domingo, 30 de junio de 2019

MEDIO SIGLO DEL VIAJE A LA LUNA

Por Eduardo García Aguilar
Hace medio siglo, el 20 de julio de 1969, el astronauta Neil Amstrong pisó suelo lunar convirtiéndose en el primer humano en visitar el satélite, uno de los acontecimientos más importantes de la historia de la humanidad. Poco después lo siguió Buzz Aldrin y ambos caminaron alrededor del módulo lunar Eagle para instalar instrumentos, colocar una bandera de Estados Unidos, la placa conmemorativa, recoger muestras y rocas lunares y tomarse fotografías.
En todas las lenguas del mundo se publican este mes álbumes con fotografías que dan cuenta de la aventura y a la vez se editan libros que reflexionan desde todos los ángulos, estético, tecnológico, filosófico, científico las aristas y profundidades del acontecimiento. Muchos contemporáneos cuentan a su vez lo que significó para ellos ser testigos de la noticia y de la transmisión mundial del hecho. Las vitrinas de las librerías dedican espacios a todo lo referente al espacio y el estudio del cosmos y las revistas científicas populares hacen balances de los avances posteriores en el conocimiento del universo. 
El paseo sobre la superficie lunar, que duró poco más de dos horas, fue transmitido al mundo y cientos de millones de humanos que tenían televisión pudieron ver en directo las asombrosas imágenes de la proeza. Luego de regresar al módulo, los astronautas durmieron más de cuatro horas y después emprendieron el regreso hasta la estación Columbia, donde Michael Collins, el otro viajero, los esperaba para la maniobra de atraque. Tras descargar muestras y otros elementos en Apollo 11, el modulo de ascenso fue desechado y cayó a la superficie lunar.
Los tres astronautas regresaron a tierra después de un exitoso amarizaje y luego de pasar la obligatoria cuarentena, fueron recibidos triunfalmente por las calles de Nueva York como héroes inolvidables. Todos esos días magníficos fueron una verdadera fiesta para la humanidad y en especial para niños y adolescentes que tuvieron la fortuna de abrir los ojos al mundo con una aventura que nunca olvidarían. Se llegaba así a un punto culminante de un largo y costoso proceso tecnológico, a lo largo del cual hubo triunfos y tragedias, accidentes y proezas logradas por las dos potencias rivales de la Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética. 
Hasta 1972, impulsadas por el gigantesco cohete Saturno V, las cápsulas Apollo realizaron seis viajes y 12 hombres caminaron por la superficie del satélite, pero desde entonces los seres humanos nunca volvieron. Se espera que en la próxima década astronautas vuelvan a viajar a la Luna, si se tiene en cuenta la voluntad de Estados Unidos y de otros países del mundo que como los de Europa, la India, China y Japón han realizado misiones recientes no tripuladas a la Luna e invertido grandes sumas en la aventura espacial, que incluye a futuro el viaje de humanos a Marte y el envío de nuevas sondas para explorar el sistema solar. También la empresa privada ha dado pasos gigantes para crear cohetes y naves espaciales. 
En este medio siglo, aunque el hombre no volvió a pisar la Luna, la astronomía ha registrado avances enormes, pues varias sondas visitaron los planetas del sistema solar y realizaron fascinantes descubrimientos en varios satélites de Saturno y Júpiter, algunos de los cuales pueden albergar vida y poseer océanos interiores. Varios robots como el Curiosity y otros han logrado explorar y rastrear el planeta Marte y hace poco se detectó de nuevo allí la presencia de metano, generado por organismos, así como huellas de flujos líquidos y presencia de hielo. También se ha logrado dar un rostro más preciso a lejanos planetas como Neptuno y el pequeño Plutón, que recientemente pudo ser fotografiado y cruzado de cerca por una nave que descubrió su sorpresivo dinamismo.
Esa y otras naves anteriores lograron llegar tras décadas de viaje a los confines del sistema solar y emprender viajes al más allá, desde donde siguen enviándonos información. También se han realizado complejos viajes a cometas o asteroides. Pero los mayores avances se han dado gracias a la actividad de los observatorios astronómicos de la tierra y al trabajo extraordinario del telescopio Hubble que ha cartografiado la inmensidad del Universo con fotografías de una belleza celestial. 
Los miles de astrónomos que rastrean el Universo desde los diversos observatorios del planeta han logrado proezas impensables como fotografiar hace poco un agujero negro y desentrañar los misterios de las galaxias y sus colisiones, la formas de expansión de la materia, la existencia de energía y materia oscuras y descubrir exoplanetas que orbitan en torno a estrellas, algunos de los cuales podrían estar en franjas favorables a la aparición de la vida.
En medio siglo de investigaciones y descubrimientos sabemos que incluso nuestra Galaxia Vía Láctea, donde hay una suma escalofriante de estrellas y planetas, es solo un grano de arena entre la aun más escalofriante cantidad de galaxias y nebulosas que hay en el universo en todas las direcciones. Los poetas, los autores de ciencia ficción y los filósofos pueden ahora contar con informaciones veraces que potencian su infinita capacidad de imaginar y delirar. Julio Verne estaría feliz en estas primeras décadas del siglo XXI. 
Los científicos siguen trabajando en la exploración de ese mundo infinito con la esperanza de algún día captar alguna señal de vida extraterrestre. Pero las distancias son tan enormes e inaccesibles que tal vez nunca podamos saber si allá afuera existió alguna vez hace miles de millones de años la vida o alguna civilización ya extinguida o cuántas civilizaciones habría en activo en la actualidad en algunos de los trillones y trillones de planetas existentes. Por eso celebrar este modesto logro de haber ido a la Luna el 20 de julio de 1969, hace medio siglo, nos ratifica que la vida y la inteligencia humanas son fascinantes e inescrutables.   

lunes, 3 de junio de 2019

BICENTENARIO DE WALT WHITMAN

 Por Eduardo García Aguilar

No hay mayor alegría que celebrar el bicentenario de un viejo amigo que hace tanto tiempo nos abrió las puertas de la literatura y de la poesía en verso libre, en aquellos años del colegio, cuando todos somos esponjas inagotables que captamos los más variados imaginarios y emociones. Como si el tiempo no hubiera pasado, parece que fue ayer cuando ocurrió esa extraña y luminosa conexión con una estética que irrigaba por sus poros agua, naturaleza, cosmos, piedras, vegetales, animales, vida, lluvia, viajes, mar, truenos y esperanza.

La obra del venerable amigo de luengas barbas autor de Hojas de hierba, cuyo bicentenario se celebra este 31 de mayo, llegó a mi en 1969 a través de un modesto volumen de 367 páginas publicado cuatro años antes por Plaza y Janés y que llevaba por título Walt Whitman. Arquitecto de América. 

Su autora es la poeta Babbette Deutsch (1895-1982), quien en su tiempo fue reconocida por su contemporánea Marianne Moore y dedicó su vida a la enseñanza en la Universidad de Columbia, escribió varias colecciones de poemas, novelas y ensayos y  además realizó traducciones del ruso.

El volumen incluye además de la biografía escrita por la poeta estadounidense, traducida por Manuel Barbera, una selección de poemas de Whitman (1819-1892) traducidos por Francisco Alexander, donde figuran en orden cronológico algunos de sus mejores piezas, como En la barca de Brooklyn, Canto a mi mismo, Al partir de Paumanok, En la ribera del ontario azul, La ultima vez que florecieron las lilas en el huerto, Navegar a las Indias y Canto de lo universal, entre otras.

Todos estos años he conservado este volumen de portada verde con la imagen del anciano de larga cabellera y barba blanca y lo he llevado sin falta de un país a otro, sin que me abandone nunca y así ha permanecido siempre a mi lado, junto a otros libros fundamentales como Retrato de un artista adolescente de James Joyce. Además me acompaña la bella edición de Leaves of grass en inglés de la Ilustrated modern library (1944), con prólogo de Carl Sandburg e ilustraciones a color de Boardman Robinson.

Babette Deutsch nos relata la vida accidentada y excéntrica de este hijo de carpintero pobre nacido en Long Island, que llegó a Nueva York a los siete años y a los 11 abandonó la escuela para trabajar y ayudar a sostener su familia. Desde entonces fue un autodidacta nato que colmó las lagunas educativas leyendo libros a la luz de la vela como tantos hombres de su generación y las posteriores.

Trabajó un tiempo en el bufete de un tal senor Clarke, quien lo suscribió a una librería ambulante, clave en esos momentos de arranque literario. Después laboró en varios diarios locales de Long island y así encontró poco a poco los oficios de tipógrafo y más tarde, tras publicar el primer texto a los 14 años en The Mirror,  el periodismo, que lo llevaría a dirigir medios y escribir sin cesar toda la vida para cubrir la actualidad e incluso hasta elaborar folletines, como uno que hace poco descubrió un investigador por casualidad en los archivos de un diario desparecido y fue publicado como novela.

La publicación de la primera versión de Hojas de hierba a los 36 años le granjeó la admiración de algunos de los más reputados escritores de ese tiempo, entre ellos el viejo maestro Emerson, quien lo defendió de las criticas que suscitó su obra entre los contemporáneos por romper no solo con las formas usuales de la retórica sino por abordar los temas de la realidad y dar voz a los trabajadores, pescadores, granjeros y marginales.

El resto de su vida lo dedicó a incrementar su obra mayor Hojas de hierba y al final logró un renombre que se potenció después de su muerte, convertido ya en el mayor escritor estadounidense al lado del Edgar Allan Poe. Un autor atípico que por su estilo, vestimentas obreras y toscas y su condición sexual difería del tieso bardo elegante y de levita. Además fue un precursor de la ecología y de la defensa de la naturaleza y los animales.

Carl Sandburg calificó su libro como "el más original, el más individual y la más sublime creación personal del arte literario estadounidense", pero agrega que a su vez es el que más elogios encendidos y diatribas enconadas suscitó por su osada libertad. 

Subraya también que su obra se destaca por ser autobiográfica y personal, lo que lo convierte no solo en una figura pública en su país, como en su tiempo ocurrió con Victor Hugo en Francia y Tolstoi en Rusia, sino en un admirado autor en todos los continentes del planeta y encarnación de la fuerza de esa joven nación entre los millones de migrantes de todo el mundo deseosos de llegar ahí para rehacer sus vidas.

Whitman sacó la poesía a la calle, a los caminos, la untó de trabajadores, obreros, granjas, forajidos, esclavos negros, pescadores, aventureros y como pocos dio una fuerza épica a la existencia con sus guerras y tragedias, dirigiéndose a las futuras generaciones con optimismo y voluntarismo. Dos siglos después de su nacimiento su rango sigue firme entre los grandes rebeldes que pasaron por este mundo de estirpes bíblicas sacudiéndonos con su palabra.   

BITACORA DE LAS RUTAS DE IFIGENIA

Por Eduardo García Aguilar
La editoral Uniediciones en su colección Ladrones del tiempo, dirigida por el escritor francés Stéphane Chaumet, publicó en el marco de la pasada Feria del libro de Bogotá la novela Las rutas de Ifigenia, quinta en la lista personal y sobre cuya escritura quisiera hacer una pequeña recapitulación, pues cada libro tiene su propia historia accidentada desde que aparece el embrión de la historia, crece y se modifica con el tiempo hasta concretarse y nacer. La historia de una Ifigenia colombiana ya había tenido vagos bocetos anteriores cuando emprendía en México la escritura de El viaje triunfal (1993), pero otros libros se atravesaron en el camino y la temática quedó engavetada hasta que la rescaté hace unos años. 

Como suele ocurrir en la mayoría de los autores desde los tiempos de Sófocles y Esquilo, las historias surgen de la infancia y la adolescencia y del descubrimiento y el sufrimiento del mundo en campos, pueblos o ciudades donde transcurrieron los primeros años de la vida y que son el microcosmos de toda existencia cargada de alegrías, dramas, guerras, injusticias y tragedias sin fin. En cada lugar por enorme o pequeño que sea se encuentran estructuras esenciales como son familia, religión, escuela, manicomio, cárcel, poder, ejército, policía, oficios y artes, viaje, exilio, amistad, amor y muerte, entre otros muchos aspectos. 

Todas las vidas de los habitantes de ese microcosmos esencial son atrapadas y trituradas por estructuras que son como un caleidoscopio centrífugo de existencias y cada vida sigue por caminos inescrutables e impredecibles, unos hacia el auge y la caída ineluctable, otros a la desparición prematura o la lejana senectud. Padres e hijos, familiares, amigos siguen diversas rutas, que son la dinámica básica de la que se han nutrido las historias de los libros de ficción de todos los tiempos. Es lo que se cuenta en La montaña mágica de Thomas Mann,  La marcha de Radetsky de Joseph Roth o en Los ríos profundos de José María Arguedas.  
  
En esas canteras vitales los autores tratamos de reconstruir en un momento dado el pasado, escrutar los destinos de nuestros ancestros o los contemporáneos y las taras y miserias que marcan la historia de la región o el país de donde somos originarios. Unas veces los autores crean para tomar distancia países o ciudades imaginarias y otros por el contrario deciden nombrar todas las cosas por su nombre. El reto es tratar de enfocar la cámara a un segmento caracterizado por la unidad de lugar y de tiempo, donde podamos ver como en el microscopio la evolución de los microorganismos.  

En este caso quería volver a contar a mi ciudad Manizales tal y como ha sido con sus calles, paisajes y edificios emblemáticos, casonas centenarias, sin olvidar la vegetación que la rodea, los aguaceros y las nieblas y la vida de unos adolescentes que despuntaron al mundo en una época muy especial, la de los últimos dos años de la década de los 60 del siglo pasado, cuando la humanidad llegó a la Luna en julio de 1969, hace medio siglo, un acontecimiento que sacudió al mundo y aun sigue vigente. Se abría entonces una  nueva era que desquiciaba las sólidas tradiciones familiares del patriarcado y liberaba las fuerzas de los jóvenes en medio de una desbordada liberación sexual, despego de las religiones y poderes establecidos, y deseos de cambio radical en el marco de la Guerra fría, lo que llevó a  muchos a lanzarse como mártires en aventuras armadas y subversivas, inspirados en figuras crísticas como el padre Camilo Torres y el Che Guevara.

Apenas unos lustros antes Colombia había salido de otro terrible episodo de la Violencia entre liberales y conservadores, pero de nuevo los tambores de la guerra volvían a sonar. Ante el estupor de los viejos progenitores involucrados en la guerra reciente, la trituradora de la historia llevó entonces a la tragedia a miles de jóvenes de las clases medias o bajas, unos en el remolino del rock, la salsa, las drogas y la liberación desenfrenada de los cuerpos, otros en la búsqueda del arte, el teatro y la poesía o en la delincuencia, y otros a morir o perderse en el deseo del martirio por una causa imposible, manipulados por fuerzas mundiales que los sobrepasaban y que no comprendían. 

Muchos jóvenes se perdieron, se sacrificaron, se malograron, enloquecieron, suicidaron, murieron, fueron ejecutados y triturados causando el llanto de los progenitores como en las tragedias griegas. El choque fue frontal entre padres e hijos, entre autoridades e instituciones y las nuevas generaciones, como siempre ocurre en los intersticios de las épocas conflictivas que surgen tras relativos tiempos de estabilidad. La guerra vivida y sufrida por los mayores en los años 40 y 50, cuyo punto crucial fue el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y el Bogotazo de 1948, aplastaba simbólicamente los destinos de los jóvenes y la historia volvía a repetirse. Los viejos líderes políticos que polarizaron el país con sus discursos incendiarios y causaron esa guerra seguían como fantasmas o vampiros chupando desde ultratumba el alma de las nuevas generaciones.   

En  Las rutas de Ifigenia orienté el microscopio de la escritura a esas vidas en flor de ambos sexos que surgían al mundo en medio de esas máquinas trituradoras de culturas, costumbres e instituciones, cuando unos querían el rock, salsa, droga y fiesta y otros la revolución y cuando llegaban a la ciudad todas las tentaciones en el marco del los primeros Festivales de teatro universitario, a los que asistieron figuras como Pablo Neruda, Miguel Angel Asturias y Ernesto Sábato, entre otras vacas sagradas de la literatura latinoamericana y el teatro mundial.

Uno siempre vuelve a la adolescencia y a la ciudad natal como los insectos que vuelan en torno al foco de luz a riesgo de quemarse. Antes había escrito Tierra de leones (1983), sobre el periplo imaginario de Leonardo Quijano, loco esencial de Manizales, malogrado en otros tiempos de conflicto, a la que siguió Bulevar de los héroes (1986), inspirada en parte en la vida imaginaria de otro destino malogrado, el pantagruélico médico Tulio Bayer, quien murió en el exilio en París, y luego El viaje triunfal (1993), sobre el periplo de un poeta imaginario modernista y vanguardista, Arnaldo Faría Utrillo, quien después de dar la vuelta al mundo en la primera mitad del siglo XX regresaba a morir en la ciudad en los tiempos del nadaísmo. 

Con Tequila coxis (2003) me sumergí para variar en el vientre de la Ciudad de México, donde viví mas de tres lustros, a través de la busqueda de un joven que va tras los rastros de su madre, una malograda actriz colombiana de los tiempos del cine de oro mexicano, pero con Las rutas de Ifigenia vuelvo a mi ciudad natal nombrándola con su propio nombre y con sus cines, cafés, calles, parques, patios, lluvias, nieblas, montes, flores, monumentos, personajes y figuras de su tiempo. 

Como decía Julio Cortázar sobre el arte del cuento, escribir una historia es como lanzar una liebre en un estadio y con los ojos vendados tratar después de rescatarla. Cuando uno llega al final y al fin atrapa al animal éste ya no es la misma liebre del comienzo, es otra cosa. Por eso la escritura de una novela es un reto terrible y destructor, desestabilizador, pero al fin de cuentas maravilloso si algun día uno logra liberarse de ella, dejándola atrás para siempre como un objeto desconocido.  
--------------
Presentación de Las rutas de Ifigenia el martes 4 de junio en la librería Luvina de Bogotá a las 6 PM por Felipe Agudelo Tenorio y Fabio Jurado Valencia.