Por Eduardo García Aguilar
Este sábado en la tarde casi toda Francia quedó paralizada durante los homenajes fúnebres a la estrella popular del rock francés Johnny Hallyday (1943-2017), quien durante medio siglo fue la figura más conocida de la farándula, un ídolo donde se concretaron las esencias de un país que vivió durante su reino tres décadas de esplendor y progreso económico y otras dos de crisis y desequilibrios políticos y sociales.
Como la otra gran estrella francesa anterior, Edith Piaf, cuyo sepelio también fue multitudinario, Hallyday fue abandonado por un padre alcohólico e ingresó desde niño al mundo precario del espectáculo, desde donde se izó desde los 14 años poco a poco a las más grandes alturas del éxito. Desde entonces cada uno de sus gestos, amores, bodas, enfermedades o problemas fueron seguidos milímetro a milímetro por varias generaciones de franceses, aunque en el mundo casi nadie lo conocía. Era menos famoso que Julio Iglesias o Shakira y su celebridad se reducía solo a Francia.
Pagó servicio militar cuando el grave conflicto de la guerra en Argelia en 1962. Se casó en 1965 ante las multitudes con otra gran estrella popular de la canción, Sylvie Vartan, con quien tuvo a su primer hijo, David, también estrella de rock. Luego fue al altar en 1982 con la famosa actriz Nathalie Baye, madre de su hija Laura, joven actriz. Y sus otros matrimonios fueron seguidos por las revistas de corazón, hasta el último con Laetitia, a quien se unió cuando él tenía 51 años y ella 19, y con quien adoptó dos niñas vietnamitas.
Hallyday fue siempre de derechas y apoyó con fidelidad a sus candidatos en las campañas presidenciales y durante mucho tiempo protestó por los altos impuestos que le cobraban en Francia. En un momento quiso adoptar la nacionalidad belga para escapar al fisco. Su música tenía poco de francesa y mucho más de estadounidense y sus verdaderos afectos fueron California y Beverly Hills, la isla caribeña de Saint Barthelemy, donde su cuerpo reposará al final, las motocicletas Harley Davidson, y las drogas y las fiestas en yates y en clubes privados con millonarios.
Imitador de Elvis Presley y James Dean, Hallyday hizo parte de una generación de rockeros que cambiaron sus nombres franceses por seudónimos anglófonos, como fue el caso de sus grandes amigos Eddy Mitchel y Dick Rivers. En pleno auge económico de los años 60, estos jóvenes despertaron a la juventud proletaria que vivía bajo el yugo patriarcal y creció en la pobreza de la posguerra con la rebeldía del rock de Elvis Presley, chaquetas de cuero, botas vaqueras, gestos de James Dean y una actitud de riña de barriada similar a la que se cuenta en la película musical estadounidense West Side History.
Johnny era bello, alto, blanco, de ojos rasgados azules y movía el cuerpo como lo hacían los rockeros gringos que cantaban grandes éxitos como "Ahí viene la plaga" o "El rock de la cárcel". En cada país de Occidente surgieron imitadores de este movimiento que se adaptaban a las lenguas locales y recorrían pueblos y ciudades dando conciertos donde los obreros jóvenes enloquecían y las chicas de las barriadas perdían la razón y se desmayaban.
Millones de abuelas francesas de hoy lloraban al verlo y los abuelos lo imitaban y lo seguían de concierto en concierto. Todos coleccionaron discos, objetos, prendas, fotos, como ocurrió en Estados Unidos con el icónico Elvis Presley. Miles de ancianos, acompañados por sus hijos y nietos llegaron hoy a París por tren, auto o motocicleta para asistir a su sepelio. Tal fue el caso en América Latina de Sandro de América, el ídolo argentino que enloquecía desde los escenarios trajeado con camisas de flores y pantalones estrechos, el pecho al aire y la melena rebelde y audaz.
Los viejos no vieron venir entonces el movimiento ni en Estados Unidos ni en Europa y asistieron impotentes, pese a su autoritarismo y a la amargura de haber sufrido la guerra, a la rebelión de sus hijos, que ya no querían ser proletarios sumisos y por el contrario se escapaban a las fiestas y a los salones de baile, augurando ya la posterior revolución sexual de los años 60 y la explosión de otras músicas más modernas como el clásico In a Gadda da Vida de Iron Buterfly, al que siguieron Jim Morrison, Janis Joplin, Jimmy Hendrix, Bob Marley, Joe Cocker y centenares de estrellas pop más, algunas más cultas o comprometidas como Bob Dylan y la agitadora de origen hispano Joan Baez, quienes aun recorren el planeta dando conciertos y hasta ganando el Nobel de literatura, como el autor de Míster Tambourin Man y Blowin in the wind.
El cuerpo de Halliday recorrió los Campos Elíseos en medio de la muchedumbre, llegó a la Plaza de la Concorde y después se dirigió a la muy tradicional y napoleónica iglesia de la Magdalena, donde se le rindieron honras fúnebres católicas en presencia del presidente Emmanuel Macron y los expresidentes Hollande y Sarkozy, así como las principales estrellas de la farándula, el cine y la música en pleno. Se inclinaron ante el féretro de Johnny el presidente, el primer ministro y el presidente del Senado. La ceremonia transmitida en directo parecía un acto del Antiguo Régimen, incluso parecido a la autocoronación del corso Napoleón Bonaparte. El féretro salió con lentitud de la iglesia acompañado por sacerdotes, monaguillos y alguaciles y fue despedido por centenares de miles de fanáticos agolpados en las avenidas. Ni siquiera el general Charles de Gaulle, liberador de la patria, mereció un homenaje parecido.
Esto fue algo nunca visto en medio siglo de historia del país, lo que consagra ya para siempre el reino de del mundo del espectáculo, anunciado por el gran filósofo Guy Debord en su clásico libro La sociedad del espectáculo.
La farándula, las estrellas de la revista del corazón y los futbolistas se han convertido en la nueva aristocracia hegemónica de la República. Políticos, intelectuales, escritores, clérigos, ministros, todos quieren ser estrellas y aparecer en el semanario Paris Match o la revista Closer. El poder se adapta a la narrativa veloz de los tiempos modernos y hoy, en esta ceremonia increíble, se ha consumado la boda final entre la televisión y la República monárquica francesa. El sepelio de Johnny es un hecho histórico en el país de Pascal y Descartes y su análisis apenas comienza.