lunes, 9 de noviembre de 2020

SANDRO COHEN Y LOS COLIBRÍES

 Por Eduardo García Aguilar

Foto @ Lourdes Almeida*

Varios amigos y conocidos de mi generación con quienes compartí lustros de actividad literaria y periodística en México durante un espléndido momento cultural de ese país, han sido impactados recientemente por la pandemia y desparecido, causando conmoción entre quienes los conocimos. El novelista Luis Zapata, el pintor Arturo Rivera, los poetas y ensayistas Arturo Trejo Villafuerte y José Fracisco Conde Ortega, son apenas algunos de los nombres que se han despedido en estas semanas.
El jueves de nuevo la enfermedad se llevó a mi amigo el estadounidense Sandro Cohen, poeta y editor, a quien conocí poco después de desembarcar en la enorme Ciudad de México. La vida es una novela llena de sorpresas y argumentos que tienen desenlaces imprevistos, como si todos fuésemos criaturas de una ficción inagotable poblada de caleidoscopios de dolor y afecto, sorpresa y abatimiento, locura, creación y silencio.
Cohen era un caso muy especial. Nacido en septiembre de 1953 en Nueva Jersey, había llegado a los 19 años a México para proseguir sus estudios de letras hispanas en la UNAM y se enamoró tanto de México que se quedó y se convirtió en uno de los mejores conocedores de una lengua que no era la materna, como lo prueba su exitoso libro Redacción sin dolor. Poeta talentoso, fue director en las editoriales Planeta y Nueva Imagen y creó la bella editorial Colibrí, donde me publicó Tequila coxis.
Lo vi crecer como poeta en sus primeras lecturas bajo la mirada cómplice de Octavio Paz en el Palacio de Bellas Artes y fui testigo de su encuentro con la bella y jovencísima Josefina Estrada, animadora de las actividades literarias del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). En ese contexto compartí con Cohen muchas aventuras, que incluían sus felices pasos y caminatas inagotables por París. Lo venció prematuramente la covid-19 como a tantos otros en México, en estos tiempos extraños, pero su huella quedará para siempre como una estela de alegría, amistad panamericana, generosidad y pasión por las palabras. 
Todas esos amigos y otros muchos como Guillermo Samperio y Daniel Sada, para mencionar solo a dos excelentes narradores cercanos que se anticiparon a la pandemia, hacen parte de una generación muy rica de amantes mexicanos de la literatura, la edición, el vino, y la publicación de libros y revistas como ejercicio de apertura de caminos.
Quiso el destino que recién llegado a la Ciudad de México ganara un concurso de cuento convocado por Los otros editores y la editorial El Tucán de Virginia, dirigida entonces por Samperio y que en la fiesta de la premiación, celebrada un día de diciembre en una galería de la Glorieta insurgentes, estuvieran presentes todos esos jóvenes que desde entonces frecuenté y se convirtieron en amigos y hermanos y cómplices de aventuras periodísticas, vitales y editoriales. 
En una de aquellas noches vi como el joven “gringo” Sandro Cohen quedaba flechado por Josefina, quien mucho después escribió después una vasta obra narrativa e incluso un libro sobre la vida de las cárceles de mujeres en Colombia. La literatura de México vivía entonces en la década de los 80 uno de sus momentos más fructíferos. Estaban vivas aun todas las glorias del país, encabezadas por Juan Rulfo, Octavio Paz, Elena Garro y Carlos Fuentes. García Márquez estaba a punto de ganar el Premio Nobel, Álvaro Mutis escribía la saga de Maqroll el Gaviero. Otros latinoamericanos como Augusto Monterroso, Manuel Puig, Ida Vitale, Hugo Gola, Noé Jitrik y decenas de sudamericanos exiliados, ensayistas, cineastas, filósofos, científicos, participaban en el intenso fragor cultural de la ciudad. 
Los periódicos tenían amplios suplementos literarios y páginas culturales. Proliferaban los festivales internacionales de poesía que reunían cada año a figuras del continente y el mundo. Las editoriales promovidas por el Estado publicaban millones de libros en colecciones de todo tipo y se otorgaban becas y premios generosos en todos los géneros. Se ampliaban los museos y se descubrían nuevas pirámides.
Y en ese ambiente incesante de prosperidad coincidíamos en presentaciones de libros, redacciones de periódicos, cócteles de exposiciones, congresos en provincia y en homenajes a Juan Rulfo, Octavio Paz o recepciones multitudinarias a Jorge Luis Borges, así como en los más agitados sitios de salsa, mambo, danzón o en los antros de rock que daban energía a la vida de las artes, las letras y el pensamiento de México. Sandro y los amigos se van poco a poco, se anticipan, pero gracias a la literatura se quedan aquí como los colibríes que pueblan los jardines del mundo. 

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 8 de noviembre de 2020. 

* Excelente toma de la gran fotógrafa mexicana Lourdes Almeida, contemporánea de Sandro Cohen y conocida en el mundo entero a través de más de un centenar de exposiciones. Esta foto la publicó este lunes 11 de nociembre de 2020 en una entrada en Facebook para referirse a la partida de Sandro. No sé la fecha de la foto, pero debe ser tomada a comienzos o a mediados de los años 80 del siglo pasado. Es una de las mejores instantáneas que he visto de Sandro y es normal, conociendo el lente, el ojo, el talento de Lourdes Almeida.