El
acuerdo logrado entre el gobierno y la guerrilla y el fin de las largas
negociaciones de cuatro años de La Habana es una magnífica noticia para
Colombia, que desde hace tiempo no vivía un momento histórico del tal
magnitud, enfrascada como ha vivido siempre en una polarización asuzada
por fánaticos de uno u otro bando. La gran mayoría de los habitantes de
este país nació y creció en medio del conflicto y se acostumbró durante
más de medio siglo al fragor de una guerra que ha dejado una cifra
incalculable de víctimas, destrucción, atraso, miseria y traumas
psíquicos generalizados.
Incontables colombianos del pueblo han
asistido a lo largo de sus vidas a cientos de miles de velorios y
madres, padres, hijos, hermanos, primos, lloraron a los suyos sin tener
la menor esperanza de que algún día cesara la mortandad, porque en las
altas esferas siempre primó la intolerancia y la terquedad de los
potentados en conservar un sistema de privilegios y de castas heredado
desde los tiempos coloniales. La llamada "infame turba" colombiana del
campo, los tugurios y los más alejados morideros fue siempre la heredera
de un sistema de castas inamovibles donde los de abajo debían quedarse
abajo para siempre al servicio de los señores, los hidalgos y los
caballeros.
Hay recuerdos que siempre aparecen recurrentes cuando
pensamos en el horror que ha sido Colombia. De niños, a la hora de la
comida y cuando ya había avanzado la noche, aparecían desde la sombra en
las ciudades y pueblos seres sin rostro que tocaban a la puerta de las
casas para pedir los "sobraditos"; niños, ancianos, mujeres a quienes
uno nunca veía el rostro y eran tan colombianos como nosotros. Cuando
uno salía de las ciudades veía por casualidad en el campo a quienes
siembran y levantan las cosechas, peones, jornaleros, siervos que eran y
son como seres del inframundo, duermen hacinados en barracas como en
los tiempos de los caucheros y a quienes a su vez no se les ve nunca el
rostro y deambulan y viven entre la maleza como sombras y espectros sin
nombre.
Y algo aun peor en este país que ha practicado sin saber y
sabiendo el Apartheid racial: los colombianos de origen africano o
indígena fueron siempre orillados por los criollos a las zonas más
inhóspitas del país y tuvieron que sufrir la discriminacion por su color
o sus grados de mestizaje, que como en la colonia se medía y se mide en
estratos diversos denominados con desprecio mulato, zambo, cuarterón,
octavón, igualado y demás minucias y etcéteras de la discriminación tan
en boga en todas regiones del país.
La gran mayoría del país a
lo largo de su dolida historia ha estado compuesto por esos millones de
"intocables" que sufrieron indecibles enfermedades, tuvieron que
trabajar desde niños bajo el sol calcinante, y vivieron y viven sumidos
en el analfabetismo y la ignorancia. A sus pueblos, villorios, veredas,
campos, regiones, nunca llegó la salud ni la educación y su miseria
siempre fue inversamente proporcional al enriquecimiento de las élites
centrales y regionales, una casta endogámica bañada en el nepotismo,
egoísta, ignara y estúpida, llena de prejuicios clasistas y raciales,
una casta que como la nobleza del Antiguo Régimen creía que tenía
derecho a todo por el color de su piel o su apellido. Una casta al
servicio de la cual siempre hubo ejércitos de capataces, politicastros y
hombres de mano dispuestos a imponer su ley.
A diferencia de
casi todos los otros países del mundo donde hubo revoluciones que
crearon a la fuerza movilidad social y refrescaron las élites, en
Colombia todo movimiento de cambio progresista, todo partido que abogara
por un poco de más justicia, todo líder rebelde, dirigente popular,
campesino, obrero, indígena, gremial honrado fue exterminado, eliminado,
encarcelado, llevado al ostracismo, excluido del país.
Las
guerrillas campesinas surgieron y proliferaron en el país como
movimientos de autodefensa de esos seres sin rostro del inframundo
colombiano. Durante medio siglo nadie quiso ver su rostro y el único
lenguaje fue el de los bombardeos y la bala impartidos por un poderoso
ejército financiado, engordado y entrenado por las fuerzas del imperio
en tiempos de Guerra Fría y después de su fin. Tuvo que cambiar el
ambiente geopolítico mundial para que al fin se dieran pasos para
reconocer una realidad que nadie quería ver. Muerta la Unión Soviética,
envejecida la Revolución cubana, debilitado el imperio estadounidense,
terminada la ola de dictaduras de derecha latinoamericanas abriendo
camino a múltiples gobiernos de izquierda en América Latina, las partes
en conflicto decidieron tomar el toro por los cuernos dispuestos a hacer
hisoria.
El presidente Juan Manuel Santos, quien jugó todo su
capital político en lograr ese acuerdo y superó dificilísimos obstáculos
casi insalvables para llegar al objetivo, pasará sin duda a la historia
al lado de los equipos negociadores encabezados por Humberto de la
Calle Lombana e Iván Márquez, quienes viajaron durante cuatro años en
una barca frágil, en medio de oceános huracanados y recibiendo desde
todos los frentes amenazas e imprecaciones. En un país inmediatista que
reacciona siempre por sentimientos e impulsos violentos y gusta proferir
anatemas, injurias y condenas, mantener durante un periodo tan largo la
serenidad para construir el edificio de los acuerdos es un mérito
indudable y bienvenido.
Esa serenidad y entereza mostradas por
los negociadores serán necesarias ahora para emprender el camino difícil
de concretar al fin esos acuerdos y hacerlos realidad en las próximas
décadas frente a las poderosas fuerzas de la violencia que medran ya
para hacer fracasar la noticia. La declaración del cese bilateral de
fuego definitivo por parte del gobierno es una noticia espectacular que
los colombianos de hoy valorarán en el futuro. Y la foto donde se ve a
la viuda de Tirofijo risueña al lado de dos enormes soldados armados que
la cuidan, es una prueba de que cuando se quiere hacer historia los
resultados son palpables. Un hecho histórico es cuando lo increíble se
hace realidad.
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* Publicado en la Patria. Manizales. Colombia. Domingo 28 de agosto de 2016.
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* Publicado en la Patria. Manizales. Colombia. Domingo 28 de agosto de 2016.