue amigo de André Breton, a quien veía con frecuencia en su casa cerca de Pigalle, y a lo largo de su vida ha tratado de tejer puentes entre la poesía y la ciencia, la literatura y las ciencias humanas, a las que paradójicamente busca humanizar tras el paulatino alejamiento que ellas han experimentado de la vida en las últimas décadas. Porque uno de su principios básicos es que el saber, el descubrimiento, el estudio y el hallazgo científicos, están íntimamente ligados a la vida, al aspecto biológico de la existencia, o sea al amor, a la pasión, la generosidad, la amistad y el miedo a la muerte y a la derrota.

Sus más de 40 libros editados con gran éxito en Francia y en el mundo, han sido traducidos a varias lenguas. Entre ellos figura “El método” compuesto por cinco tomos sobre “La naturaleza de la naturaleza” (1977), “La vida de la vida” (1980), “El conocimiento del conocimiento” (1986), “Las ideas” (1991) y “La humidad de la humanidad” (2001), que son una verdadera “summa” de su pensamiento y se han convertido en referencia para muchos intelectuales y docentes preocupados por la educación, en esta época de grandes peligros para el planeta.

Así como ve en Europa la posibilidad de una “unidad múltiple y compleja, que une los contrarios de manera inseparable”, piensa que América Latina, que es y ha sido un gran crisol de mestizajes, tiene un enorme potencial hacia el futuro. Morin añade que aunque hubo grandes desastres durante la conquista y la colonia, el mundo americano “superó el desastre por su mestizaje” y surgió de esas tierras un nuevo mundo, como en Brasil, donde esa mezcla con las culturas provenientes de África “creó una civilizacion original”. Lo mismo ocurre ahora en la relación con el poderoso vecino Estados Unidos, pues “la única manera que los países de América Latina tienen de enfrentar el problema es tejer lazos muy estrechos para tener una fuerza respetable” que potencie las extraordinarias riquezas del continente, animadas por países tan ricos y complejos en todos los aspectos como México y Brasil.

En una larga conversación apasionada al calor de una copa de tequila marca El Viejo, que alguien le trajo de México, Morin aborda todos los temas claves del planeta: pasa desde situar al hombre en su estatuto "de mamífero, vertebrado y de máquina térmica" al surgimiento de las grandes civilizaciones constructoras, al auge y caída de las mismas, el surgimiento de la técnica y la industrialización modernas, al descubrimiento de los continentes y los viajes de Colón y Marco Polo, a los espejismos del progreso y los peligros de la era nuclear, "en un mundo en que la ciencia, la técnica y la economía han logrado muchos progreso, pero a la vez generan la emergencia de escalofriantes peligros". Y llega en su charla a esta era planetaria de "globalización permanente que a su vez trae balcanización, búsquedas nuevas de identidad y retorno de conflictos religiosos" como ocurre ahora con los enfrentamientos y tensiones recientes entre islamistas, judíos y cristianos.

Luego de preguntarle por esos tiempos revolucionarios del rock y el hippismo que renovaron con su «peace and love» la cultura occidental, Morin evoca con énfasis la persistencia del sueño adolescente y dice que "antes, en el siglo XIX, con la poesía de Rimbaud, y en los años 50, con James Dean y los primeros filmes de Marlon Brando, así como en Mayo del 68 en Europa y Estados Unidos, se mostró esa fuerza permanente del sueño adolescente, que sigue ahora latente y significa el rechazo del mundo adulto, pero tal vez sin escapes de salida".

Al despedirme de Morin, después de haber grabado muchos minutos de conversaciones sobre temas inquietantes de la historia de la humanidad y el mundo actual, no me queda duda alguna de que he estado al lado de un pensador sin dogmas que se pregunta sin cesar sobre los problemas del mundo y de la existencia, como lo hacían sus congéneres griegos de hace casi 3.000 años, sin dogmas, cosmopolita, abierto siempre al cambio, generando dudas y deseos de escrutar con escepticismo y esperanzas el misterio de la humanidad y sus ilusiones y derrotas.