Poco
antes de la pandemia el polígrafo y polemista manizalita Hernando
Salazar Patiño vino a París en el marco de una larga gira por varias
ciudades europeas, que lo llevó a Roma, Viena y Madrid, entre otras
capitales. Instalado en un apartamento cerca de la famosa plaza de la
Bastille, donde estuvo preso el Marqués de Sade, vino para quedarse solo
unos días, pero al final extendió su estadía, pues sin duda esta ciudad
lo estaba esperando desde hace tiempos y quería atraparlo con sus redes
misteriosas.
La
prueba es que cuando fuimos al cementerio Père Lachaise ocurrió algo
que parecía surgido de la novela fantástica de Michel Bulgákov El
maestro y Margarita. Apenas ingresamos, llegamos de frente y por azar a
la tumba de su admirada escritora Colette y a su alrededor un grupo de
teatro ataviado como en la época representaba aspectos de su vida y
obra.
Salazar
Patiño, quien además tiene talento de actor, interactuaba con los
comediantes, asombrados de verlo tan emocionado en medio de las tumbas
de las grandes celebridades que pueblan la ciudadela de los poetas
muertos donde reposan Molière, Proust, Oscar Wilde, Balzac, Miguel Angel
Asturias, Rufino J. Cuervo, Alain Kardec y Jim Morrison, entre otros.
Seguimos
al grupo teatral, que se detuvo después en la tumba de Proust para
escenificar aspectos de su vasta obra En busca del tiempo perdido y así
saltamos como saltimbanquis de una tumba a otra siguiendo a los actores y
a su selecto público, como si estuviésemos en un sueño literario o
embrujados por el gato misterioso de Bulgákov. He ido decenas de veces
al Père Lachaise con amigos, pero solo con Salazar Patiño podía
sucederme algo tan fantástico, digno del teatro del absurdo de Eugène
Ionesco.
E
igual me ocurrió con él cuando paseábamos por la famosa calle de Lappe,
cerca de la Bastille, sitio malevo famoso a comienzos de siglo XX y
escenario de filmes, poblado por decenas de bares como el famoso dancing
Club Balajó, además de otros antros de música caribeña o de rock. Ahí
también la simpatía y elocuencia del escritor manizalita cautivó a los
dueños de uno de los bares icónicos de rock, Le Bastide, que desapareció
tras la pandemia, manejado por unos viejos ex hippies y donde se
escuchaban en discos de vinilo todos los clásicos del género. Ellos
querían homenajearlo y cerraron expreso el bar para eso, pero había
tanto humo adentro que nuestro autor no pudo resistir e hizo mutis.
La
primera vez que vi al autor de Herejías (1983) y otros libros fue
cuando para promocionar la revista cultural Siglo XX, en compañía de
otros estudiantes de la Universidad de Caldas pasó por los salones del
Instituto Universitario, donde yo cursaba, antes de que me expulsaran,
el tercero de bachillerato. Después coincidimos en el legendario recital
de Pablo Nerurda en el Teatro Fundadores, como lo atestigua la foto
icónica de Carlos Sarmiento, y más tarde, a lo largo de las décadas, nos
encontramos en ferias del libro, fiestas, conferencias y coloquios,
pero nada como esta afortunada visita suya a la ciudad luz, llena de
milagros.
París sabía que
Salazar Patiño ha sido uno de los más fieles lectores y conocedores de
la literatura francesa en Colombia. Por sus manos han pasado los grandes
autores de este país, antiguos y modernos y además de Baudelaire,
Rimbaud, Colette, François Mauriac, André Malraux, Simone de Beauvoir,
Jean Paul Sartre y Albert Camus, él conoce otros escritores secretos.
Por
eso la ciudad de Santa Genoveva y Baudelaire lo recibió con sorpresas y
guiños teatrales en cada esquina para agradecerle su fiel viaje de más
de medio siglo por las letras francesas. Y no solo su viaje por las
letras de la tierra de Montaigne y Rabelais, sino su pasión por la
literatura de todas las lenguas y épocas y en especial la de su propia
tierra, Manizales, a la que ha dedicado libros y minuciosas
investigaciones sin fin, a veces muy polémicas.
Durante
su visita hablamos mientras caminábamos hacia el Père Lachaise o
Bastille de sus grandes amigos manizaleños de su generación Hector Juan
Jaramillo y Jaime Echeverri, quien fue su vecino en la adolescencia, y
evocamos figuras inolvidables de la cultura de Manizales como Fernando
Mejía Méjía, José Vélez Sáenz, Dominga Palacios, Edgardo Salazar Santacoloma, Jorge
Santander Arias, Beatriz Zuluaga, entre otros muchos.
Éramos
dos manizaleños perdidos en estas calles lejanas, pero cercanos a
nuestra tierra y su literatura, porque al final uno es de donde nació y
estudió la primaria y el bachillerato. En esos segmentos de la vida
inicial uno ya es el que será y el "ingenio inagotable" de Salazar
Patino, como dice su amigo Jaime Echeverri, siempre se ha manifiestado
en la plaza de un viejo pueblo caldense como Salamina, Riosucio o
Anserma o en Viena, Roma o París.
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Publicado en La Patria, Manizales. Colombia. Domingo 4 de febrero de 2024.
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