sábado, 20 de abril de 2024

INOLVIDABLES LOCOS CITADINOS


Por Eduardo García Aguilar

Cuando uno despunta a la literatura y el arte empieza a descubrir el mundo con ojos recurrentes que todo lo devoran. Al cumplir la primera década de la existencia y emprender desde entonces el camino ineluctable hacia el fin, las calles de la ciudad natal se convierten en el privilegiado escenario de un teatro iniciático. Lo mejor de la pequeña urbe son las intrincadas calles que suben y bajan y parecen tan empinadas y absurdas que desafían la gravedad, vías por donde se deprende el agua de los aguaceros o algún vehículo que ha perdido los frenos y baja loco a toda velocidad hacia los abismos.

Hay desde el inicio algunos recuerdos que uno cataloga en el fondo de la memoria. Una gran escarabajo en una pared blanca, una botella con bellas cerezas rojas en conserva traídas por el tío Migdonio, el padre afeitándose frente al espejo mientras lo carga a uno con la otra mano, las sirenas que resuenan y anuncian la caída de un gobierno, un inmenso globo aerostático que tratan de inflar en la antigua estación de ferrocarril y por supuesto los discursos airados de Leonardo Quijano, el chaplinesco loco de las calles manizalitas que dirigía un periódico llamado El Diablo.

Todas las ciudades y pueblos tienen sus locos inolvidables y originales y cuando hablo con amigos nacidos en otras urbes, suelen ellos contarme de esas figuras que vieron en sus barrios y se quedaron para siempre en la memoria. Mi amiga Luisa Futoransky me habla de uno que veía en Buenos Aires y siempre está presente en lo que escribe. En México, durante varios lustros me cruzaba en el centro con dos figuras increíbles. Primero la gran poeta Guadalupe Amor, tía de Elena Poniatowska, que ya anciana deambulaba por las calles vestida como una niña gigante, maquillada y cubierta de prendas estrafalarias de muñeca. Ella llevaba siempre un bastón o un paraguas con los que golpeaba a los adultos impertinentes que trataran de abordarla, pero por el contrario siempre se detenía cuando veía niñas o niños y empezaba con ellos diálogos imposibles. El otro personaje era el liliputiense Margarito, el hombre más pequeño del mundo, que recorría las calles cantando y tocando con su mínima guitarra.

Guadalaupe Amor (1918-2000) fue una estrella y diva de la poesía mexicana en los años 40 y 50 y su obra publicada en las mejores editoriales españolas de su tiempo, pero de ser aquella bella mujer admirada y adulada pasó el tiempo y los años 70 y 80 la sumieron en el olvido, cuando otras literaturas despuntaron y arrasaron con el pasado. Vivía por Bucareli en el Vizcaya, un viejo edificio decimonónico frente al ministerio de Gobierno, cerca de las calles y avenidas donde estaban situados en el siglo XX los grandes diarios mexicanos, Novedades, Excélsior, El Universal, entre otros. 

La ancianidad se le vino encima a finales de ese gran siglo y las élites literarias le dieron la espalda, por lo que erraba como un personaje de alguna película loca de Fellini, olvidada de todos, sobreviviendo en un tiempo que ya no le correspondía, pero que ahora algunos estudiosos rescatan con entusiasmo, como Michael Schuessler, estadounidense amante de México que publicó sobre ella el libro Guadalupe amor: La undécima musa.

Lo mismo ocurrió con Leonardo Quijano, de quien se dice fue brillante promesa de la política, el arte y la literatura, pero fue devorado por los fantasmas de la demencia y la excentricidad. Uno lo veía siempre deambular por las calles y viejos cafés cargando su cartapacio de dibujos o vendiendo su periódico El Diablo, que traía publicidades de negocios o bares citadinos y publicaba textos suyos escritos en un idioma críptico e incomprensible cargado de extrañas musicalidades. 

Su periódico lo editaba en una imprenta del centro y cuando salía un nuevo número sus admiradores, entre ellos estudiantes de bachillerato y universidad, sindicalistas, abogados, políticos, lo compraban con gusto y trataban de hablar con el inasible personaje que seguía su rumbo hacia la guarida secreta donde vivía. A veces era presa de agitaciones delirantes y en la Plaza de Bolívar, junto a la gobernación, pronunciaba largos discursos en el galimatías incomprensible con que pensaba y escribía.

Quijano tuvo sus protectores y amigos como el nadaísta Mario Escobar Ortiz y el filósofo Hernando Salazar Patiño y muchos más. El hacía parte del centro histórico y como Guadalupe Amor en México, vivía allí en perfecta conjunción con ese mundo ido donde eso era posible y tolerado. Al final dicen que el poeta Wadys Echeverry lo rescató del manicomio de San Cancio y lo entregó a unos familiares que se lo llevaron a otro lugar, donde se esfumó para siempre.

Su figura me impactó en la adolescencia y siempre escuché sus discursos pantagruélicos y de tanto verlo y cruzarlo y comprarle su diario, terminó aceptándome desde su silencio como a otros de sus jóvenes admiradores. Por eso en mi primera novela Tierra de leones lo hice personaje central, imaginándome otra vida paralela en una ciudad tan extraña como la nuestra, dotada de un magnífico centro histórico propicio para la ficción. También le dediqué un largo relato bajo el título Una ciudad para Quijano, donde imaginaba otro destino para él y que fue publicado en la revista La Palabra y el hombre de la Universidad Veracruzana en 1981.

Los locos citadinos siempre fueron personajes preferidos por los novelistas y sin duda el más grande de todos es el ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que era también un Quijano como el nuestro. Desde el margen de sus locuras, Alonso y Leonardo Quijano y la mexicana Guadalupe Amor, con sus airadas imprecaciones callejeras y sus silencios cargados de miradas, nos interpelan y nos forman cuando despuntamos a la vida y por eso sus leyendas respectivas perviven en el desván personal de los prodigios.    





sábado, 13 de abril de 2024

UN MUNDO DE ÉXODOS

Por Eduardo García Aguilar

Uno de los fenómenos que más se han acelerado en este primer cuarto del siglo XXI es el desatado flujo migratorio que afecta todos los rincones del planeta, cuando aumenta exponencialmente la población mundial y se incrementan los conflictos de toda índole que los gobiernos parecen incapaces de controlar.

Millones de personas del sur global huyen de sus terruños empobrecidos y sumidos en la violencia y arriesgan sus vidas para llegar a las naciones ricas del norte donde se supone encontrarán trabajo, seguridad social y una mejor vida, tal y como se promociona en los medios, la música popular y las redes sociales.

Los asiáticos huyen de los conflictos étnicos que afectan sus países como en Birmania o Bangladés, del sureste asiático huyen de Afganistán o Pakistán, como en otro tiempo huyeron de Camboya, Vietnam y Laos y así sucesivamente todas las regiones se ven afectadas por un efecto dominó que incluye genocidios, guerras religiosas, yihadismo y hambrunas africanas, o la pobreza y la violencia narcotraficante que gangrena norte, centro, sur y Caribe latinoamericanos.

La primera causa de ese éxodo generalizado son las guerras cíclicas que obligan a la mayoría de la población a huir de los bombardeos y la muerte segura, como en Irak, Afganistán, Líbano o Siria, países devastados y arrasados por guerras atroces, a lo que se agrega ahora el éxodo de ucraniano, que se instaló en masa en Europa.

Hace apenas unos años se apiñaban en las fronteras del este millones de migrantes que huían de Asia y Oriente Medio hacia Europa y morían en arriesgadas travesías por mar, o quedaban atrapados en campamentos en países intermedios, hacinados, enfermos y rodeados por extremas medidas de seguridad destinadas a disuadirlos de seguir el viaje.

En la última década el flujo dramático proviene de África y se cuentan ya por decenas de miles los migrantes muertos al naufragar sus precarias embarcaciones en el Mediterráneo, frustrando su intento de tocar playas griegas, españolas o italianas. Los que sobreviven y se cuelan por las porosas fronteras siguen el camino hacia el norte, desde donde intentan cruzar el canal de la Mancha hacia el Reino Unido o las costas belgas, de los Países Bajos o Dinamarca, donde se quedan o tratan de llegar a El Dorado de Suecia o Noruega.

Fui testigo de ese lento proceso cuando en la década pasada en la estación de trenes de la rica ciudad alemana de Múnich, ya de por sí atestada de migrantes turcos y griegos,  veía el flujo permanente de asiáticos y mediorientales que llegaban desorientados por miles y eran recibidos por asociaciones caritativas. Se veían muchas madres solas con hijos menores que habían logrado superar los filtros fronterizos y eran solo la ínfima parte del éxodo que ya se apeñuscaba en Turquía, Grecia, Austria, los países balcánicos o del este europeo, como Hungría, Rumania, Bulgaria, Polonia y República Checa.

El fenómeno llegó a tales niveles, que la canciller alemana Angela Merkel ordenó recibir a casi dos millones de inmigrantes, por lo que en ciudades, suburbios y pueblos se veía como proliferaban las instalaciones plásticas tecnificadas donde se alojaban esas personas.

Fue una decisión estratégica, pues la natalidad alemana se había desplomado a tales niveles que se ponía en riesgo el futuro del país. Muchos de esos migrantes jóvenes del sur son de clase media que vienen educados y formados en diversos oficios e incluso ostentan títulos universitarios. Todos esos jóvenes obtuvieron empleo rápido en hospitales, fábricas, obras públicas o restaurantes y comercios, impulsando de paso la economía.

La mayoría de esas personas vienen sedientas de vivir en paz y ponerse a trabajar de inmediato, lo que el gobierno entendió y es un hecho palpable, pues la industria, el agro y todas las actividades fueron irrigadas por esa nueva fuerza laboral. Casi todos los países europeos desde Noruega, Suecia y Dinamarca hasta los del este y el centro han experimentado radicales cambios sociológicos visibles en el creciente mestizaje palpable en escuelas, parques y calles.

En París es tangible la filtración permanente de migrantes de todas la nacionalidades que llenan plazas, bulevares y suburbios capitalinos hasta que son trasladados en operativos especiales y distribuidos en ciudades y pueblos del interior, en medio de las protestas de la población, que adhiere a los partidos xenófobos de extrema derecha, lo que es la tendencia generalizada en el continente y se verá reflejada en las próximas elecciones europeas de junio.

Como toda la población mundial está ahora conectada a través de los teléfonos celulares, las pantallas se han convertido en un imán que llena de sueños a la juventud dopada por las imágenes irreales del primer mundo agenciadas por la publicidad de las marcas de lujo y la música popular del rap y el reggeaton, influida por el arribismo y la codicia de la ideología narcotraficante y mafiosa.  

En el siglo XX este fenómeno fue visible en países como Estados Unidos, Brasil y Argentina, que recibieron oleadas de inmigrantes europeos que huían de la miseria o las guerras y venían de Oriente Medio, China, los balcanes, Italia, Francia o España. Pero en ese entonces no había televisión ni internet ni redes sociales y las noticias circulaban a través de los tangos, las cartas o los cinematógrafos. 
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Publicado en La patria. Manizales. Colombia. Domingo 14 de abril de 2024.




 


sábado, 30 de marzo de 2024

LLEGAR EN ABRIL A LA CIUDAD DE EIFFEL

Por Eduardo García Aguilar


Llegué a París un 5 de abril, al inicio de la primavera, cumpliendo el rito de un sueño adolescente. Hacía frío, pero un extraño fuego parecía incendiar los viejos monumentos cubiertos por el óxido verduzco o la añeja ceniza de las chimeneas. Percibíamos el olor novedoso de una ciudad cuyas casas y templos albergaron durante siglos la fe o la duda de sus habitantes en tiempos de reyes. Los cementerios estaban repletos de seres idealistas que antes vibraron por sueños y batallaron hasta la muerte por paraísos que nunca se cumplieron como La Revolución Francesa o la Comuna de París. Aquella tarde vimos revelado el resplendor implacable de la vida, la triste insignificancia de las generaciones, el fluir de la materia perecedera que nos conforma y de la que solo somos accidente.

Tres días antes había muerto el presidente Georges Pompidou. El país se aprestaba a un nuevo cambio, pero la incertidumbre no se reflejaba en las caras blancas, lívidas, de los transeúntes, que en abril, cubiertos por gabardinas y abrigos, expelían de sus bocas un aliento humeante. Después de bordear el Sena unas horas y mirar fluir el agua desde los puentes con un ejemplar recién comprado de Le Monde debajo del brazo, me acerqué a la estación del metro. Abajo pregunté por donde introducir el boleto amarillo y fue como ingresar al tren fantasma de la infancia, cuya oscuridad era sorprendida a veces por algún monstruo o una aparición levitante. El tren era casi centenario, verde, de madera y renqueante.

Llegué a la estación Saint-Lazare, donde sin duda el poeta José Asunción Silva y José Maria Vargas Vila deambularon como tantos otros modernistas de nuestro continente, maravillados por el progreso y la magnificencia  de la arquitectura de hierro de Eiffel. Nos impresionaron también esos amplios hangares, las vastas techumbres y vigas de hierro, los frisos art-decó, las enmarañadas marquesinas que aquella tarde parecían cargar ellas solas con la fuerza de mil nubes eternas.

Al día siguiente se celebraron los funerales nacionales de Pompidou, el presidente que sucedió al viejo general Charles de Gaulle. Letrado y estadista amante del arte y la poesía, elaboró una de las mejores antologías de la poesía francesa y durante su gobierno se prepararon las bases para la construcción del museo de arte moderno Beaubourg, que llevaría su nombre. Empezaron a llegar presidentes y mandatarios de todo el mundo, entre ellos Richard Nixon, y sus honras fúnebres fueron en la catedral de Notre Dame. Después vinieron las elecciones anticipadas en las que participaron el socialista François Mitterrand, el gaullista Jacques Chaban Delmas y el centrista ex ministro de Economía, Valéry Giscard d'Estaing, quien ganó. Los debates en la televisión y en la gran prensa eran fascinantes y el ambiente se convirtió en un curso inmediato de ciencias políticas.
 
En la década siguiente vinieron muchos cambios en el mundo. Los hippies y los revolucionarios se volvieron viejos y pasaron de moda. Se acabaron los sueños de Mao y los maoístas se quedaron sin patriarca. China se modernizó y dejó atrás el viento medieval que su viejo tirano había querido imponer. Vietnam ganó al imperio estadounidense una guerra interminable. Bajo el mando de Pol Pot, Camboya vivió la amarga experiencia totalitaria que Conrad vislumbrara en el Corazón de las tinieblas.

Portugal derrotó a la dictadura y se volvió una democracia europea. España vio morir al tirano Franco y después se dio la convivencia impensable años antes, entre la monarquía y el gobierno socialista. Mitterrand llegó al poder después de buscarlo durante décadas. Nixon tuvo que renunciar acusado por ágiles periodistas. El shá de Irán dio paso a una dictadura religiosa. Murió Sartre y con él toda una época. Murieron Malraux, Neruda, Lennon, Buñuel, Miró, dos papas, Brejnev, Marcuse, Ingrid Bergman.

Vimos a Julio Cortázar deambulando en Toulouse, hombre que no envejecía, luchando con entusiasmo por un sistema en el que tal vez no hubiera querido vivir. Vimos a Sartre muy enfermo y babeante caminar en un cementerio del brazo de Simone de Beauvoir y desmayarse casi en el sepelio de Pierre Goldman. El tiempo pasó como en una larga película hollywoodense. La misma guerra que vemos arder ahora en muchas partes del mundo es la misma conflagración metálica, fría, de profesionales, donde los que pierden son mujeres, niños y viejos. 

De pronto, al final del túnel del tiempo, después de muchas peripecias y volteretas, hay sin embargo una nueva realidad al otro lado en el continente latinoamericano desde México a Brasil, pasando por Colombia y Chile, por lo que en muchas ciudades peligrosas y maravillosas a la vez se expresa el futuro. Hay que estar con los ojos abiertos observando la fusión de nuestras pasiones, nuestra lengua, nuestras calles repletas de basuras y de hombres angustiados, mirando y escribiendo el reino del caos. 

Lo que no morirá será la palabra de quienes prefieren la trinchera de los lápices a la de las armas. Dándole la espalda a los vendedores de paraísos obligatorios y a los tecnócratas de la guerra y el tedio, podemos mirar el horizonte y saber que pese a la sudorosa penuria de nuestros suburbios y calles, a la algarabía de los mercados, o tal vez no pese, sino gracias a todo ello, podemos seguir escribiendo la verdad de América Latina, un rincón maravilloso del mundo.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 31 de marzo de 2024.
 
 



lunes, 25 de marzo de 2024

CIEN AÑOS DE LA MONTAÑA MÁGICA

Por Eduardo García Aguilar


En 2024 se cumplen cien años de la publicación de la novela La montaña mágica del Premio Nobel alemán Thomas Mann, uno de los libros más significativos del siglo XX, que transcurre antes del inicio de la Primera guerra mundial en el Sanatorio Internacional Berghof para tuberculosos de Davos, en los alpes suizos.

El joven burgués y huérfano Hans Castorp, criado por su abuelo y su tío en Hamburgo, va de visita al sanatorio a ver su primo Joachim, afectado por ese mal que después sería controlado con la aparición de la penicilina, pero al final termina quedándose allí durante siete años, antes de partir a enrolarse en el ejército alemán al iniciarse la guerra que ya se sentía venir en los primeros lustros del siglo XX.

Castor termina seducido por el ambiente del lugar, comandado por el médico Behrens, que ama el arte y es pintor y es secundado por el psicoanalista Krokovski, quien realiza sesiones donde circulan las ideas que comenzaban a estar de moda bajo la batuta del gran Sigmund Freud y sus jóvenes discípulos en la capital austriaca Viena.

En el hospital hay un lujoso comedor con siete grandes mesas para una decena de comensales cada una, donde día a día personajes variados se encuentran y establecen todo tipo de relaciones y diálogos, a veces sacudidos por la muerte súbita y ya prevista de algunos internos, suicidios inesperados o la llegada de nuevos clientes, como la bella y sexual Clawdia Chauchat, de la que se enamora perdidamente el joven protagonista.

Durante su estadía, que era primero solo como visitante, el joven ingeniero naval Castorp resulta diagnosticado con el mal, por lo que se queda para seguir el tratamiento. En aquellas alturas nevadas comienza a relacionarse con el escritor liberal italiano Settembrini, con quien sostiene amplias discusiones apasionadas mientras caminan por el pueblo o las montañas. El excéntrico maestro se vuelve su mentor a medida que avanzan las sesiones de formación socrática en temas filosóficos, literarios y políticos.

Después esos temas serán cotejados y complementados con la aparición del jesuita Naphta, contradictor que se enfrenta con Settembrini en una magnífica esgrima intelectual y verbal sobre todos los temas, como era de uso en esos tiempos a la vez tan modernos y tan lejanos de nosotros.

A lo largo de la novela se viven momentos intensos durante las diversas agonías a las que asiste Castorp en una etapa de su estadía, cuando se dedicó a la obra de caridad de acompañar a los enfermos hasta el último suspiro. A veces en pleno invierno, los cuerpos de los fallecidos eran enviados al pueblo en trineos de bobsleigh que bajaban raudos sobre la nieve. 

Pero también en medio del aislamiento había fiestas, recepciones, ebriedades, sesiones de espiritismo, delirios bajo tormentas de nieve, exaltaciones, presencias de personajes absurdos y caricaturales, erotismo desbordado e iluminaciones, mientras abajo, en la Europa real sucedían las crisis económicas y se preparaban los ejércitos.

Ha pasado un siglo, pero Europa sigue viviendo inmersa entre los mismos fantasmas, sumida en la incertidumbre de la guerra, la división, la crisis y el sonido ineluctable de los tambores bélicos que retornan de manera cíclica, ante la inercia cómplice de líderes que llevan al matadero a sus ciudadanos como el Flautista de Hamelin llevaba ratas al abismo.

Por eso La montaña mágica es tan importante y necesaria, convertida en un clásico permanente y vivo, como lo han sido Prometeo encadenado de Esquilo o la Divina Comedia de Dante, entre otras. Y es un ejemplo logrado de lo que es una novela, o sea la creación con palabras de un mundo dentro del mundo, un universo dentro del universo, a veces más nítido y palpitante que la propia realidad.

Los grandes autores de novelas son creadores de universos. Antes de emprender la escritura y durante el proceso, el autor va armando una catedral de tiempo y lugar, donde deambularán los personajes. Para ellos hay que inventar paisajes, calles, ámbitos climáticos y geográficos, bajo la lluvia o el sol y las circunstancias históricas donde transcurren sus existencias. Es un reto enorme para el novelista y si logra escribir una obra maestra como ésta, siente una gran sensación de victoria y poder, aunque muchas veces ignora que lo ha logrado, porque el veredicto definitivo sobrepasa el tiempo de su existencia y se interna hacia el futuro hipotético. 

El periplo de Hans Castorp encarna el destino del humano en todas sus circunstancias.  Por eso al final de su formación y retiro, baja de las alturas a enrolarse en el ejército de su país, sabiendo que morirá, pues en esas batallas cuerpo a cuerpo de la Primera guerra mundial eran pocos los sobrevivientes, solo aquellos que mutilados o no, permanecían en el mundo para contarlo. 

Allá arriba en ese ámbito cerrado, Thomas Mann logra hacer una metáfora de las incertidumbres de su época, que iba directo a la guerra en medio de los grandes avances de las ciencias, la tecnología y la industria mundiales. En ese universo cerrado hay tiempo para cavilar sobre todos los temas esenciales posibles, los mismos que hoy agitan y en el futuro preocuparán a ciertos individuos alertas que viven la existencia como un relámpago permanente.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 24 de marzo de 2024.


sábado, 16 de marzo de 2024

LOS TAMBORES DE GUERRA

Por Eduardo García Aguilar

Las generaciones se suceden de manera vertiginosa unas a otras para repetir el ritual de la vida y la muerte con sus entusiasmos y derrotas, por lo que es absurdo pensar que todo pasado fue peor o mejor y que el mundo irá al despeñadero o será radiante cuando los nuevos lleguen al poder.

Eso lo sabían ya hace miles de años los grandes sabios desde la atalaya de su senectud, cuando sentados en el Ágora veían pasar a los jóvenes y los interpelaban con bromas o imprecaciones, como Diógenes. O cuando, como Sócrates, ya entonados por el vino y rescostados en sus literas, pasaban la tarde arreglando el mundo y escrutando el futuro.

Cada nueva generación descubre el agua tibia que fluía en los imponentes baños romanos donde multitudes de ciudadanos conversaban, coqueteaban y se dedicaban al chisme, la intriga y la maledicencia, refiriéndose a los gobernantes de turno, a cortesanos y preferidos, que tarde o temprano terminaban por morir de muerte natural o asesinados en medio de revueltas y cambios súbitos de destino.

A veces había periodos de relativa paz y estabilidad celebrados por los viejos que experimentaron jóvenes los dolores de la guerra y llevaban en sus pieles o mutalaciones los estigmas de la conflagración. Esas épocas de relativa paz eran disfrutadas por los ancianos, aunque en las nuevas generaciones ardiera ya el ineluctable deseo tanático de la adrenalina que es la materia de los héroes y el cimiento de la gloria militar.  

Espléndidos teatros y estadios a donde acudía la muchedumbre a divertirse y recibir su cuota de pan y circo, ágoras griegas y palacios de emperadores asirios, tabernas romanas o pompeyanas donde acudía a libar la gente del común, bibliotecas, mansiones y edificaciones de varios pisos, casernas militares lejanas, sólidas vías, murallas, faros y acueductos, son prueba de que ya todo existía más o menos como hoy desde los tiempos del Minotauro o Moisés, excepto que no cruzaban aviones por el aire ni satélites por el espacio ni existía la bomba atómica.

Uno imagina a Paulo de Tarso viajando por todos los países de la cuenca mediterranéa tratando de ganar adeptos para su causa, conocedor como pocos de todos los rincones del imperio donde tenía amigos, y de la capital Roma, la metrópoli donde reinaba la algarabía, la pobreza, el lujo, la violencia y el vicio.
 
Gracias a tabletas sumerias, jeroglíficos egipcios, escritos griegos o latinos, códices mayas o archivos chinos, tenemos conocimiento de esas complejas sociedades que a lo largo de los milenios tenían escuelas, sabios, sacerdotes, matemáticos, médicos, escribas, estrategas, administradores y funcionarios especializados en hacer la guerra o mediar en conflictos e incluso practicar la poesía o la astronomía.

Por eso no es extraño que al terminar el primer cuarto del siglo XXI escuchemos tambores de guerra en casi todo el mundo, que poco difieren de los anuncios de Alejandro Magno, Darío, Julio César, Trajano o Adriano, Gengis Kahn, Atila, Soleimán y tantos otros gobernantes que repitieron de generación en generación el ritual de la guerra y la destrucción.

Cada país del mundo sin falta puede hacer la cronología milenaria y centenaria de sus desgracias y guerras, como lo atestiguan las estatuas de sus héroes, los nombres de las plazas o los monumentos que alimentan el orgullo nacional y patriótico.

Hace apenas 80 años terminaba la Segunda Guerra Mundial y ahora las potencias muestran los dientes y no descartan usar el arma nuclear, argumentando unos y otros que están en peligro "existencial", por lo que a veces uno se imagina como en la película Casablanca, corriendo a buscar un tren hacia las costas del Atlántico y un barco para huir hacia donde no haya bomba atómica.

Lo extraño entre los líderes de las potencias mundiales actuales es que nadie habla de paz y todos, ancianos y jóvenes, sacan el pecho por la guerra como los gorilas. La gran potencia occidental y sus adláteres europeos solo hablan de invertir en tanques, ametralladoras, misiles, municiones, aviones, helicópteros y drones, que facturan con alegría las empresas nacionales. Igual lenguaje es usado por las potencias del otro lado del planeta, también dotadas con el arma nuclear y otros países ricos y pobres de Oriente Medio, Asia y África que viven entre asonadas y amenazas, comandados por dictadores que escogen uno u otro bando.   

Asombra que miles de años después estemos en las mismas y que en plena era interconectada por las frágiles redes de internet, la actualidad televisiva y la noticia al instante, estemos escuchando en todo el mundo los mismos anuncios de guerra. Pueblos asediados, hambruna generalizada, cementerios de soldados anónimos y decenas de miles de muertos civiles, niños, madres y ancianos.

Lo más extraño es que hablar de paz en estos tiempos es visto con sospecha por quienes detentan el poder mundial y los ideólogos y medios que los secundan. Quienes abogan por la paz son vistos ahora con desconfianza o perseguidos y hasta el papa Francisco, que pidió esta semana a los beligerantes sacar la bandera blanca y negociar, recibió duras críticas e imprecaciones por decirlo, como si fuera un peligroso subversivo.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 17 de marzo de 2024.

domingo, 10 de marzo de 2024

LA PROLIFERACIÓN LITERARIA

Por Eduardo García Aguilar

Uno de los fenómenos más interesantes en los usos literarios en América Latina y el mundo en este siglo XXI, décadas después del inicio de la era digital, es la creciente proliferación literaria, inimaginable en el siglo pasado, cuando ser escritor era un desdeñado camino riesgoso y minoritario, que podía llevar a la miseria y a la soledad en capitales y provincias.

La llegada de las computadoras facilitaron la tarea, que antes era ruda con las viejas máquinas de escribir Underwood y Remington que obligaban a repetir la plana cuando se cometían errores y exigían gran fortaleza dactilar, por lo que alguna vez Juan Rulfo dijo que se debía comer mucha carne para enfrentar el reto físico de ser escritor. Además desde hace más de dos décadas los magníficos programas automáticos anuncian y corrigen los errores de ortografía y redacción y pronto la Inteligencia Artificial redactará los libros de los aspirantes a la gloria.    

Salvo unos cuantos escritores, en su mayoría varones, que lograban gran reconocimiento y con frecuencia se desempeñaban en altos cargos gubernamentales y diplomáticos, la mayoría de los escribidores, poetas, cuentistas y narradores del siglo XX eran marginados a los que casi todo el mundo les sacaba el cuerpo, como si estuvieran afectados por la peste.

Cuando alguien comunicaba a la familia su deseo de convertirse en poeta o novelista, las madres irrumpían en llanto, al saber el viacrucis que el pobre muchacho tendría que recorrer a lo largo de la vida, y lo imaginaban mendigando en los cafés como gotereros o tratando de vender sus pequeños poemarios a los amigos o conocidos, que al verlo llegar con la precaria mercancía lírica se escondían o huían.   

Al propio García Márquez de joven lo apodaban "Trapoloco" y lo consideraban "un caso perdido" y en México, cuando llegó a la capital muchos con poder literario se burlaban de él por su apariencia, no le auguraban ningún futuro y no comprendían como su amigo Alvaro Mutis lo recomendaba con tanto entusiasmo.
 
El propio Nobel relató con generosidad sus penurias infantiles y juveniles en Vivir para contarla, como cuando iba a vender estampas o duleces en el mercado de Cartagena de Indias para ayudar a su mamá, encargada sola de una enorme prole. Y eso sin incluir la miseria vivida en París cuando recorría las calles en invierno en espera de hallar una moneda perdida en el suelo o tocaba la guitarra y cantaba en los bares y cavas existencialistas para ganar unos francos al lado de su amigo el artista venezolano Soto.

Pero su consagración y triunfo milagroso después de años de dificultades ejerció sin duda un efecto favorable para el cambio en la percepción general de los escritores en ambientes donde antes los aborrecían y desató la codicia de quienes pensaron repetir la proeza y así volverse famosos, millonarios y adulados como en los cuentos de hadas en un abrir y cerrar de ojos.  

Empezaron entonces a proliferar los talleres literarios y más tarde las prósperas carreras académicas de escritura creativa que se convirtieron en rentable negocio en los campus universitarios estadounidenses y luego fueron clonadas con éxito en el resto del continente latinoamericano. Ahora estudiar para escritor se volvió una carrera de moda como antes el derecho, la sociología, la antropología o el periodismo y los estudiantes presentan ahora como tesis novelas o libros de cuentos con la esperanza de que sus maestros o los contactos obtenidos tras pagar costosas matrículas y mensualidades, puedan llevarlos a la gloria y la fama.

También al lado de esas carreras universitarias, han proliferado editoriales especializadas en publicar los libros que no encuentran editor y venden el sueño de la gloria a cambio de pagar la edición o comprar centenares de ejemplares. Los pudientes o las pudientes que tienen para pagar publican cada año varios libros como conejos o conejas y quienes no tienen recursos se quedan para siempre con sus manuscritos engavetados en el limbo.

El editor Guillermo Shavelzon calcula que en todo momento hay en circulación en América Latina al menos 3.000 manuscritos de novelas correctas que nunca hallarán editor y la cifra de poemarios debe ser casi infinita como las estrellas del cosmos.

Pero todo esto en fin de cuentas es una buena noticia para la literatura, pues las carreras universitarias de escritura creativa propician la formación sólida de muchos nuevos lectores, editores, corectores y redactores y eso es mejor a que estudien para mafiosos. Es seguro que los miles y miles de aspirantes a escritores no lograrán jamás la gloria de García Márquez, porque eso es un fenómeno de otra época e irrepetible, pero al menos gozarán de los libros y soñarán escribiendo como antes de la invención de la imprenta, cuando se usaban las tabletas sumerias y los papiros egipcios. 
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 10 de marzo de 2024

  

domingo, 3 de marzo de 2024

LA POTENCIA CULTURAL MEXICANA

 

Por Eduardo García Aguilar

Cuando llegué a México, en septiembre de 1980, lo primero que hice fue presentarme a una leyenda de la literatura mexicana, amigo de Juan Rulfo, don Edmundo Valadés (1915-1994), autor del libro de cuentos La muerte tiene permiso y quien dirigía entonces la sección cultural del prestigioso y poderoso diario capitalino Excélsior. Después de hablar un rato, le dije que deseaba colaborar en el periódico.
Valadés, que era un caballero de adarga antigua, me dijo que le llevara dos artículos para leerlos y decidir, pero yo ya los traía en mi carpeta y se los dí. Me dijo que mirara el diario en los próximos días y si aparecía alguno publicado, ya podía considerarme columnista de ese gran diario. El jueves siguiente vi el artículo publicado y desde entonces fui un colaborador habitual con la columna semanal y con entrevistas o reportajes varios que le presentaba y siempre me publicaba y por los que pagaban una buena suma de dinero. Los colaboradores debíamos presentarmos en un piso alto del señorial edificio de Reforma ante el administrador, don Juventino Olivera López, quien firmaba siempre en presencia del autor el documento con el que uno iba después a cobrar a la caja.
Durante tres años colaboré estrechamente con Don Edmundo, una de esas figuras humanistas y generosas de otros tiempos que ya desaparecieron para siempre, nacidos a principios del siglo XX y que trabajaron y lucharon a lo largo de la centuria por la cultura, que en México tuvo gran protagonismo desde la Revolución y la gestión de José Vasconcelos como rector de la Universidad Nacional Autónoma de México y ministro de Educación. México es en definitiva un gran país milenario y sin duda el hermano mayor de los países latinoamericanos. Posee grandes instituciones culturales y universitarias, editoriales de alto rango apoyadas por el Estado, alimentadas con el trabajo de maestros y eminencias del exilio español, internacional y latinoamericano a lo largo del siglo.
En varias oleadas de migración cultural, México acogió a los latinoamericanos en su seno y les facilitó vivir, crecer y prosperar en esa tierra como profesores o periodistas y a eso se agregó a lo largo del siglo la presencia de figuras de la cultura mundial como el cinesasta ruso Einseinstein, León Trotsky; los novelistas ingleses D.H. Lawrence, Malcolm Lowry  y Graham Greene; los franceses Antonin Artaud, Jacques Soustelle y  J.G.M. Le Clézio, o los beatniks norteamericanos William Burroughs y Jack Kerouac.
Trabajé con Edmundo Valadés durante tres años de gran fertilidad y cuando él tuvo que salir del periódico, me dijo que me quedara, pero decidí irme también, con tan buena suerte que poco después me acogieron en el otro gran diario mexicano Unomásuno, cuyo suplemento literario Sábado era el principal del país y estaba dirigido por Huberto Batis, otra gran figura de la cultura literaria con quien trabajé varios años. Por esa redacción pasaban sin falta todas las figuras de la literatura y la cultura mexicana y latinoamericana que iban a dejar sus artículos en persona, antes de la era digital.
Llegué a México deseoso de calentar motores literarios en el momento preciso, pues solo faltaban dos años para que le dieran el Nobel a García Márquez y estaban vivos y presentes ahí Rufino Tamayo, Juan Rulfo, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Álvaro Mutis, Elena Garro, María Félix, Cantinflas, Tongolele, Dámaso Pérez Prado, Ninón Sevilla y miles de figuras del arte, el saber y el pensar.          
Para cualquier escritor mexicano o latinoamericano, México ha sido como un paraíso, pues hay poderosas editoriales de carácter federal como el Fondo de Cultura Económica o la de la UNAM y en cada estado existen otras patrocinadas por universidades e instituciones locales. También se otorgan cada año becas y decenas de premios literarios y artísticos muy bien dotados, por lo que tarde o temprano todo autor o artista recibe uno de ellos. Y esa generosidad cultural es tan sagrada que a nadie se le ocurriría hacer desaparecer esas canonjías a las que se agregan las de instituciones como el Colegio Nacional o las becas del FONCA, que pagan a veces con carácter vitalicio abultados sueldos a los letrados miembros de la clerecía cultural. Muchos escritores listos o bien conectados han podido vivir así parte de sus vidas, y a veces toda la vida, financiados por las instituciones.
No se si eso sea bueno o justo, pero tales privilegios han existido en México para escritores y artistas como remanente de la política cultural instalada por la revolución institucionalizada en la primera mitad del siglo XX. Y por eso los autores y artistas mexicanos son tarde o temprano homenajeados a nivel nacional o regional hasta su deceso, cuando algunos reciben los altos honores en el Palacio de Bellas Artes, como ocurrió con María Félix, Cantinflas y Gabriel García Márquez, entre otros. Aunque durante décadas las canonjías fueron acaparadas por élites endogámicas capitalinas blancas de origen europeo, después se han abierto y democratizado hacia las minorías étnicas y los provincianos. Un ejemplo a seguir en el resto del continente.       

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 3 de marzo de
2024.

domingo, 25 de febrero de 2024

EL LEGADO DE GERMÁN ARCINIEGAS

Por Eduardo García Aguilar 

En tiempos de recrudecimiento de la intolerancia en las diversas trincheras latinoamericanas del siglo XXI, es refrescante celebrar la obra de Germán Arciniegas (1900-1999), un viejo demócrata, caracterizado por el ejercicio generoso del diálogo y la polémica. Este patriarca viajero perteneció a una amplia generación de latinoamericanistas liberales que, desde diversos matices y temperamentos, lucharon por la implantación de la democracia en un continente que vivía desde la independencia anegado en pobreza, luchas fratricidas y caudillismo.

Marcados en el norte por el entusiasmo generado por la Revolución Mexicana y las acciones culturales del ministro José Vasconcelos, y en el sur por la rebelión estudiantil de Córdoba o el ideario de Víctor Raúl Haya de la Torre, se caracterizaron por una creatividad desbordada al servicio del continentalismo bolivariano: Mariano Picón Salas y Arturo Uslar Pietri en Venezuela, José Vasconcelos y Alfonso Reyes en México, Pedro Henríquez Ureña en República Dominicana, José Carlos Mariátegui y Luis Alberto Sánchez en Perú, Baldomero Sanín Cano y Jorge Zalamea en Colombia, y Aníbal Ponce y Enrique Anderson Imbert en Argentina, fueron algunos de esos nombres que inundaron las páginas de diarios y revistas con esa fe latinoamericanista que ahora se cambió por la polarización y el insulto.

Creían entonces que era posible conducir al conjunto de naciones del área hacia la convivencia pacífica, en el marco del renacimiento cultural y el diálogo abierto entre opiniones diversas sobre los rumbos a seguir. Surgidos al calor del auge periodístico, algunos de esos hombres trataban de seguir las huellas de antecesores modernistas como el colombiano José María Vargas Vila y el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, los más grandes bestsellers idolatrados de la época y de quienes hoy pocos se acuerdan. Arciniegas tiene del primero el gusto por el escándalo, y del segundo una redacción más pulida y llena de color, aunque comparte con ambos la ligereza y la imaginación desbordada.

Ya Bolívar, en sus últimas cartas, entre la amargura del desprecio, expresó con lucidez escalofriante sus dudas sobre la posibilidad de redención del continente, convirtiéndose así en el primer decepcionado y único visionario apocalíptico. Estos buenos hombres íntegros y discretos que eran civilistas, universitarios, funcionarios, diplomáticos, editores, capitalinos de sombrero Stetson, bastón, chaleco, corbata negra y cuello duro, florecieron en la primera mitad del siglo XX en todo el continente y hoy por hoy nos parecen extraños animales en vías de extinción, porque para el mundo actual no hay hombre más bobo que uno íntegro. Después de muchas décadas de aventura romántica, signada por la angustia de vivir entre la civilización y la barbarie, hombres como éstos constituyeron el primer esfuerzo latinoamericano por pensar desde las universidades sin complejos frente al Viejo Mundo. La mayoría, como el derrotado Vasconcelos, un prosista notable y cuyas Memorias son lectura fundacional para todo latinoamericano­, terminarían vencidos, en el exilio, apedreados, pateados, salvo Arciniegas, que siguió longevo fiel a su entusiasmo.

A través de los libros de Arciniegas, muchos entraron al mundo ficticio del pasado continental lleno de Coatlicues y príncipes de taparrabos y plumas, virreyes de peluca y zapatillas, bucaneros tuertos y con pie de palo, reyes lejanos, mercaderes, esclavos negros y bellas cortesanas, inquisidores, fantasmas, vírgenes, monjes y libertadores, en lo que constituía el catálogo barroco de los abalorios históricos del continente a lo largo de 500 años de colisión con el Viejo Mundo. Él supo captar con sus relatos la atención de varias generaciones de estudiantes y autodidactas, convirtiéndose en documentalista de las tragedias y hazañas de héroes y anónimos. Con él, los adolescentes descubrieron las maravillas de El Dorado, siguieron las gestas de Tupac Amaru y Los Comuneros, conocieron a Bolívar, Flora Tristán y José Martí, y siguieron las proezas de película de los bucaneros del Caribe.

Durante muchos años El estudiante de la mesa redonda (1932) y Biografía del Caribe (1945), desde sus sólidas ediciones argentinas, circularon por encima de las fronteras y fueron traducidos a varias lenguas, convirtiendo al bogotano en clásico continental.

Es posible que la obra de Arciniegas haya sacrificado el rigor en aras de la difusión, alejado de la prueba documental en vez de cotejar archivos, y dando voz especial a la anécdota para sentarse en los laureles de la amenidad periodística, pero es innegable que sus libros y miles de artículos encendieron y animaron a muchos.

En sus mejores libros, América, tierra firme (1937), Los comuneros (1938), Este pueblo de América (1945), Biografía del Caribe (1945), Entre la libertad y el miedo (1952), Amérigo y el Nuevo Mundo (1955), El mundo de la bella Simonetta (1962), El continente de los siete colores (1965) y América Mágica (1959), Arciniegas reivindica el derecho de los millones de aventureros pobres que, según él, poblaron América a través de los siglos, y predica la solidificación de esa mezcla de razas en busca de una nueva tierra. Rescatemos a Arciniegas, desempolvemos sus libros y volvamos a leerlo con entusiasmo.

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 24 de febrero de 2024. 

*Versión condensada de un texto más amplio sobre Germán Arciniegas.

 
 
 

sábado, 10 de febrero de 2024

EL GUATEMALTECO LUIS CARDOZA Y ARAGÓN

Por Eduardo García Aguilar

El guatemalteco Luis Cardoza y Aragón (1904-1992) cruzó el siglo XX sin perder el aire de fronda juvenil dadaísta y vanguardista que vivió cuando fue adolescente viajero. Participó en el dadaísmo, el futurismo y el surrealismo y compartió en París habitación con el peruano César Vallejo en los años locos de entreguerras. Autor precoz, publicó Luna Park (1923), Maëlstrom (1926) y El sonámbulo (1937) y ya al final de su vida El río: novela de caballerías (1986), su vasto volumen de memorias irreverentes, que tuve la alegría de presentar en la Ciudad de México en el Museo Tamayo.

Era contemporáneo de Jorge Luis Borges y Pablo Neruda, o sea que nació cuando una extraña división internacional de la actividad literaria imponía a los latinoamericanos el oficio de hablar de dictadores, muchedumbres hambrientas, cocodrilos y serpientes tropicales. Mientras menos ideas tuviera un texto, mientras más subrayara el carácter supuestamente animista y folklórico de nuestras tradiciones, más aceptación y regocijo entre los buscadores de exotismo occidentales. Borges y Cardoza y Aragón se rebelaron contra eso. Miguel Ángel Asturias y Neruda jugaron un poco el juego.

Cardoza y Aragón destruyó su propia estatua e invitó a incendiar los mausoleos y los ataúdes donde los incrédulos sepultan las palabras y las ideas. Su vida y obra nos invitan a perdernos en el bosque encantado, a no conceder jamás ante a las tentaciones que la realidad tiende para atrapar y apagar a los poetas. El escritor rebelde debe lanzarse gritando al otro lado del espejo, para llegar a un mundo de donde jamás habrá retorno.

Antes, otros latinoamericanos intentaron rebelarse como José Asunción Silva, el mexicano José Juan Tablada, el barroco uruguayo Julio Herrera y Reissig y el chileno Vicente Huidobro, pero pocos lograron desaparecer al otro lado del espejo y la mayoría de sus contemporáneos se guardaron una llave para regresar al redil. Por eso lo que nos seduce de Cardoza y Aragón es su creencia en el poder de las palabras en una época que las perseguía. Y su obra fue incisiva y terrible, porque siempre dijo lo que no se debía decir. Por eso no le dieron grandes premios.

La generación modernista, tan criticada por "europeísta" y "aristocratizante" fue la primera en dar voz universal al continente. Llevando hasta sus últimas consecuencias el deseo de comerse al mundo entero, los poetas y prosistas modernistas de fines de siglo XIX y comienzos del XX se arrogaron el derecho de hacer exótico lo civilizado y civilizado lo exótico. Viajando por conventos medievales, rocosas dunas israelitas, bogando por el Mar Rojo, visitando la isla de Rodas, el nicaraguüense Rubén Darío y el guatemalteco Gómez Carrillo conquistaron un derecho al que otros renunciaron después.

Luis Cardoza y Aragón, hijo de la señorial ciudad de Antigua, cruzó silencioso el siglo XX como portaestandarte, médium, brujo, alquimista de nuestra verdadera esencia latinoamericana: el viaje. Somos el fruto de mil viajes y nuestro mundo es un puerto imaginado en cuyos muelles atracan los barcos perdidos. Existimos en una dimensión que bien podría estar al otro lado del espejo, donde el firmamento es el mar reflejado. El autor de Pequeña sinfonía del nuevo mundo no hizo escuela y escribió solitario en esa dimensión abstracta que pocos se atrevieron a conquistar.

Al leer la Poesía completa o El Río, ambos publicados por el Fondo de Cultura Económica, uno descubre que entregó su vida a jugar con las palabras convocando con ellas lo no dicho o lo inexistente. La obra del guatemalteco brilla porque obdedece a dos pulsiones escasas: el deseo de iluminarse, descubrir los goznes, tuercas, tornillos del misterio, y por otro lado dejar pruebas del incendio y suscitar un destello en los lectores que compartan el riesgo.

No se puede catalogar a Cardoza y Aragón. Lo único que podríamos decir es que está tan cerca de lo antiguo como de lo nuevo. Pudo sentarse en la misma mesa con Safo, Virgilio, Ronsard, Breton o Maiakovski. A la revolución de los modernistas agregó la conciencia cósmica que las trompetas y los clarines del ritmo diluyeron y a la irreverencia de los vanguardismos, a veces tan calculados y superficiales, le otorgó la conciencia de la nada. A la pastelería de los alejandrinistas, para quienes lo profundo es una congoja de payasos, le tiró un bote de basura. A los poetas "comprometidos que escribían para el pueblo y otros hastíos similares", como su amigo Pablo Neruda, los invitó a dejar de negociar con el estómago vacío de los otros para llenar el suyo. Por eso reivindicó a los derrotados y dijo: "admiro a los desconocidos que crearon bien o mal, los diarios intimos que nadie leyó, las memorias desaparecidas, los cuadros que nadie vio, las sinfonías nunca tocadas, los poemas nunca leídos".
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 11 de febrero de 2024. 
* Versión condensada de un texto más amplio.



viernes, 9 de febrero de 2024

¿QUO VADIS GARCÍA AGUILAR, ESFUMADO DEL DISTRITO FEDERAL HACIA EL PARÍS DE NUEVO SIGLO?

POR CARLOS FRANCISCO ELÍAS
In Memoriam: Teresa Velo, alumna del Centro de Capacitación Cinematográfica, Distrito Federal, México. Clase 80 – 81.

SECUENCIA PRIMERA: DISTRITO FEDERAL,  MEXICO, EXTERIOR REVENTON…

En los años que el Distrito Federal dicen era habitable, dicen los nostálgicos de México en los años 80, cuando la mugre y el humo de ciudad se hacía todo una pasta que se alojaba dulcemente en los hoyuelos de nariz limpia de todo polvo maligno y resacón, había una escuela de cine situada entre General Anaya y Río Nazas, bambúes erguidos y todo eso, era el CCC (para los alumnos más nihilistas, la primera C era de dónde la espalda pierde su anatómico nombre, la segunda de Cara por lo costosa y la tercera C era la primera letra del diccionario mexicano popular por excelencia “Chingue su madre Guey”)…

La descripción anterior podría ayudarnos a detectar la mezcla de alumnos y alumnas que esa escuela de cine tenía, siendo en su tiempo la más sofisticada y pequeño burguesa de todo México.

Allí en el Centro de Capacitación Cinematográfica, allí mismo en el bullicio de “Qué hondón Ramón”, en la fuerza de la rebeldía de la inteligencia y la sed de saber, allí, repito, donde el cielo tenía que pedirle permiso al ollín, para dar un poco de azul, estaba con todos nosotros Eduardo García Aguilar, colombiano nacido en Manizales, que hacia esos tiempos ya había estado en París y habíamos coincidido en México iniciando aquella década en que Peggy Sue, o Kathleen Turner, llenaba las pantallas con gringas y bellas pantorrillas de rosi, rosi sin bom bá, y el resto era una sonrisa de muchacha a lo Fitzgerald, sanota y de ojos grandes como la tierra, Peggy Sue se quería casar…

Eduardo García escribía en el Excelsior, tenía una de esas columnas matutinas cada dos días, que en América Latina suelen alegrar la mañana, porque a decir del resto de las noticias, como siempre, eran tragedias diarias ya imaginadas en las calles entre tacos callejeros y voces infantiles al sonsonete de “señor deme para mi camión”, que no era otra cosa que eso que nosotros llamamos la guagua, que en ese rico laberinto de la lengua latinoamericana, para los chilenos es el transporte de la mujer grávida…

Él siempre tuvo la disposición de ser un buen escritor, aún recuerdo las agradables conversaciones entre quien iba a ser uno de los narradores jóvenes de México (Héctor Perea, entonces en el CCC con nosotros) y Eduardo García Aguilar: las conversaciones eran de arcas perdidas, de sueños no negociados, de añoranzas fílmicas y literarias entertenecidas, de vocación y lirismo en pleno VIP del Patio de la antigua Cineteca Nacional de México, aspiraciones sobraban y rebeldía había de sobra.

Porque todo aquello era una transición latinoamericana, vivida junto a las ideas de grandezas de López Portillo,  con su política sobre el Caribe, Castañeda padre obliga, que hizo llegar a nuestras costas el único Padre Montesinos Rastafarian, que bien alguna vez conmoviera a Antonio Zaglul.

Aquel México que ya no existe más donde bien podías encontrarte en una casa de los viejos generales o emparentados de la Revolución, troncos apellidos, reventón obligaba también: eran los tiempos de Campestre Churubusco, la fiesta todos los días, lunes, martes,  miércoles y jueves habían perdido nombre, se llamaban viernes y sábado y la vida del mundo exterior transcurría desde los cielos de México en rebeldía por ser visto y parir colores.

En la escuela, entre argentinos (uno de Cordoba y  otro de Buenos Aires) colombianos, salvadoreños, brasileños, dominicanos y mexicanos, el CCC buscaba un nivel insólito que generó un gran viraje en aquella escuela modocita hasta que nosotros llegamos, todos, y la pusimos patas hacia arriba (Pepito de la Colina, español, mala leche y profesor no muy querido aun debe recordarse de quienes le curaron aquella amargura manchega que el aula no tenía por qué pagar) para que pudiera respirar de los tabúes y estrecheces, para que fuera Scola libera, entonces nadie puro parar todo aquello: galope de manzanas a trote en plena pendiente, desborde de curiosidad y fascinantes discusiones, nombres en claves que no necesitaban ser descritos, utopías latinoamericanas, en fin, mientras Reagan regaba lo único que sabía: hambre, miedo y luchadores de libertades americanas en toda Centro América, obviamente en este tema estábamos divididos: porque algunos si bien rechazabamos la dictadura de la dinastia Somoza, el cuento Sandinista del poder y su transformación, era una cosa, aunque respetábamos lo que había significado la guerra de liberación contra la dictadura.

El resto de la historia, nos daría la razón a algunos, lamentablemente…

Pero era un tiempo de mucho tránsito por México, su ubicación geográfica, su frontera con Guatemala y los vientos que soplaban le obligaban a ser una discreta frontera de tolerancia, porque Guatemala era una sola nota de desaparecidos.

De ese México habrá siempre un nombre memorable: Alaíde Foppa, la campaña por su aparición viva, la movilización por aquella mujer brillante, excelente poeta, dulce en sus añoranzas silenciada por el servicio secreto del ejercito de Guatemala; se perdía en las tinieblas del oscurantismo militarista una voz, esa Alaíde era la misma que tenía un excelente programa en Radio Educación llamado Foro de Mujeres, Susan Sontag, por cierto por esas ondas había pasado, haciendo dúo de voz con Alaíde Foppa con una ironía en las ideas que solo la gran agudeza puede mostrar sin banalidad…

Mientras todo esto pasaba, en el corazón de los años 80, Eduardo García Aguilar mostraba una peculiar sensibilidad para mirar todo lo que como grupo vivíamos, indiferencia no había, pero tampoco existía aquel aferramiento a esas revoluciones de boquitas pintadas y café, de tedio en mesa y bostezo dorado de no compromisos.

Entonces cuando el chauvinismo mexicano afloraba, enfermizo y letal el arma del desarme era no ponernos nacionalistas y todo se neutralizaba de inmediato, en este punto Eduardo García Aguilar era clave, para hacer entender que los nacionalismos necios no tenían razón de ser, en más de una ocasión fue su tema polémico y la conclusión era la misma: que valorabamos y queríamos a México porque su historia permitía reunirnos en aquella tierra hermosa y sufrida, noble y digna, como su gran pueblo, el fantasma del artículo 22 se alejaba de inmediato, que creo era el de la expulsión con el cual hacíamos bromas todos los días y todas las noches en los inmensos y maratónicos reventones de “ciudad grande me he perdido, trágame, estrújame, tiéndeme y avísame cuando llegue el lunes”…

De ahí el título de este apartado: Exterior Reventón, o lo que es lo mismo fiesta ciega latinoamericana contra la guitarra de las 10 de la noche, que suele sacar en todo buen mexicano el amargue a lo Jorge Mistral. Exterior Reventón, cuando la calle se hacía grande el viernes en la escuela, cuando las luces del cine se apagaban en historia del Guión en el Cine mudo, el profesor Pérez Turren, sabía que algo pasaba, porque el exceso de ginebra en la oscuridad impedía pronunciar el nombre de F. W. Marnau correctamente, el Exterior Reventón, nombre en clave mexicana de la fiestas, apenas se iniciaban allí, aquello era…

Y en el espíritu de toda aquella gente interesante, de humor y profundidad cuando era necesario, de fascinación por libros y películas, de adivinadores de claves en cintas y libros complicados, de polémicas amistosas, el Exterior Reventón era la clave de una bohemia fértil, el futuro así lo demostraría.

Porque era imposible vivir el Distrito Federal sin aquellas convocatorias, sin mirar el mito popular del Santo luchando contra las Momias de Guanajuato y las mil operaciones en los ojos de Rigo Tovar a ritmo de música cachaca, ritmo retozón muy lejano de los corridos de polka norteño, mientras Elena Poniatowska, sonrojada nos contaba cómo había conocido a Gaby Brimmer, eso que luego fue reducido a: Gaby a True Story.

Sabíamos que era demasiado, se vivía más de lo que suponíamos y entre ficción y realidad, entre la inmensidad de librerías fabulosas, entre análisis de marxismo transnochado, Bartra y sus cruces, interpretaciones agrarias y agrias aparte, los penkos cuerpos de las chicas de Ghandi y Polanco, una especie de Gazcue en sus albores, Exterior Reventón, possssssí, no había de otra, estudiar el cuete, cuete, que era como decir cohete, definición atinada y espacial mexicana, lo que para los domicanos es el jumazo glorioso, que suponemos en este caso muy tricolor…

Aquel México ya no existe más, en el sortilegio que es siempre volver a México, designio piramidal aún sin descrifar, espacio poseído de una historia invisible todavía no narrada, irrupción de un deseo que se convierte tortuoso e inevitable, hasta que se cumple, para comprender que hay un solo México y cada uno de nosotros lo lleva tatuado por dentro, porque aquel México ya no existe más, fue un momento, un tempo de nuestras vidas, atesoramiento en la ilusion en la que el sueño del maguey gigante que te persigue se detiene cuando el avión vuelve y aterriza en el Distrito Federal, ahí fue la útima vez que vi a Eduardo García Aguilar…

SEGUNDA SECUENCIA (Y ULTIMA):
PARIS EN LE DANTON 2004. EXTERIOR
QUARTIER LATIN…

Mortecino el año 2004 no prometía grandes cosas en un París repasado y recorrido, con un frío nada habitual.

En el mismo mes de diciembre en la Habana había preguntado a unos mexicanos por Eduardo García Aguilar, alguien lo recordó y acotó que no vivía ya en México…

Al llegar a París para el fin de año, había pasado por allí en el 2000, no podía evitar cruzar por Odeon, por el Barrio Latino, entrar a Le Danton y de repente observar una cara conocida, a discresión.

Si esta secuencia se ubica como Exterior Quartier Latin, es porque allí sin buscarnos, nos encontramos con Eduardo García Aguilar y repasamos en París todos los sueños mexicanos, los mismos que casi están narrados más arriba.

Luego de una larga conversación de café, paseo por Luxemburgo, maravillados de nuevo por esa forma de arte público más que centenario, Eduardo se confesó devoto de París a morir, yo no pude compartir aquella idea, me reservé el entusiasmo, pero tampoco le hice sentir mal, lo importante era que esta ciudad nos había reunido y que eé estaba contento con autografiarme su novela “Tequila Coxis”, donde nuestro grupo del CCC de México era protagonista de espíritu, rebeldía y estampa.

Eduardo García Aguilar ha sido la sorpresa que diciembre guardaba, descubriendo desde el lugar de los mundos perdidos (allí donde un ángel guardián todo lo mira y lo guarda) aquel encuentro entrañable esculpido desde el alma misma de una ciudad fría, angustiosa, que se inquietaba en su frenesí de espera al año nuevo que fue el 2005.

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Publicado en Hoy, República Dominicana. 5 de marzo de 2005.

 

EL VIAJE LITERARIO DE SALAZAR PATIÑO

 Por Eduardo García Aguilar

Poco antes de la pandemia el polígrafo y polemista manizalita Hernando Salazar Patiño vino a París en el marco de una larga gira por varias ciudades europeas, que lo llevó a Roma, Viena y Madrid, entre otras capitales. Instalado en un apartamento cerca de la famosa plaza de la Bastille, donde estuvo preso el Marqués de Sade, vino para quedarse solo unos días, pero al final extendió su estadía, pues sin duda esta ciudad lo estaba esperando desde hace tiempos y quería atraparlo con sus redes misteriosas.

La prueba es que cuando fuimos al cementerio Père Lachaise ocurrió algo que parecía surgido de la novela fantástica de Michel Bulgákov El maestro y Margarita. Apenas ingresamos, llegamos de frente y por azar a la tumba de su admirada escritora Colette y a su alrededor un grupo de teatro ataviado como en la época representaba aspectos de su vida y obra.
 
Salazar Patiño, quien además tiene talento de actor, interactuaba con los comediantes, asombrados de verlo tan emocionado en medio de las tumbas de las grandes celebridades que pueblan la ciudadela de los poetas muertos donde reposan Molière, Proust, Oscar Wilde, Balzac, Miguel Angel Asturias, Rufino J. Cuervo, Alain Kardec y Jim Morrison, entre otros.

Seguimos al grupo teatral, que se detuvo después en la tumba de Proust para escenificar aspectos de su vasta obra En busca del tiempo perdido y así saltamos como saltimbanquis de una tumba a otra siguiendo a los actores y a su selecto público, como si estuviésemos en un sueño literario o embrujados por el gato misterioso de Bulgákov. He ido decenas de veces al Père Lachaise con amigos, pero solo con Salazar Patiño podía sucederme algo tan fantástico, digno del teatro del absurdo de Eugène Ionesco. 

E igual me ocurrió con él cuando paseábamos por la famosa calle de Lappe, cerca de la Bastille, sitio malevo famoso a comienzos de siglo XX y escenario de filmes, poblado por decenas de bares como el famoso dancing Club Balajó, además de otros antros de música caribeña o de rock. Ahí también la simpatía y elocuencia del escritor manizalita cautivó a los dueños de uno de los bares icónicos de rock, Le Bastide, que desapareció tras la pandemia, manejado por unos viejos ex hippies y donde se escuchaban en discos de vinilo todos los clásicos del género. Ellos querían homenajearlo y cerraron expreso el bar para eso, pero había tanto humo adentro que nuestro autor no pudo resistir e hizo mutis.   

La primera vez que vi al autor de Herejías (1983) y otros libros fue cuando para promocionar la revista cultural Siglo XX, en compañía de otros estudiantes de la Universidad de Caldas pasó por los salones del Instituto Universitario, donde yo cursaba, antes de que me expulsaran, el tercero de bachillerato. Después coincidimos en el legendario recital de Pablo Nerurda en el Teatro Fundadores, como lo atestigua la foto icónica de Carlos Sarmiento, y más tarde, a lo largo de las décadas, nos encontramos en ferias del libro, fiestas, conferencias y coloquios, pero nada como esta afortunada visita suya a la ciudad luz, llena de milagros.
 
París sabía que Salazar Patiño ha sido uno de los más fieles lectores y conocedores de la literatura francesa en Colombia. Por sus manos han pasado los grandes autores de este país, antiguos y modernos y además de Baudelaire, Rimbaud, Colette, François Mauriac, André Malraux, Simone de Beauvoir, Jean Paul Sartre y Albert Camus, él conoce otros escritores secretos.

Por eso la ciudad de Santa Genoveva y Baudelaire lo recibió con sorpresas y guiños teatrales en cada esquina para agradecerle su fiel viaje de más de medio siglo por las letras francesas. Y no solo su viaje por las letras de la tierra de Montaigne y Rabelais, sino su pasión por la literatura de todas las lenguas y épocas y en especial la de su propia tierra, Manizales, a la que ha dedicado libros y minuciosas investigaciones sin fin, a veces muy polémicas. 

Durante su visita hablamos mientras caminábamos hacia el Père Lachaise o Bastille de sus grandes amigos manizaleños de su generación Hector Juan Jaramillo y Jaime Echeverri, quien fue su vecino en la adolescencia, y evocamos figuras inolvidables de la cultura de Manizales como Fernando Mejía Méjía, José Vélez Sáenz, Dominga Palacios, Edgardo Salazar Santacoloma, Jorge Santander Arias, Beatriz Zuluaga, entre otros muchos.  

Éramos dos manizaleños perdidos en estas calles lejanas, pero cercanos a nuestra tierra y su literatura, porque al final uno es de donde nació y estudió la primaria y el bachillerato. En esos segmentos de la vida inicial uno ya es el que será y el "ingenio inagotable" de Salazar Patino, como dice su amigo Jaime Echeverri, siempre se ha manifiestado en la plaza de un viejo pueblo caldense como Salamina, Riosucio o Anserma o en Viena, Roma o París.     
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Publicado en La Patria, Manizales. Colombia. Domingo 4 de febrero de 2024.

miércoles, 24 de enero de 2024

EL PRISMA POÉTICO DE ALEJANDRO CALDERÓN

Por Eduardo García Aguilar

Siempre me he encontrado en París con el poeta peruano Alejandro Calderón (1960) en lugares inesperados y lo he visto aparecer como un ave súbita, alerta y fabulosa, ataviada de plumas de colores intensos como los que cubren sus palabras: el rojo, el amarillo o el verde prismáticos de la selva amazónica o de los arcoíris, el ocre de las columnas del palacio del Minotauro en Creta o de los frescos mayas, el dorado de los orfebres prehispánicos de las cumbres andinas, el gris pétreo y brillante de los muros milenarios peruanos.
Una vez en Palais Royal entre los muros dieciochescos y las columnas modernas de Van Buren, otra la misma noche cuando se incendió Notre Dame y veíamos desde la otra orilla del Sena las llamas que amenazaban con derruirla para siempre. Hemos seguido luego a una barra de bistrot a brindar el vino rojo que nos gusta. Pero también nos hemos citado en invierno a las seis de la tarde en punto en Le Vieux Châtelet, frente al Palais de Justice, donde libamos sintiendo el paso de las aguas del Sena, cerca del cual tanto tiempo ha vivido el poeta Calderón en París.
Porque París ha sido durante tantas décadas nuestra casa, como en otros tiempos lo fue de otras generaciones de escritores latinoamericanos que llegaron aquí como los modernistas de Ruben Darío y José Juan Tablada, o la de los años de entreguerras, de César Vallejo, Miguel Angel Asturias y los hermanos García Calderón y después los que charlaban con Breton, como Luis Cardoza y Aragón, Renato Leduc y Octavio Paz, o los del boom latinoamericano, liderado por Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez en los espléndidos y liberadores años 60 y 70.
Ahora los latinoamericanos no estamos de moda en París, pero ahí seguimos presentes los que nacimos a mediados del siglo pasado y recalamos aquí siguiendo el periplo de nuestros ancestros desde los tiempos de Miranda y Bolívar hasta los actuales, en el siglo XXI. Nada hay que hacer, somos avatares de esa energía continental latinoamericana de la cordillera y el Amazonas, sin fronteras, que siempre irrigó y se nutrió de estas calles. Los fantasmas de nuestros increíbles ancestros nos vigilan ocultos entre la neblina.
He leído con asombro Los dioses en crepúsculo, un libro que reúne medio centenar de textos macerados y añejados en las últimas tres décadas, desde el invierno de 1988 a la primavera de 2018. El poeta guarda sus textos sin prisa y los deja madurar en los odres o las vasijas del tiempo, hasta que refulgen desde lo profundo del infinito, en el misterio de girar siempre en torno a un sol lejano, al interior de una enorme galaxia que solo es un grano de polvo ígneo en el universo, como las luciérnagas en los bosques andinos o alpinos. 
 Dice el poeta en el poema Prisma que se trata de “alcanzar lo que los antiguos llamaban cosmogonía”, para “sentir que ocupamos un lugar único donde la luz penetra”, y comprender que “todo centro es transparente para quien hizo de su ser un prisma”. 
Y eso es lo que pienso cuando me encuentro por azar con Calderón, que él es un poeta-prisma, que en su poesía hay un misterio de minerales generados en el alambique del enome misterio de estar todos aquí entre la llama y el hielo, la luz y la sombra. Los poemas de este libro llevan nombres como Arbol de la sabiduría, Letra fúlgida, Prisma, Milagro, Folios de bruma, Pluma de incienso, Espejo de sombra, Los dioses en crepúsculo, títulos magníficos que condensan ya lo que adentro halla el lector en el silencio de su noche.
De la vasta obra del poeta peruano se destacan Transmigración (1992), Aparición de Nazca (1994), A través de la penumbra (1996), Pestañeo de la nada (2000), Tsunami de luz (2017), algunos de los cuales fueron prologrados por el hispanista Claude Couffon y el crítico Américo Ferrari y fueron traducidos al francés y otras lenguas.
Cada uno de sus textos de este gran poeta contemporáneo surge de manantiales que irrumpen de las cumbres y se desprenden hacia los abismos como nuestras propias vidas. Leerlos, releerlos, tocarlos, sentirlos en esta bella y cuidada edición de Paracaídas editores, realizada en Lima en 2023, nos acerca al milagro de la poesía, o de eso que un día dijo el gran Joë Bousquet en Carcassone: “la poesía es la lengua natural de lo que somos sin saberlo”. 
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia, Domingo 28 de enero de 2024.

domingo, 14 de enero de 2024

ALAIN DELON: MITO Y TRAGEDIA

Por Eduardo García Aguilar

A los 88 años de edad la gran estrella Alain Delon (1935), ídolo mundial durante décadas y considerado junto a Brigitte Bardot uno de lo dos símbolos vivientes de la cinematografía francesa, está inmerso ahora en una tragedia familiar pues sus tres hijos se destrozan entre ellos por intermedio de la justicia, sin duda en torno al reparto de la herencia, y él mismo demanda a su hijo mayor por difamación.

Como en las viejas tragedias griegas se ha declarado la guerra cruzada entre sus hijos Anthony y Alain Fabien contra Anouchka, la preferida, mientras el otrora adonis agoniza en una enorme propiedad que hace parte de una inmensa fortuna acumulada en más de medio siglo de triunfos en el cine, el teatro y los negocios.

Todo parecía indicar que el clan estaba unido cuando hace meses los tres hijos decidían demandar a una sexagenaria de origen japonés que habría sido amante del actor durante décadas y desde hace años vivía con él en Douchy, una de sus grandes propiedades cerca de Fontainebleau, encargada de cuidarlo y animarlo tras un accidente vascular cerebral y el avance de su disminución física y mental. Ella se considera su amada, pero los hijos la consideran solo una empleada.

La justicia decidió no tener en cuenta las demandas presentadas en contra de la japonesa por elementos acusatorios insuficientes y archivó el caso, dejándola a ella y a quienes la apoyan en una posición confortable, ya que el propio Delon en muchas ocasiones la denominó como su pareja y hay muchas fotos donde aparecen juntos tomados de la mano.

La mujer ayudó a Delon a recuperarse lentamente después del inicio de su enfermedad y sin duda a futuro habrán de reconocerle su estatuto y será indemnizada por sus años de trabajo y resarcida por haber sido expulsada con violencia de la finca del actor este año por guardaespaldas de los dos hijos varones, ambos con pasado judicial y una vida plagada de escándalos.

Delon, que tuvo una infancia y una adolescencia difíciles, fue también en su momento un polémico hombre involucrado en relaciones con mafiosos en el famoso caso Marcovik, que salpicó incluso al presidente Pompidou, y se caracterizó a lo largo de su vida por ser un mal padre y una persona agresiva y violenta, un divo arrogante que gozaba con fuerza de su fama mundial y su inmensa fortuna.

Delon tuvo en 1962 un hijo con la cantante alemana Nico, estrella de Velvet Underground y amiga de Andy Warhol, que era su vivo retrato, su doble perfecto, y que incluso fue criado por la madre de Delon, pero él nunca quiso reconocerlo. Ari Boulogne fue afectado por ese injusto rechazo paternal y en su vida experimentó múltiples internamientos psiquiátricos causados por las adicciones que lo llevaron a la muerte en 2023 a los 60 años y en la miseria, en otro caso trágico que acaparó las portadas de las revistas y mostró la frialdad de Delon.

Los otros dos hijos varones a su vez fueron maltratados por el padre autoritario y cruel y ellos a su vez le causaron muchos problemas en la adolescencia y primera juventud, que llegan ahora a su culmen cuando ambos acusan a Anouchka, su hija preferida y principal heredera, de ser cómplice de la japonesa y tener turbios intereses financieros al intentar trasladarlo a Suiza. Ella demandó a sus hermanos por difamación.

Todos los días diarios y revistas abordan el tema con amplio despliegue, mientras la justicia asumió el caso y acaba de nombrar a un médico oficial que se encargará de dictaminar sobre su verdadera situación de salud y sus necesidades, lo que podría terminar en una declaración oficial en torno a un futuro bajo tutela y protección judicial.   

Delon quería terminar sus días en calma, lejos de los reflectores e incluso había pedido que lo dejaran eutanasiarse en Suiza, pero el destino lo ha atrapado y del mito y la gloria ha caído en las redes de la tragedia de la vida humana, con sus fluctuaciones y dramas y el fin ineluctable que es igual para todos, ricos o pobres. El ídolo se apaga y sus admiradores asisten sentados en sus sofás al espectáculo de su sacrificio ritual.

Nos quedan eso sí los magníficos filmes donde actuó, como A pleno sol (1959) de René Clement, Rocco y sus hermanos (1960) y El Gatopardo (1963) de Luchino Visconti, El eclipse (1962) de Michelangelo Antonioni, El Tulipán negro (1966), El clan de los sicilianos (1969) y Borsalino (1970), entre otras muchas cintas que vieron cientos de millones de personas en todo el mundo.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 14 de enero de 2024.