Siempre
 he considerado a la Universidad Nacional de Colombia, en su sede de 
Bogotá, como mi Alma Mater, aunque solo estuve ahí estudiando Sociología
 dos años intensos e inolvidables que marcaron para siempre mi camino en
 las ciencias sociales y por supuesto en la literatura. En aquel 
entonces esa carrera era la de moda en ese campo, como lo fue antes el 
derecho y después el periodismo, y las tres han graduado millones de 
estudiantes en el mundo.
Durante
 un siglo e incluso en la actualidad, la carrera de derecho lleva la 
delantera y aunque sin duda ha graduado y gradúa a muchos que más tarde 
serán bandidos o cómplices de la corrupción, también es cierto que una 
gran mayoría de los abogados quedan marcados por las clases de grandes 
juristas generosos y sabios, que además de elocuentes, aman las letras y
 el pensamiento por sobre todas las cosas, inspirados en los discursos y
 la vida de Cicerón.
Se 
supone que el abogado debe saber hablar y argumentar y además escribir 
bien, sin lo cual no podrá brillar en los estrados ni en las oficinas. 
Nuestro país es y  ha sido sin duda uno de abogados y cuenta en todo el 
territorio con excelentes universidades, donde siempre se han destacado 
notables docentes que además de transmitir los conocimientos a sus 
alumnos, vibran en el fondo de la vida real de un país tan complejo, 
violento e impredecible como es Colombia.
Un
 día antes de su muerte trágica, Jorge Eliécer Gaitán ganaba un caso 
como penalista y al día siguiente seguía con su febricitante actividad 
política en la Jiménez con séptima donde lo mataron, animado por los 
años que estudió en Roma y conoció allí a los mejores maestros en la 
capital que dos milenios antes fue centro del más brillante y poderoso 
imperio jamás conocido.
En 
mi caso, tambíen debí ser estudiante de derecho, pero en esos tiempos 
colombianos agitados de cambios y pasión por la justicia social, sentí 
el llamado de seguir por otros rumbos y optar por la Sociología en la 
más prestigiosa sede fundada por el padre Camilo Torres y donde en un 
principio dominaron las ideas de Orlando Fals Borda. Mi sabio padre, que
 era muy prudente, comprendió mi camino y decidió que nos íbamos a vivir
 a Bogotá, donde ya mi hermano mayor Humberto se había graduado en 
derecho y ciencias políticas en la Gran Colombia.
Mi
 padre me acompañó el primer día de inicio de clases hasta la entrada de
 la Universidad en la calle 45 y desde entonces viví con pasión la 
magnitud de aquella experiencia inolvidable, no solo recibiendo clases 
de grandes eminencias como el profesor de historia Darío Mesa o del 
geógrafo alemán Ernesto Gühl, quien nos llevó a la laguna de Guatavita y
 nos abrió las puertas del Instituto Agustín Codazzi, sino que entramos 
de lleno en aquel universo de mil ventanas y puertas donde vibraba una 
generación rebelde y soñadora.
Estaban
 a un lado las residencias "la Gorgona", donde residían centenares de 
estudiantes provenientes de las provincias y al otro las residencias 
femeninas y otros recintos para jóvenes que vivían de lleno la soledad 
de la fría urbe. En mi caso, tenía casa no lejos de allí y muchas veces 
mis compañeros de otros departamentos venían a pasar tardes enteras. Así 
conocí condiscípulos de Girardot, Moniquirá, santandeareanos, costeños, 
llaneros, boyacenses, chocoanos, bogotanos o antioqueños y pronto ya 
tenía uno todo el país en la cabeza.
Además
 de las clases, conferencias, exposiciones de arte y cineclubes, se 
registraban violentas manifestaciones y huelgas que convertían la 26 en 
un campo de batalla. Pero uno visitaba también las bibliotecas Luis 
Angel Arango o la Nacional y recorría el centro lleno de espléndidas 
librerías hoy desaparecidas, cines y cafés visitados por leyendas como 
Luis Vidales, Jorge Zalamea o León de Greiff y ahí, viéndolos de lejos, 
entre todos soñábamos con cambiar el país.
Ahí
 en la Nacional vivimos inocentes, en el Jardín de Freud, frente a la 
sede de Sociología, las jornadas insomnes del golpe de Estado en Chile, 
con la esperanza de que un milagro ocurriera y después como por arte de 
magia el tiempo se difuminó. 
Como terminar una carrera con tantas 
huelgas podía durar lustros o décadas, llegó el tiempo de volar a 
Francia a buscar otros rumbos. Pero cada vez que vuelvo a la sede de la 
Nacional siento que es mi casa, el epicentro donde comenzaron tantas 
cosas maravillosas. 
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 16 de marzo de 2025. 
*** Foto del Jardín de Freud en Sociología en la Universidad Nacional, mi primera Alma Mater.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
