Por Eduardo García Aguilar
Cuando joven y en pleno esplendor y fama Oscar Wilde (1854-1900) viajó a Estados Unidos para realizar una larga gira de conferencias entre 1881 y 1883, el fotógrafo Napoleón Sarony
tomó una serie de magníficas fotografías del dandy que contribuyeron a
su leyenda. Ahí se le ve en diversas poses con su larga cabellera,
ataviado con un elegante abrigo de paño y piel, o con una capa satinada,
con pantalones cortos, botines y medias de seda, esbelto, amanerado,
saludable y con la mirada diáfana de quien conquista el mundo y está
lleno de futuro.
Las nítidas fotos en blanco y negro se pueden ver en la exposición Oscar Wilde, el impertinente absoluto,
en los amplios salones del Petit Palais de París, o sea en el contexto
muy Art Nouveau del lugar, correspondiente a la época y las tendencias y
gustos artísticos del personaje. El nieto de Wilde, Merlin Holland,
ha sido el motor de esta resurrección de su abuelo, quien después de la
gloria cayó en la ignominia luego de ser condenado por homosexualismo a
dos años de cárcel.
No había cumplido 30 años aún y ya era una estrella mediática que
asombraba por sus aforismos, la elocuencia desbordante y el éxito de sus
libros y piezas de teatro en el Londres de fin de siglo, marcado por
las artes decadentes y exquisitas de una generación que se refugiaba en
lo clásico para huir de la modernidad industrial devastadora. A su
retorno a Inglaterra siguieron varios lustros de éxitos, convertido en
una de las más famosas personalidades del país, pero pronto se vio
enredado en un escándalo al enamorarse de un joven poeta aristócrata, Alfred Douglas,
y hacer público su idilio, por lo que fue condenado a dos años de
trabajos forzados en la cárcel de Reading por una justicia puritana que
consideraba el homosexualismo un crimen gravísimo.
Wilde estuvo casado con una bella mujer y tuvo hijos
con ella, pero el escándalo lo obligó al exilio en Francia, donde su
obra era admirada por la generación de escritores y artistas decadentes y
dandys de la época. En París, Wilde se dedica a la
absenta y a todos los vicios, se junta con los artistas bohemios,
empeora su salud, engorda y muere arruinado y humillado en un hotel de
la hoy llamada calle de las Bellas Artes, en el barrio de Saint Germain
des Pres. Su ruina pública continuaría después de su muerte. La puritana
sociedad británica maldijo su nombre y su descendencia, por lo que la
esposa tuvo que abjurar de su apellido y tomar otro, Holland,
que es el que llevaron y llevan sus hijos y nietos. La decisión de
cambiar de apellido la tomó cuando en Suiza no la admitieron en un hotel
con su familia por llevar el apellido maldito de su díscolo esposo.
A pesar de que en los ámbitos francés e hispánico la obra de Wilde
fue traducida y aceptada, en su patria se le consideró siempre como un
escritor de segunda, más famoso por sus ocurrencias y escándalos que por
su obra. Ampliamente traducidos y editados con ilustraciones por las
mejores editoriales hispanoamericanas, todos leímos con pasión El retrato de Dorain Gray, los cuentos de El ruiseñor y la rosa, la Balada de la cárcel del Reading
y varias piezas de teatro y colecciones de relatos. Además gozamos con
sus aforismos y textos irónicos que enseñaban al escritor adolescente a
rebelarse contra la mediocridad de las sociedades donde vivíamos.
Aunque Wilde como todo artista fue egocéntrico y
megalómano, se sabe que también estuvo pendiente de su esposa y familia y
no fue el monstruo perverso en que lo convirtieron las autoridades
después de su condena. El nieto, en una larga entrevista proyectada al
final de la exposición, reivindica la figura del escritor, con todos sus
inmensos méritos y defectos. Más que un monstruo, Wilde fue una víctima de los prejuicios de la época y hoy su conducta no sería juzgada por nadie, salvo por los más fanáticos.
La exposición incluye muchos de sus manuscritos, ediciones
originales, cuadros y fotografías de la época, recortes de prensa,
caricaturas, secuencias de filmes basados en sus obras y reconstrucción
de algunos de sus éxitos más sonados, como fue su pieza de teatro Salomé,
que basada en el mito, fue una de las más exitosas desde el inicio y ha
sido llevada al cine en diversas épocas. También hay una amplia muestra
de cuadros de artistas de la época como Edward Burne Jones,
sobre quienes escribió en su momento. Se trata de una serie de obras
exquisitas, que renuevan los viejos mitos esteticistas basados en
figuras clásicas como Venus o los ángeles caídos.
Lector de Joris Karl Huysmans, admirador de Verlaine, compañero de generación de simbolistas y parnasianos, Wilde
vuelve a vivir en esta exposición donde sólo falta la aparición de su
fantasma entre los cortinajes del Petit Palais. Volver a visitar a Oscar Wilde
en pleno siglo XXI nos reconcilia con el verdadero fin de la
literatura, como un arte rebelde que debe criticar los vicios de la
época y ser insumiso ante los cánones impuestos por el comercio y la
estulticia ambiente. Wilde es admirado por los
adolescentes que se abren al arte, y hoy más que nunca su vida y obra
son un ejemplo de vitalidad, porque la literatura y el arte son vida
antes que otra cosa. Vida, aunque la devastación de la derrota y el
fracaso la aniquilen para que renazca de las cenizas en otros tiempos
más propicios.
----
* Publicado en Expresiones, Excélsior. México D. F. Domingo 1 de enero de 2017