La prensa mundial dio una cobertura exagerada a la muerte del inventor y empresario Steve Jobs, con un despliegue que llega a los nivles de la muerte del Papa o el presidente de Estados Unidos. En primera plana y a ocho columnas, con suplementos especiales y miles de artículos con diferentes ángulos, los medios del planeta se desataron en una hagiografía sin límites del creador de las computadoras Machintosh, los estudios Pixar, el Imac, el Ipod, el Iphone y el Ipad, como si hubiese sido el creador, el transformador del mundo, una especie de nuevo mesías ante quien todos deberíamos inclinarnos y rezar.
En las grandes avenidas de las capitales del mundo, delirantes fanáticos ahítos de soledad no sólo pusieron flores en honor del muerto, sino que pasaron a hacer compras de productos Apple y luego a llorar la muerte de su ídolo, por el cual hacían colas de días enteros e incluso dormían a la intemperie en espera de adquirir sus nuevos productos.
Yo, que he sido Mac toda la vida y he seguido la aventura de las PC de Microsoft de Bill Gates y las Mac de Steve Jobs desde que viví en San Francisco en 1980, que he cargado y poseído casi todos los modelos y conservo como joya sentimental mi Imac azul, al lado de una Underwood 1910, pienso que es exagerado endiosar al difunto creador, que sucumbió a los 56 años a causa del cáncer del páncreas y nos mostró en directo su ineluctable fin mientras hacía la promoción del nuevo objeto necesario.
Todos los grandes diarios financieros y de noticias generales desplegaron con lujo de detalles la extensa trayectoria de este hijo de sirio, adoptado por una familia norteamericana, quien al igual que Bill Gates y Mark Zukcemberg, el creador de Facebbok, se volvieron empresarios y millonarios a los 20 años trabajando en los garajes de las modestas casas familiares.
Pero lo que poco se dice era que Steve Jobs era un empresario tirano que humillaba a sus trabajadores y los despedía según sus estados de humor, sin tener en cuenta sus derechos, « deslocalizaba » a China sus fábricas de partes para aumentar sus ganancias sin importarle que allí el capitalismo de los comunistas militarice el trabajo y pague sueldos miserables, o declaraba la residencia legal de sus empresas en el paraíso fiscal de Luxemburgo para evadir impuestos y ganarle así a sus competidores honrados.
Leyendo muchos de esos retratos en Financial Times, The New York Times o en el diario económico francés Les Echos, se descubre que tras el inventor también estaba presente la fiera de los negocios, el ejemplo claro de los vicios más duros de un sistema empresarial y financiero que basa todo su éxito en el consumo desmesurado de cosas que pueden ser útiles para la ciencia, la universidad, las comunicaciones o la policía, pero que al generalizarse como una necesidad angustiosa a todas las capas de la población, sólo ayudan al gigantesco vampiro de las ganancias.
Como llevó a Apple a los niveles más altos de las inversiones este año en Wall Street, superando a Exxon Mobil, Petrochina, Microsoft, IBM y BHP Billiton, la prensa mundial lo ha santificado y nos lo quiere vender como el ejemplo a seguir, casi como si se tratara de Buda, Cristo, Alá o Zaratustra.
Nada nos dicen de esos miles de ingenieros y diseñadores que trabajaban para él en Cupertino, la sede de su imperio, y que después de hacer los inventos y llevarlos a la práctica él expulsaba como un pequeño tiranuelo, ni de los obreros chinos que hacían las partes y ensamblaban los objetos para el consumo generalizado, ni la angustia de esas esas familias de todo el mundo que dejan de comer para satisfacer los requerimientos de sus hijos y luego pagar las cuotas mensuales a las empresas telefónicas que han engordado como cerdos galácticos, encabezadas por el millonario mexicano Slim.
Steve Jobs no es el único creador de este becerro de oro informático. Es ahora el más celebrado porque murió, pero ya llegará el momento de adorar a Bill Gates o a los magnates de la telefonía que cobran día a día el diezmo mundial a los esclavos de la información inmediata, colgados de su teléfonos y sus ordenadores, intercambiando con los otros tonterías y banalidades mientras el mundo y la naturaleza están afuera esperando y hundiéndose.
Steve Jobs es amirable como en su tiempo lo fueron Thomas Alva Edison o Marconi en materia de comunicaciones, pero de allí a convertirlo en un dios, un mesías todopoderoso como nos indican las portadas de los diarios y los anuncios de los noticieros es una muestra de la deriva de un mundo dominado por la industria armamentista y sus guerras, un mundo donde unos cuantos millones gastan miles de millones de dólares en juguetes informáticos mientras el resto del mundo se muere de hambre y analfabetismo, o cae acribillado por las bombas y las balas de los guerreros.
Los indignados del mundo industrializado que protestan en las capitales europeas y en el propio Wall Street, muestran que una nueva generación abre los ojos frente a este culto exagerado al consumo, el éxito, las finanzas. Diógenes el filósofo que vivía dentro de un tonel se burlaría de ellos y en su desnudez les diría : respiren y vivan antes que comprar a toda costa los abalorios en un mundo donde vender y comprar es más importante que vivir, amar y ser.
En las grandes avenidas de las capitales del mundo, delirantes fanáticos ahítos de soledad no sólo pusieron flores en honor del muerto, sino que pasaron a hacer compras de productos Apple y luego a llorar la muerte de su ídolo, por el cual hacían colas de días enteros e incluso dormían a la intemperie en espera de adquirir sus nuevos productos.
Yo, que he sido Mac toda la vida y he seguido la aventura de las PC de Microsoft de Bill Gates y las Mac de Steve Jobs desde que viví en San Francisco en 1980, que he cargado y poseído casi todos los modelos y conservo como joya sentimental mi Imac azul, al lado de una Underwood 1910, pienso que es exagerado endiosar al difunto creador, que sucumbió a los 56 años a causa del cáncer del páncreas y nos mostró en directo su ineluctable fin mientras hacía la promoción del nuevo objeto necesario.
Todos los grandes diarios financieros y de noticias generales desplegaron con lujo de detalles la extensa trayectoria de este hijo de sirio, adoptado por una familia norteamericana, quien al igual que Bill Gates y Mark Zukcemberg, el creador de Facebbok, se volvieron empresarios y millonarios a los 20 años trabajando en los garajes de las modestas casas familiares.
Pero lo que poco se dice era que Steve Jobs era un empresario tirano que humillaba a sus trabajadores y los despedía según sus estados de humor, sin tener en cuenta sus derechos, « deslocalizaba » a China sus fábricas de partes para aumentar sus ganancias sin importarle que allí el capitalismo de los comunistas militarice el trabajo y pague sueldos miserables, o declaraba la residencia legal de sus empresas en el paraíso fiscal de Luxemburgo para evadir impuestos y ganarle así a sus competidores honrados.
Leyendo muchos de esos retratos en Financial Times, The New York Times o en el diario económico francés Les Echos, se descubre que tras el inventor también estaba presente la fiera de los negocios, el ejemplo claro de los vicios más duros de un sistema empresarial y financiero que basa todo su éxito en el consumo desmesurado de cosas que pueden ser útiles para la ciencia, la universidad, las comunicaciones o la policía, pero que al generalizarse como una necesidad angustiosa a todas las capas de la población, sólo ayudan al gigantesco vampiro de las ganancias.
Como llevó a Apple a los niveles más altos de las inversiones este año en Wall Street, superando a Exxon Mobil, Petrochina, Microsoft, IBM y BHP Billiton, la prensa mundial lo ha santificado y nos lo quiere vender como el ejemplo a seguir, casi como si se tratara de Buda, Cristo, Alá o Zaratustra.
Nada nos dicen de esos miles de ingenieros y diseñadores que trabajaban para él en Cupertino, la sede de su imperio, y que después de hacer los inventos y llevarlos a la práctica él expulsaba como un pequeño tiranuelo, ni de los obreros chinos que hacían las partes y ensamblaban los objetos para el consumo generalizado, ni la angustia de esas esas familias de todo el mundo que dejan de comer para satisfacer los requerimientos de sus hijos y luego pagar las cuotas mensuales a las empresas telefónicas que han engordado como cerdos galácticos, encabezadas por el millonario mexicano Slim.
Steve Jobs no es el único creador de este becerro de oro informático. Es ahora el más celebrado porque murió, pero ya llegará el momento de adorar a Bill Gates o a los magnates de la telefonía que cobran día a día el diezmo mundial a los esclavos de la información inmediata, colgados de su teléfonos y sus ordenadores, intercambiando con los otros tonterías y banalidades mientras el mundo y la naturaleza están afuera esperando y hundiéndose.
Steve Jobs es amirable como en su tiempo lo fueron Thomas Alva Edison o Marconi en materia de comunicaciones, pero de allí a convertirlo en un dios, un mesías todopoderoso como nos indican las portadas de los diarios y los anuncios de los noticieros es una muestra de la deriva de un mundo dominado por la industria armamentista y sus guerras, un mundo donde unos cuantos millones gastan miles de millones de dólares en juguetes informáticos mientras el resto del mundo se muere de hambre y analfabetismo, o cae acribillado por las bombas y las balas de los guerreros.
Los indignados del mundo industrializado que protestan en las capitales europeas y en el propio Wall Street, muestran que una nueva generación abre los ojos frente a este culto exagerado al consumo, el éxito, las finanzas. Diógenes el filósofo que vivía dentro de un tonel se burlaría de ellos y en su desnudez les diría : respiren y vivan antes que comprar a toda costa los abalorios en un mundo donde vender y comprar es más importante que vivir, amar y ser.