Por Eduardo García Aguilar
Una de las más grandes novelistas francesas
contemporáneas es Annie Ernaux, recién galardonada con el prestigioso
premio de literatura Formentor, quien se ha convertido en uno de los
ejemplos más logrados de la compleja literatura autobiográfica y cuya
obra además de admirada concita en universidades y medios críticos todo
tipo de estudios y análisis. Arnaux nació en 1940 en un pueblo pequeño
de los lejanos suburbios de París, en el seno de una familia modesta, ya
que su padre fue un campesino muy pobre que ascendió a propietario de
un pequeño restaurante y su madre una modesta mujer trabajadora de
provincia.
En casi todos los países y las lenguas la narrativa
autobiográfica se ha convertido en la preferida de los lectores,
desplazando a las obras de ficción. Novelas en clave escritas por
personajes de la política, la farándula o el deporte, relatos de vidas
complejas ligadas a la violencia social y familiar, dramas de género,
relatos de las humillaciones de clase o de raza, narraciones de
tragedias familiares, suicidios, enfermedades, violaciones
intrafamiliares, persecuciones étnicas, entre otros temas, han
desplazado a la literatura en boga en el siglo pasado, donde la novela
era la creación de un mundo paralelo a la realidad.
Dentro de todos esos temas se destaca el asunto del
padre o de la madre, asunto en que los lectores tratan de encontrarse o
identificarse. Entre las novedades novelísticas más leídas figuran
relatos de la madre alcohólica y suicida, el padre violador, ausente o
cruel, al padre o la madre perseguidos o desaparecidos. Mazarine
Pingeot, la hija oculta de François Mitterrand; Clémentine Autain, la
hija de una malograda actriz alcohólica y suicida; Sybille Lacan, la
hija de un psicoanalista lleno de oscuridades personales; Christine
Angot y el incesto: estas son son apenas algunas de las historias más
comentadas y adquiridas por los lectores en temporadas recientes en Francia.
En el libro La Plaza, con el que obtuvo el Premio
Renaudot en 1984 y saltó a la fama, Annie Ernaux aborda el tema del
padre, que ya dentro del género de lo autobiográfico es uno de los más
difíciles. De manera descarnada y sin contemplaciones, como si se
tratara de una operación quirúrgica, la novelista nos relata desde el
inicio la muerte del viejo progenitor, el cuerpo desnudo del hombre
después de una fulminante enfermedad y desde ahí ahonda en sus modestos
orígenes. La madre no puede cerrar el negocio ni el día del entierro. Y
al final el velorio se hace con los modestos clientes del lugar.
A lo largo de su exitosa carrera literaria, Arnaux
ha abordado los temas de su vida desde distintos ángulos, especialmente
el hecho de que por sus brillantes estudios y el triunfo editorial,
terminó por migrar de clase hasta convertirse en una gran burguesa
adulada y famosa. Pero desde esa posición decidió ser una abogada de los
desposeídos y los desclasados, por lo que ha estado en todos los
combates políticos desde la izquierda, causando irritación entre muchos
de sus congéneres reinantes en los salones literarios del barrio de
Saint Germain des Prés, donde están situadas las sedes de las mejores
editoriales y vive la más encumbrada burguesía y aristocracia de la farándula parisina. Pero también ha contado su iniciación sexual, el
problema del aborto, el machismo, lo que la ha convertido en una
aguerrida feminista.
Al negarse a traicionar la clase suya, la escritora
rinde homenaje a esa familia en la que creció y desde donde se izó
hasta los más altos honores académicos y literarios, cuando adolescente
hacía sus tareas y preparaba los exámenes tras bambalinas de la pequeña
tienda de abarrotes, el bar y el pequeño restaurante popular que
regentaron durante décadas sus progenitores en un suburbio del pueblo,
porque su negocio ni siquiera se situaba en los barrios centrales del
mismo. O sea que en pleno siglo XX seguíamos como en las historias
pueblerinas de Maupassant y Flaubert, en esa Normandía inefable poblada
de castillos y vacas, fábricas de quesos y cultivos de diversos
productos agrícolas.
Después del fin de la guerra los padres luchan y
fracasan con un negocio en otro lugar, pero al final deciden volver al
pueblo de Yvetot, en Normadía, y montan la tienda y el restaurante.
Aunque el viejo tiene gestos, movimientos y estructuras físicas que
delantan su origen de campesino pobre, logra en ese mundo de la taberna
dejar atrás la timidez y convertirse gracias al contacto diario con los
clientes en conversador y bromista consumado. La pareja es querida por
los vecinos pobres a quienes fían y sirven los platos cotidianos de la
comida popular que consumen los trabajadores a la hora del almuerzo,
después de jornadas arduas de trabajo.
Arnaux insiste en que su destino estaba escrito y
debería haber sido cajera de supermercado, obrera o a lo máximo
continuadora del negocio familiar, pero los buenos resultados escolares,
el ingreso becada a una normal superior, y después su paso a la
educación nacional y a los altos grados universitarios, además del éxito
literario, la llevaron a pasar a otro medio social. Luego viene el
matrimonio con un burgués de la ciudad de Annecy, cuyo apellido lleva, y
la vida familiar y académica junto a un exquisito lago alpino donde se
consume definitivamente su mutación. Vive desde hace décadas en Cergy
Pontoise, una capital moderna regional de los suburbios de París que
describe en Diarios del afuera, un libro sobre la vida cotidiana de las
ciudades dormitorios, los grandes supermercados y sus cajeras.
Sus libros llevan títulos concisos como La
mujer congelada, Una mujer, Pasión simple, La vergüenza, Los años,
Escribir la vida, Perderse, Memoria de chica, No he salido de mi noche,
entre otros que ya han sido reunidos en sus obras completas. También ha
elaborado un libro de conversaciones con el escritor Fréderic Yves
Jeannet, que lleva por título La escritura como un cuchillo. En todos
ellos relata los temas de la exclusión social, el clasismo, el
arribismo, el espíritu de castas, la humillación, la marginación del
otro, la sirvienta, el modesto empleado, el paria, el desclasado, el
pobre.
Arnaux nunca ocultó a nadie sus orígenes e invitó a
la casa de su padres a sus nuevas amigas burguesas. Su marido refinado
no soportaba conversar en aburridas cenas con sus modestos suegros. Y
poco a poco va llegando el fin de su familia inicial, la decrepitud de
esos viejos abnegados que hicieron todo y se mataron trabajando por dar
lo mejor a su hija. Por medio de un descarnado relato que conmovió a los
lectores de esta obra premiada, asistimos a las desgarradoras tensiones
de clase que caracterizan a todas las sociedades sin falta. Para el
viejo su hija es una extraña y para su hija el padre también, pero al
final, desde su modestia, el progenitor vive feliz por el ascenso social
de su hija, famosa, rica, bien conectada socialmente y se siente
orgulloso y presume de ella cuando lee los periódicos.
Annie penetra así en la llaga de las castas sociales
de su país, que en la primera mitad del siglo XX, antes del auge
económico posterior a la liberación, permanecían como si se viviera en
el medioevo. El padre pertenecía a un linaje centenario de trabajadores
agrícolas y si no es por el servicio militar que lo sacó de ahí para
siempre y al encuentro con la que sería su esposa, hubiera permanecido
en ese mundo de sacrificio donde el olor de los excrementos y de los
animales de cría terminan por permear los propios cuerpos de los
trabajadores, estigmatizándolos en la más baja escala social, como los
intocables de la India.