Las
generaciones se suceden de manera vertiginosa unas a otras para repetir
el ritual de la vida y la muerte con sus entusiasmos y derrotas, por lo
que es absurdo pensar que todo pasado fue peor o mejor y que el mundo
irá al despeñadero o será radiante cuando los nuevos lleguen al poder.
Eso
lo sabían ya hace miles de años los grandes sabios desde la atalaya de
su senectud, cuando sentados en el Ágora veían pasar a los jóvenes y los
interpelaban con bromas o imprecaciones, como Diógenes. O cuando, como
Sócrates, ya entonados por el vino y rescostados en sus literas, pasaban
la tarde arreglando el mundo y escrutando el futuro.
Cada
nueva generación descubre el agua tibia que fluía en los imponentes
baños romanos donde multitudes de ciudadanos conversaban, coqueteaban y
se dedicaban al chisme, la intriga y la maledicencia, refiriéndose a los
gobernantes de turno, a cortesanos y preferidos, que tarde o temprano
terminaban por morir de muerte natural o asesinados en medio de
revueltas y cambios súbitos de destino.
A
veces había periodos de relativa paz y estabilidad celebrados por los
viejos que experimentaron jóvenes los dolores de la guerra y llevaban en
sus pieles o mutalaciones los estigmas de la conflagración. Esas épocas
de relativa paz eran disfrutadas por los ancianos, aunque en las nuevas
generaciones ardiera ya el ineluctable deseo tanático de la adrenalina
que es la materia de los héroes y el cimiento de la gloria militar.
Espléndidos
teatros y estadios a donde acudía la muchedumbre a divertirse y recibir
su cuota de pan y circo, ágoras griegas y palacios de emperadores
asirios, tabernas romanas o pompeyanas donde acudía a libar la gente del
común, bibliotecas, mansiones y edificaciones de varios pisos, casernas
militares lejanas, sólidas vías, murallas, faros y acueductos, son
prueba de que ya todo existía más o menos como hoy desde los tiempos del
Minotauro o Moisés, excepto que no cruzaban aviones por el aire ni
satélites por el espacio ni existía la bomba atómica.
Uno
imagina a Paulo de Tarso viajando por todos los países de la cuenca
mediterranéa tratando de ganar adeptos para su causa, conocedor como
pocos de todos los rincones del imperio donde tenía amigos, y de la
capital Roma, la metrópoli donde reinaba la algarabía, la pobreza, el
lujo, la violencia y el vicio.
Gracias
a tabletas sumerias, jeroglíficos egipcios, escritos griegos o latinos,
códices mayas o archivos chinos, tenemos conocimiento de esas complejas
sociedades que a lo largo de los milenios tenían escuelas, sabios,
sacerdotes, matemáticos, médicos, escribas, estrategas, administradores y
funcionarios especializados en hacer la guerra o mediar en conflictos e
incluso practicar la poesía o la astronomía.
Por
eso no es extraño que al terminar el primer cuarto del siglo XXI
escuchemos tambores de guerra en casi todo el mundo, que poco difieren
de los anuncios de Alejandro Magno, Darío, Julio César, Trajano o
Adriano, Gengis Kahn, Atila, Soleimán y tantos otros gobernantes que
repitieron de generación en generación el ritual de la guerra y la
destrucción.
Cada país del
mundo sin falta puede hacer la cronología milenaria y centenaria de sus
desgracias y guerras, como lo atestiguan las estatuas de sus héroes, los
nombres de las plazas o los monumentos que alimentan el orgullo
nacional y patriótico.
Hace
apenas 80 años terminaba la Segunda Guerra Mundial y ahora las
potencias muestran los dientes y no descartan usar el arma nuclear,
argumentando unos y otros que están en peligro "existencial", por lo que
a veces uno se imagina como en la película Casablanca, corriendo a
buscar un tren hacia las costas del Atlántico y un barco para huir hacia
donde no haya bomba atómica.
Lo
extraño entre los líderes de las potencias mundiales actuales es que
nadie habla de paz y todos, ancianos y jóvenes, sacan el pecho por la
guerra como los gorilas. La gran potencia occidental y sus adláteres
europeos solo hablan de invertir en tanques, ametralladoras, misiles,
municiones, aviones, helicópteros y drones, que facturan con alegría las
empresas nacionales. Igual lenguaje es usado por las potencias del otro
lado del planeta, también dotadas con el arma nuclear y otros países
ricos y pobres de Oriente Medio, Asia y África que viven entre asonadas y
amenazas, comandados por dictadores que escogen uno u otro bando.
Asombra
que miles de años después estemos en las mismas y que en plena era
interconectada por las frágiles redes de internet, la actualidad
televisiva y la noticia al instante, estemos escuchando en todo el mundo
los mismos anuncios de guerra. Pueblos asediados, hambruna
generalizada, cementerios de soldados anónimos y decenas de miles de
muertos civiles, niños, madres y ancianos.
Lo
más extraño es que hablar de paz en estos tiempos es visto con sospecha
por quienes detentan el poder mundial y los ideólogos y medios que los
secundan. Quienes abogan por la paz son vistos ahora con desconfianza o
perseguidos y hasta el papa Francisco, que pidió esta semana a los
beligerantes sacar la bandera blanca y negociar, recibió duras críticas e
imprecaciones por decirlo, como si fuera un peligroso subversivo.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 17 de marzo de 2024.
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