Por Eduardo García Aguilar
Esta semana
fue otorgado el premio Nobel de literatura 2016 al juglar estadounidense Bob
Dylan, uno de los mitos más solidos de la contracultura estadounidense y mundial
de los años 60 y 70, al lado de figuras como Angela Davis, Janis Joplin, Joan
Baez, Bob Marley, Jimmy Hendrix, Carlos Santana y tantos otros que ilusionaron
a la juventud rebelde de aquellos tiempos.
Ahora, al
revisar las canciones de Dylan, recuerdo con nostalgia cuando tenía veinte años,
era estudiante en París y amanecía en las noches de invierno al lado de la
novia del momento escuchando todas esas melodías que se repetían una tras otra
sucesivamente, como “Mister Tambourine man” , en cassetes de viejas grabadoras,
acompañadas de otras canciones de Cat Stevens y varios cantautores hispanos o
europeos como Georges Brassens, Leo Ferré,
Jacques Brel, Joan Manoel Serrat, Luis Llach, Mercedes Sosa, Pïero,
Atahualapa Yupanqui, Violeta Parra y muchísimos más.
Sin duda el
premio Nobel de literatura 2016 es un homenaje a varias de esas generaciones
nacidas entre los 40 y 50, que vivieron ese mundo alternativo de protesta
contra la guerra de Vietnam y los abusos del imperio y abogaban por la libertad
sexual y de la mujer, el fin del racismo de todos los colores y soñaban con un
mundo mejor que no fuera dominado por la codicia del dinero y la sociedad de
consumo.
Esas
generaciones se rebelaron contra los formalismos de padres y abuelos de antes de
la Segunda Guerra Mundial, ataviados ellos con traje y corbata y con el
pelo corto y el sombrero Stetson, y que se dejaron la barba y el pelo largo, se
vistieron estrafalariamente o se desnudaron en conciertos o en lagos nudistas,
haciendo sin cesar el amor, fumando marihuana y experimentando el LSD y otros
excitantes en boga entonces.
Bob
Dylan era
una muchacho flaco, escuálido se diría, que escribía canciones de
protesta y
las interpretaba con una guitarra y una armónica, como lo hicieron los
juglares medievales o François Villon y Clément Marot. Una de sus novias
principales
en aquel tiempo era la mítica y mestiza Joan Baez, que era incluso más
famosa
que él en ese momento y cuyas canciones antibélicas y antirracistas eran
cantadas con pasión por su admiradores. En plena guerra fría los rusos
no se
quedaban atrás con Eugeni Yevtusheko y otros poetas que solían recitar
sus
poemas en medio de su excentricidad e histrionismo.
Antes de Dylan
ya había existido esa maravillosa generación de los Beatniks, compuesta por
poetas que como Lawrence Ferlinguetti y Alan Ginsberg y otros cuyos libros de
poemas se vendían por millones y eran leídos por los hippies de aquel tiempo.
Sin duda Dylan pensará en esos Beatniks de donde él sale y rendirá en su
momento tal vez homenaje a esos maestros
excéntricos, viajeros, estrafalarios y locos.
En América
Latina también había muchos poetas de protesta, entre ellos el padre Ernesto
Cardenal, nicaragüense que ha sonado para el Nobel y cuyos poemas eran
recitados en manifestaciones y aprendidos de memoria por los rebeldes de aquel
tiempo.
En Colombia estaban de moda los nadaístas de Gonzalo Arango y así
sucesivamente en cada país había generaciones de poetas comprometidos con ese
nuevo mundo y muchos de ellos, como el brasilero Vinicius de Moraes, cataban sus
poemas y los tocaban acompañados de la guitarra, como la famosa melodía “La
chica de Ipanema”.
Aquellas
generaciones pasaron rápidamente de moda en los años 80 y 90, arrastradas por
una ola de neoconservadurismo mundial que impuso con Richard Nixon, Ronald
Reagan y Margaret Thatcher otros criterios e ideologías dominantes que surgían
mientras se acercaba el fin de la Unión Soviética y de la Guerra Fría.
La sencillez
desinteresada de los hippies y sus comunas se trocaron por el culto a los
corredores de bolsa de Wall Street y la City londinenese, a los jóvenes
empresarios bien trajeados y con pelo corto y la ideología dominante fue el
dinero, el arribismo, el liberalismo económico, los autos de lujo, el culto al
trabajo y a la empresa, mientras crecía el auge mundial de las fanáticas sectas
protestantes y la cientología.
Los que
conocimos adolescentes aquella época fenomenal debimos transmutarnos: cortarse
el pelo y la barba, evitar ciertas prendas, comportarse muy bien y aceptar con
resignación las nuevas leyes del neoconservadurismo que se impuso entonces y
llegó a su auge cuando apareció el Sida como una enfermedad, un castigo divino
para quienes creyeron en el sexo desbordado y libre.
Hubo por supuesto
otras contraculturas entonces, el punk y cantantes locos y psicodélicos
como David Bowie, pero lo cierto es que en los 90 se dio por terminada para
siempre esa era de revolución cultural en el cine, la canción, la literatura y
otras expresiones culturales. Todos esos músicos, incluso Dylan y los cantantes
de protesa latinoamericanos pasaron de moda y muchos de quienes los admiraban
se avergonzaban de ellos.
Los poetas de
protesta como Cardenal pasaron de moda y todo eso pareció enterrado para siempre.
Janis Joplin, Joan Baez, Patti Smith, Marianne Faithfull y otras heroínas
terminaron siendo gustos para los anacrónicos abuelitos perdidos en los
primeros lustros del siglo XXI.
Los hippies envejecieron mal y empezaron a caer
en las tumbas, pobres y fracasados y escritores de las nuevas generaciones como
el francés Michel Houellebecq en su exitosa novela Las partículas elementales
mataron simbólicamente a sus odiados
padres hippies y demolieron a esa generación que, segun ellos, frustró a sus
hijos al meterlos en esa vida desordenada y caótica del Peace and Love.
Tal vez en
todo eso pensaron los académicos suecos al debatir sobre a qué autor
estadounidense premiar después de tanto tiempo de ignorarlos, ya que la última galardonada de ese país fue
la novelista negra Toni Morrison.
Los
suecos optaron por el icono de la canción protesta gringa, el de las buenas
causas y las buenas intenciones, un anti star system, juglar de la vida común y
corriente, heraldo de los nuevos tiempos de la contracultura de los años 60.
En
ese sentido, el premio Nobel de literatura 2016 es un acto político en una época
que vive el auge de neoconservadurismos, neofascismos y movimentos
racistas o religiosos fanáticos con ansias de poder e intolerancia, en un mundo de
guerras y caos que no sabe muy bien para donde va.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 16 de octubre de 2016.