Por Eduardo García Aguilar
Julio Ramón Ribeyro (1929-1994) fue uno de los más notables escritores peruanos de la segunda mitad del siglo XX, al lado de José María Arguedas, Alfredo Bryce Echenique y Mario Vargas Llosa, y como casi la mayoría de los autores latinoamericanos se ganó la vida ejerciendo el periodismo en una agencia de noticias y como agregado cultural de su país en París, donde vivió desde 1960 hasta antes de su retorno definitivo al terruño. Tales funciones de periodista o diplomático las vivió “con el mismo desapego que un buen actor educado en la escuela brechtiana”, según dice en una de las cartas que dirigió durante décadas a su agente literario alemán Wolfgang Luchting, publicadas por la Universidad Veracruzana de México en recopilación crítica realizada por Juan José Barrientos.
El peruano, fumador empedernido, muy flaco y bajo de peso, quien sufrió toda su vida de graves enfermedades estomacales como úlceras y hemorragias que lo llevaron al hospital con frecuencia, agrega que le daba lo mismo haber sido “profesor en Ayacucho o abogaducho en Lima”, pues “en buena cuenta, haga lo que haga, yo estoy siempre en otra parte. ¿En dónde? Probablemente en la literatura. Pero esa sería una respuesta demasiado jactanciosa. No me extraña que cuando escribo, esté también en otra parte”.
Ribeyro, autor de las notables Prosas apátridas, pertenece a la estirpe de autores escépticos y desganados, poco dados a buscar el éxito, que no sólo se dedican a la narrativa o a la poesía en exclusiva, sino que exploran géneros laterales como diarios, correspondencia, aforismos y autobiografía, por medio de los cuales observan con lucidez su propia vida y la de quienes les rodean en sus labores o la vida familiar y amistosa. Inclusive añade que lo que “condena mi obra a la oscuridad es su carácter antiépico, lo que es imperdonable en un escritor latinoamericano”. Y como vivió de lleno el éxito de su compatriota y benjamín Mario Vargas Llosa (1936), quien llegó como él a París en 1960 y también trabajó en la Agencia France Presse, añade que “así Mario no existiera, mi obra sería igualmente poco conocida”.
Vargas Llosa llegó a París con su tía y esposa Julia Urquidi, protagonista posterior de su novela La tía Julia y el escribidor, y trabajó en la misma agencia francesa como redactor y traductor, y luego en Radio France International como locutor, inscribiéndose en la línea de escritores agencieros o locutores de emisoras radiales, tales como Juan Carlos Onetti, Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Fernando del Paso y muchos más. Gracias a la correspondencia de Ribeyro con Luchting seguimos paso a paso el camino al triunfo del genial autor de La ciudad y los perros, de quien es amigo íntimo, ve casi a diario y con quien comparte cenas frecuentes al calor del vino y la literatura.
No hay duda para él que estamos frente a un caso fenomenal, pues Vargas Llosasaltó a la fama mundial desde muy joven y logró un éxito arrollador con sus primeras novelas traducidas a muchas lenguas. Pero además es un autor peculiar, alejado de la bohemia usual entre los autores latinos, que logra también convertirse en brillante, aplicado y exitoso académico y ensayista, con obras notables tales como la monumental Historia de un deicidio, sobre Gabriel García Márquez, o La orgía perpetua, sobre Flaubert. A lo que se agrega su activismo político, que lo llevó a ser candidato y casi presidente de su país, derrotado al final por Alberto Fujimori y luego a presidente del PEN Internacional. Ribeyro no duda ya desde comienzos de los años 60 de que su joven amigo será premio Nobel. Aunque reconoce el “tempo lento” de la inteligencia de Vargas Llosa si se le compara con otros contemporáneos peruanos como Lucho Loayza, considera que “el aparato mental de Mario funciona con una constancia, una continuidad, una persistencia que yo calificaría de inhumana”.
En Cartas a Luchting (1960-1993) asistimos también al triunfo de García Márquez, cuya traducción al francés de Cien años de soledad recibe en 1969 un despliegue inusual de dos páginas en el diario Le Monde, por lo que el peruano redacta un cable para la Agencia France Presse que será reproducido en todos los diarios latinoamericanos, generando esa ola imparable de la fama y el éxito del colombiano. “Esto me reafirma cada vez más en mi convicción de que la celebridad es como un juego de espejos: las dos páginas de Le Monde reflejan la novela de García Márquez, mi nota refleja las páginas de Le Monde, revistillas y periódicos reflejarán mi nota, centenares de lectores, millares mejor dicho, probablemente millones, reflejarán en sus charlas y comentarios lo que diarios y revistas dicen, etcétera. Y así hasta el infinito”, dice Ribeyro en una carta del 6 de enero de 1969.
Pero los avasalladores éxitos tanto del joven y apuesto narrador peruano, como del exótico novelista colombiano, contrastan con la situación del autor de Crónicas de San Gabriel (1960) y Los geniecillos dominicales (1965), quien por enfermedad debe abandonar sus trabajos parciales en la AFP y en la embajada para dedicarse en exclusiva a su labor en la Unesco. Por los cambios políticos en su país, Ribeyro se muestra preocupado de perder su empleo. Afirma que desde “el punto de vista material esto sería para mí una catástrofe, pues significaría volver a fojas uno: la del hombre sin profesión, sin diplomas, sin una calificación precisa, con familia y deudas, enfermo por añadidura, librado a los 46 años a su propio desamparo”. Frase autoimprecatoria ésta última de Ribeyro que no deja de tener un aire de dandismo. Él sabe que su obra es tal vez menor, pero no duda que poco a poco la lucidez de sus textos le darán un lugar imprescindible en la literatura latinoamericana, como lo atestigua el otorgamiento del Premio Rulfo poco antes de su muerte, en diciembre de 1994, a cuya recepción, por ironías del destino, no pudo asistir debido a su enfermedad. Las cartas del peruano son el testimonio de uno de los momentos más apasionantes de las letras latinoamericanas, cuando experimentaron un largo y excepcional auge mundial.
* Publicado en Excélsior. Expresiones. México. Domingo 5 de noviembre de 2017.