(EL VIAJE TRIUNFAL. Novela editada en primera edición por Tercer Mundo Editores, Santafé de Bogotá, 1993, 321 págs. Luego fue editada por Nueva Imagen, en México, en 1997 y por Altera, Barcelona, España, en 2003. Traducida al inglés y al bengalí).
Eduardo García Aguilar (Manizales, Colombia, 1953) comenzó a construir un mundo literario desde la publicación de su primera novela, Tierra de leones (1986), y con el tiempo y con cada nueva novela lo amplia, profundiza y varía. Dicho universo tiene su centro en Colombia, y su circunferencia en todo el orbe. Ha mostrado la oposición entre el mundo aldeano y pacato de las buenas conciencias y la herejía mundana.
En el centro del universo de García Aguilar hay un imán: Manizales, su tierra natal, una población de hacendados cafeteros encaramada en los Andes y que, una vez que tuvo saciada el hambre de los alimentos terrestres, sintió el estómago vacio por esa otra hambre de que habló el cubano Onelio Jorge Cardoso en su hermoso cuento El caballo de coral:la del espíritu, la del pan trascendente. Fue así como las calles de Manizales vieron deambular a un puñado de poetas desaforados, modernistas y decadentes que han nutrido los libros de nuestro autor.
Desde Tierra de leones, García Aguilar mostró sus pasiones: el decadentismo europeo, el modernismo americano y un dios tutelar: Joris Karl Huysmans. Tanto en su primera novela como en Bulevar de los héroes (1987) quedó afirmada su fe en el verbo, en la expresión rutilante, y empezaron a aparecer algunos de sus entes de ficción que sufrían la asfixia de la tierra natal: Arnaldo Faría Utrillo, los Fundidistas y los Lánguidos Camellos.
Urbes luminosas (1991), conjunto de crónicas que hablan de la experiencia europea y americana del narrador —quien pasó más de un lustro en el viejo continente y realizó estudios de economía política y filosofía en la Universidad de Vincennes—, es muestra contundente del afán cosmopolita del autor. Salió de Manizales, recorrió varios países americanos, vivió en Europa y en los Estados Unidos y hoy parece radicar definitivamente en México.
Mezcla de los afanes de sus dos novelas, de su libro de crónicas y de su experiencia nómada es El viaje triunfal, novela que obtuvo en 1989 el premio de narrativa Ernesto Sábato para escritores colombianos. En ella Arnaldo Faría Utrillo realiza el sueño de ser extranjero de profesión, hecho que siempre ha obsesionado al mismo autor. Faría Utrillo es concebido en México, nace y pasa su infancia en Colombia y sale a correr mundo siendo aún adolescente. Se gana la vida enviando reportajes desde los sitios que visita, y en su itinerario hallamos a Jamaica, México, Estados Unidos, la India, Japón, Egipto, Roma, Francia y España. Fiel a sus pasiones, García Aguilar sitúa la novela a finales del siglo pasado y en la primera mitad del presente para que observemos a Enrique Gómez Carrillo, José Maria Vargas Vila, Rabindranath Tagore, Pablo Picasso, Julio Ruelas, Salvador Diaz Mirón, José Asunción Silva, Baldomero Sanín Cano y Tomás Carrasquilla. La figura de Huysmans se cierne sobre toda la novela y se refleja en las exquisiteces y exotismos de Faría Utrilbo, quien probo todas las delicias y todos los pecados antes de volverse un hombre religioso. Amó a las más bellas mujeres, miró los más prestigiados paisajes, entró a los templos y a los más miserables antros. Escuchó a Caruso y habló con Mata Han. Llegó a la pederastia, fue poseído por un soldado nazi, entrevistó a Papini, compartió la mesa con Apollinaire, fue amigo de Neruda, de Gabriela Mistral y de Vallejo y asistió a las "orgías de hierro" de las dos guerras. Ya cuarentón regresa a la Enea, una suerte de Atenas de los Andes, trasunto de Manizales. Creyó ciegamente en el viaje, hizo de la extranjería una profesión pero acepto que "viajar es huir de uno mismo, pero llega el momento en el cual descubrimos que es inútil la huida". Esto de ninguna manera es una simple desilusión; es un convencimiento trascendente, una conversión a la religión del crepúsculo:
Todo es un crepúsculo, mii querida odalisca. Cada uno de nuestros pasos, cada una de nuestras palabras, toda palpitación es la prueba de tal aserto. He desconfiado mucho de aquellos seres optimistas que predican la felicidad venidera e incitan a sus congéneres a morir por ese hipotético paraíso, pues me parece que o saben la verdad y la ocultan con malicia o son en definitiva cretinos. Hago una salvedad: los santos. ¡Ah! Quiero ser muy claro en este punto. Los santos pertenecen al género de los poetas porque su reino está ausente de este mundo. Los héroes y los mártires sí me llenan de reverenda y admiración. No el rostro falso de los vendedores de felicidad terrenal. Santos y místicos pertenecen a la cofradía de los crepusculares porque no tienen fe ninguna en el comercio de los hombres. La fe en el crepúsculo es la certeza de que ninguna partícula del universo sobrevivirá para atestiguar las supuestas glorias del género humano. Toda vanidad es inútil ante la oscuridad eterna. Eso lo sabía ya Eratóstenes de Cirene, el gran bibliotecario de Alejandría... [pág. 308].
Como puede verse, esta idea final coincide y amplía lo sostenido en Bulevar de los héroes: las ideologías fracasan y la utopía no puede alcanzarse. Como Sísifo del siglo XX, el hombre debe luchar contra el peor enemigo: la desesperanza.
Con una sensualidad finisecular, ostentosa y delirante, Faría Utrilbo se construye en Colombia una casa inspirada en las mezquitas cairotas y un mausoleo de malaquita con forma de rana, digno escenario donde volarán en pedazos, junto con la cripta, los restos de los poetas fundidistas, sacrificados por heréticos y antisociales. Ellos pisoteaban hostias y Faría simpatizaba con ellos; por lo tanto, los poetas fueron despojados del corazón —uno hasta de la columna vertebral— y el cadáver de Faría desapareció.
La pérdida del cadáver de Faría Utrilbo da oportunidad para señalar que el novelista manizaleño ha hecho de la expresión bella una obligación. Todo lo que escribe está inspirado en el fasto modernista. Por ello no es gratuito que haya vuelto a la poesía con Llanto de la espada (1992) y construya sus novelas con escenas fulgurantes, cinematográficas, como la aparición del cadáver de Faría dentro de una olla y con una manzana metida en la boca, como un lechón.
Técnicamente, creo que la novela no persigue hacer innovaciones. Es lineal, de la concepción a la muerte de Faría Utrillo, y únicamente la narración o explicación de algunos hechos rebasa los márgenes de la A a la Z. Como dije al principio, las crónicas y novelas de García Aguilar aparecen entreveradas con sus propias convicciones e incluso con sus vivencias. En El viaje triunfal, el cronista, viajero y decadente Faría Utrilbo surge como una especie de alter ego de García Aguilar: "Entrevistas, reportajes, crónicas, poemas, intentos de novela llenaron las gavetas de su pupitre y cada noche, a la luz de la chimenea, leyó fragmentos de Urbes luminosas, un libro de crónicas reales y ficticias sobre sus andanzas por el mundo".
En Llanto de la espada, libro que quizá fue escrito paralelamente con El viaje triunfal, se reitera la idea del viaje eterno que siempre encuentra reposo en el país natal: "Mi tierra es sólo metal vago lucero/ ciudad de moribundos...".
Si la novela obliga a cierta lógica y a ciertos parámetros argumentales, en la poesía García Aguilar diseñará también sus imágenes dilectas (muchachas poseídas por serpientes sedientas, jovencitas que incitan al sexo a los halcones, un pastor que posee el cadáver de una joven, sirenas, hetairas y neptunos que asisten a una posesión necrofilica), pero las entregará con desplantes, para que la imagen poética brille: "Junto al mar un pastor sin rebaño/ abre el cauce necesario y se interna en la arenal para después morir de sed entre corales./ En las estaciones de pegasos/ aurigas angustiados oran a las llantas/ de una carroza mortuoria...".
García Aguilar tiene una obsesión que aparece como ingente sombra: el boom, con su escándalo comercial, hizo olvidar a grandes escritores anteriores al estallido, tales como Felisberto Hernández y José Lezama Lima. Si miramos a los autores que surgieron después del boom, vemos que "claudicaron en una medianía espantosa y se volvieron empleadillos sin sueldo de las multinacionales de la edición [...] Se perdieron la rebeldía y la independencia, el orgullo y la firmeza que deben caracterizar al verdadero artista..." Ante este panorama, sólo la poesía de nuestro continente ha mantenido una tradición de rigor e independencia.
Eduardo García Aguilar (Manizales, Colombia, 1953) comenzó a construir un mundo literario desde la publicación de su primera novela, Tierra de leones (1986), y con el tiempo y con cada nueva novela lo amplia, profundiza y varía. Dicho universo tiene su centro en Colombia, y su circunferencia en todo el orbe. Ha mostrado la oposición entre el mundo aldeano y pacato de las buenas conciencias y la herejía mundana.
En el centro del universo de García Aguilar hay un imán: Manizales, su tierra natal, una población de hacendados cafeteros encaramada en los Andes y que, una vez que tuvo saciada el hambre de los alimentos terrestres, sintió el estómago vacio por esa otra hambre de que habló el cubano Onelio Jorge Cardoso en su hermoso cuento El caballo de coral:la del espíritu, la del pan trascendente. Fue así como las calles de Manizales vieron deambular a un puñado de poetas desaforados, modernistas y decadentes que han nutrido los libros de nuestro autor.
Desde Tierra de leones, García Aguilar mostró sus pasiones: el decadentismo europeo, el modernismo americano y un dios tutelar: Joris Karl Huysmans. Tanto en su primera novela como en Bulevar de los héroes (1987) quedó afirmada su fe en el verbo, en la expresión rutilante, y empezaron a aparecer algunos de sus entes de ficción que sufrían la asfixia de la tierra natal: Arnaldo Faría Utrillo, los Fundidistas y los Lánguidos Camellos.
Urbes luminosas (1991), conjunto de crónicas que hablan de la experiencia europea y americana del narrador —quien pasó más de un lustro en el viejo continente y realizó estudios de economía política y filosofía en la Universidad de Vincennes—, es muestra contundente del afán cosmopolita del autor. Salió de Manizales, recorrió varios países americanos, vivió en Europa y en los Estados Unidos y hoy parece radicar definitivamente en México.
Mezcla de los afanes de sus dos novelas, de su libro de crónicas y de su experiencia nómada es El viaje triunfal, novela que obtuvo en 1989 el premio de narrativa Ernesto Sábato para escritores colombianos. En ella Arnaldo Faría Utrillo realiza el sueño de ser extranjero de profesión, hecho que siempre ha obsesionado al mismo autor. Faría Utrillo es concebido en México, nace y pasa su infancia en Colombia y sale a correr mundo siendo aún adolescente. Se gana la vida enviando reportajes desde los sitios que visita, y en su itinerario hallamos a Jamaica, México, Estados Unidos, la India, Japón, Egipto, Roma, Francia y España. Fiel a sus pasiones, García Aguilar sitúa la novela a finales del siglo pasado y en la primera mitad del presente para que observemos a Enrique Gómez Carrillo, José Maria Vargas Vila, Rabindranath Tagore, Pablo Picasso, Julio Ruelas, Salvador Diaz Mirón, José Asunción Silva, Baldomero Sanín Cano y Tomás Carrasquilla. La figura de Huysmans se cierne sobre toda la novela y se refleja en las exquisiteces y exotismos de Faría Utrilbo, quien probo todas las delicias y todos los pecados antes de volverse un hombre religioso. Amó a las más bellas mujeres, miró los más prestigiados paisajes, entró a los templos y a los más miserables antros. Escuchó a Caruso y habló con Mata Han. Llegó a la pederastia, fue poseído por un soldado nazi, entrevistó a Papini, compartió la mesa con Apollinaire, fue amigo de Neruda, de Gabriela Mistral y de Vallejo y asistió a las "orgías de hierro" de las dos guerras. Ya cuarentón regresa a la Enea, una suerte de Atenas de los Andes, trasunto de Manizales. Creyó ciegamente en el viaje, hizo de la extranjería una profesión pero acepto que "viajar es huir de uno mismo, pero llega el momento en el cual descubrimos que es inútil la huida". Esto de ninguna manera es una simple desilusión; es un convencimiento trascendente, una conversión a la religión del crepúsculo:
Todo es un crepúsculo, mii querida odalisca. Cada uno de nuestros pasos, cada una de nuestras palabras, toda palpitación es la prueba de tal aserto. He desconfiado mucho de aquellos seres optimistas que predican la felicidad venidera e incitan a sus congéneres a morir por ese hipotético paraíso, pues me parece que o saben la verdad y la ocultan con malicia o son en definitiva cretinos. Hago una salvedad: los santos. ¡Ah! Quiero ser muy claro en este punto. Los santos pertenecen al género de los poetas porque su reino está ausente de este mundo. Los héroes y los mártires sí me llenan de reverenda y admiración. No el rostro falso de los vendedores de felicidad terrenal. Santos y místicos pertenecen a la cofradía de los crepusculares porque no tienen fe ninguna en el comercio de los hombres. La fe en el crepúsculo es la certeza de que ninguna partícula del universo sobrevivirá para atestiguar las supuestas glorias del género humano. Toda vanidad es inútil ante la oscuridad eterna. Eso lo sabía ya Eratóstenes de Cirene, el gran bibliotecario de Alejandría... [pág. 308].
Como puede verse, esta idea final coincide y amplía lo sostenido en Bulevar de los héroes: las ideologías fracasan y la utopía no puede alcanzarse. Como Sísifo del siglo XX, el hombre debe luchar contra el peor enemigo: la desesperanza.
Con una sensualidad finisecular, ostentosa y delirante, Faría Utrilbo se construye en Colombia una casa inspirada en las mezquitas cairotas y un mausoleo de malaquita con forma de rana, digno escenario donde volarán en pedazos, junto con la cripta, los restos de los poetas fundidistas, sacrificados por heréticos y antisociales. Ellos pisoteaban hostias y Faría simpatizaba con ellos; por lo tanto, los poetas fueron despojados del corazón —uno hasta de la columna vertebral— y el cadáver de Faría desapareció.
La pérdida del cadáver de Faría Utrilbo da oportunidad para señalar que el novelista manizaleño ha hecho de la expresión bella una obligación. Todo lo que escribe está inspirado en el fasto modernista. Por ello no es gratuito que haya vuelto a la poesía con Llanto de la espada (1992) y construya sus novelas con escenas fulgurantes, cinematográficas, como la aparición del cadáver de Faría dentro de una olla y con una manzana metida en la boca, como un lechón.
Técnicamente, creo que la novela no persigue hacer innovaciones. Es lineal, de la concepción a la muerte de Faría Utrillo, y únicamente la narración o explicación de algunos hechos rebasa los márgenes de la A a la Z. Como dije al principio, las crónicas y novelas de García Aguilar aparecen entreveradas con sus propias convicciones e incluso con sus vivencias. En El viaje triunfal, el cronista, viajero y decadente Faría Utrilbo surge como una especie de alter ego de García Aguilar: "Entrevistas, reportajes, crónicas, poemas, intentos de novela llenaron las gavetas de su pupitre y cada noche, a la luz de la chimenea, leyó fragmentos de Urbes luminosas, un libro de crónicas reales y ficticias sobre sus andanzas por el mundo".
En Llanto de la espada, libro que quizá fue escrito paralelamente con El viaje triunfal, se reitera la idea del viaje eterno que siempre encuentra reposo en el país natal: "Mi tierra es sólo metal vago lucero/ ciudad de moribundos...".
Si la novela obliga a cierta lógica y a ciertos parámetros argumentales, en la poesía García Aguilar diseñará también sus imágenes dilectas (muchachas poseídas por serpientes sedientas, jovencitas que incitan al sexo a los halcones, un pastor que posee el cadáver de una joven, sirenas, hetairas y neptunos que asisten a una posesión necrofilica), pero las entregará con desplantes, para que la imagen poética brille: "Junto al mar un pastor sin rebaño/ abre el cauce necesario y se interna en la arenal para después morir de sed entre corales./ En las estaciones de pegasos/ aurigas angustiados oran a las llantas/ de una carroza mortuoria...".
García Aguilar tiene una obsesión que aparece como ingente sombra: el boom, con su escándalo comercial, hizo olvidar a grandes escritores anteriores al estallido, tales como Felisberto Hernández y José Lezama Lima. Si miramos a los autores que surgieron después del boom, vemos que "claudicaron en una medianía espantosa y se volvieron empleadillos sin sueldo de las multinacionales de la edición [...] Se perdieron la rebeldía y la independencia, el orgullo y la firmeza que deben caracterizar al verdadero artista..." Ante este panorama, sólo la poesía de nuestro continente ha mantenido una tradición de rigor e independencia.
Por eso García Aguilar vuelve a ella, después de Ciudades imaginarias, como un desafío a la mediocridad post boom pero también para tender un puente de salvación artística entre los grandes poetas modernistas y vanguardistas y los que hoy entregan lo mejor de su oficio. Dice García Aguilar en entrevista con José Luis Perdomo, de El Financiero (7 de mayo de 1993): "La poesía es flexible, es un instrumento maravilloso para tensar la palabra, hacerla explotar y reacomodarse. Sin formación poética, sin lectura y sin admiraciones poéticas, el narrador es una bestia y lo increíble es que muchos narradores denigran de la poesía, les aburre y se vanaglorian de no saber nada de ella".
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OBRAS DE EDUARDO GARCIA AGUILAR:
Tierra de leones, México, Editorial Leega(Literaria), 1986.
Bulevar de los héroes, México, Plaza yValdés Editores, 1987
Urbes luminosas, México, Editorial Leega(Omnibus), 1991.
Llanto de la espada, Universidad Nacional Autónoma de México (El Ala del Tigre),1992.
El viaje triunfal, Santafé de Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1993
Tequila coxis, México, 2003
Voltaire, el festín de la inteligencia, Bogotá, Colombia, 2005
Animal sin tiempo, México, 2006