Hay ciudades que nos maravillan desde el principìo y que en cada visita nos provocan aún más emoción por la variedad de sus joyas arquitectónicas, la situación geográfica y el entorno paisajístico y humano. Tal es el caso de Estrasburgo, donde el visitante comprende lo que ha significado Europa en su larga historia llena de avances y retrocesos, descubrimientos y oscurantismos, guerras y fiestas, y cuya principal característica es una rica cultura popular inagotable que se iza desde los oficios más humildes y simples a las fastuosas catedrales góticas construidas a lo largo de los siglos.
Una romería incesante de visitantes recorre día a día el esplendor de esta capital legislativa europea, ciudad principal de la región de Alsacia y Lorena, que a lo largo de los siglos fue disputada por alemanes y franceses en guerras atroces que causaron cientos de miles o tal vez millones de muertos.
La gente de todas las regiones del planeta queda fascinada ante la belleza de la enorme Catedral gótica de piedra rosada, cuya fachada está llena de gárgolas, imágenes, representaciones esculturales de las historias bíblicas que pueblan cada uno de sus recovecos, vericuetos, ángulos, pasajes, convirtiéndose en un sueño o una pesadilla de la imaginación.
Adentro es aún más impresionante la experiencia a medida que se filtra la luz de los vitrales bajo los grandes arquitrabes o se visita el inmenso reloj donde las horas son representadas por mecanos fantasmagóricos que parecen moverse por fuerzas misteriosas o se observan las antiquísimas obras escultóricas o las columnatas flamígeras.
En torno a la catedral se suceden unos tras otros los palacios de los reyes y de grandes familias, como Rohan y Broglie, que dominaron a lo largo de los siglos esta zona cubierta de una vegetación viva que se nutre de múltiples canales y de una red fluvial dominada por el famoso Rhin, cantado por tantos poetas y escritores y que es una de las venas principales del continente.
Visitada por cinco Emperadores, el último de los cuales Carlos V, esta rica encrucijada europea situada a un lado del Rhin ha vivido desde su fundación en tiempos romanos un auge permanente de creatividad y comercio, reflejado en la variedad de huellas arquitectónicas y artísticas que la signan. Junto a las torres y fortalezas que defendían a Estrasburgo, bañadas por las aguas del río Ill, que al llegar ahí se divide en cinco brazos, se ven las bellas casas de la Petite France, que representan la típica arquitectura de vigas aparentes, como si surgieran del cuento de Hansel y Graetel o de otras historias fraguadas por los contadores de cuentos infantiles de tradición germánica.
Son casas parecidas a adornos de chocolate o tajadas de un delicioso pastel de fiesta infantil que fascinan por su originalidad y están ahí desde hace siglos, desde los tiempos del medioevo. A veces parecen escenografías para una película de Tim Robbins.
La riqueza de esta ciudad, a donde cada semana llegan medio millar de diputados y miles de asesores a debatir en largas sesiones los destinos del continente, se ve también en la vida de los inmigrantes que enriquecen el sincretismo cultural. Arabes, paquistaníes, rusos, españoles, latinoamericanos llenan bares y restaurantes, escuelas y calles, plazas y bulevares, convirtiendo la ciudad en una torre de babel de turistas y aventureros.
Pero lo que más impresiona es la danza cultural que se refleja en sus diversas zonas, la tensión cultural que se ve en los grandes espacios donde están situados los palacios construidos durante la dominación germana o donde se ve la impronta de la Revolución francesa, ya que fue aquí, en Estrasburgo, donde se cantó por primera vez La Marsellesa.
En un abrir y cerrar de ojos se pasa del medioevo a la época clásica, del Imperio romano germánico a la era francesa de Luis XIV y de ahí a los tiempos de la Primera Guerra Mundial o los de la nefasta ocupación nazi. Razones estas suficientes para que albergue uno de los tres poderes de la Comunidad Europea, que pese a la crisis, sigue construyéndose con esperanza.