sábado, 20 de agosto de 2022

LA ALEGRÍA VITAL DE RAFAEL VERGARA


Por Eduardo García Aguilar

Esta semana nos dejó Rafael Vergara Navarro (1948-2022), abogado, poeta, dibujante, cineasta, gastrónomo, vitalista esencial y una de las grandes figuras del ambientalismo colombiano, quien a lo largo de su vida luchó no solo por la justicia social como militante y miembro de la dirección nacional del M-19 en tiempos de clandestinidad y antes de la firma de la paz con el gobierno, sino por la conservación de la naturaleza, especialmente en Cartagena, la ciudad donde vivió después de su retorno del exilio y donde vigilaba con celo manglares, árboles y cauces acuáticos.

Querido como un patriarca y sabio de la tribu cartagenera y costeña, tal y como lo describe en un magnífico retrato el escritor Gustavo Tatis Guerra publicado en El Universal de Cartagena, Vergara decía que el día de su partida nadie debía sentirse triste sino por el contrario hacer la fiesta. Gran fumador, el ecologista estaba afectado por efisema pulmonar terminal y debía cargar con él a donde fuera un tanque de oxígeno, pero eso no le impedía vivir cada instante como si fuera el más extraordinario y luminoso.

Cercano amigo del actual presidente colombiano Gustavo Petro, que era uno des su discípulos y con quien compartía su pasión ecológica, Vergara fue uno de los artífices del programa del candidato en esa materia, por lo que el mandatario publicó de inmediato en su sitio una foto suya con su "amigo" y "hermano", celebrando que pudo vivir la victoria de su ideario antes de su partida. Ahí se le ve con su barba y melena patriarcales de color blanco y los tubos que le llevaban a través de la nariz el precioso oxígeno de la vida.   

Hijo rebelde del famoso senador liberal Rafael Vergara Támara, optó por comprometerse desde muy joven con los movimientos sociales en Colombia, como muchos de los de su generación, atraídos por ideas que entonces eran más que utópicas. Hubiera podido seguir el camino de tantos delfines que heredan el capital político de sus padres e inician sin esfuerzos una fácil carrera en altos cargos o puestos diplomáticos, pero él decidió arriesgar su vida en su lucha por un país mejor.

En 1979 emprendió el camino del exilio y viajó a México, donde vivió varios años y dejó gratos recuerdos entre sus amigos latinoamericanos. Tuve la fortuna de conocerlo cuando llegué a ese país desde Francia y Estados Unidos a fines de 1980 y desde el comienzo tejí con él una amistad estrecha, ya que nos unía el gusto por la literatura, el arte, las ideas, el análisis político, el cine, la buena cocina, la fiesta, en el marco de una colonia de jovenes estudiantes, artistas, escritores y exiliados políticos de todo el continente que fueron acogidos en ese país.

La Ciudad de México era una fietsa. En esos años estaban vivas y en plena actividad en la capital mexicana muchas de las glorias de las letras y al arte latinoamericanos. Gabriel García Márquez obtenía en 1982 el Premio Nobel, Alvaro Mutis leía y creaba en su cueva de San Jerónimo, Fernando Vallejo escribía La virgen de los sicarios, Laura Restrepo, Olga Behar y decenas de talentosas profesionales mujeres colombianas ejercían su plena actividad. Y ahí estaban a la mano los guatemaltecos Luis Cardoza y Aragon y Augusto Monterroso, y los mexicanos Juan Rulfo, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Rufino Tamayo, Cantinflas, grandes directores de cine y hasta el mismísimo rey del Mambo, el cubano Dámaso Pérez Prado, sin olvidar a Chavela Vargas, Tongolele y Maria Félix.
 

En ese ambiente compartimos largas fiestas y francachelas en madrugadas al ritmo de la música y de la charla con Rafael Vergara, quien fiel al ideario del movimiento en que militaba se dedicaba con intensidad a la fiesta y a la celebracion de la vida de manera inagotable y elocuente. La colonias colombiana, argentina, chilena, brasileña, centroamericana eran enormes  y todos compartíamos desde allí en medio del frenensí las noticias del mundo y el continente. Del profundo análisis político o la reflexión filosófica se pasaba al baile o a la mesa. Su mirada de águila, su vozarrón y sus carcajadas son inolvidables.

Pero "Rafa", como lo llamábamos sus amigos, estaba siempre ahí animado por la esperanza de que Colombia encontraría tarde o temprano el camino de la paz y de la vida. Alerta a sus amigos, su casa siempre estaba abierta y su tiempo disponible. Un día se firmó la paz y él y los suyos emprendieron el camino del regreso y la legalidad en el marco de los acuerdos de paz y la Asamblea Nacional de donde salió la Constitución de 1991. Tres décadas después pudo ver a uno de sus queridos discípulos llegar a la Presidencia, aupado por una inédita oleada popular juvenil, feminista, humanista, multiétnica. Y así al fin pudo descansar y pasar a respirar en otra dimensión de la materia, guiado por la sabiduría de Heráclito.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 21 de agosto de 2022.