Pasó como un
rayo por París el poeta nadaísta Jotamario Arbeláez, quien a sus 75
años de edad es un verdadero fenómeno y sigue pareciendo tres décadas
más joven por la infatigable energía que derrocha, la apertura,
simpatía, coquetería e irreverencia que lo ha caracterizado como líder
sobreviviente y activista máximo del más fenomenal movimiento literario
poético surgido en Colombia en el último medio siglo y que, cosa
curiosa, a medida que avanza el siglo XXI y el país parece arcaizarse y
retroceder con frecuencia a los tiempos de la Colonia y de los gamonales
asesinos y esclavistas más godos, sigue siendo cada vez más moderno y
necesario y una voz de libertad en medio de la radicalización ambiente.
Ya
lo he dicho en varios escritos y en especial en la Diatriba contra la
poesía colombiana sentada en sus laureles, que los poetas de la
generación nadaísta merecen todos estatuas en plazas de ciudades,
pueblos y veredas colombianos, bustos en colegios, academias,
universidades e instituciones como la Academia Colombiana de la Lengua y
el Instituto Caro y Cuervo, a lo que alguna vez el benjamín del
movimiento, Eduardo Escobar, replicó que mejor les dieran ahora cuando
vivos la plata contante y sonante del costo de tales efigies.
Hay
grandes poetas contemporáneos de la generación nadaísta que admiro y
leo con frecuencia como Jaime García Maffla y Giovanni Quessep, y otros
de la llamada Generación Sin Nombre o Desencantada, como Juan Gustavo
Cobo Borda, Harold Alvarado Tenorio y Juan Manuel Roca, entre otros,
pero el nadaísmo como tal es un fenómeno notable en Colombia y es
difícil ahora imaginar lo que significó en este país cainita y atrasado
la emergencia de estos jóvenes rebeldes, que inspirados en la generación
de los beatniks estadounidenses y las ideas existencialistas en boga en
los años 50 en Francia, decidieron renovar el ambiente cultural del
país, sacudirlo, inyectarle humor y alejarlo de la pomposidad y la
retórica clerical que dominaba casi todos los géneros literarios del
país, donde se ha aspirado siempre a escribir muy bonito y a alzar la
voz engolada en las tertulias literarias olorosas a naftalina y
aguardiente.
Fenómeno a la vez publicitario y de sociedad, el
nadaísmo surge en los tiempos del Frente Nacional, cuando se da una
pequeña tregua en la guerra y se oyen ya los pasos lentos para iniciar
las nuevas guerras cíclicas que han asolado el país desde entonces,
dejando centenares de miles de muertos y millones de desplazados al
interior y hacia el exterior del país. Nadie imaginaba entonces la
terrible era del delirio guerrillero ni la hegemonía aún más delirante
de los capos del narcotráfico encabezados por Pablo Escobar ni la
tenebrosa era del narcoparamilitarismo de motosierra, que llegó
inclusive a poner en la llamada "Casa de Nari" a un presidente durante
ocho años.
Jotamario y Gonzalo Arango |
Jotamario (1940) y otros apóstoles
difundieron la palabra nadaísta en las ciudades de provincia y lograron
así conformar un movimiento donde se destacaron mujeres notables como la
precoz narradora Fanny Buitrago, con quien está en deuda el país, y la
dramaturga Patricia Ariza, entre otras, así como otras figuras
masculinas vivas o muertas que se han convertido en leyenda. Unos se
quedaron en Colombia y otros se fueron al extranjero para siempre, pero
su voz sigue siendo necesaria porque rompe con los esquemas de la
solemnidad de la literatura colombiana. Y entre ellos es de destacar al
gran poeta Jaime Jaramillo Escobar, X-504, el autor de Sombrero de
ahogado y otros libros extraordinarios que lo izan al mando literario
del movimiento y lo hacen merecedor de todos los galardones posibles.
Rebelde y retraído, X-504 está por fortuna entre nosotros y es un grande
que todos debemos leer y releer.
Jotamario iba rumbo a un
recital de poesía en China, pero paró unos días en la capital francesa
para realizar su peregrinación emocionada, iniciada en 1982. Ya en su
famoso libro de memorias Nada es para siempre, Jotamario Arbeláez relató
con emoción su primera visita a París a los 42 años, una edad que él
consideró tardía para conocer a la ciudad luz. Aquella vez vivió hasta
el delirio la alegría de llegar a la capital donde reinaron muchos de
sus poetas preferidos, entre ellos Baudelaire y Verlaine, y la recorrió
agitado, infatigable, se untó de las aguas del Sena, vio las luces ocres
del crepúsculo caer sobre la mítica Notre Dame, deseó con la mirada a
las bellezas de la calle y trató en vano de hospedarse en el Hotel de
Flandre, donde vivió García Márquez pobre e indocumentado.
En
estos días rápidos de su visita relámpago Jotamario recorrió la ciudad y
leyó a un grupo de amigos al calor del vino fragmentos de textos donde
mencionó la inolvidable In a gadda da vida, himno rockero para muchos de
nosotros, por lo que no dudé en ofrecerle como regalo un performance de
danza de aquella interminable melodía, volando casi sobre el piso y
simulando las gitarras en compañía un gran amigo músico y dramaturgo que
canta cumbias en Pigalle y me hizo el favor de hacerme el bajo. Alegría
de aquella noche inolvidable en Ivry, en casa de Efer, en compañía de
Liliana, Luisa y Carolina, y otros amigos poetas, que no olvidaremos
nunca.
Después de su corto paso por China, Jotamario regresó a
París y de nuevo mostró su infatigable energía. En la Asociación France
Amérique Latine presentó una publicación donde varios nadaístas adhieren
a las negociaciones de paz de La Habana ante un público de colombianos y
franceses y después de libar vino y hablar de poesía concedió una
entrevista a la periodista Angélica Pérez de Radio France Internacional,
antes de volar de regreso a Colombia como si el periplo de diez días
hasta el Extremo Oriente no le hubiera hecho mella alguna.
Fernando
Vallejo, que hace poco lo acusó de ser un "hippie viejo" en un sermón
pronunciado en la última Feria del Libro de Bogotá, envidiaría esa
fuerza vital, y la capacidad de bailar e intentar seducir a sus
admiradoras de todas las edades y reivindicar sin tapujos de ninguna
índole el uso del viagra a los 75 años. Ya es hora de que Jotamario y
Fernando Vallejo hagan la paz, porque en fin de cuentas el novelista
antioqueño es otro de los últimos nadaístas, aunque él no quiera
reconocerlo. A ellos debería unirse el notable poeta y ensayista Harold
Alvarado Tenorio. Si ese encuentro se diera algún día, el nadaísmo
habría logrado por fin la paz más difícil de lograr: la paz entre poetas
y escritores que se odian. ----
* Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 21 de mayo de 2016.