sábado, 5 de septiembre de 2020

ANNIE ERNAUX: LA AUTOBIOGRAFÍA COMO PASIÓN

 


Por Eduardo García Aguilar


Una de las más grandes novelistas francesas contemporáneas es Annie Ernaux, recién galardonada con el prestigioso premio de literatura Formentor, quien se ha convertido en uno de los ejemplos más logrados de la compleja literatura autobiográfica y cuya obra además de admirada concita en universidades y medios críticos todo tipo de estudios y análisis. Arnaux nació en 1940 en un pueblo pequeño de los lejanos suburbios de París, en el seno de una familia modesta, ya que su padre fue un campesino muy pobre que ascendió a propietario de un pequeño restaurante y su madre una modesta mujer trabajadora de provincia.

En casi todos los países y las lenguas la narrativa autobiográfica se ha convertido en la preferida de los lectores, desplazando a las obras de ficción. Novelas en clave escritas por personajes de la política, la farándula o el deporte, relatos de vidas complejas ligadas a la violencia social y familiar, dramas de género, relatos de las humillaciones de clase o de raza, narraciones de tragedias familiares, suicidios, enfermedades, violaciones intrafamiliares, persecuciones étnicas, entre otros temas, han desplazado a la literatura en boga en el siglo pasado, donde la novela era la creación de un mundo paralelo a la realidad. 

Dentro de todos esos temas se destaca el asunto del padre o de la madre, asunto en que los lectores tratan de encontrarse o identificarse. Entre las novedades novelísticas más leídas figuran relatos de la madre alcohólica y suicida, el padre violador, ausente o cruel, al padre o la madre perseguidos o desaparecidos. Mazarine Pingeot, la hija oculta de François Mitterrand; Clémentine Autain, la hija de una malograda actriz alcohólica y suicida; Sybille Lacan, la hija de un psicoanalista lleno de oscuridades personales; Christine Angot y el incesto: estas son son apenas algunas de las historias más comentadas y adquiridas por los lectores en temporadas recientes en Francia.      

En el libro La Plaza, con el que obtuvo el Premio Renaudot en 1984 y saltó a la fama, Annie Ernaux aborda el tema del padre, que ya dentro del género de lo autobiográfico es uno de los más difíciles. De manera descarnada y sin contemplaciones, como si se tratara de una operación quirúrgica, la novelista nos relata desde el inicio la muerte del viejo progenitor, el cuerpo desnudo del hombre después de una fulminante enfermedad y desde ahí ahonda en sus modestos orígenes. La madre no puede cerrar el negocio ni el día del entierro. Y al final el velorio se hace con los modestos clientes del lugar.

A lo largo de su exitosa carrera literaria, Arnaux ha abordado los temas de su vida desde distintos ángulos, especialmente el hecho de que por sus brillantes estudios y el triunfo editorial, terminó por migrar de clase hasta convertirse en una gran burguesa adulada y famosa. Pero desde esa posición decidió ser una abogada de los desposeídos y los desclasados, por lo que ha estado en todos los combates políticos desde la izquierda, causando irritación entre muchos de sus congéneres reinantes en los salones literarios del barrio de Saint Germain des Prés, donde están situadas las sedes de las mejores editoriales y vive la más encumbrada burguesía y aristocracia de la farándula parisina. Pero también ha contado su iniciación sexual, el problema del aborto, el machismo, lo que la ha convertido en una aguerrida feminista.

Al negarse a traicionar la clase suya, la escritora rinde homenaje a esa familia en la que creció y desde donde se izó hasta los más altos honores académicos y literarios, cuando adolescente hacía sus tareas y preparaba los exámenes tras bambalinas de la pequeña tienda de abarrotes, el bar y el pequeño restaurante popular que regentaron durante décadas sus progenitores en un suburbio del pueblo, porque su negocio ni siquiera se situaba en los barrios centrales del mismo. O sea que en pleno siglo XX seguíamos como en las historias pueblerinas de Maupassant y Flaubert, en esa Normandía inefable poblada de castillos y vacas, fábricas de quesos y cultivos de diversos productos agrícolas.

Después del fin de la guerra los padres luchan y fracasan con un negocio en otro lugar, pero al final deciden volver al pueblo de Yvetot, en Normadía, y montan la tienda y el restaurante. Aunque el viejo tiene gestos, movimientos y estructuras físicas que delantan su origen de campesino pobre, logra en ese mundo de la taberna dejar atrás la timidez y convertirse gracias al contacto diario con los clientes en conversador y bromista consumado. La pareja es querida por los vecinos pobres a quienes fían y sirven los platos cotidianos de la comida popular que consumen los trabajadores a la hora del almuerzo, después de jornadas arduas de trabajo.

Arnaux insiste en que su destino estaba escrito y debería haber sido cajera de supermercado, obrera o a lo máximo continuadora del negocio familiar, pero los buenos resultados escolares, el ingreso becada a una normal superior, y después su paso a la educación nacional y a los altos grados universitarios, además del éxito literario, la llevaron a pasar a otro medio social. Luego viene el matrimonio con un burgués de la ciudad de Annecy, cuyo apellido lleva, y la vida familiar y académica junto a un exquisito lago alpino donde se consume definitivamente su mutación. Vive desde hace décadas en Cergy Pontoise, una capital moderna regional de los suburbios de París que describe en Diarios del afuera, un libro sobre la vida cotidiana de las ciudades dormitorios, los grandes supermercados y sus cajeras. 

Sus libros llevan títulos concisos como La mujer congelada, Una mujer, Pasión simple, La vergüenza, Los años, Escribir la vida, Perderse, Memoria de chica, No he salido de mi noche, entre otros que ya han sido reunidos en sus obras completas. También ha elaborado un libro de conversaciones con el escritor Fréderic Yves Jeannet, que lleva por título La escritura como un cuchillo. En todos ellos relata los temas de la exclusión social, el clasismo, el arribismo, el espíritu de castas, la humillación, la marginación del otro, la sirvienta, el modesto empleado, el paria, el desclasado, el pobre. 

Arnaux nunca ocultó a nadie sus orígenes e invitó a la casa de su padres a sus nuevas amigas burguesas. Su marido refinado no soportaba conversar en aburridas cenas con sus modestos suegros. Y poco a poco va llegando el fin de su familia inicial, la decrepitud de esos viejos abnegados que hicieron todo y se mataron trabajando por dar lo mejor a su hija. Por medio de un descarnado relato que conmovió a los lectores de esta obra premiada, asistimos a las desgarradoras tensiones de clase que caracterizan a todas las sociedades sin falta. Para el viejo su hija es una extraña y para su hija el padre también, pero al final, desde su modestia, el progenitor vive feliz por el ascenso social de su hija, famosa, rica, bien conectada socialmente y se siente orgulloso y presume de ella cuando lee los periódicos.                  

Annie penetra así en la llaga de las castas sociales de su país, que en la primera mitad del siglo XX, antes del auge económico posterior a la liberación, permanecían como si se viviera en el medioevo. El padre pertenecía a un linaje centenario de trabajadores agrícolas y si no es por el servicio militar que lo sacó de ahí para siempre y al encuentro con la que sería su esposa, hubiera permanecido en ese mundo de sacrificio donde el olor de los excrementos y de los animales de cría terminan por permear los propios cuerpos de los trabajadores, estigmatizándolos en la más baja escala social, como los intocables de la India.