jueves, 31 de marzo de 2022

MÉXICO Y LAS ATROCIDADES DE LA CONQUISTA


Por Eduardo García Aguilar

Esta semana estalló una polémica en los medios de prensa españoles y mexicanos debido a las cartas que el mandatario de México Andrés Manuel López Obrador envió al rey de España y al Papa pidiéndoles excusas a la Corona y al Vaticano por las atrocidades cometidas durante la conquista, que cumple este año 500 años de iniciada con la llegada de Hernán Cortés a la tierra de Cuahtémoc y Moctezuma y concluyó en 1521 con la caída de la fabulosa capital azteca Tenochtitlán.
En estos tiempos de injurias y veloces respuestas por las redes, tiempos de gritería e histeria, no tardaron los energúmenos en saltar a la palestra atacando al presidente mexicano con insultos o descalificaciones, como lo hicieron respectivamente los escritores Arturo Pérez Reverte y Mario Vargas Llosa, entre otros. El primero tildó de "imbécil" al mexicano, cuyo abuelo era español, y el otro le dijo que debió escribirse la carta a sí mismo, sin comprender el contexto simbólico y cronológico en que el mandatario hizo el gesto, los 500 años de la Batalla de Centla ocurrida en 1519 entre las huestes de Cortés y los indios chontales.
Medio siglo después del llamado Descubrimiento de América y de la Conquista posterior, los irascibles espíritus hispanos, ibéricos e hispanoamericanos siguen tan encendidos como siempre, incapaces de escuchar al otro y de tratar de reflexionar con serenidad sobre aquellos acontecimientos históricos que tantas polémicas, debates, discursos, riñas, batallas, guerras, panfletos y libros han producido y sin duda producirán a futuro. Hernán Cortés, quien lideró con brío la conquista de México, es un héroe para los españoles, pero los mexicanos guardan la herida y en ningún lugar hay un monumento o calle a su nombre. Sus huesos reposan casi escondidos en una modesta iglesia del centro histórico de la capital mexicana.
La misma reacción ha ocurrido a veces con las reivindicaciones de las poblaciones negras contemporáneas cuando pidieron excusas a los países europeos por haber generalizado la trata de esclavos en aquellos tiempos, enriqueciéndose con los cargamentos de seres humanos adquiridos en las costas africanas para vender después en los territorios americanos necesitados de mano de obra tras el exterminio o la muerte masiva por enfermedades de muchos indígenas.
El comercio triangular del esclavismo partía de prósperas ciudades como La Rochelle, Burdeos, Nantes o Saint Malo en enormes barcos llenos de textiles y mercaderías europeas que eran vendidas en las costas africanas a los jefes de aquellas poblaciones. Luego esos jefes o caciques africanos vendían a los europeos esclavos que eran trasladados a América en condiciones atroces y allí iniciaban el largo camino de unas vidas de sumisión, trabajo forzado y miseria. Los barcos regresaban luego cargados de viajeros, riquezas y productos frutos a veces del saqueo y el robo. El esplendor de ciudades como La Rochelle, Saint Malo y Nantes muestran la inmensa riqueza acumulada por los negreros y los beneficios que la nobleza y la realeza de la época ganó con esa trata infame, en la que invirtieron y participaron notables figuras de la época.
Palacios, castillos, mansiones, puertos, avenidas, catedrales, muebles, cuadros, joyas, monumentos, entre otras muchas cosas, pueden visitarse y verse hoy como testimonios de las riquezas producidas aquel tiempo por el tráfico esclavista, y en Nantes, en el viejo Palacio de Isabel de Bretaña, se instaló un museo sobre la esclavitud, que aun causa polémica entre los descendientes de aquellos esclavistas. En una reciente visita a ese palacio con motivo de una exposición dedicada al Oro de Colombia, varias señoras de la región me expresaron su molestia por el museo y el dinero invertido por el Estado en él, ya que según ellas no tenían la culpa de que hubiera existido tal negocio siglos antes.
Lo mismo parecen decir los airados gachupines que lanzan el grito en el cielo, porque con motivo del medio siglo de aquel sangriento encuentro el presidente mexicano recordó, desde una pirámide maya situada en la región donde él nació en el estado de Tabasco en 1953, aquel sangriento encuentro que destruyó de tajo muchos rastros de aquellas civilizaciones prehispánicas, obligadas a renegar de sus dioses y a convertirse al catolicismo a sangre y fuego.
No solo los españoles destruyeron sus ciudades y templos, que luego fueron devorados por la jungla, sino que incineraron cientos de miles sino millones de códices escritos e ilustrados que guardaban de generación en generación y donde contaban su pasado y acumulaban sus conocimientos y saberes a través de milenos, pues se trataba de civilizaciones tan importantes como las que existieron en Egipto, Persia, India, Japón y China. Y nadie puede negar que la Colonia fue un saqueo permanente de las riquezas americanas con las que la Corona logró un gran esplendor y dominio en el mundo.
No todos los españoles de aquella época actuaron como los sangrientos conquistadores e hidalgos terratenientes y hay que mencionar al fraile dominico Bartolomé de las Casas, quien describió en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias los crímenes cometidos en Ultramar por los súbditos de la Corona, razón por la cual los mexicanos lo recuerdan con cariño y lo homenajean en la Ciudad de San Cristóbal de las Casas, epicentro de la rebelión indígena zapatista.
Cualquier jefe de Estado inteligente haría lo mismo con motivo del aniversario 500 de un acontecimiento tan importante y buscaría recordar a la humanidad los crímenes del pasado para que no se repitan, como ocurre con el Holocausto, la esclavitud, el genocidio armenio y el exterminio atroz de los indígenas norteamericanos, entre otros sucesos crueles de la historia humana.
López Obrador, quien se graduó en Ciencias políticas en la Universidad Nacional Autónoma de México, tiene en sus venas sangre española e indígena y en ese sentido es un mestizo americano. El presidente mexicano, que durante tantos años luchó por su causa y fue perseguido por ello, tiene derecho a expresarse como jefe de Estado a nombre de los indígenas de su país. Ya ante sus críticos ha dicho que el Estado mexicano también pedirá perdón a los indígenas mexicanos por la discriminación que han sufrido no solo después de la independencia sino hasta los tiempos recientes donde el racismo, la explotación y la indiferencia siguen vigentes. Su mensaje puede aplicarse a todos los países del continente americano.

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Publicado el 31 de marzo de 2019 en La Patria. Manizales. Colombia. 

sábado, 26 de marzo de 2022

LEER EL QUIJOTE DE LA MANCHA

Por Eduardo García Aguilar

Todos deberíamos leer con cierta frecuencia el Quijote de la Mancha, la obra crepuscular de Miguel de Cervantes que se convirtió en uno de los más grandes clásicos de la humanidad al lado de la Biblia, La Ilíada, La Odisea, los libros sagrados asiáticos El Mahabarata y El Ramayana y las sagas europeas y prehispánicas de todos los tiempos, desde Los Nibelungos hasta el libro maya Popol Vuh.

Cervantes escribió esta obra ya anciano para su tiempo siendo un sexagenario que pasaba por grandes dificultades como la cárcel y cargaba la acumulación de muchas frustraciones, entre ellas el haber sido secuestrado, participado en guerras donde perdió el uso de su brazo, y no ser nombrado funcionario del reino en Cartagena de Indias. Si hubiera cumplido el deseo de viajar a América su destino económico habría sido otro, pero no existiría la magna obra que aun nos maravilla y que comenzó a redactar en una celda fracasado y sin futuro alguno.

Cuando voy a Sevilla me encanta visitar el Archivo de Indias y caminar por esas calles tan familiares que se parecen a las de las grandes ciudades coloniales latinoamericanas. También gozo la vista de la catedral sevillana, que fue reproducida en muchas de las urbes del Nuevo Mundo. Lo mismo siento en la Gran Canaria, el lugar donde paraban antes de cruzar el Atlántico Cristóbal Colón y otros viajeros y conquistadores que se aventuraban hacia lo desconocido.

En uno de esos viajes por casualidad me topé con una muestra dedicada al escritor y pude ver de cerca las cartas y documentos donde pedía con insistencia un puesto en ultramar y pude ver su firma y su letra junto a objetos, enseres y complejas cajas fuertes de esa época, fabricadas en Alemania. En el Archivo de Indias uno viaja en el tiempo y parece estar cerca del viejo escritor cuya vida fue una lucha interminable. Y en Madrid me hospedé en el maraviloso Hostal Fernández, un sitio muy barato que semejaba el apartamento de una abuela y desde mi cuarto podía ver al frente la casa donde murió el autor.  

Tuve la fortuna de cruzarme con el Quijote muy temprano gracias a la edición que tenía mi padre, gran lector y admirador de ese libro, tal vez su preferido.  De manera que muy temprano tuve conciencia de la magnitud de esa historia y en especial la fuerza de sus palabras. Desde entonces lo he leído varias veces y en cada ocasión he sentido los efectos, pues lo que uno escribe sale mejor después de haber estado en contacto con su prosa. Cuando en bachillerato me expulsaron del Instituto Universitario y además los profesores me pulverizaron en las calificaciones, me refugié en la Biblioteca Municipal para leer partes de la obra en una edición enorme e ilustrada con los dibujos del gran Gustave Doré.

Cuando caemos en desgracia, cuando las vida nos da palizas, cuando el rumbo deseado nos es esquivo, cuando todo parece oscuro y cubierto por la bruma de la melancolía, no hay mejor remedio que leer El Quijote para que vuelvan los ánimos y uno se sienta como un caballero andante capaz de recorrer todos los caminos con la adarga al aire para vencer las injusticias y enderezar el rumbo. Por eso todos los que dedican sus vidas a luchar por la justicia, la igualdad, el bienestar para todos y fracasan en el intento, son hijos de la utopía y a todo honor están unidos para siempre al impulso quijotesco.

Entre muchas de las aventuras que suceden en esa obra, todas disfrutables, siempre me encantaba en especial la del gobierno de Sancho en la Insula Barataria, donde el personaje mostraba dotes de ser gran estadista. Desde entonces siempre supe que muchas veces, a diferencia de los tecnócratas o los delfines hijos de las élites, los que menos parecen preparados para llevar las riendas de un gobierno, pueden convertirse en los mejores, pues han vivido la vida desde abajo y conocen los verdaderos sufrimientos de las clases populares, los marginados, los que son invisibles porque nadie los ve ni los tiene en cuenta, como los pobres de todos los orígenes, los indígenas y los esclavos negros que vinieron amarrados en galeras desde Africa. 

Pero sin duda alguna lo fascinante de esta obra magna tan actual, es la fuerza utópica del protagonista, el Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, que a lo largo de la historia se dedica a "desfacer" entuernos y a inmiscuirse en las mejores causas, como defender desvalidos y castigar matones. De punta a punta vivimos las aventuras del manchego y nos queda grabada para siempre la fuerza de su idealismo como un ejemplo para la humanidad.

Por eso cuando hablaba con mi amigo el poeta Juan Carlos Acevedo sobre una frase que pudiera condensar esa energía magistral de un desfacedor de entuertos, no dudé en apostar por la que me salió al instante como en los juegos automáticos de los surrealistas: Si todos llevamos un Quijote de la Mancha en nuestro corazón, sobreviviremos a las tempestades y conjuraremos todas las catástrofes y los apocalipsis del mundo.
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Publicado el domingo 27 de marzo de 2022 en La Patria. Manizales. Colombia. 


sábado, 19 de marzo de 2022

EL OSTRACISMO LITERARIO DE LAS MUJERES

Por Eduardo García Aguilar

No hay duda de que las mujeres escritoras latinoamericanas del siglo XX siempre fueron ocultadas por un sistema que era diseñado por y para el brillo de los hombres, fueran jóvenes lobos en ascenso o viejos patriarcas instalados en sus cómodas poltronas. Nuestra generación, que fue la primera en que empezaron a abrirse puertas a algunas autoras, vivió en carne propia lo que era ese reino absoluto y voraz de los patriarcas literarios del siglo desde Lugones, Vasconcelos, Reyes, Borges, Bioy, Gallegos, Neruda, Asturias y Paz, hasta las estrellas ultramasculinas del boom.

Salvo en el mundo literario anglosajón, donde ya en la primera mitad del siglo XX se dio la irrupción de extraordinarias autoras como Virginia Wolf, Anais Nin, Djuna Barnes, Doris Lessing, Nadine Gordimer, entre otras muchas, en el resto de las lenguas y en la nuestra en especial siempre los reflectores se dirigieron a hombres que encarnaban países como padres de la patria idolatrados y cubiertos de incienso, amantes del poder y los honores, casi todos blancos, burgueses, pomposos, encorbatados y urbanos.

En el mundo hispanoamericano esa fue siempre la regla y la existencia de clanes masculinos en cada país y en la región entera contribuía a sobredimensionar sus obras, que eran aplaudidas a su vez por una crítica de predominancia masculina en el marco jerárquico y petrificado de las universidades y la prensa. Y se crearon así poderosas sociedades de elogios mutuos en torno al gran jerarca nobelizable del momento, a donde se ingresaba por cooptación y servil espíritu de cortesanía.

Nuestra generación vivió dentro de ese sistema como si fuera algo ineluctable y los nuevos escritores, narradores, poetas y ensayistas construían a su vez  nuevos clanes y se preparaban para subir al trono a medida que fueran desapareciendo esas figuras totémicas que reinaron sin compartir el poder a lo largo del siglo XX. Las mujeres escritoras solo estaban invitadas al banquete como observadoras, musas, esposas o groupies de los ídolos.

Los grandes poderes editoriales hispanoamericanos eran a su vez controlados en Barcelona, Buenos Aires o México, salvo excepciones, como fue el caso de Carmen Balcells, por hombres que en pleno apogeo clánico definían ascensos y caídas, premios, condecoraciones y consagraciones. Pero Balcells, aunque mandaba como la Gran Mamá Grande de la literatura en castellano, estaba totalmente al servicio de los futuros patriarcas que ella inventaba y empujaba a la fama y a la riqueza y junto a los cuales no había ni por equivocación una sola mujer escritora.

Igual ocurría en las rancias academias de la lengua dominadas por empolvados carcamanes trajeados de saurios que se cooptaban unos a otros desde los tiempos inmemoriales y duraban más tiempo que las tortugas de Galápagos para defender lo castizo decimonónico y la ortodoxia literaria.

En los departamentos de humanidades y literatura en las universidades también reinó hasta hace poco una hegemonía legitimadora de esa dictadura patriarcal y miles de tesis dirigidas por académicos mandarines proliferaban como conejos desbocados al por mayor, y solo servían para rendir homenaje repetitivo en monótona cantinela a los mismos patriarcas triunfantes, como si no hubiera nada más y la literatura solo fuera asunto de poderosos machos alfa cargados de condecoraciones.


Las mujeres estaban ahí y escribían durante el siglo XX, pero nadie las veía. Siempre los bombos fueron para los infatuados ídolos del éxito y los nuevos escritores hombres emergían generación tras generación como promesas y medraban en las antesalas del poder antes de caer en la desgracia y el olvido y aun hoy siguen muy inocentes y muy esperanzados como gallos que mueven sus crestas y afilan sus espuelas, sin saber que son ya una especie en extinción.

Todo eso lo sentíamos y lo veíamos, pero solo ya entrado el siglo XXI, comienzan a cambiar los paradigmas culturales. Muchas de esas mujeres ocultas son rescatadas del ostracismo: entre las narradoras Elena Garro y Amparo Dávila en México, Elisa Mujica, Helena Araújo, Albalucía Angel y Fanny Buitrago, en Colombia, y así sucesivamente se pueden hacer largas listas en cada país. Y eso sin contar a las magníficas poetas latinoamericanas que siempre fueron ocultadas de manera deliberada por la crítica y el poder literario en el marco de los grandes movimientos. 

Hubo algunas excepciones, como fue el caso de varias poetas y escritoras uruguayas, brasileras y argentinas, Alfonsina Storni, Victoria Ocampo, Clarice Lispector, Olga Orozco, en países del cono sur donde mucha gente descendía de los barcos que traían inmigrantes europeos, o el fenómeno milagroso de Gabriela Mistral, que fue la excepción que confirmaba la regla a lo largo del siglo XX. Todo eso está cambiando por fortuna en este siglo y por fin las escritoras de las nuevas generaciones ya no pueden ser ocultadas, ninguneadas, escondidas detrás de las cortinas y borradas del mapa. Esa es la revolución coperniciana de la literatura hispanoamericana de hoy y eso hay que celebrarlo.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 20 de marzo de 2022.
* En las fotos Gabriela Mistral, Olga Orozco y Victoria Ocampo.

 

viernes, 4 de marzo de 2022

FRANCESCA GARGALLO, SICILIANA DE MÉXICO

Por Eduardo García Aguilar

La escritora y ensayista italiana Francesca Gargallo (1956-2022), quien nos dejó esta semana, era una increíble siciliana que publicó en 1980 el primer libro de cuentos en su lengua materna, pero decidió viajar a México para adoptar la lengua española y dedicar su vida a la escritura, la docencia y la militancia feminista e indigenista en la capital mexicana y en varios países latinoamericanos que recorría con frecuencia de un lado para otro, entre ellos Colombia, donde tenía muchos amigos.

Gargallo llegó a México en el mejor momento, cuando la vida cultural y literaria del país estaba en su apogeo, con la presencia de los grandes clásicos mexicanos en plena actividad, a los que se agregaban decenas de grandes escritores centro y suramericanos recién acogidos en el país tras huir de las dictaduras militares. Estas figuras alimentaron con su talento las universidades y las publicaciones culturales, donde ya brillaban desde hacía décadas los grandes transterrados del exilio español.

La ciudad de México era una universidad abierta para todos los jóvenes de diversas nacionalidades que inundábamos presentaciones de libros, fiestas, salones de clase, museos y recintos culturales de toda índole que brillaban en medio del auge económico y el impulso especial que el gobierno y las universidades daban a las actividades editoriales y culturales. También estaban vivos Maria Félix y Cantinflas, el creador del mambo Dámaso Pérez Prado y entre los pintores, el gran Rufino Tamayo.

Todos los diarios tenían excelentes suplementos y secciones culturales y aparecían muchas revistas patrocinadas por instituciones y universidades, por lo que en esos medios los extranjeros nos fogueábamos al lado de los jóvenes escritores mexicanos. Entre esa generación creció la escritora siciliana, que tuvo una amplia actividad universitaria y editorial a lo largo de su vida. Entre sus libros figuran, publicados en su mayoría por la prestigiosa editorial Era de México, novelas como Días sin casura (1986), Calla mi amor que vivo (1990), Estar en el mundo (1994), La decisión del capitán (1997) y, publicado en Colombia por la editorial Ediciones desde abajo, Los extraños de la planta baja (2015). 

Su larga estadía en México se inscribe en la tradición de la presencia de artistas o personalidades italianas, como la legendaria fotógrafa, militante y activista social Tina Modotti (1896-1942), su antecesora en la primera mitad del siglo y precursora del feminismo, el novelista y best seller mundial Carlo Cociolli (1920-2003), el escritor Gutierre Tibon (1905-1999), la etnóloga y arqueóloga Laurette Sejourné (1911-2003) y entre los más recientes, el poeta Fabio Morábito. 
 
Desde el comienzo asistió a la emergencia del Templo mayor azteca de la ciudad, desenterrado del subsuelo e inaugurado en 1982, impulsando el entusiasmo por la arqueología y los secretos escondidos de las civilizaciones antiguas mexicanas. Francesca estuvo alerta a los movimientos sociales del fin del siglo XX y las primeras dos décadas del siglo XXI, como la Revolución Zapatista y las actividades de las mujeres indígenas, sobre las que escribió y con quienes compartió y militó.

Ese mundo fascinante prehispánico la maravillaba, así como la vida cotidiana de los pueblos ancestrales presentes no solo en la megaurbe capitalina sino en todo el inmenso territorio mexicano, marcado por el arte sincrético que reinó durante siglos en la colonia, cuando se construían fabulosas ciudades como Zacatecas, Oaxaca, Puebla, Querétaro o Morelia entre otras. Por eso le encantaba vestirse con huipiles y trajes mexicanos y expresarse con una culinaria sincrética que se podía degustar en las fiestas y encuentros que propició en sus casas de los barrios Condesa o Santa Maria la Ribera, donde vivió los últimos años.

Es difícil hablar de una gran amiga contemporánea que se va y no se ha ido, pero era inolvidable su alegría, la franqueza y el gusto por la polémica y la discusión, que acompañaba como buena siciliana con la voz alta y los gestos incesantes de las manos. Su hija mexicana Helena, cuando viajó por primera vez a Sicilia a conocer la tierra de su madre, le dijo al regresar: "Mamá, ahora ya comprendo porqué gritas tanto".

Francesca, graduada en la Universidad La Sapienza de Roma, era una aventurera permanente y recorrió varias veces el continente latinoamericano en bus de punta a punta. La última vez me la encontré en Quito, a donde había llegado con su hija y dio varias conferencias. Después seguía la ruta hacia Perú y Bolivia. Amaba Colombia y una vez llegó a Bogotá con su hija y nos llamó una noche a los amigos para decirnos que estaba hospedada en una posada en plena Candelaria, en una calle muy visitada por jóvenes aventureros europeos. Allí la encontramos con ese espíritu de joven viajera, ajena a las recomendaciones de todo tipo que le hacíamos para que cuidara la cámara fotográfica de los atracadores que en ese entonces pululaban por la zona. Así era ella, la escritora, la vitalista, la feminista italiana que amó a México y América Latina.  
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 6 de marzo de 2022.