El historiador Emmanuel Le Roy Ladurie (1929), uno
de los más prestigiosos renovadores del género en Francia, se hizo
conocer muy temprano con una minuciosa investigación sobre la aldea
occitana de Montaillou, que impulsó el auge de la microhistoria,
colocando los focos en los detalles de las vidas comunes y corrientes de
la plebe, a diferencia de la tradicional historiografia basada en el
estudio de la vida de las cortes monárquicas, las batallas y las proezas
de los héroes mitificados.
El libro sobre esa aldea insignificante del suroeste
de Francia, cerca de la cordillera de los Pirineos, en tiempos del
auge de la herejía de los cátaros y su posterior represión sangrienta,
inspiró a muchos jóvenes estudiantes de diversas partes del mundo que
fueron alumnos de este universitario o de sus colegas y discípulos
inspirados en varias generaciones de historiadores pertenecientes a la
fértil corriente de los Annales.
Hasta entonces el ejercicio de la historia era por
lo regular obra de pomposos escritores que elaboraban hagiografías de
sus héroes, a los que plasmaban lejos de la realidad concreta de sus
vidas y acciones. Predispuestos al elogio y el endiosamiento, esos
autores se basaban en otros libros anteriores de la mis
ma estirpe y no dedicaban suficiente tiempo a explorar en las fuentes escondidas en los archivos de las alcaldías o notarías o en el rastreo de documentos familiares como cartas o memorias anónimas.
ma estirpe y no dedicaban suficiente tiempo a explorar en las fuentes escondidas en los archivos de las alcaldías o notarías o en el rastreo de documentos familiares como cartas o memorias anónimas.
Eso sucedía por supuesto en Europa entre los
admiradores ciegos de la nobleza y la clerecía y con mayor razón en
nuestro continente latinoamericano, donde de igual forma los escritores
solían idealizar a conquistadores españoles o a héroes que surgían
durante la Colonia, el máximo de los cuales fue Simón Bolívar, quien
inspirado en Napoleón quiso lograr la gloria liberando naciones y
haciendo constituciones como solían hacerlo los románticos.
Durante siglos fue necesario soportar todo esas
hagiografías perfumadas de conquistadores ruines o héroes militares
sangrientos que en la pluma de esos historiadores, poetas o cronistas a
veces adquirían la dimensión de pegasos, mitad corceles y mitad humanos,
cuando en la realidad eran por lo regular sucios, burdos y repugnantes
corsarios, violadores o saqueadores ávidos de oro y poder. Muchos
ingenuos idealizadores convirtieron a ignaros sanguinarios en santos o
héroes que se encarnaron después en las estatuas que por fortuna desde
hace un tiempo están siendo derribadas en muchas partes del mundo, donde
esos colonizadores, esclavizadores o supuestos liberadores sembraron el
terror e hicieron vertir tanta sangre.
Tardó mucho tiempo y ya bien entrado el siglo XX
para que surgiera un nuevo ejercicio de la historia, gracias a esos
maestros de los Annales, entre otros, que agotaron sus días y noches en
los archivos o trataron de sacar del olvido las vidas de la peble, el
campesinado, los pueblerinos y los siervos de gleba que durante siglos
fueron explotados inmisericordemente por una aristocracia endogámica
encabezada también por bárbaros asesinos y saqueadores que se creían de
sangre azul. Con ayuda de otras disciplinas nuevas como la sociología,
etnografía, antropología, estadística, revelaron nuevos secretos de la
historia.
La Revolución francesa fue el grito de esa sociedad
que durante un milenio fue agobiada por nobles, aristócratas,
funcionarios, militares, jerarcas eclesiásticos y adláteres que vivían
en palacios en una burbuja de sueños animada por grandes músicos,
actores, cocineros, jardineros de genio, sirvientes y bufones.
Por eso al leer el libro que Le Roy Ladurie dedica
al brillante duque Saint-Simon (1665-1755), cronista de la corte de dos
monarcas, Luis XIV y XV, y sus antecesores borbones, volvemos a
encontrar no solo la prosa excelente de Le Roy y su colaborardor
Jean-François Fitou, sino el estudio minucioso, desde los ángulos de las
ciencias modernas, de ese vasto documento etnológico sobre el
comportamiento centenario de la poderosa nobleza del Antiguo Régimen, un
cuerpo de unos cuantos miles de personas que a través de los siglos
acaparaba para ellos solos riquezas, cargos, tierras y en lo que
respecta a los aristócratas, las doncellas.
Saint-Simon o el sistema de la corte, como se titula
el libro, nos ayuda a leer los miles y miles de datos que legó el conde
en sus Memorias al describir el comportamiento de los suyos, las
intrigas palaciegas y amorosas y los procesos históricos, diplomáticos,
militares, financieros, que veía desde su punto conservador y subjetivo,
el del respeto estricto de la genealogía y los títulos de nobleza y la
sangre azul.
Desde el interior de la corte en Versailles y en
otros castillos durante el reino del Rey Sol y la Regencia posterior, el
autor es a la vez espía, sociólogo, policía y antropólogo de esa casta
que barrrió la Revolución francesa, asunto que él predijo en sus
diagnósticos sobre el fin de una época, la de un mundo aristocrático que
se creía eterno.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 20 de febrero de 2022.