Como cada año cuando llega octubre, comienzan las especulaciones sobre la mujer o el hombre que será galardonado por la Academia Sueca con el Premio Nobel de Literatura que consagra a un autor o autora con gloria en vida o lanza a la fama en el mundo a autores desconocidos en otros continentes lejanos al suyo.
Siempre, desde hace más de un siglo, salvo cuando hubo guerras o desastres, octubre es un año de fiesta y alegría para los escritores, que esperan la noticia y los días previos especulan sobre sus preferencias entre quienes lograron la fama en vida y a veces desde muy temprano, como fue el caso de nuestro Nobel colombiano.
Las poderosas editoriales multinacionales hacen circular rumores sobre algunos de sus autores para crear publicidad gratuita y aunque saben que todo es una quimera, pueden a veces incrementar las ventas azuzando los sentimientos continentales o nacionalistas de los inocentes lectores.
La verdad es que la Academia Sueca siempre ha dado sorpresas dejando por fuera para siempre a grandes glorias o premiando a desconocidos y ahora aun más cuando es asesorada por un serio comité de expertos y académicos de diversos orígenes y lenguas, bien enterados de la literatura mundial en una era mucho más conectada y febril que en siglo XX, cuando las intrigas entre poderes literarios y políticos eran más secretas, pues los nombres y deliberaciones abordados por los académicos durante sus debates finales deben permanecer en secreto durante medio siglo.
En el siglo XX y hasta entrado el XXI, salvo algunas excepciones como Gabriela Mistral, Nadine Gordimer, Wizlaba Symborska o Doris Lessing, el Premio era por lo regular para hombres blancos occidentales de Europa o países anglosajones, apuntalados por países y lenguas poderosas e incluso corrientes políticas mundiales ligadas a las grandes potencias. De vez en cuando saltaba algún autor exótico de la India como Rabindranath Tagore, de Egipto, como Naguib Mafouz, o un disidente soviético como el autor de Doctor Zhivago, Boris Pasternak.
En lo que respecta a América Latina, salvo el caso de la poeta chilena Mistral o del costeño García Márquez que se coló al club como por milagro desde el margen y muy joven, aunque apuntalado por grandes poderes y tendencias políticas del momento en tiempos de Guerra Fría, el premio fue para grandes patriarcas latinoamericanos, políticos o embajadores como Miguel Angel Asturias y Pablo Neruda, cuando se premiaba a autores de izquierda, o a figuras poderosas como Camilo José Cela, Octavio Paz y Mario Vargas Llosa, cuando la brújula cambió tras la caída del muro de Berlín y empezaron a premiar a autores de derecha.
Pero todo cambió en las últimas décadas con la irrupción de la mujer como fuerza mundial, impulso bajo el cual muchas han logrado Premios Nobel de manera sucesiva y casi paritaria, especialmente autoras poco conocidas hasta entonces de Europa del Este como Herta Müller y Elfriede Jelinek, o de Francia o Estados Unidos, como Annie Ernaux y Louise Glück, y el año pasado la joven surcoreana Han Kang. Esa tendencia sin duda continuará en auge, por lo que las posibilidades de los hombres disminuyen.
En todos los países y regiones del mundo hay centenares de poetas, ensayistas y narradores con vastas obras y vidas dedicadas a la literatura con pasión o empeño, pero para que se alineen los planetas deben conjugarse los azares de la vida y el destino. Gane quien gane por milagro cada año, es la encarnación de esa utopía desinteresada. Todos ellos no escriben para ganar premios sino para ejercer una vocación profunda y ser cada vez mejores seres humanos.
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* Foto de Elfriede Jelinek, Premio Nobel de Literatura en 2004