Patti Smith (1946) es uno de los más grandes mitos de la generación punk-rock desde cuando joven provinciana nacida en Chicago se instaló en Nueva York en el hotel Chelsea, donde convivió un tiempo con el fotógrafo Robert Maplethorpe, relación sobre la que escribió en uno de los libros autobiográficos más conocidos suyos, Just Kids.
En
 aquel tiempo se difundió su disco Horses (1975), elaborado por ella en 
palabra y música, y la foto de la portada, donde aparece la joven flaca 
de 29 años con pantalón y tirantes negros, camisa blanca con saco oscuro
 sobre el hombro e hirsuta cabellera, sigue siendo su imagen de marca. 
Bob Dylan la escogió a ella para que lo representara durante la entrega 
del Premio Nobel de Literatura en 2016, a la que se negó a asistir el 
sorprendido galardonado.
Escuchar
 Horses nos comunica con esa nueva gramática punk, donde la poesía se 
imbrica con el ritmo desbordado que agitaba las discotecas de Nueva 
York, San Francisco, Londres y París y otras capitales del mundo en 
aquellos años 70. La voz de Patti Smith, diáfana, aguerrida, rebelde, 
lanza las letras a toda velocidad acompañadas por el sonido de las 
guitarras eléctricas rasgadas y otros instrumentos como el piano, la 
batería o los sintetizadores, en una experiencia estética desbordante y 
única.   
Han pasado 
muchos años desde entonces, pero Patti Smith ha creado una vasta obra 
literaria tanto narrativa como poética y sigue también produciendo obras
 musicales donde se destaca su voz y su estilo. Expone además su obra 
plástica en galerías, da conciertos, milita por la paz y la justicia, 
mira el mundo con su cámara y crea ámbitos con troncos, piedras, arena, 
arbustos, prendas, objetos. 
También
 colecciona manuscritos de autores e incluso compró la casa campesina de
 la madre de Rimbaud, situada a 50 kilómetros de la ciudad natal 
Charleville-Méziers, allí donde él escribió adolescente algunos de sus 
poemas míticos, y en subastas busca fotografías inéditas con la imagen 
de su admirado escultor rumano Constantin Brancusi, cuyo taller esta 
reproducido en un espacio especial al lado del Centro 
Beaubourg-Pompidou.
Smith, 
como Dylan y otras estrellas underground del punk-rock, guarda una 
relación privilegiada con el arte y especialmente con la poesía, esa 
vivencia única donde los autores viajan hacia los extremos tratando de 
conquistar el misterio del cosmos a través del incendio de la carne, la 
piel, los sentidos. Como sus amigos Janis Joplin y Jimmy Hendrix.    
Hasta
 comienzos de marzo el Centro Pompidou presentó en su galería Cero una 
exposición multimedia bajo el título de Evidence, dedicada a sus 
inquietudes artísticas, en la que además de textos, músicas, poemas, 
cuadros y obras escultóricas, recorremos con ella un ámbito mágico, 
chamánico, inspirado en las obras de sus admirados Arthur Rimbaud 
(1854-1891), Antonin Artaud (1896-1948)  y René Daumal (1908-1944) y
 ciertos espacios como el mundo indígena mexicano y estadounidense, los 
ámbitos indios de benarés, las montañas etíopes, mexicanas y nepalíes, 
más allá de las alturas del Himalaya.
El
 trabajo realizado con sus amigos del colectivo Soundwalk mezcla 
fotografias, videos, imágenes, textos, sonidos del archivo personal de 
Smith, todos ellos recopilados o captados en los múltiples viajes por el
 mundo, siguiendo las aventuras vividas por Rimbaud perdido en Abisinia,
 Artaud extraviado en México en la Sierra Tarahumara, donde prueba el 
peyote, y René Daumal (1908-1944) en su corta y agitada vida en tiempos 
del surrealismo y la patafísica.
En
 la galería Cero del Pompidou uno se coloca los audífonos y a medida que
 recorre la exposición va escuchando en voz de Patti Smith los textos 
cantados o leídos de esos autores que ella admira y venera desde la 
rebelión y la pasión artística. Así escuchamos las palabras de Artaud, 
quien desde el manicomio escribió los más impresionantes textos de la 
demencia, o los poemas del adolescente mágico autor del Barco ebrio. 
En
 el muro del fondo se despliega el archivo personal de Smith y podemos 
así palpar manuscritos de los tres autores, dibujos personales como en 
el caso de Artaud, o fotografías u objetos que pertenecieron a ellos o 
tienen una relación con su vida. Es un collage de las aventuras de su 
vida y sus vidas. 
El 
espectador se sienta en troncos o tablas de madera añeja y ahí escucha 
en la semipenumbra de la exposición la palabra poética mientras palpa 
las arenas, las rocas, los despojos, los residuos de la vida y de la 
experiencia estética llevada a lo máximo por Patti Smith. 
En
 esta sala a donde me trajo el gran artista colombiano Gustavo Nieto, 
uno vuelve a sentir la fuerza de la poeta, quien este 6 de marzo, horas 
antes del cierre de la exposición, estuvo allí presente para despedirse 
de los trabajadores del museo Pompidou que la ayudaron a montar la 
muestra con su equipo. Atrás quedaban en la memoria auditiva los cantos 
de los indios Raramuri de la Sierra Tarahumara, la ceremonia raspa del 
Híkuri en Norogachi, México.  
Para
 ella el museo de arte moderno Pompidou, diseñado por dos jóvenes 
arquitectos delirantes, Renzo Piano y Richard Rogers, es en sí mismo una
 loca obra de arte rock inaugurada en enero de 1977, poco después de que
 ella publicara su disco emblemático Horses en Nueva York para entrar en
 la leyenda.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
