Los pasajes cubiertos de París, construidos en la primera mitad del siglo
XIX, albergaban un mundo lleno de sorpresas y todo tipo de negocios legales e
ilegales se congregaban allí para delicia de los acomodados habitantes de la
ciudad, que los frecuentaban a salvo de intemperies, suciedad, malos olores
citadinos y pantano, nieve y luvias torrenciales. Todos albergan historias simultáneas como caleidoscopios de la vida de
generaciones.
Algunos pasajes sobreviven. En el Pasaje Choiseul, Rimbaud fue
presentado a los parnasianos y Lautréamont, el autor de los Cantos de Maldoror,
tuvo allí a su editor. Louis Ferdinand Céline también frecuentó ese pasaje,
que está intacto y activo y donde hay unas exquisitas papelerías y tiendas de instrumentos
y materiales para la aficionados a la pintura
Muchos desparecieron entre tanto, pero otros quedan como Panoramas,
Vivienne, Brady y tantos otros. En el Pasaje Vivienne, que abarca media
manzana y está muy bien restaurado, hay una de las librerías más antiguas de la
ciudad. En ese lugar vivió Simón Bolívar cuando llegó muy joven en 1805 en el
marco de su periplo europeo iniciado en Madrid y tuvo en la ciudad luz la
oportunidad de presenciar la autocoronación del Emperador Napoleón Bonaparte,
sin duda uno de sus modelos
Bolívar frecuentaba el barrio, pues cerca vivía una de sus entusiastas
amantes, Fanny du Villars, con la que tuvo correspondencia toda la vida y también la familia de Flora
Tristán, de la que era muy cercano durante su estadía en la ciudad. Después de
su viaje a Italia regresó a este mismo rumbo, pero se instaló en la
calle paralela, Richelieu, al lado de la Biblioteca Nacional, donde solía
leer largas horas.
También era la zona del Palacio Real, que sigue ahí intacto con sus magníficas
arcadas, jardín y fuente, donde los nuevos jóvenes de la Ilustración,
militares, escritores y libertinos solían divertirse hasta altas horas de la
noche en compañía de cortesanas, disfrutando la bebida de moda que era el
chocolate y más tarde la comida y los vinos que se expendían en viejos
restaurantes de los cuales uno aun funciona, el Vefour.
Son y han sido lugares para deabular y mirar vitrinas, pasar la tarde, tomar
chocolate o comer y tomar vino, comprar zapatos, juguetes, paraguas, trajes,
libros, estampillas, antigüedades, visitar al editor, comprar soldados de plomo
o medallas, sombreros, kepis, partituras o instrumentos musicales. Todo ocurría adentro, citas, intrigas, amores secretos. En cada pasaje
estaba el mundo, mercancías exóticas o viajeros que llegaban desde
los lejanos puertos de ultramar.
Ese multifacético aspecto que puede equiparase al de los gigantescos
centros comerciales de la actualidad donde hay de todo para los consumidores de
lujo, parece en su variedad a los caleidoscopios de colores donde el observador
viaja por un océano que lo devora con sus delicias cromáticas.
Pensaba en todo esto, porque después de reunir una serie de textos surgidos
de viaje, quise poner como título al conjunto el nombre de un pasaje
imaginario, que no existe y es el Pasaje Lautréamont en memoria de ese poeta
nacido en Uruguay, Isidore Ducasse, muerto muy joven después de publicar su principal obra maestra y una serie de poemas impresos en el Pasaje
Choiseul y que le han dado, sin que él lo supiera, la posteridad. Por eso este Pasaje Lautréamont imaginario donde todo y nada sucede, pero
yacen universos condensados que de repente cambian el rumbo de una vida con su fuerza magnética.
Después de publicar en 2017 a petición del poeta Fernando Denis la Poesía
completa para la colección Zenocrate de Uniediciones, tras un minucioso trabajo
de recopilación de plaquettes, libros publicados antes y poemas perdidos en
libretas, fueron apareciendo más textos rescatados de carpetas y archivos
digitales hasta conformar esta nueva colección. La componen textos que surgen al despuntar el nuevo milenio y luego siguen el camino del siglo.
Por esos tiempos había
regresado a Europa después de una larga estadía de tres lustros en
Estados Unidos y México y realizado largos viajes a Marruecos y la India, Portugal, Rusia, España,
Alemania, Italia, cuyos testimonios figuran en estas páginas. Visitas a
la tumbas de Rimbaud y Chateaubriand, paseos por la casa de Tolstoi en
Moscú, visión de los cuadros de Goya en el Museo del Prado, el incendio de Notre Dame o encuentros con Leopoldo Maria Panero en las Islas Canarias, descubrimiento de bares fantásticos y tantas cosas más