EDUARDO GARCIA AGUILAR
Debido a que las autoridades griegas se negaron con toda razón al traslado del frágil Efebo de Maratón, obra de bronce del siglo IV que durante un tiempo se atribuyó al gran escultor griego Praxiteles, la exposición en su honor en el Louvre se inauguró sin la presencia de esta pieza magna del Museo Nacional de Atenas. Pero pese a esta ausencia, los amantes del arte tienen la posibilidad de caminar en medio de una vasta serie de obras de mármol y bronce inspiradas o copiadas a lo largo de los siglos directamente del maestro, que vivió en Atenas probablemente entre 400 y 330 antes de Cristo y sobre quien escribieron Pausanias, Plinio el viejo o Luciano, entre otros cronistas de la época maravillados por las obras de este hombre. En ese tiempo, en el marco de un amplia apertura civil, filosófica y de florecimiento de las individualidades, las figuras perdieron la rigidez heroica y aristocrática de antes y adquirieron un dinamismo y una realidad tales que se piensa a veces que en cualquier momento pueden despertar y caminar o saltar frente nosotros en las frías y empolvadas salas de los viejos museos.
Su Afrodita de Cnide, que se puede ver en las monedas de época, fue una de las primeras repesentaciones terrenales del desnudo femenino y su fama es tal que desde aquellos tiempos hasta el siglo XIX fue reproducida y utilizada por ricos y pobres, sacerdotes, dignatarios y reyes, para adornar sus viviendas. Dice la leyenda que la modelo fue su amante, la cortesana Friné, cuya figura inspiró esculturas hasta el siglo XIX. De la escultura griega clásica queda muy poco porque guerras, catástrofes y la incuria del hombre redujeron a cenizas todas esas maravillas que brillaban en las plazas de todos los pueblos y en mansiones, templos y edificios gubernamentales. Sólo siglos de estudio de las ruinas y la minuciosa tarea recolectora y restauradora de los museos logran darnos una idea de lo que fue aquello en esos tiempos. Y el esplendor y la estabilidad poderosa del Imperio Romano a través de los siglos salvó aquellas imágenes del olvido, gracias a la copia en serie de las obras perdidas hechas por artistas de igual mérito.
Despues del fin del Imperio Romano, esas copias que sin duda adornaron los patios de los palacios capitalinos de Nerón o Adriano, y de miles de notables de provincia en las más alejadas ciudades, fueron cubiertas por la maleza en las ruinas o terminaron sepultadas en fragmentos en canteras o lechos de mares y ríos, de donde poco a poco han sido sacadas a la luz por prelados o estetas poderosos, amantes del arte, que como el ministro Richelieu daban fortunas por poseer Afroditas, Sátiros, Apolos cazadores de lagartijas, Eros, Artemisas, Dianas, Venus, Hermes o Dionisios. Basta ver esas figuras hoy, dos milenios después de haber salido de las manos de anónimos artistas, para entender que el arte es en definitiva mucho más importate que el poder y la politica: los tiranuelos pasan y los artistas quedan. Caen ministros e imperios, mueren los poderosos y esas figuras quedan ahí como testimonio de la conexión milagrosa del hombre con el arte. Merced a un largo proceso el hombre llegó a la perfección en la factura de los cuerpos y en las técnicas para sacar del mármol o del bronce representaciones del hombre y la mujer.
Fue Praxiteles al parecer quien nos legó esas primeras imágenes soberbias de mujeres desnudas, la belleza de guerrreros o cazadores y de imponentes semidioses en posiciones ágiles, naturales, reposadas, donde vibraban músculos, tendones y venas. Pero de él, del artista, no nos queda más que la firma comprobada en la base de algunas de esas obras monumentales que adornaron la Acrópolis, templos o casas de notables en otras ciudades griegas. No queda más remedio que inclinarse entonces en esta exposición y leer con emoción cuando está escrito en griego sobre el mármol milenario: « Praxiteles lo hizo ».
Y sabemos que ahí estuvo él también inclinado como uno firmando con cincel la obra que acababa de terminar. Y que sin duda después celebró feliz con sus amigos el éxito, participó en una orgía o abrazó e hizo el amor a Friné, la amante cortesana e impúdica representada a lo largo de los siglos cuando fue obligada a desnudarse ante los jueces, sátiros maravillados por su cuerpo e inquietados por su osadía de hetaira meteca. Por eso el mito de Friné reinó entre poetas y escultores románticos del siglo XIX, que como James Pradier (1790-1852) quisieron ser aún más eternos y mejores que Praxiteles. La escultura suya de Friné como ninfa desnudándose ante los jueces, es una joya de esta exposición, prueba de que las labores de un artista de hace casi 2.500 años siguen tan vivas como los cuerpos humanos que lo inspiraron.
Su Afrodita de Cnide, que se puede ver en las monedas de época, fue una de las primeras repesentaciones terrenales del desnudo femenino y su fama es tal que desde aquellos tiempos hasta el siglo XIX fue reproducida y utilizada por ricos y pobres, sacerdotes, dignatarios y reyes, para adornar sus viviendas. Dice la leyenda que la modelo fue su amante, la cortesana Friné, cuya figura inspiró esculturas hasta el siglo XIX. De la escultura griega clásica queda muy poco porque guerras, catástrofes y la incuria del hombre redujeron a cenizas todas esas maravillas que brillaban en las plazas de todos los pueblos y en mansiones, templos y edificios gubernamentales. Sólo siglos de estudio de las ruinas y la minuciosa tarea recolectora y restauradora de los museos logran darnos una idea de lo que fue aquello en esos tiempos. Y el esplendor y la estabilidad poderosa del Imperio Romano a través de los siglos salvó aquellas imágenes del olvido, gracias a la copia en serie de las obras perdidas hechas por artistas de igual mérito.
Despues del fin del Imperio Romano, esas copias que sin duda adornaron los patios de los palacios capitalinos de Nerón o Adriano, y de miles de notables de provincia en las más alejadas ciudades, fueron cubiertas por la maleza en las ruinas o terminaron sepultadas en fragmentos en canteras o lechos de mares y ríos, de donde poco a poco han sido sacadas a la luz por prelados o estetas poderosos, amantes del arte, que como el ministro Richelieu daban fortunas por poseer Afroditas, Sátiros, Apolos cazadores de lagartijas, Eros, Artemisas, Dianas, Venus, Hermes o Dionisios. Basta ver esas figuras hoy, dos milenios después de haber salido de las manos de anónimos artistas, para entender que el arte es en definitiva mucho más importate que el poder y la politica: los tiranuelos pasan y los artistas quedan. Caen ministros e imperios, mueren los poderosos y esas figuras quedan ahí como testimonio de la conexión milagrosa del hombre con el arte. Merced a un largo proceso el hombre llegó a la perfección en la factura de los cuerpos y en las técnicas para sacar del mármol o del bronce representaciones del hombre y la mujer.
Fue Praxiteles al parecer quien nos legó esas primeras imágenes soberbias de mujeres desnudas, la belleza de guerrreros o cazadores y de imponentes semidioses en posiciones ágiles, naturales, reposadas, donde vibraban músculos, tendones y venas. Pero de él, del artista, no nos queda más que la firma comprobada en la base de algunas de esas obras monumentales que adornaron la Acrópolis, templos o casas de notables en otras ciudades griegas. No queda más remedio que inclinarse entonces en esta exposición y leer con emoción cuando está escrito en griego sobre el mármol milenario: « Praxiteles lo hizo ».
Y sabemos que ahí estuvo él también inclinado como uno firmando con cincel la obra que acababa de terminar. Y que sin duda después celebró feliz con sus amigos el éxito, participó en una orgía o abrazó e hizo el amor a Friné, la amante cortesana e impúdica representada a lo largo de los siglos cuando fue obligada a desnudarse ante los jueces, sátiros maravillados por su cuerpo e inquietados por su osadía de hetaira meteca. Por eso el mito de Friné reinó entre poetas y escultores románticos del siglo XIX, que como James Pradier (1790-1852) quisieron ser aún más eternos y mejores que Praxiteles. La escultura suya de Friné como ninfa desnudándose ante los jueces, es una joya de esta exposición, prueba de que las labores de un artista de hace casi 2.500 años siguen tan vivas como los cuerpos humanos que lo inspiraron.