viernes, 28 de diciembre de 2018

LA BODA CHINA DE HOUELLEBECQ

Por Eduardo García Aguilar
Michel Houellebecq es el escritor francés contemporáneo más exitoso y cercano a la farándula, pese a que su obra es irreverente como pocas y ha cimbrado el establecimiento literario con cada novedad. Después de la aparición hace casi ya cuatro años de Sumisión, una novela que imagina a una Francia dominada por los islamistas y cuyo lanzamiento coincidió con el terrible atentado contra la revista Charlie Hebdo, anuncia para enero su nueva novela Serotonina, sobre el tema del amor y el deseo, marcados por esa sustancia corporal.
Y como era de esperarse, Houellebecq se ha anticipado a la salida de su obra con el espectáculo de su boda reciente con una china de Shangái, Qianyun Lysis Li, quien lo conoció cuando elaboraba una tesis sobre él. Ataviado con frac y sombrero tirolés, el personaje salió de la alcaldía del barrio XIII en la Plaza de Italia del brazo de su joven y misteriosa consorte, y después celebró una recepción en la que estuvieron presentes muy conocidos personajes de la farándula parisina como la cantante Carla Bruni, exprimera dama de Francia.
Houllebecq saltó a la fama con Las partículas elementales, una obra excelente donde cuenta las desgracias de su alter ego, un infeliz, desgarbado, feo, tímido y fracasado muchacho aplastado por la figura de sus padres hippies e irresponsables que lo concibieron en 1958 y le hicieron vivir una infancia solitaria y atroz.
El autor ha cultivado una figura infame que es lo contrario de lo exigido en este mundo de estrellas y glamour cinematográfico. Es algo jorobado, mueco, pierde su caja de dientes con frecuencia en las fiestas, su cabello hirsuto, la nariz aguda de garfio y las vestimentas amplias y arrugadas de colores horrendos le dan la apariencia de un viejo indigente destrozado por el alcohol, el hambre y la droga.
Como buen experto en marketing, Houellebecq siempre ha acentuado tal imagen de hombre desgraciado e infeliz al acercarse la salida de cada uno de sus libros. Con esa apariencia se presenta en los programas de televisión o posa para los fotógrafos de las revistas o los periódicos para ilustrar sus declaraciones, siempre lúcidas y atinadas.
La imagen suya es una mezcla del viejo Paul Léautaud, ensayista y diarista conocido en la primera mitad del siglo XX, y del genial novelista Louis Ferdinand Céline. De Léautaud cultiva los sombreros de espantajo y el descuido facial y de Céline la apariencia fracasada que llevó hasta su muerte después de que cayó en desgracia por apoyar a los nazis y la invasión de su país. 
Nada en su vida anterior indicaba que Houellebecq saltaría a la fama y a convertirse en el más prestigioso escritor francés actual, incluso más que los dos Premios Nobel vivos Jean Marie Le Clézio y Patrick Modiano, pertenecientes ambos a una generación anterior. Con estudios mediocres de agronomía, el autor era un burócrata de bajo sueldo que completaba su fines de mes publicando artículos en algunas revistas literarias.  
Sin éxito con las mujeres, depresivo y tímido como sus personajes, Houellebecq hubiera podido pasar sin pena ni gloria después de la publicación de sus primeros libros, como otros miles de autores de este país donde cada temporada se publican al menos 1.500 novelas nuevas. Pero al relatar las penas de su generación y describir con cinismo la farsa del mundo contemporáneo con sus miedos y fantasmas conquistó al público y a la crítica. Pocos habían demolido de esa manera y desde su literatura a sus padres y a la generación de los revolucionarios progresistas surgidos de mayo de 1968, discípulos de Jean Paul Sartre Sartre y el Che Guevara.
Gran lector, conocedor profundo de la literatura y la historia de su país, exquisito estilista, Houlllebecq se convirtió en el ícono de quienes detestan el progresismo revolucionario y abogan por un neoconservadurismo que proteja al país de la amenaza de las migraciones, el islamismo, la frivolidad farandulera y el derrumbe de la cultura tradicional francesa ancestral y blanca, aplastada por las expresiones de los suburbios y el comunitarismo de los ghettos que se niegan a adaptarse y conservan de manera aislada sus propias costumbres y creencias.
Esta vez Houllebecq, ya millonario, famoso, traducido a todas las lenguas, ganador del Goncourt y reconocido y aplaudido por todos, está muy feliz. El sexagenario se ha puesto el frac, ha embarnecido y sonríe al darle una flor a su esposa ante las cámaras fotográficas. El autor de otras novelas como La carta y el territorio y La posibilidad de una isla, así como de una original obra poética y varias películas, conciertos de rock y exposiciones, merece la felicidad. Con su nueva apariencia, Houellebecq nos muestra que la literatura también puede llevar a los escritores hacia un inesperado final feliz.
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Publicado el domingo 23 de diciembre de 2018 en La Patria. Manizales.  Colombia. 

martes, 18 de diciembre de 2018

LA NARRATIVA ERÓTICA DE ANAIS NIN


Por Eduardo García Aguilar


Nacida en París, hija de un cubano y de una madre de origen danés, pero educada en Estados Unidos, Anais Nin (1903-1977) es una de las escritoras más notables del siglo XX y precursora de la literatura erótica vista desde el ángulo único del deseo femenino. 

Aunque fue muy amiga de Henry Miller, el autor de Trópico de cáncer, y de Lawrence Durrel, el escritor del Cuarteto de Alejandría, Anais Nin dio voz a la mujer y a sus profundas pasiones e inquietudes sexuales. Por eso afirmó con total contundencia que su camino era diferente al de sus amigos y amantes, cuya literatura erótica estaba inmersa en la tradición falocrática y machista.
 
Hasta entonces, desde los tiempos de la literatura libertina del siglo XVIII del Marqués de Sade, Giacomo Casanova y Restif de la Bretonne, pasando por la gran novelística realista del siglo XIX, desde Stendhal a Flaubert y Maupassant, pasando por Gustave Flaubert y su Madame Bovary, la mujer aparecía en las novelas como objeto pasivo, una simple víctima inocente e infantil.
 
La historia de la humanidad ha sido la de la mujer como botín de guerra destinada a ejercer la reproducción o saciar el placer del macho patriarca que llegaba, la tomaba y la poseía sin su consentimiento. El sistema patriarcal, desde las clases más bajas hasta la alta aristocracia, negociaba a sus hijas como una moneda de cambio y a través de ella se hacían alianzas económicas de carácter tribal o familiar.
 
En la actualidad en gran parte de la humanidad como en los países del Este europeo, asiáticos, latinoamericanos y africanos, la mujer sigue siendo considerada una moneda de intercambio que debe obdecer los desginios del patriarca, los hombres de la familia o de las mafias reinantes. Movimientos como el Estado islámico o su contraparte africana Boko Haran han secuestrado miles de jovencitas en los últimos años para entregarlas o venderlas a sus soldados, sacándolas de las escuelas, a donde, según esa funesta secta, nunca deben asistir. 
 
Nin hizo todo lo contrario de lo exigido en la primera mitad del siglo XX a una chica rica de su época. Estando casada con un banquero apuesto y rico, Hugh Parker Guiler, contrajo matrimonio secreto en California con el bello Rupert Pole y fue bígama toda la vida, ocultando al uno la existencia del otro. Y al mismo tiempo tuvo innumerables amantes en las ciudades donde vivió, como nos cuenta su gran biógrafo Deirdre Bair en su libro Anais Nin.
 
Todas esas historias las anotó con detalles minuciosos en el enorme diario que sostuvo desde niña y que guardaba celosamente en cajas fuertes bancarias. Como asidua de los medios literarios, intelectuales y artísticos de París, Nueva York y California, participó en orgías, tuvo relaciones amorosas con mujeres y experimentó apasionados tríos amorosos como el que sostuvo con Henry Miller y su esposa June.
 
También como mucha gente acomodada de su época se hizo el sicoanálisis freudiano y exploró a lo largo de los años todos los fantasmas, delirios, manías y misterios secretos de su vida, convirtiéndola en una lúcida intelectual con una vasta obra narrativa, autobiográfica y ensayística que al final de su vida tuvo el reconocimiento universitario. Murió convertida en una leyenda y celebridad mundial y la publicación póstuma de sus diarios secretos abrió a los investigadores la gran cantera de su autoanálisis.
 
En sus entrevistas y en sus textos brilla por su lucidez, elegancia y cultura, con aires de libertad y osadía pocas veces vivida por una mujer de su tiempo. Es al lado de otra contemporánea suya, Simone de Beauvoir (1908-1986) la precursora de los feminismos y de la emancipación femenina actual. 
 
Otros nombres de mujeres escritoras precursoras de su época deben ser mencionados: Virginia Woolf (1882-1941), Djuna Barnes (1892-1982), Marguerite Yourcenar (1903-1987), Mercé Rodoreda (1908-1983), Jane Bowles (1917-1973) y Patricia Highsmith (1921-1995), entre otras muchas.
 
Pero por su carácter en exremo libertario en materia sexual, la obra de Anais Nin es fascinante. La fama la obtuvo con Delta Venus, también traducido a otras lenguas con el título de Venus Erótica, un best seller mundial compuesto por relatos sexuales escritos en los tiempos en que coincidió en París con Henry Miller.
 
 La narrativa erótica aquí se vive desde la perspectiva exclusiva de la mujer sexual. Es ella la que busca y obtiene el placer con sus múltiples amantes, sin culpas ni temores, ni victimización. Ajena a la religión y a los prejuicios, Anais nos cuenta un mundo maravilloso de sexo donde el orgasmo es el protagonista. 
 
Los casos más extraños, los escenarios más improbables son relatados aquí con una maestría quirúrgica que nos fascina en el sentido más profundo de la palabra fascinar. Delta venus o Venus Erótica puede ser un excelente libro de cabecera para todos en tiempos de paz o de guerra.  
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              París, 15-XII-2018