En Adiós poeta, Jorge Edwards (1932-2023) cuenta su larga relación con Pablo Neruda, a quien conoció siendo él un joven escritor de 21 años que acababa de publicar su primer libro de relatos El Patio y fue invitado en 1952 a la casa del ya consagrado futuro Nobel, donde se realizaban ágapes pantagruélicos hasta altas horas de la madrugada.
Edwards,
quien obtuvo el Premio Cervantes en 1999, fue desde entonces hombre de
confianza del poeta y visitó a lo largo de las décadas sus famosas
mansiones, entre ellas la de Isla Negra, donde el autor de Residencia en
la tierra vivía junto a las olas del Océano pacífico rodeado de
cuadros, esculturas, mascarones de proa, botellas antiguas, muebles de
maderas finas, anclas y todo tipo de objetos excéntricos que
coleccionaba con pasión.
El
gran poeta, que era un vitalista esencial, solía recibir en esa casa y
en otras donde vivió a los amigos y copartidarios, a los que preparaba
deliciosos cocteles y les ofrecía comilonas que él confeccionaba,
alternando recetas que conocía gracias a los viajes permanentes que
realizó desde su juventud trabajando en el ministerio de Relaciones
exteriores de Chile en Birmania, Java, Madrid, México y París, entre
otros lugares.
Debido a
su militancia en el Partido Comunista chileno y su compromiso con la
potencia mundial que era entonces la Unión Soviética, Neruda era
recibido en todos los países por sus copartidarios y tejió una sólida
red mundial
activa de seguidores desde las
capitales europeas y latinoamericanas hasta los más alejados lugares del
mundo asiático, medioriental y africano.
Edwards
provenía de una familia oligárquica y poderosa dedicada a la banca y su
apellido ilustre tintineaba como la plata ante quienes lo conocían,
abriéndole todas las puertas, aunque era un personaje algo blando y al
parecer taimado. Trabajó desde temprano en la diplomacia, y en esa
actividad se cruzó con su viejo amigo hasta el final, ya que cuando
Neruda fue nombrado embajador en París en 1970, cuando estaba ya viejo y
enfermo tras la llegada de Salvador Allende al poder, se desempeñó allí
como su ministro consejero de confianza.
Antes,
en los años 60, Edwards fue diplomático en París y allí estrechó
relaciones con Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar, por lo que hace
parte marginal del boom latinoamericano y fue protagonista polémico de
la división de los intelectuales latinoamericanos entre partidarios o no
de la revolución de Fidel Castro. Tras su estadía en Cuba escribió
Persona non grata (1973), un libro crítico del régimen cubano, que le
granjeó desde entonces la firme enemistad de gran parte de la
intelectualidad continental.
Esa
larga cercanía ambigua con Neruda que cuenta en Adiós, poeta (1990)
facilita a Edwards hacer un retrato muy completo de esa poderosa figura
patriarcal de chilenos y latinoamericanos, que además de ser el mayor
poeta continental del siglo XX, fue político astuto y moderado que llegó
a ser candidato a la presidencia de su país y tenía entrada inmediata
en palacios gubernamentales.
Edwards
nos cuenta que aunque Neruda fue fiel como militante al ideario de su
partido pro-soviético, como lo fueron Louis Aragon en Francia o David
Alfaro Siqueiros en México, y tuvo épocas de gran entusiasmo con odas a
Lenin y Stalin de las que se arrepintió luego, también en conversaciones
íntimas tuvo al final dudas sobre la posible realización de la utopía.
Afirma
que Neruda fue crítico del caudillismo de Fidel Castro, con quien nunca
tuvo química, y del radicalismo guerrillero latinoamericano que se
oponía a su legalismo prodemócrata, lo que le valió una lluvia de
críticas de la intelectualidad izquierdista latinoamericana que entonces
era hegemónica, y aplazó unos años su consagración con el Nobel, en
tiempos del famoso "caso" de Heberto Padilla.
Neruda
en esos tiempos no dudó en aceptar en 1966 la invitación al XXXIV
Congreso del Pen internacional en Nueva York y se le vió paseándose por esa metrópoli del imperio con
el dramaturgo Arthur Miller, como lo muestran las fotos, lo que molestó
a sectores de izquierda en América latina y también a la derecha
estadounidense que abogaba para que no le dieran visa a un comunista.
Edwards
es el joven confidente del mastodonte, pero a su vez sostiene con él
una relación ambigua, pues le hace creer al viejo que es más de
izquierda de lo que en verdad era, y el poeta incluso llegó a proponerle
de manera ingenua que ingresara al partido.
En
el fondo el joven Edwards era un demócrata, a lo máximo un
socialdemócrata cuyo corazón palpitaba más del lado de la vieja
oligarquía chilena a la que pertenecía. Pero a la vez supo poner en
práctica aquella máxima de que a quien a buen árbol se arrima, buena
sombra lo cobija, pues logró obtener gracias a sus relaciones el
codiciado Premio Cervantes, donde brillan entre los galardonados figuras
de alto rango como Borges, Alberti, Cela, Carpentier, Paz, Mutis y
Rulfo.
---
Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 3 de septiembre de 2023.