Por Eduardo García Aguilar
Los diversos festejos del día del trabajo en el mundo se dieron este año en un contexto novedoso tras la grave crisis económica provocada por el capitalismo salvaje y el auge progresivo de las ideas sociales en muchos rincones del mundo, especialmente en América Latina, donde por primera vez gobiernos moderados de izquierda dominan por fortuna en casi todos los países, salvo en Colombia, que vive bajo un régimen de extrema derecha que busca perpetuarse a toda costa.
Uno puede estar o no de acuerdo con algunos de los matices radicales o moderados de esos gobiernos de izquierda en el continente, pero justo es reconocer que por primera vez han sido descartadas de los asuntos de gobierno las oligarquías tradicionales dominantes desde la conquista, y que de manera mesiánica se creían ungidas por Dios y la Virgen como las únicas capaces de gobernar a la plebe.
En un hecho inédito, el polémico presidente de Venezuela Hugo Chávez, un zambo odiado por las oligarquías blancas aristocráticas latinoamericanas, abordó en la cumbre de Trinidad y Tobago al presidente norteamericano Barack Obama para entregarle un ejemplar del libro Las venas abiertas de América latina, que desde hace casi 40 años es la biblia continental de la izquierda.
El libro, que fue escrito en tres meses en 1970 por el entonces muy joven Eduardo Galeano, puede adolecer de fallas y ligerezas en el campo del rigor histórico o documental, pero es innegable que sus ideas fundamentales no pueden ser negadas. Es obvio que el continete fue objeto de rapiña en la conquista primero por los españoles y después, tras la independencia, por los imperios británico y norteamericano, que a su vez intervenían con otros imperios en Africa, Oriente Medio y Asia.
Sería absurdo no reconocer la atroz devastación realizada en la búsqueda del oro y otras riquezas por los sanguinarios españoles, que fue relatada con lujo de detalles por Bartolomé de las Casas en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Tampoco se puede negar la explotación cruel de los indígenas y el exterminio de millones de nativos, así como el esclavismo practicado por las potencias europeas al comerciar con los negros de Africa.
Algunos derechistas recalcitrantes comienzan ya a cuestionar el libro de Galeano y a su popular propagandista Chávez, a quien desprecian por su figura racial, de la misma forma como critican o se burlan de las capacidades intelectuales de Evo Morales y de sus indios gobernates o de Rafael Correa y su claro interés por el destino de los pobres de su país. El presidente y Premio Nobel costarricense Oscar Arias, en su discurso de Trinitidad Tobago, que circula por internet, quiere incluso eximir a los diversos imperialismos e imputar del atraso latinoameicano a una culpa colectiva « nuestra » y a un « nosotros » muy amplio, que cae por su propio peso, porque en ese « nosotros » del que habla hay muchos niveles de responsabilidad.
Para saberlo basta trazar la historia de las castas oligárquicas blancas que han servido a lo largo de los siglos como representantes e intermediarias avorazadas de esos intereses extranjeros en América Latina. Las oligarquías dominantes y sus delfines, como ocurre en Colombia desde las familias López, Santos, Gómez, Ospina, Lleras, Barco y Pastrana, hasta los actuales herederos del caudillo, tienen como único objetivo enriquecerse rápido y vivir del presupuesto en los cargos diplomáticos, mientras mandan a los hijos de la plebe a morir en la guerra o en su defecto a languidecer en la miseria, lejos de la educación y mínimas garantías sociales, higiénicas y laborales.
El balance de los gobiernos de la oligarquía blanca « ojiazul » y de sus ínfulas aristocráticas de « buena familia », como diría irónicamente el presidente de Brasil Lula da Silva, ha sido el desastre no sólo de Colombia sino de todos los países latinoamericanos expoliados por apellidos tan funestos cuyo interés nunca fue nacional sino a favor de los imperios, los potentados locales y las empresas multinacionales,
En Colombia se nos ha hecho creer que sólo los miembros de cuatro o cinco familias, Santos, López, Gómez, Lleras, Pastrana y sus aliados de sangre o interés son los únicos que pueden hacerse cargo del país y de su representatividad diplomática. Tanto es así que el caudillo, miembro de recientes clases emergentes de provincia, llamó a su gobierno a miembros de esas castas como los Santos en la defensa y la vicepresidencia, los López en Londres, los Gomez en París, Pastrana en Washington o a la Barco en la diplomacia.
Este ejemplo local de nepotismo y favoritismo que se ha reproducido por siglos en todo el continente en torno a una casta endogámica aliada con los intereses foráneos, muestra que con todos sus defectos el libro y las ideas de Galeano, por muy simples que sean, siguen siendo muy actuales y que a partir de ese documento elemental se puede profundizar, si se quiere, en siglos de injusticia, inepcia y saqueo. Incluso los discursos autocríticos pronunciados en los primeros cien días de gobierno por Obama, que no es ningún « terrorista », abundan en plantear cambios necesarios que coinciden con esta nueva ola democrática, social y antioligárquica continental.
No es pertinente pues tratar de imputar los males del continente a « nuestra » única responsabilidad y exonerar a los saqueadores y sus representantes locales ni cerrar los ojos ante el hecho de que durante mucho tiempo los opositores y los agentes del cambio social fueron exterminados antes de llegar al poder o tumbados de manera sangrienta con métodos muy bien orquestados desde los centros mundiales del poder. Ahora a las oligarquías les quedará muy difícil exterminar en bloque a la mayoría de presidentes latinoamericanos con sensibilidad social y mucho menos cuando el propio imperio vive un cambio con la llegada de Obama, que hace parte de la misma oleada que nos acerca en la lucha, al imperio y a sus ex colonias, contra el festín inicuo de las castas y los oligopolios abusivos.