viernes, 9 de febrero de 2024

¿QUO VADIS GARCÍA AGUILAR, ESFUMADO DEL DISTRITO FEDERAL HACIA EL PARÍS DE NUEVO SIGLO?

POR CARLOS FRANCISCO ELÍAS
In Memoriam: Teresa Velo, alumna del Centro de Capacitación Cinematográfica, Distrito Federal, México. Clase 80 – 81.

SECUENCIA PRIMERA: DISTRITO FEDERAL,  MEXICO, EXTERIOR REVENTON…

En los años que el Distrito Federal dicen era habitable, dicen los nostálgicos de México en los años 80, cuando la mugre y el humo de ciudad se hacía todo una pasta que se alojaba dulcemente en los hoyuelos de nariz limpia de todo polvo maligno y resacón, había una escuela de cine situada entre General Anaya y Río Nazas, bambúes erguidos y todo eso, era el CCC (para los alumnos más nihilistas, la primera C era de dónde la espalda pierde su anatómico nombre, la segunda de Cara por lo costosa y la tercera C era la primera letra del diccionario mexicano popular por excelencia “Chingue su madre Guey”)…

La descripción anterior podría ayudarnos a detectar la mezcla de alumnos y alumnas que esa escuela de cine tenía, siendo en su tiempo la más sofisticada y pequeño burguesa de todo México.

Allí en el Centro de Capacitación Cinematográfica, allí mismo en el bullicio de “Qué hondón Ramón”, en la fuerza de la rebeldía de la inteligencia y la sed de saber, allí, repito, donde el cielo tenía que pedirle permiso al ollín, para dar un poco de azul, estaba con todos nosotros Eduardo García Aguilar, colombiano nacido en Manizales, que hacia esos tiempos ya había estado en París y habíamos coincidido en México iniciando aquella década en que Peggy Sue, o Kathleen Turner, llenaba las pantallas con gringas y bellas pantorrillas de rosi, rosi sin bom bá, y el resto era una sonrisa de muchacha a lo Fitzgerald, sanota y de ojos grandes como la tierra, Peggy Sue se quería casar…

Eduardo García escribía en el Excelsior, tenía una de esas columnas matutinas cada dos días, que en América Latina suelen alegrar la mañana, porque a decir del resto de las noticias, como siempre, eran tragedias diarias ya imaginadas en las calles entre tacos callejeros y voces infantiles al sonsonete de “señor deme para mi camión”, que no era otra cosa que eso que nosotros llamamos la guagua, que en ese rico laberinto de la lengua latinoamericana, para los chilenos es el transporte de la mujer grávida…

Él siempre tuvo la disposición de ser un buen escritor, aún recuerdo las agradables conversaciones entre quien iba a ser uno de los narradores jóvenes de México (Héctor Perea, entonces en el CCC con nosotros) y Eduardo García Aguilar: las conversaciones eran de arcas perdidas, de sueños no negociados, de añoranzas fílmicas y literarias entertenecidas, de vocación y lirismo en pleno VIP del Patio de la antigua Cineteca Nacional de México, aspiraciones sobraban y rebeldía había de sobra.

Porque todo aquello era una transición latinoamericana, vivida junto a las ideas de grandezas de López Portillo,  con su política sobre el Caribe, Castañeda padre obliga, que hizo llegar a nuestras costas el único Padre Montesinos Rastafarian, que bien alguna vez conmoviera a Antonio Zaglul.

Aquel México que ya no existe más donde bien podías encontrarte en una casa de los viejos generales o emparentados de la Revolución, troncos apellidos, reventón obligaba también: eran los tiempos de Campestre Churubusco, la fiesta todos los días, lunes, martes,  miércoles y jueves habían perdido nombre, se llamaban viernes y sábado y la vida del mundo exterior transcurría desde los cielos de México en rebeldía por ser visto y parir colores.

En la escuela, entre argentinos (uno de Cordoba y  otro de Buenos Aires) colombianos, salvadoreños, brasileños, dominicanos y mexicanos, el CCC buscaba un nivel insólito que generó un gran viraje en aquella escuela modocita hasta que nosotros llegamos, todos, y la pusimos patas hacia arriba (Pepito de la Colina, español, mala leche y profesor no muy querido aun debe recordarse de quienes le curaron aquella amargura manchega que el aula no tenía por qué pagar) para que pudiera respirar de los tabúes y estrecheces, para que fuera Scola libera, entonces nadie puro parar todo aquello: galope de manzanas a trote en plena pendiente, desborde de curiosidad y fascinantes discusiones, nombres en claves que no necesitaban ser descritos, utopías latinoamericanas, en fin, mientras Reagan regaba lo único que sabía: hambre, miedo y luchadores de libertades americanas en toda Centro América, obviamente en este tema estábamos divididos: porque algunos si bien rechazabamos la dictadura de la dinastia Somoza, el cuento Sandinista del poder y su transformación, era una cosa, aunque respetábamos lo que había significado la guerra de liberación contra la dictadura.

El resto de la historia, nos daría la razón a algunos, lamentablemente…

Pero era un tiempo de mucho tránsito por México, su ubicación geográfica, su frontera con Guatemala y los vientos que soplaban le obligaban a ser una discreta frontera de tolerancia, porque Guatemala era una sola nota de desaparecidos.

De ese México habrá siempre un nombre memorable: Alaíde Foppa, la campaña por su aparición viva, la movilización por aquella mujer brillante, excelente poeta, dulce en sus añoranzas silenciada por el servicio secreto del ejercito de Guatemala; se perdía en las tinieblas del oscurantismo militarista una voz, esa Alaíde era la misma que tenía un excelente programa en Radio Educación llamado Foro de Mujeres, Susan Sontag, por cierto por esas ondas había pasado, haciendo dúo de voz con Alaíde Foppa con una ironía en las ideas que solo la gran agudeza puede mostrar sin banalidad…

Mientras todo esto pasaba, en el corazón de los años 80, Eduardo García Aguilar mostraba una peculiar sensibilidad para mirar todo lo que como grupo vivíamos, indiferencia no había, pero tampoco existía aquel aferramiento a esas revoluciones de boquitas pintadas y café, de tedio en mesa y bostezo dorado de no compromisos.

Entonces cuando el chauvinismo mexicano afloraba, enfermizo y letal el arma del desarme era no ponernos nacionalistas y todo se neutralizaba de inmediato, en este punto Eduardo García Aguilar era clave, para hacer entender que los nacionalismos necios no tenían razón de ser, en más de una ocasión fue su tema polémico y la conclusión era la misma: que valorabamos y queríamos a México porque su historia permitía reunirnos en aquella tierra hermosa y sufrida, noble y digna, como su gran pueblo, el fantasma del artículo 22 se alejaba de inmediato, que creo era el de la expulsión con el cual hacíamos bromas todos los días y todas las noches en los inmensos y maratónicos reventones de “ciudad grande me he perdido, trágame, estrújame, tiéndeme y avísame cuando llegue el lunes”…

De ahí el título de este apartado: Exterior Reventón, o lo que es lo mismo fiesta ciega latinoamericana contra la guitarra de las 10 de la noche, que suele sacar en todo buen mexicano el amargue a lo Jorge Mistral. Exterior Reventón, cuando la calle se hacía grande el viernes en la escuela, cuando las luces del cine se apagaban en historia del Guión en el Cine mudo, el profesor Pérez Turren, sabía que algo pasaba, porque el exceso de ginebra en la oscuridad impedía pronunciar el nombre de F. W. Marnau correctamente, el Exterior Reventón, nombre en clave mexicana de la fiestas, apenas se iniciaban allí, aquello era…

Y en el espíritu de toda aquella gente interesante, de humor y profundidad cuando era necesario, de fascinación por libros y películas, de adivinadores de claves en cintas y libros complicados, de polémicas amistosas, el Exterior Reventón era la clave de una bohemia fértil, el futuro así lo demostraría.

Porque era imposible vivir el Distrito Federal sin aquellas convocatorias, sin mirar el mito popular del Santo luchando contra las Momias de Guanajuato y las mil operaciones en los ojos de Rigo Tovar a ritmo de música cachaca, ritmo retozón muy lejano de los corridos de polka norteño, mientras Elena Poniatowska, sonrojada nos contaba cómo había conocido a Gaby Brimmer, eso que luego fue reducido a: Gaby a True Story.

Sabíamos que era demasiado, se vivía más de lo que suponíamos y entre ficción y realidad, entre la inmensidad de librerías fabulosas, entre análisis de marxismo transnochado, Bartra y sus cruces, interpretaciones agrarias y agrias aparte, los penkos cuerpos de las chicas de Ghandi y Polanco, una especie de Gazcue en sus albores, Exterior Reventón, possssssí, no había de otra, estudiar el cuete, cuete, que era como decir cohete, definición atinada y espacial mexicana, lo que para los domicanos es el jumazo glorioso, que suponemos en este caso muy tricolor…

Aquel México ya no existe más, en el sortilegio que es siempre volver a México, designio piramidal aún sin descrifar, espacio poseído de una historia invisible todavía no narrada, irrupción de un deseo que se convierte tortuoso e inevitable, hasta que se cumple, para comprender que hay un solo México y cada uno de nosotros lo lleva tatuado por dentro, porque aquel México ya no existe más, fue un momento, un tempo de nuestras vidas, atesoramiento en la ilusion en la que el sueño del maguey gigante que te persigue se detiene cuando el avión vuelve y aterriza en el Distrito Federal, ahí fue la útima vez que vi a Eduardo García Aguilar…

SEGUNDA SECUENCIA (Y ULTIMA):
PARIS EN LE DANTON 2004. EXTERIOR
QUARTIER LATIN…

Mortecino el año 2004 no prometía grandes cosas en un París repasado y recorrido, con un frío nada habitual.

En el mismo mes de diciembre en la Habana había preguntado a unos mexicanos por Eduardo García Aguilar, alguien lo recordó y acotó que no vivía ya en México…

Al llegar a París para el fin de año, había pasado por allí en el 2000, no podía evitar cruzar por Odeon, por el Barrio Latino, entrar a Le Danton y de repente observar una cara conocida, a discresión.

Si esta secuencia se ubica como Exterior Quartier Latin, es porque allí sin buscarnos, nos encontramos con Eduardo García Aguilar y repasamos en París todos los sueños mexicanos, los mismos que casi están narrados más arriba.

Luego de una larga conversación de café, paseo por Luxemburgo, maravillados de nuevo por esa forma de arte público más que centenario, Eduardo se confesó devoto de París a morir, yo no pude compartir aquella idea, me reservé el entusiasmo, pero tampoco le hice sentir mal, lo importante era que esta ciudad nos había reunido y que eé estaba contento con autografiarme su novela “Tequila Coxis”, donde nuestro grupo del CCC de México era protagonista de espíritu, rebeldía y estampa.

Eduardo García Aguilar ha sido la sorpresa que diciembre guardaba, descubriendo desde el lugar de los mundos perdidos (allí donde un ángel guardián todo lo mira y lo guarda) aquel encuentro entrañable esculpido desde el alma misma de una ciudad fría, angustiosa, que se inquietaba en su frenesí de espera al año nuevo que fue el 2005.

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Publicado en Hoy, República Dominicana. 5 de marzo de 2005.

 

EL VIAJE LITERARIO DE SALAZAR PATIÑO

 Por Eduardo García Aguilar

Poco antes de la pandemia el polígrafo y polemista manizalita Hernando Salazar Patiño vino a París en el marco de una larga gira por varias ciudades europeas, que lo llevó a Roma, Viena y Madrid, entre otras capitales. Instalado en un apartamento cerca de la famosa plaza de la Bastille, donde estuvo preso el Marqués de Sade, vino para quedarse solo unos días, pero al final extendió su estadía, pues sin duda esta ciudad lo estaba esperando desde hace tiempos y quería atraparlo con sus redes misteriosas.

La prueba es que cuando fuimos al cementerio Père Lachaise ocurrió algo que parecía surgido de la novela fantástica de Michel Bulgákov El maestro y Margarita. Apenas ingresamos, llegamos de frente y por azar a la tumba de su admirada escritora Colette y a su alrededor un grupo de teatro ataviado como en la época representaba aspectos de su vida y obra.
 
Salazar Patiño, quien además tiene talento de actor, interactuaba con los comediantes, asombrados de verlo tan emocionado en medio de las tumbas de las grandes celebridades que pueblan la ciudadela de los poetas muertos donde reposan Molière, Proust, Oscar Wilde, Balzac, Miguel Angel Asturias, Rufino J. Cuervo, Alain Kardec y Jim Morrison, entre otros.

Seguimos al grupo teatral, que se detuvo después en la tumba de Proust para escenificar aspectos de su vasta obra En busca del tiempo perdido y así saltamos como saltimbanquis de una tumba a otra siguiendo a los actores y a su selecto público, como si estuviésemos en un sueño literario o embrujados por el gato misterioso de Bulgákov. He ido decenas de veces al Père Lachaise con amigos, pero solo con Salazar Patiño podía sucederme algo tan fantástico, digno del teatro del absurdo de Eugène Ionesco. 

E igual me ocurrió con él cuando paseábamos por la famosa calle de Lappe, cerca de la Bastille, sitio malevo famoso a comienzos de siglo XX y escenario de filmes, poblado por decenas de bares como el famoso dancing Club Balajó, además de otros antros de música caribeña o de rock. Ahí también la simpatía y elocuencia del escritor manizalita cautivó a los dueños de uno de los bares icónicos de rock, Le Bastide, que desapareció tras la pandemia, manejado por unos viejos ex hippies y donde se escuchaban en discos de vinilo todos los clásicos del género. Ellos querían homenajearlo y cerraron expreso el bar para eso, pero había tanto humo adentro que nuestro autor no pudo resistir e hizo mutis.   

La primera vez que vi al autor de Herejías (1983) y otros libros fue cuando para promocionar la revista cultural Siglo XX, en compañía de otros estudiantes de la Universidad de Caldas pasó por los salones del Instituto Universitario, donde yo cursaba, antes de que me expulsaran, el tercero de bachillerato. Después coincidimos en el legendario recital de Pablo Nerurda en el Teatro Fundadores, como lo atestigua la foto icónica de Carlos Sarmiento, y más tarde, a lo largo de las décadas, nos encontramos en ferias del libro, fiestas, conferencias y coloquios, pero nada como esta afortunada visita suya a la ciudad luz, llena de milagros.
 
París sabía que Salazar Patiño ha sido uno de los más fieles lectores y conocedores de la literatura francesa en Colombia. Por sus manos han pasado los grandes autores de este país, antiguos y modernos y además de Baudelaire, Rimbaud, Colette, François Mauriac, André Malraux, Simone de Beauvoir, Jean Paul Sartre y Albert Camus, él conoce otros escritores secretos.

Por eso la ciudad de Santa Genoveva y Baudelaire lo recibió con sorpresas y guiños teatrales en cada esquina para agradecerle su fiel viaje de más de medio siglo por las letras francesas. Y no solo su viaje por las letras de la tierra de Montaigne y Rabelais, sino su pasión por la literatura de todas las lenguas y épocas y en especial la de su propia tierra, Manizales, a la que ha dedicado libros y minuciosas investigaciones sin fin, a veces muy polémicas. 

Durante su visita hablamos mientras caminábamos hacia el Père Lachaise o Bastille de sus grandes amigos manizaleños de su generación Hector Juan Jaramillo y Jaime Echeverri, quien fue su vecino en la adolescencia, y evocamos figuras inolvidables de la cultura de Manizales como Fernando Mejía Méjía, José Vélez Sáenz, Dominga Palacios, Edgardo Salazar Santacoloma, Jorge Santander Arias, Beatriz Zuluaga, entre otros muchos.  

Éramos dos manizaleños perdidos en estas calles lejanas, pero cercanos a nuestra tierra y su literatura, porque al final uno es de donde nació y estudió la primaria y el bachillerato. En esos segmentos de la vida inicial uno ya es el que será y el "ingenio inagotable" de Salazar Patino, como dice su amigo Jaime Echeverri, siempre se ha manifiestado en la plaza de un viejo pueblo caldense como Salamina, Riosucio o Anserma o en Viena, Roma o París.     
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Publicado en La Patria, Manizales. Colombia. Domingo 4 de febrero de 2024.