Ahora
que conmemoramos de nuevo el 9 de abril de 1948, una fecha crucial en
la historia colombiana del último siglo, en todos los medios y las redes
sociales aparecieron artículos e imágenes sobre las diversas versiones
del asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán en pleno centro de
la capital. Desde entonces se han publicado decenas, tal vez centenares
de libros sobre el acontecimiento, entre los que se destacan los del
escritor Arturo Alape, quien dedicó gran parte de su vida a estudiar los
sucesos, entrevistando a centenares de personas y consultando todos los
archivos posibles desde múltiples ángulos.
Poco
después del magnicidio empezaron a salir en ediciones modestas de época
libros pequeños de muchos de los protagonistas, como de quienes estaban
al interior del palacio presidencial al lado del presidente Mariano
Ospina Pérez y su esposa Bertha Hernández, que según dicen solía llevar
pistola al cinto y era un personaje de armas tomar. También hay
testimonios de los liberales que fueron invitados a la sede del poder
cuando estaba a punto de ser tomada por los rebeldes, Bogotá ardía y
Ospina buscaba consensos con ellos para salir de la situación.
Entre
esas versiones hay por supuesto libros de los partidarios de Ospina
Pérez y del conservatismo que llevan agua a su molino para limpiar la
imagen del presidente y empresario antioqueño, a quienes sus opositores y
la esposa del sacrificado líder acusaban de ser el autor intelectual
del crimen del líder liberal, cuyo ascenso político lo ponía a las
puertas de acceder a la primera magistratura, algo inadmisible para el
establecimiento.
Otras
versiones son de personas que estaban en la calle y descubren con
detalle desde todos los ángulos las circunstancias del asesinato y dan
crédito ya sea a la versión oficial de que el asesino único fue Juan Roa
Sierra y hacen investigaciones periodísticas exhaustivas sobre su vida,
familia, y circunstancias previas a la supuesta acción criminal, como
la compra de la pistola, el dinero que le dio a su esposa antes y su
presencia antes en el lugar de los hechos.
Otros
hablan de la presencia de un segundo tirador y cómplice, un tal
detective de apellido Potes, que habría desarmado a Roa para entregarlo a
la jauría después de los hechos y que según versiones declaró ya
anciano y agonizante en la miseria a un viejo amigo, para liberarse del
remordimiento, que él fue el verdadero asesino. Otros dicen que Roa
Sierra fue solo un chivo expiatorio que se encontró por desgracia en el
sitio y en el momento equivocado.
También
se especula sobre la participación de los servicios secretos
estadounidenses y hasta se involucra al joven Fidel Castro, quien estaba
presente en el sitio del crimen y era uno de los centenares de
invitados que vinieron a Bogotá a participar en la importante IX
Conferencia Panamericana que se celebraba en la capital y era el evento
ideal en el marco del cual se cometió el crimen.
Tal
y como pasa en todos los magnicidios, como el del presidente
estadounidense John F. Kennedy, ocurrido en 1963, en el de Gaitán todas
las pistas fueron trucadas y al final las diversas versiones se
entrecruzaron para que el asesinato quedara impune y sin solución
posible. Lío de faldas, frustración del asesino, que había pedido empleo
a Gaitán, y mil hipótesis más se mezclan con la actividad tenaz y
múltiple de los detectives y sicarios de los temibles servicios secretos
colombianos al servicio del régimen, que en ese entonces y después se
las han arreglado para matar a miles de líderes opositores y candidatos
presidenciales como Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro Leóngomez,
Bernardo Jaramillo y tantos otros.
Plinio
Apuleyo Mendoza, cuyo padre de mismo nombre estaba con su amigo Gaitán
en el momento y recibió el cuarto impacto, también hizo su relato y
presentó sus hipótesis, entre las cuales se destaca la presencia de ese
misterioso segundo hombre, versión a la que Gabriel García Márquez,
también presente en Bogotá el 9 de abril, daba crédito.
La
muerte de Gaitán ha producido centenares de libros, miles de artículos y
fotografías e invadió también la ficción, pues desde entonces
centenares de novelas han abordado el tema, pues no hay colombiano de la
época o posterior que no haya oído en casa los relatos de sus mayores
traumatizados por el acontecimiento, tanto que ahora, en el 2025, casi
ocho décadas después, se sigue viviendo como si hubiese sido ayer. Y el
crimen también ha invadido los sueños, pues los hechos se pasean con
frecuencia en el ámbito onírico de los colombianos. Jorge Eliécer Gaitán
sigue vivo entre nosotros como un fantasma incesante y su voz elocuente
resuena aun en las esquinas.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 13 de abril de 2025.