Por Eduardo García Aguilar
Como
era menor de edad, mi padre firmó la autorización oficial de mi viaje y
me acompañó una tarde a cortarme el pelo, que lo tenía muy largo como
era usual y se requería reducir un poco la melena para evitar problemas
en los aeropuertos. Todos ya estábamos desde hacía tiempo bajo el
impacto de los Rolling Stones y su éxito mundial Satisfaction.
Mi padre tenía 60 años y me imagino el dolor que significaba ver partir a
su hijo tan joven hacia esa aventura de viajar al otro lado del planeta,
aunque en el fondo la idea no le disgustaba. Para disimular silbaba
alguna canción mientras veía en la peluquería como cortaban sin piedad
mi cabellera setentera y las mechas caían al suelo.
Los
de su generación, que se abrieron al mundo durante la Republica liberal
que llevó a la presidencia a Enrique Olaya Herrera, Alfonso López
Pumarejo, Eduardo Santos y el joven Alberto Lleras Camargo, también se
iban de casa muy jóvenes en la primera mitad del siglo XX, cuando el
objetivo de los hijos era emprender y abrirse camino al andar.
Mientras
pasaba el féretro del poderoso Eduardo Santos, dueño del mayor
periódico nacional y ex presidente, y cuando en la Catedral se reunían
para las honras fúnebres todos los hombres de su época, encorbatados,
solemnes, pomposos, babeantes, flacos y obesos, jorobados y erguidos, de
sacoleva y corbatín, a mi me cortaban la melena en un ritual de
iniciación.
Antes de que me
cortaran la cabellera como a Sansón había estado en varias fiestas y
reuniones con amigos de mi generación, compañeros de Sociología de la
Universidad Nacional y escritores en ciernes que nos reuníamos a veces
con Oscar Collazos, cuando llegaba joven y consagrado de Europa, donde
había vivido mayo del 68 y el esplendor del boom latinoamericano en
Barcelona, no lejos de García Márquez, Julio Cortázar y Mario Vargas
Llosa. En una de esas fiestas los amigos me mostraron en la noche
estrellada al amanecer la Cruz del Sur para que me despidiera de ella.
Mientras
pasaba el féretro de Santos y en un amanecer leía los periodicos
enormes que seguían publicando ediciones especiales sobre la historia
política del siglo XX, podía decir que pese a tener 20 años recién
cumplidos ya habia mojado plana ahí en Lecturas Dominicales. El joven
Enrique Santos Calderón, de barba rebelde y recién llegado de Europa,
había publicado algunos artículos míos hasta en el espacio consagratorio
debajo de la caricatura de Pepón y luego me pagaba por la colaboración
firmando un bono para que pasara a la caja.
La
esquina de El Tiempo era entonces el ombligo del país y al frente
estaba el lugar donde habían matado a Jorge Eliécer Gaitán. Más arriba,
por la Jiménez estaba la sede de El Espectador, regentado por los Cano y
donde García Márquez cambió de destino como redactor y reportero de
éxito con reportajes inolvidables como el del Relato de un náufrago.
Todo
eso ocurría a unos días de que partiera al otro lado del océano en
medio del aceleramiento de la historia de Colombia, pues a inicios del
mismo año los rumberos guerrilleros del M-19 habían hurtado la espada de
Bolívar de la Quinta Bolívar en medio de la algarabía nacional. Y hacía
solo seis meses, los estudiantes de Sociología y otras carreras de la
Universidad Nacional amanecimos en el Jardín de Freud escuchando por
radio las noticias que venían de Chile sobre el golpe de Estado del 11
de septiembre, propiciado por Estados Unidos.
Después
de bombardear el Palacio de la Moneda, el general Augusto Pinochet
derrocó a Salvador Allende, que murió en esa jornada. Inocentes
nosotros, esperábamos hasta el amanecer en jornadas febriles que se
revirtiera la situación. Y para rematar, poco después, agobiado por la
tristeza, moría el gran poeta Pablo Neruda en un hospital donde algunos
aseguran que lo envenaron.
Pero
como los pájaros que vuelan, en esos momentos estaba impulsado por la
emoción de la partida hacia otro continente soñado desde los primeros
años de la adolescencia. El futuro nos atropellaba de repente y ya no
había forma de mirar hacia atrás.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 3 de agosto de 2025.
* Foto del Jardín de Freud. Universidad Nacional de Colombia.