sábado, 30 de agosto de 2014
EL PARÍS INAGOTABLE DE CORTÁZAR
Por Eduardo García Aguilar
Esta semana los medios literarios celebraron con entusiasmo el centenario del nacimiento de Julio Cortázar (1914-1984), quien a medida que pasan los años se convierte en un mito sólido de la literatura latinoamericana de todos los tiempos, cuya obra en vez de envejecer o marchitarse como otras de sus contemporáneos, se vuelve cada vez más contemporánea y actual.
Esa modernidad de su vasta obra se debe a sus lazos con la contracultura que comenzó a florecer en los años 50 en todo el mundo y tuvo su auge en los años 60 al calor del cine experimental, el rock, la droga, el sexo y la liberación de las costumbres, como símbolos de una generación que dejaba atrás los terribles años de la Segunda Guerra mundial y expresaba con el arte una rebelión similar a la efectuada en los lustros de entreguerras por artistas plásticos, narradores, danzantes, dramaturgos y poetas que escuchaban y practicaban el jazz que tanto marcó al autor argentino.
Ejemplo de esos tiempos es la espléndida película Blow Up de Antonioni, basada no por azar en un cuento de Cortázar, y que cuenta las aventuras de un fotógrafo en el Londres rockero, rodeado de preciosas modelos que se exponen semidesnudas y eróticas en un estudio de artista. En Blow Up actúan la adorable Jane Birkin adolescente y otras modelos nacientes como Vanesa Redgrave, y los ambientes, colores, la trama, el misterio y la música son allí tan dúctiles como la propia historia en que está basada, una fuga minimalista en busca del azar de la imagen.
Cortázar nació en Bruselas pero creció en Argentina y después de ejercer varios oficios, entre ellos el de modesto profesor, el larguilíneo intelectual embebido de literaturas exquisitas tomó un barco como era usual entonces para viajar a París, que seguía siendo en ese entonces una de las capitales del mundo y mucho más para artistas y escritores. En una pequeña exposición realizada hace años en la Casa de Argentina, en la Ciudad Universitaria de París, vi expuesta la carta mecanuscrita que Cortázar dirigió antes de su viaje a los encargados de ese albergue estudiantil solicitando alojamiento.
Con el fetichismo que nos caracteriza a quienes estamos infectados por el virus de la literatura, observé durante largos minutos ese documento que me acercaba a ese hombre cuyo destino cambió con el viaje a París, pues de no haber vivido en estas calles y en estas buhardillas frías y estrechas, no hubiese escrito nunca una obra tan significativa como Rayuela, basada en hechos reales ocurridos al narrador en sus aventuras de bohemio pobre en la ciudad, pero de otro tipo distinto a los de los tiempos románticos, tan bien descritos por Henri Murger en Escenas de la vida de bohemia.
El término de bohemia surgió en el siglo XIX en referencia a la vida de los gitanos que iban de un lado para otro del mundo en una errancia sin fin, y que en medio de la pobreza encontraban tiempo para la risa, el amor y la música. Los gitanos parecían vivir del aire, al margen de la sociedad, sin empleo ni horarios fijos, asumiendo un ancestral destino que ha sido inmortalizado por milenios en obras de arte y testimonios, pues estos personajes eran recibidos en la capital romana en tiempos del Imperio, donde las mujeres danzarinas y las lectoras de la suerte ya ejercían sus oficios. Los bohemios con sus proverbiales pitonisas y ladrones figuran en múltiples obras pictóricas que los sitúan en las grandes capitales, como en la vieja España u otros centros de poder.
Cortázar ejerció de bohemio en París como ese otro gran contemporáneo suyo, Gabriel García Márquez, quien tocaba el tambor y las maracas al lado del artista plástico venezolano Soto en antros de rumba céntricos de la ciudad, por los lados de Odeón y Saint Germain de Prés, al final de los años 50. El autor de Rayuela podía deambular todo el día en busca de un encuentro casual con la famosa Maga, protagonista del libro y personaje basado en una muchacha real llamada Edith Aron, que él conoció en el barco de marras y de quien fue amante en aquellos tiempos de penuria y felicidad literaria parisinas. La Maga vive hoy en Londres y ha contado que Cortázar no se portó nada bien con ella después de que emprendió los caminos del éxito.
La bohemia literaria y artística es con París el centro de Rayuela, por lo que su figura quedó para siempre como la de un eterno joven de pull over, barba crecida y anorak azul, un joven que juega todas las cartas a la literatura sin preocuparse por el poder y ejerce trabajos varios e inestables, entre ellos el de traductor en las gigantescas oficinas de la UNESCO, un joven que rescata objetos en las calles y se dedica con felicidad al ocio como una de las grandes virtudes, un joven heredero de los surrealistas y de la Nadja de André Breton.
Los personajes de la novela pasan el tiempo en las buhardillas haciendo el amor o hablando de literatura o de la vida como si viviesen en un caleidoscopio infinito de sorpresas, interminable, extenso, donde se presagiaban los efectos de la experiencia sicodélica tan en boga en aquellos tiempos. Quienes llegamos a París en pleno auge de Rayuela, a mediados de los años 70, vivimos con felicidad esas actitudes y solíamos entre amigos leer fragmentos del libro en las mismas buhardillas que fatigó Cortázar. Veo como si fuera ayer a nuestro amigo el ya fallecido escritor colombiano Miguel de Francisco, llegar con su ejemplar de Rayuela y emprender la lectura en voz alta en medio de la humareda de los cigarrillos y el tintineo de las copas de vino.
Rayuela era el ejemplo para todos los escritores de nuestra generación, nos guiaba por las calles de París, nos iluminaba y abría caminos, nos conducía a las viejas tabernas y cavas, y además nos daba acceso a versiones distintas y clónicas de La Maga, pues todas las jóvenes estudiantes de aquella época deseaban ser magas y estaban dispuestas a jugar el mismo juego en esos tiempos de liberación, antes de la epidemia de sida y los nuevos puritanismos y fanatismos.
Por eso, al cumplirse un centenario de Cortázar, bastaría con ver Blow Up, escuchar a Miles Dives y añorar a una Maga para vivir en el relámpago eterno de la literatura que por naturaleza es el arte de los gitanos y los bohemios de espíritu de todos los tiempos, o sea de quienes seguirán siendo jóvenes aun después de la muerte.
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